Las dulces mieles del encuentro carnal. Hace bastante tiempo que Allham, no disponia de tales placeres y Diliv tampoco. Tras el primer encuentro, habían elegido ser amantes sin siquiera decir alguna palabra.
Diliv, una mujer de las lejanas tierras de Urz, en estos momentos sacudía todos sus tremendos encantos. De dormir alguien al lado, seguro escucharian los candentes gemidos que daba.
No eran fingidos, si bien muchas mujeres solían hacerlo para respetar el ego de los varones. Ella solía ser directa y decirles sobre su penoso rendimiento. Allham si que conocía bien el complejo acto, de satisfacer a una mujer.
Diliv estaba abstraída, gemia por reflejo de cada brusca embestida, que rozaba el punto perfecto. Le clavo las uñas al desgraciado, por momentos rodaba los ojos, y su morena piel estaba sudorosa.
La rudeza de sus movimientos, parecía que destruiría la cama. La mujer buscó hacer contacto visual. Su amante veía embobado, como se sacudian sus pechos.
—¿Tanto te gustan?—Dijo con voz temblorosa y jadeo.
—Nunca vi a una mujer que las tuviera tan grandes.
—Eres un marrano...
No lo decía en serio, agarro al hombre por la nuca y le hundió la cara entre ambas tetas suyas. Allham la sujeto del trasero, le pego una nalgada, mientras gruñia de placer.
Y Diliv estaba echando fuego, un hombre que si gime la excitaba demasiado. Entonces acompaso las embestidas.
Semejante ritual duró al menos media hora más, cambiaron posiciones. Allham mostró un amor por los pechos de la morena, que consintió a punta de besos y lamidas en esas enormes aureolas rojizas.
Diliv se retorcio, de sus ojos asomaron las lágrimas, para este punto el aliento empezó a faltarle, sintió que algo venía.
«Dioses que no pare». Rezó ella, un instante después dejó de pensar y exclamó un gemido que fue debilitándose segundos luego.
Allham saco el miembro y lo jaló encima de la morena. No podía ser de otra forma, el hombre acabó en sus senos.
Ambos se recostaron boca arriba. Diliv rápidamente agarro un trapo, limpiándose los despojos.
—Agradezco tu respetuosa manía de no acabar adentro, pero bien podrías hacerlo en las sábanas, no sobre mi.
—Para la siguiente.
—¿Qué? ¿Piensas que habrá otra?—Inquirió ella y sonrió con desdén.
—No sé... Creí que ambos disfrutamos esto. Que va, se que te fascina.
—Creído.—La morena le arrojó el trapo a la cara.
—Nooo. Quita eso.
Guardaron silenció y los minutos transcurrieron, hasta que Diliv se levantó y empezó a vestirse.
La vela en el cuarto de Allham ardía, aunque casi consumida totalmente.
—¿Te marchas?
—Hoy hago guardia. Debo de.
—El Varón Carzvurxt te tiene presente, vives preocupada de más.
—También soy una mecena, Allham.—Aclaró Diliv, termino de ponerse las botas y se paró.
Allham acostumbraba arruinar el buen humor, que el mismo le regala. Ese mínimo detalle, la provocaba buscar algún remplazo igual de bueno.
«Ay Diliv, tu sabes bien que la valiosa cualidad de ser hábiles para tirar, la tienen esta clase de hombres». Paso a retirarse satisfecha y sin despedirse.
Giro al pasillo del cuartel, dígase así, pues estos son los dormitorios de la guardia que protege a Carzvurxt.
Descubrió salir de puntillas a una chica, supo rápido de que sitió venía y el motivo por cual rondaba estos lares.
—Buenas, doncella.
Diliv sin querer sonrió quizás demasiado, la muchacha dio un respingo.
—Ah... Esto.
La joven era morena, guapa, el pelo castaño le llegaba hasta las orejas. Eso sí, tenía el rostro sonrojado, lucía despeinada y agotada.
—Procura darte un baño en cuanto llegues.
La chica parpadeó confundida, se aliso el pelo nerviosa, temía un regaño.
—Por favor... No sé lo cuentes a nadie—Pidió tímidamente.
—¿Decir qué estás de juntada con un hombre del varón Carzvurxt? Despreocúpate.
—¡¿Juntada?! ¿Eso que significa?
—Qué recibes reata fiada. Más claro, tienes algo con un hombre.
La muchacha carraspeo, giró la punta del zapato en círculos, cual niña penosa.
–Gracias.
—Sí me disculpas, debo trabajar.
«Fauge tiene nueva arrimada, ja». Pensó imaginándose la situación, que siendo justos, tarde o temprano pasaría. Los mecenas tenían prohibido, meterse con la servidumbre. Un grupo de jóvenes mozas, representaba una oportunidad para esas bestias.
«Y parece que ya lo aprovechan».
...
El día siguiente inició de una manera peculiar. Un sirviente les llamó, informándoles que estaban invitados a desayunar con lord Carzvurxt.
Extrañado, me preparé como de costumbre. La verdad estaba nervioso, intente peinarme un poco. Traté de imaginarme el comedor, el salón lo conocía de la vez que llegamos.
El sirviente los guió al lugar; espacioso, no cabe duda. Dos hileras de antorchas iluminaban aquellas paredes de piedra, habían enormes ventanas, impresas con peculiares pinturas que, simulaban contar una historia.
Contemplé incrédulo el increíble tamaño de las mesas, cuya capacidad debía alcanzar máximo veinte personas. Pero nos mandaron a sentar en otra, mejor adornada y abundante de comida. Carne, verduras asadas como mazorcas, papas, brocolis blancos. Pan recién horneado, rarisimos huevos azules, servidos en una copa grande, incluso tiras de tocino, cecina y salchichas.
No sabía si considerarme suertudo, me tocó un lugar cerca de Carzvurxt. La bella mujer y los jóvenes sentados a los lados, seguramente eran su esposa e hijos.
La hechicera también ocupaba un lugar cercano.
—Los saludo.—Exclamó lord Carzvurxt para hacerse oir bien—. Decidí que esta ocasión, merecían acompañarnos todos ustedes. A pasado demasiado tiempo, debí organizar este concilio mucho antes. Dejemos ir ese desatento desliz y reciban, mis alimentos con honradez. No obstante, les pido paciencia. Los próximos hospedados, deben llegar pronto.
Aparecieron ese preciso momento en escena.
—¡Con permiso de la familia Carzvurxt! ¡Es mi deber presentar a la familia Guesclin!—Dijo otro sirviente, que lucía solemne.
Tres jóvenes caminaron casi sincronizados, dos mujeres. Una hermosa muchacha de dulces ojos azules, cara ovalada y ancha, facciones finas. La segunda chica aparentaba mayor edad, fieros ojos estrechos, cara madura, labios gruesos. El tercer integrante y único hombre, era bien parecido, hombros anchos, mentón cuadrado.
El joven hizo girar una espada negra, de doble filo anaranjado, la punta lanzaba chispas cada vez que cortaba el suelo empedrado. Todos llevaban una capa negra, puesta adelante del hombro derecho, el dibujo de un murciélago destacaba al ser color blanco.
—¡Contamos con la distinguida visita de los hijos del varón Guesclin! ¡Luk, Nibbi y Adreti!
¿Solo tres personas? Pensé decepcionado. Aparte venían ellos y ningún guardaespaldas o algo así.
La hija de Carzvurxt miró embobada el acto, Luk abanico el sable mientras se acercaba. Paró ante la mesa y la envainó.
—Mi padre le manda sus mejores deseos, varón Carzvurxt.—Dijo él noble.
—Los aceptó con honestidad.—Contestó el lord, parándose—. Que su estadía sea grata.
—Y su persona, bendecida.
Respondieron los hermanos al unísono.
Terminadas las ceremonias, trajeron bebidas y empezamos a comer.
La carne resultó dura, mastique tantas veces que mi mandíbula se entumio. Pero sabía bien, con un toque picante.
A su lado derecho comía Christian, fisgoneó por el rabillo del ojo, su corazón latía enloquecido.
Adreti degustaba la carne con suma facilidad y pocos modales. La salsa le manchó las comisuras de su boca.
Una noble sin modales, aún así es linda. Pensé distraído.
—Deberías terminar tu comida.
Trague saliva por impulso y tosí. La chica se peinó un mechón castaño oscuro.
—Lo siento, no quería incomodar.
—Ridiculeces. Somos docenas de gentes, inevitablemente verás a alguien comer.
—Sí...
—¿Cómo te llamas?
—Seita.
Adreti uso una servilleta para quitarse la salsa embarrada.
—No nos dijeron nada de ti o tu gente. Son muchos, ¿de qué provincia o nación vienen?
—Eh...—¿Debería decirle qué no soy de este mundo?
—Bueno. No me digas si tantas reservas tienes.
—No es eso.
—Como digas.—Replicó ella y mordió una verdura asada, que daba el parecido a un plátano—. Sólo estoy intrigada.
—¿Y eso por qué?—Pregunté inseguro.
—Demasiada plebe. Sin juzgarlos, pero en lo que a mi respecta. No parecen mecenas.
No dije nada. Adreti me miró y se acercó.
—Comes en la mesa de el Varón Carzvurxt y su sangre. Un gran honor y señal de prestigio.
—Cómo ustedes.
—Eso si. Es porqué mi familia es aliada desde épocas antiguas. Nos une el interés mutuo y que puede, Luk se case con esa petisa.—La chica señaló a la hija del lord—. ¿Cual motivo posees tú? ¿Los demás?
Adreti le otorgó bastante información que procesar. Estuvo callado.
—Dime si quieres o no. Lo sabre luego.