Nuestra marcha había llegado a su destino, Puna Quana.
Una hermosa ciudad que convivían con los animales, un lugar de riquezas y fuerte música. Lastimosamente actualmente estaba en fuego, debido al repentino ataque de los rebeldes Chankas.
— ¡Alzaos Hermanos, luchemos por nuestros hermanos punas que tienen necesidad! —
Inmediatamente grité para comandar al ejercito Inca contra este enemigo cruel, con mi hacha de batalla pude atinarle un golpe a mi enemigo, quien sangró en la cabeza y cayó muerto en el suelo. Los miembros de mi ejercito gritaron bajo la mirada de nuestro padre el Sol, y con sus armas y escudos defendimos al pueblo de Puna Quana del fiero ataque de los Chankas.
Varios de mis tropas caían heridos por impactos de rocas y cortes profundos en los tobillos y pecho. Yo, el auqui no podía permitir tal suceso y con mis poderes traté de cambiar las trayectorias de las rocas, pero fui descuidado un enemigo logró dañar mi armadura, empujándome e hiriéndome en el brazo, era el chamán enemigo y jefe de grupo de los Chankas, quien con su lanza había hecho un hueco en mi brazo.
La sangre caía por mi herida, el sudor y el aliento se me escapaba, no tenía pánico me había herido muchas veces y esta vez no era diferente. Me levanté y saqué de mi huaca unas hojas de coca para aliviar mi dolor.
Debido al ataque mi brazo no podía desempeñarse como antes, por lo que estaba en desventaja, pero eso no me desanimó, tomé mi hacha y di un potente grito para acobardar a mi enemigo, quien retrocedió un poco dando el perfecto ángulo para romper su barbilla con mi hacha y rematar al romperle el cuello con el filo de mi hacha.
La batalla no acabó ahí, pero fue el principio de la victoria, al final nuestro ejercito ganó y capturamos a quienes se rindieron.
Después de esta larga batalla, solo nos queda celebrar y vendar nuestras heridas. Pero debemos recordar que estas batallas no terminaran hasta que el líder enemigo sea vencido, nuestra misión aún no a acabado.