Choque de ideales
Me senté en la cama y observé el suelo, no quería ver el rostro de Aoi, al hacerlo solo recordaba la vez que me entregaron sus medallas, el momento en el que abandonaron sus sueños y a su vez me abandonaron a mí.
Sus ojos reflejaban tristeza, con solo un vistazo pude notarlo. Sin embargo, no quería reconocerlo, el simple hecho de que ella estuviese ahí. Deseaba que se tratase de una pesadilla, pero tras unos minutos esperando despertar, me di cuenta de que no lo era.
—Dime, Hayato. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Me gustaría saber, ¿por qué no nos contaste sobre tu regreso, o sobre tu partida? ¿Por qué ya no confías en nosotros, Hayato?
—¡Cállate! Yo no fui el que renunció a sus sueños, yo no los abandoné cuando se encontraban en su peor momento—grité mientras mis sentimientos me consumían—traté de mantenerme fuerte, evité la realidad, pero lo cierto es que soy débil... Un pedazo de mierda que puede ser dejado de lado.
Aoi parecía estar asustada, pero en ese punto ya nada me importaba.
» ¿Por qué fue que no nos esforzamos lo suficiente? Si hubiese hecho las cosas bien, si hubiese entrenado como era debido, sabido lo que se ahora, ¿hubiese sido capaz de salvar a Feng? ¿Acaso debí evitar que fuésemos para empezar? ¡Dime, maldita sea! ¿Qué se supone que tenía que hacer?
Aoi se tiró al suelo a llorar desconsolada. Su rostro ahora parecía miserable, no deseaba mirarlo, en absoluto. Caminé afuera mientras contenía unas inexplicables ganas de vomitar, pero fui recibido por un puñetazo repentino.
—Levántate bastardo.
Al ver a mi atacante, mis nauseas se intensificaron. Él estaba extremadamente molesto.
—Ven conmigo y pelea, maldito cobarde.
Frustrado seguí a Gell afuera de la cabaña, había un tipo de cabello negro esperando fuera de la cabaña.
—Oye Agni, ¿ya puedes continuar con el trabajo?
Gell lo miró con desprecio y luego caminó hasta una zona más apartada para tomar una postura de combate.
—Ven Hayato, hace un tiempo que quiero desfigurarte ese maldito rostro.
Gell parecía ir en serio. Frustrado me despojé de la bufanda de pelaje y mis armas, tomé todo y lo tiré al suelo, para luego alzar mis brazos y tomar una postura de combate.
—¿Así que nosotros te abandonamos? ¿Acaso pensaste en lo mucho que sufrimos para terminar en este punto? ¡Responde Hayato!
Al escucharlo sentí como si todo mi cuerpo estuviese ardiendo, llamas quemando mi sangre desde el interior. Apreté mi puño derecho y le propiné un puñetazo directo a la mandíbula impulsado por una explosión rúnica.
Cuando el golpe conecto Gell retrocedió un poco y mis nudillos dolían, Gell empezó a reírse a carcajadas mientras me golpeaba a grandes velocidades, cada uno llevaba la potencia de una bestia salvaje.
—¿Qué pasa? ¿Esto es todo lo que puedes demostrar después de irte a entrenar durante todo este tiempo?
Apreté los dientes mientras mi sangre seguía hirviendo.
—¡Cierra la maldita boca! —grité mientras le propinaba un puñetazo con toda la potencia de la formulación rúnica potenciando mi ataque. Gell retrocedió mientras se tocaba la mandíbula, luego escupió un par de dientes ensangrentados y se limpió la boca.
—Parece que puedes dar un buen puñetazo.
Sin darle un respiro me acerqué a él para golpearlo repetidas veces en el rostro, él no parecía poder recomponerse, pero su confianza no desaparecía.
—¿Qué no consideré sus sentimientos? ¿Qué mi entrenamiento no valió la pena? Si solo vas a soltar un montón de mierda es mejor que mantengas esa bocaza cerrada—grité mientras continuaba golpeándolo sin descanso.
Gell sonreía mientras trataba de cubrirse, al ver su sangre en mis puños me detuve por un momento asustado por lo que estaba haciendo. Gell aprovechó esa oportunidad y propinó un puñetazo con todo su poder, enviándome a volar lejos.
«Creo que se me rompió un hueso. Justo cuando empezaba a sentirme mal».
—¿Qué pasa Hayato? ¿Acaso ya se te olvidó como pelear? No puedes distraerte durante un combate.
Formé runas dentro de los puntos de circulación de mi brazo, la formulación rúnica resultante impulso mi brazo a toda velocidad con una combustión de las llamas falsas, usando eso le di un puñetazo a Gell que lo derribó definitivamente.
Exhausto empecé a jadear, mi brazo tenía quemaduras leves por culpa del uso de las runas en esa forma, me acerqué hacia él y me preparé para derribarlo si trataba de levantarse nuevamente. Cuando vi una tenue señal de consciencia de su parte lancé mi puñetazo hacia su rostro, pero fui detenido por unas manos suaves y frías que sostuvieron mi mano.
—Por favor, detente. Ya está hecho.
Me zafé de sus gentiles manos y asqueado por mis actos caminé desganado hacia el pueblo, con cada paso me preguntaba que estaba haciendo.
«¿Qué me pasa? ¿Qué se supone que estoy haciendo? ¿Por qué dije esas cosas? Mierda, ¿qué se supone que debería hacer?».
Caminé sin rumbo mientras observaba la sangre que manchaba mis nudillos, no entendía bien lo que había hecho, pero me causaba nauseas. Mareado deambule por cada rincón del pueblo, tratando de encontrar una manera de calmarme, pero no la había o al menos no parecía que lo hubiera.
Mientras mis pensamientos divagaban, sin darme cuenta de cuando llegué me encontraba nuevamente frente al restaurante de Jessica. Vacilé por un momento, algo dentro de mí se negaba a buscar refugio en ese lugar.
«Mejor me voy a otro lado».
—¿Hayato?
«Esa voz... es ella».
Volteé a ver hacia atrás, ahí estaba ella, sus ojos esmeralda en espiral eran tan hipnotizantes como los recordaba. Sin embargo, pude ver a una persona acompañándola, su simple armadura plateada, pendientes con rubíes y vestido blanco daban a resaltar su cabellera carmesí que brillaba tenuemente bajo la luz.
«De repente mi corazón se siente más calmado, por alguna razón, siento un calor diferente en mi cuerpo. Tiene sentido, es ella».
—Hola Jessica, yo... solo pasaba a saludar.
Me alejé lentamente de ellas, pero algo tomó la manga de mi camisa para detenerme.
—¿Qué es esa sangre que tienes en tus manos?
Recordando lo que había hecho nuevamente sentí ganas de vomitar.
—Y-yo solo me deje llevar, no es nada serio, lo prometo.
Jessica me obligó a sentarme en una de las sillas del local para hablar sobre el tema, yo no pude evitar sentirme culpable. Nagisa estaba a su lado, esperando que terminásemos nuestra charla, podía notar tristeza en sus ojos.
—¿Qué paso? ¿Por qué tus manos están cubiertas de sangre?
Traté de juntar mis manos, pero al ver la sangre en ellas no pude hacerlo.
—Yo no quiero... hablar sobre eso.
Extrañada Jessica se quedó callada por un momento, por mi parte no podía dejar de asquearme cada vez que veía la sangre sobre mis manos.
«Después de decirle todo eso a Aoi y haber destrozado a Gell en combate, supongo que hasta ahí llegan mis amistades. Cuando Jessica se entere de ello, seguramente la perderé».
Suspiré mientras bajaba la cabeza, todo mi cuerpo se sentía pesado por culpa del estrés, mis manos temblaban mientras un sudor frío recorría mi cuerpo, mis manos todavía conservaban la sensación de cada uno de los golpes con los que derramé la sangre de mi amigo. Me asusté al sentir calidez en mis manos, Jessica las sostuvo con cuidado y me miró a los ojos.
—Sabes que puedes contar conmigo, nos conocemos desde que éramos niños.
Aparté la mirada, vi a Nagisa por un momento y luego observé el cielo.
—No sé bien lo que hice, pero tengo miedo, de perderlos, de odiarlos, de ser odiado. Yo, no sé, ¿qué es aquello que debería estar haciendo en este momento?
Ella me sonrió amablemente y me dio un paño que había mojado en agua para limpiar la sangre que manchaba mis manos. Se tomaba la molestia de ayudarme mientras atendía sus deberes en el local.
—Gracias, por confiar en mí—dijo con una cálida sonrisa.
—No, yo soy quién debería estar agradecido—expresé mientras teñía el trapo con la sangre de mis manos. No pude evitar ver la imagen de Gell tirado en el piso por mi culpa o el como había perdido el brazo en la mazmorra.
«¿Qué fue lo que salió mal? Muerte y desesperación, eso era lo único que nos esperaba en la mazmorra. Si hubiese detenido a Gell, si me hubiese puesto del lado de Aoi en ese momento, de haberme tragado mi orgullo, quizá, solo quizá, las cosas hubiesen tenido un mejor resultado».
Nagisa dejó su asiento y caminó lentamente hacia mi dirección, luego me dio una palmada en la cabeza y me entregó una sonrisa radiante. Me puse un poco nervioso, expectante por su razón.
—Anímate Hayato, ¿qué te parece si nos ayudas con algo?
Seguí a Nagisa hasta el interior del local, había un montón de cajas de vino e ingredientes apiladas listas para ser almacenadas en la bodega. Nagisa tomó un par de esas cajas para guardarlas, hice lo mismo que ella y ayudé a llevar cuantas pude.
«Están pesadas».
Nagisa podía cargar mucho más que yo, me sentía un poco inútil al verla, pero me estaba divirtiendo mientras charlaba con ellas sobre el tiempo que pasé entrenando en la montaña y las cosas que había visto durante el viaje. Ellas escucharon cada anécdota mientras ayudaba a poner las cosas en orden dentro del local.
Por su parte Jessica me contó cómo se encontró con Nagisa luego de que salí de viaje y como la aldea no parecía haber cambiado tras todo el tiempo que estuve afuera. Nagisa estaba deprimida ya que Akira no había regresado desde que se marchó antes del viaje a la mazmorra.
Continuamos hablando sobre las cosas que sucedieron, al parecer el viejo que me había vendido el espejo ya tenía un local bastante decente en el distrito comercial y vendía productos extravagantes, que iban desde artilugios del imperio hasta tecnología de Izmir.
«Quizá me pasé por ahí cuando tenga suficiente dinero, suena interesante».
Decidí marcharme poco después para ir a los campos de entrenamiento, Jessica me despidió con una sonrisa, por mi parte aún seguía un poco decaído, si bien hablar con ellas aligeró mi carga todavía me sentía culpable por haber golpeado a Gell hasta dejarlo inconsciente.
Mientras caminaba contemplaba como muchos mercaderes, aventureros y civiles pasaban por las calles con total tranquilidad, incluso había un par de chicos usando uniformes elegantes yendo en dirección a la academia Avalon. También pude ver a lo lejos a la asistente de Merlín instruyéndolos como una maestra, si bien Jessica me dijo que la aldea no había cambiado, sinceramente me sentía ajeno a ella.
Habiendo llegado a los campos de entrenamiento todo había cambiado, había nueva infraestructura y un campo de tiro para la práctica de los magos. Muchos de los aventureros de mi generación entrenaban en conjunto haciendo duelos haciendo gala de su control sobre las energías primarias.
«Vaya, en serio que el pueblo ha cambiado desde que me fui. Supongo que los demás ahora ven esto como algo normal, pero me siento me fuera de lugar».
Sin ánimos de acercarme a la multitud busqué una zona menos concurrida del lugar y me dediqué a entrenar mis patadas, había dejado mis armas tiradas en la cabaña, pero no tenía ganas de regresar, al menos no por el momento.
Tras terminar de repasar mis movimientos cuerpo a cuerpo reuní ether para formar la formulación rúnica Ignis y me la pasé practicando con grandes cantidades de ether para aumentar mi afinidad. Cuando mi nariz empezó a sangrar decidí detenerme, tenía un dolor de cabeza tenue y todo mi cuerpo se sentía tenso.
El sol ya se estaba ocultando para cuando mi entrenamiento finalmente se había terminado, algunos aventureros menos experimentados que yo se habían formado a mi alrededor para bombardearme con preguntas sobre el ether. Por suerte me encontré con la chica de la mazmorra y desvié toda la atención hacia ella. Todos se emocionaron al ver la medalla de plata del gremio colgada de su vestido celeste.
Escuché como me gritó un par de insultos en su idioma, pero no le di atención y escape tan rápido como pude.
«Es tu culpa por ondear esa medalla de plata».
Al alejarme lo suficiente llegué hasta la fuente del pueblo, donde me esperaba un rostro conocido. Vestiduras de monja, cabello negro y ondulado. Se notaba a leguas que estaba deprimida, ni siquiera había notado mi presencia pesé a que estaba parado enfrente suya.
Sus ojos se habían enrojecido, probablemente había estado llorando incansablemente luego de que dije lo que quise decir.
«Lo siento». Fue lo único que se me vino a la mente, mientras esperaba a que se diese cuenta de que estaba ahí con ella, porque temía ser quién iniciase la conversación, interrumpirla.
«Soy un cobarde...».