El camino estaba marcado, marcado por piedras en lo ancho del camino, pero extrañamente el camino se perdió. En donde antes había piedras ahora solo había hierbas o árboles, de una gran anchura a una estrechez, no había nada reconocible en los alrededores, pero desde las sombras, a veces se veía algo.
Vera y yo estábamos muy nerviosas.
De repente dos hombre salieron y bloquearon nuestro camino.
— ¡De aquí no pasáis! —
Los dos hombre tenían vestimenta escalofriante, llevaban hueso y pintura en la cara.
De inmediato quisimos retroceder, pero cuando dimos la vuelta había otros hombres bloqueándonos, estos no hablaban, pero tenían una sonrisa horrorosa, llena de malas intenciones.
Las dos estábamos rodeadas, corría una pequeña gota de sudor de nuestra frente, una situación complicada porque ellos tenían lanzas y nosotros solo las manos.
— ¡Atrás! —
Gritó Vera, agarró mi saco y la arranchó para lanzarla a los dos tipos de antes. Inmediatamente arrojó su saco y esparció polvo para cejar su vista, después agarró mi mano y comenzamos a correr.
Lamentablemente los hombres reaccionaron rápido y comenzaron a perseguirnos, uno incluso lanzó su lanza.
Corriendo sin parar y de vez en cuando cambiando de dirección tratamos de perder a estos pishtacos, quienes gruñían o reían desde lejos, mas que hombres parecían bestias.
Al final pudimos perderlos, pero nos dimos cuenta tarde que habíamos salido del camino principal y ahora estábamos perdidas.
En tierra de locos y malvados, teníamos que sobrevivir.
Aunque no lo sabía, la ñusta Vera había jurado no ser débil ante el ataque de los pishtacos.