Chapter 8 - Capítulo 7

Noyori Isamu deambulaba abatido. Tantas sensuales mujeres y él, incapaz de abordarlas.

Creyó que sería sencillo, eligió una mujer minutos antes. Cabello negro, profundos ojos azul platinado, carnosos labios rojizos y un vestido negro ceñido, alrededor de unas descomunales curvas.

Isamu planeó que decirle, esperó mirarla sola. Observó, observó, la miró rondar sola largó rato. Fantaseo poseer esos blandos senos de formas ovaladas, el firme trasero cuyos glúteos clamaban ser azotados.

La fantasía no iba a cumplirse, cual cobarde, él muchacho tuvo pánico.

«Ojalá fuera fácil. Como los JAV, maldición». El pensamiento lo embarga de melancolía, extrañaba las películas porno.

Nota una puerta entreabierta, le dio igual, hasta que escuchó gemidos.

Convencido de oír mal, aguarda por si acaso. El fogoso lamento femenino, suena débilmente de nuevo.

Yuto fisgoneó, asombrando de sobremanera.

«No lo creo. ¿Esa es Kugisaki?», interrogó desde la mente y miró bien.

Enlazados de una manera sexual, Kugisaki reposa apoyada en cuatro, las intensas embestidas la llevan de manera segura, al mayor placer posible. Lo deja entrever a modo de gustosos quejidos.

La mesita de vidrio cruje por tenerla arriba y los embistes, suenan como aplausos. La perspectiva de Isamu le permite, admirarla en todo su esplendor. Presencia el espectáculo ofrecido de sus pechos, menearse similar a dos péndulos, los placenteros gestos.

Isamu retrocede, le importa un comino reconocer al amante de Kugisaki, pero agradece el espectáculo.

...

Hastiada del escándalo, Gwen halló refugió para resguardarse de tanto estrépito, danzas torpes y estúpidos flirteos.

«Borrachos Imbéciles», pensó al llegarle el fastidioso recuerdo. Cuatro hombres que intentaron sacarla a bailar, lo suficientemente embriagados, para revelarle cuales intenciones tenían.

El festín la entretuvo, sustrajo bocadillos de distintas charolas. En conjunto probó los jugos que, le garantizaron, estaban libres de alcohol.

Diario, Gwen solía rememorar la ironía de su realidad. Al ser estudiante extranjera, enfrentaría dificultades. Encajar no estaría fácil, consiente de eso, evitó relacionarse y destino el tiempo a estudiar.

Quién hubiera creído, que iba a vivir ese entorno de nuevo.

Christian suponía un grato apoyó, sin importarle las inquietantes reservas que creaba, si Gwen preguntaba asuntos privados.

«Mejor que no sepas nada Gwen», respondió evasivo.

La pelirroja sintió enojo, y pecó de imprudente, contándole sus sospechas.

«El uniforme que llevas es militar».

El joven dejó ver su evidente sorpresa, que instó a Gwen y prosiguió.

«No sé de donde, pero estoy segura que es militar. Noté las placas y los símbolos. Eres un soldado, ¿verdad?».

La contestación del moreno demoró, ella creyó que respondería enfadado.

«Sabe». Exclamó e hizo un ademán desvergonzado.

—Colorada. ¿Qué haces tan sola?

Gwen alzó el rostro alarmada.

—¡Christian!

—¿No te gusta de apodo "colorada"? Te puedo decir "pecosa".

—Ninguno me gusta y lo sabes.—Replicó ella.

—Es que eres colorada y pecosa.

—Me llamo Gwen. ¿Tanto te cuesta aprenderte mi nombre?

—Mis apodos no son para ofenderte. Resaltan eso que me gusta de ti.

«¿Cómo?», Gwen intercepta el elogio aturdida.

—Bobo.—Espetó la pelirroja, deseo taparle la boca por descarado.

—De donde vengo no hay mujeres como tú, ni güeras o de ojos rasgados.

—Ahórrate tus tontos flirteos. ¿Tienes ideas de cuantos tipos han intentado acostarse conmigo?

—Me hubieras hablado pues. Si te ven conmigo no se te acercan ni las moscas.

—No gracias.—Respondió Gwen y dio, la sonrisa más falsa posible.

—¿Y un baile no me aceptas?

—No. Es más, vete. Shu, shu.

Adivino que no iba a irse, Christian rió estalló de risa.

—A veces eres bien cerrada.

—No lo sería si fueses sincero.

—Si siempre te hablo así.

—Mentiroso. Te conozco menos que a nadie y si quiero saber de ti, me evitas.

—Dale con eso...—Murmuró el moreno y desvío la mirada.

—¿Qué te impide decirme tus cosas personales?

—Ni que tú fueses tan abierta.

—¡Ha! Pregunta, anda. Te reto a preguntarme sobre mi.

—Orale. ¿Ya diste tu primer beso?

-—diota.—Insultó al instante.

—¿Qué pasó? ¿No qué muy sincera, colorada?

—Eso es injusto. Esa clase de temas no valen.

—Ya sabía que no ibas a contestar preguntas así.—Mencionó haciendo una mueca burlona.

...

Un áspero presentimiento, perturbó mis emociones y quise averiguar que hacía Aimi.

No lo hagas. Me advertí múltiples veces.

Ignore las miradas de los extraños, evité una chica de cabello corto color caoba, que se atravesó y balbuceo palabras ininteligibles, mejor dicho, no preste atención.

Sentí el malestar apenas mirarlos besarse, abrazados, uno diría que son amantes enamorados.

Aimi alejo el rostro escasos milímetros, susurraron juntos y sonrieron.

Observé lo suficiente, di media vuelta decaído.

Idiota. ¿Pensaste que le gustabas? Entre él y tú hay mil años de diferencia. Obvio que elegiría a ese sujeto. No me concedió ningún alivio tener esos pensamientos.

Corrí cansado, demasiado cansado. De pronto quería irme a mi cuarto, dormir y fingir que ésto; el baile, la ilusión, nuestras platicas, nunca pasaron.

El frío aire heló cada parte de mi, suspiré dolido.

—¿Quién es? Oh, Seita.—Dijo una voz suave, calmada.

De algún lugar recordé haberla oído, el tono de un lejano amigo.

—¿Yasu-kun?—Inquiri débilmente.

—Ese mismo. ¿Ya te vas?

Yasu estaba sentado en las escaleras y, pese andar desanimado, miré apenado al cielo.

—Todavía no... Creo.

Hace mucho que dejamos de hablarnos. Suena normal, si olvidas que eramos amigos de la infancia. Hemos estado juntos cada etapa escolar. Kinder, primaria, secundaria, preparatoria.

Me gustaría decir que tuvimos una pelea y cortamos la amistad, pero nos distanciamos sin ninguna razón.

—¿Hace frío no?

—Sí... ¿Cuanto llevas aquí?

—Horas. Era de día cuando me senté aquí y ya es de noche.

—¿Sigues jugando al lobo solitario?—Dije sin malas intenciones, incluso sonreí un poco.

—El ruido me molestó y mejor me salí, pero la comida es buena, por eso traje bastante. ¿Qué cuentas tú?

—Nada. Estoy igual, sentí que adentro no encaje. Todos se divertían menos yo.

Yasu arrugó el ceño y alejó mi respuesta, con un frívolo manoteo.

—No te ahogues en un vaso de agua.

—No lo entiendes.

—Puede ser.—Responde él, calmado—. Diría que tienes mala cara. ¿Paso algo malo?

—No tanto, pero me siento... Fatal.

—Tómalo con calma.

Calma... Yasu tenía experiencia sobre el asunto. Criado bajo la custodia de sus abuelos, Fukui Yasu demostraba actitudes dignas de un anciano. Logró sobreponerse a crueles vivencias, el abandono de su madre y el posterior suicidio de su padre.

Comparado con él, estoy exagerando. Pensé abochornado, sintiéndome como un tonto.

—Lamento haberte dejado de hablar, Yasu-kun. Ni se porqué lo hice.

—De nada sirve escarbar el pasado. Mejor ven y come.