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Chapter 16 - Capítulo 16

—¿Mamá? ¿Aún está con vida?

—Sí, es solo que ahora está muy enferma. Existe la posibilidad de que ella muera.

—¿Cómo sé que dices la verdad?

—Julia le ha comunicado a Carlos que mamá está grave de salud.

Mi cabeza comenzó aturdirse por lo que acababa de escuchar.

—A ver Alán. Espérame tantito. ¿Me estás diciendo que Julia la que era nuestra vecina, le dijo a Carlos que mamá está enferma?

—Si. Eso mismo te acabo de decir.

—¿Y cómo sé que no me mientes?

Alguna parte de mi desconfiaba de mis hermanos. Ellos nos habían abandonado y su acto de buscar un futuro mejor fue la muestra más cobarde que yo había visto. ¡No fueron capaces de aguantar y nos dejaron a nuestra suerte! Luego estaba Carlos, mi hermano mayor que era todo un orgulloso.

—Porque yo mismo hablé con Julia. Ella y yo nos comunicamos desde hace años —ahora era Carlos quien hablaba conmigo.

¡Maldito! ¡Cómo nunca fue capaz de comunicarse conmigo que soy su hermana! ¿No tiene vergüenza?

—¿A dónde dices que van a llegar?

—A la CAPU. Llegamos en treinta minutos.

Pensé por algunos segundos. ¿Qué haría con ellos?

—Está bien. Cuando hayan llegado, me vuelves a marcar.

—De acuerdo.

Finalice la llamada. Román me miraba con mucho detenimiento, me ofreció más agua.

—¿Todo bien?

—No. ¡Nada bien! Mis hermanos vienen para Puebla.

—¿Tus hermanos?

—Sí. Los mismos que nos abandonaron a mí y a Víctor.

Antes le había contado la historia de mi infancia a Román. Su gesto no me sorprendió. Yo estaba molesta, frustrada, sorprendida y preocupada.

—¿A qué vienen?

—Dicen que mi mamá está muy enferma, así que van al pueblo de dónde somos.

—¿Recuerdas el nombre del pueblo?

Comencé a buscar entre mis recuerdos, tan solo pensar en aquel lugar me hacía sentir un poco nerviosa. ¡Debía ser fuerte!

—San Mateo. San Mateo Mimiapan.

—¿Sabes por dónde queda?

Me reí. ¿Cómo iba a saber eso?

—No. No recuerdo nada sobre la ubicación o la carretera. Aquel lugar estaba en medio de los cerros, los bosques de cazahuates y el sol.

—Entiendo. No te preocupes, lo buscaremos en el maps.

Román quería ayudar. ¿Yo quería que él nos ayudará? De repente me sentía molesta y fastidiada. ¿Mamá seguía con vida? No supe de ella después de tanto tiempo. Días antes de que papá me vendiera, ella recibió una golpiza enorme que la dejo completamente inmóvil por varios días. Ese día y con tanto esfuerzo había ido a ayudarme en la cocina a cocer frijoles para la comida porque mi padre debía comer a sus horas. ¿Podía haberla ayudado? Muchas veces intenté meterme entre las peleas y golpizas que le daba papá. Yo también termine en varias ocasiones moreteada y con el alma herida. ¿Mamá era de hierro? ¿Cómo había aguantado tantas cosas malas?

—No sé si ellos digan la verdad. No confío mucho en mis hermanos. No puedo recibirlos en casa de Ángel y mucho menos en la tuya, no puedo ayudarlos.

Suspiré. Apreté los labios y di un trago de agua. Había pasado mucho tiempo y el huracán emocional comenzaba a acercarse a toda velocidad a querer tocar tierra en mi corazón.

—Diles que tomen un taxi y que vengan aquí. Envíales la ubicación.

—¿Hablas en serio?

—Por supuesto. Después de todo llevan tú sangre.

—El hecho de que lleven la misma sangre que yo no significa que merezcan mi ayuda.

Estaba molesta con mi pasado. ¿Aún no lo superaba?

—Eso lo sé perfectamente, pero también sé que no eres igual que tus hermanos. ¡Tú eres valiente!

Sus palabras me convencieron. No espere a que Alán me llamará. Le escribí un mensaje y le envié la ubicación. También necesitaba informarle a Ángel sobre todo esto. Lo llame.

—¡Hola Karol! ¿Cómo te fue con la comida?

—¡Ángel!

—¿Está todo bien?

Quizá y mi voz sonaba a mucha preocupación. Mis estúpidos sentimientos me hacían sentir inestable.

—No. Mi mamá está enferma y mis hermanos vienen para acá, piensan ir a verla. ¡Me siento estresada!

Nos quedamos en silencio algunos segundos.

—¿Estás en casa de Román?

—Si.

—Voy para allá. ¡Tranquila! Todo estará bien.

¡Ojalá todo estuviera bien! Lástima que las cosas no siempre son como uno espera.

Sé que todo está mal en casa, siempre lo estuvo y eso es algo criminal para todos. ¿Realmente regresaremos a nuestro pasado? ¿Cómo estará Víctor? ¿Mi madre? ¿Qué hay de ese hombre que tuvo el cinismo de venderme para pagar sus vicios? De repente me dieron ganas de llorar. ¡No sé! Cómo un mar embravecido, así estaban mis emociones en ese mismo momento. 1) Mis hermanos, 2) mamá, 3) mis dos enamorados y 4) mi infancia. ¿Entiendes ahora él por qué me siento así? Mis ojos percibían el impulso de llorar pero por alguna razón, yo misma no me permití llorar. Vivir atada a un lugar cruel y vacío me obligó a no mostrar lo más frágil de mi persona. Yo creo que por eso a veces digo las cosas de forma directa y al grano, la dureza de una persona es como ese escudo que protege lo más débil de su alma. ¡Mi parte frágil no podía ser revelada ahora!

Mis hermanos no tardaron en llegar, realmente ya venían cerca. Román les abrió la puerta y ellos lo miraban con desconfianza.

—¿Karol está aquí? —Preguntó Alán.

Él siempre fue un poco más humilde. Carlos no, era muy arrogante.

—¿Por qué la buscan?

—Somos sus hermanos. Ella nos dijo que viniéramos para acá.

Después del breve interrogatorio el bravucón los dejo entrar. Cuando me vieron los dos estaban muy sorprendidos. Cada quien cargaba una mochila de estambre, su ropa estaba desgastada y su piel era del mismo color que mi piel, solo que ellos estaban más tostados. ¡Condimentados con canela es lo que éramos!

—¡Karol! —Dijo Carlos—. Te ves diferente.

Ese día en Huatulco, Carlos no se dignó a mirarme. Ni siquiera quiso saludarme. Alán fue el único que habló conmigo. No terminamos bien ese día, yo quise ayudarlos pero ellos no se dejaron ayudar. ¡Una razón más por la cual yo estaba molesta con ellos!

—¿Qué puedo decir de ti? Tú no has cambiado —dije haciendo referencia a su mal carácter.

Se quedó callado. Nos sentamos en la sala. Román nos escuchaba desde la cocina. Estaba lavando los platos. Ambos chicos permanecieron callados y solo me miraban, cómo si yo fuese a arreglar los problemas.

—¿Y bien?

—Pensamos ir al pueblo.

—¿Cuándo? Ahora mismo no se puede. Es muy tarde.

—¿Mañana?

Los dos sonaban inseguros.

—¿Quieren que los lleve a la terminal?

Alán bajo la mirada.

—Queríamos ver si nos puedes acompañar.

Mi posición era dura, pero ellos se lo habían buscado.

—¿Ahora necesitan de mí? Ya veo. Ese día, cuando ustedes se largaron, ¿siquiera necesitaron de mí? ¡No saben lo que están diciendo! Es mejor que sean sinceros. ¡Algo quieren! Por eso vinieron hasta acá.

Ninguno hablo al instante. Cómo si los ratones les hubiesen comido la lengua.

—¡Necesitamos dinero! —Dijo Carlos.

Él tenía entre veintidós o veintitrés años.

—Está bien. ¡No tengo dinero! Esa es la verdad.

El timbre sonó, Román se acercó a la puerta y abrió. Ángel apareció allí y me sorprendí un poco.

—Pero se ve que tu casa es muy lujosa.

—¿Mi casa? Mijo, no tejes llevar por las apariencias. ¿Cuándo te dije que está era mi casa? Soy una invitada aquí, así como ustedes dos. ¡Dejen de andar creyendo cuentos!

Ángel se sentó en el comedor. Mi dureza aterro a mis hermanos.

—Bueno, ¿vendrás al pueblo con nosotros? —Pregunto Carlos.

Me quede en silencio por algunos momentos. No les daría una respuesta rápida.

—¿Mamá está enferma? Díganme la verdad, ¡por favor!

Asintieron los dos. De pronto me sentía vulnerable y culpable. ¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo? Me levanté del sillón y caminé hacia Ángel.

—¿Podemos irnos? —Le pregunté al oído.

Asintió y no tardó en salir. Fui hasta Román, estaba secando los platos.

—Tengo que irme.

—De acuerdo.

—Mañana se irán de aquí.

—¿Irás con ellos?

—¡No lo sé aún! Prometo escribirte mañana temprano.

—Si decides ir, yo te acompaño.

—¡Esta bien! Te lo agradezco.

Le di un abrazo rápido. Mis hermanos seguían en la sala, me miraban con atención.

—¡Nos vemos mañana!

—¿Si irás con nosotros? —Preguntó Carlos.

—Mañana lo sabrán —le respondió el bravucón.

Salí de la casa de Román con los pensamientos revueltos. Ángel me esperaba en el auto. Encendió el motor, subí como su copiloto y no dije ninguna palabra en todo el viaje.

Resulta que tienes a tu familia pero es un completo desastre. Tu inocencia es enorme, así que tratas de imaginar que todo mejorará en el futuro, que tus padres dejarán de pelear y que ya no habrá más problemas, ni dolores. ¡Te equivocas! Terminas lejos de tu familia y vives varios años a la merced de las decisiones que otros toman por ti. Pierdes la esperanza en volver a ver a tu familia e incluso piensas que tus padres murieron. Seis años después encuentras a tus hermanos y ellos te piden que vuelvas al lugar en donde fuiste criada porque resulta que tu madre aún sigue con vida y probablemente esta en su lecho de muerte. ¿Cómo te sentirías? ¿Serias tan fuerte como para aguantar algo tan duro como lo es pensar en volver al pasado? Es curioso que la vida nos traiga ironías.

Por la tarde de hoy no me sentía inestable, de hecho no imaginaba que algo así fuese a pasarme. ¡Pum! Todo pasó y ahora soy un huracán. Al llegar a casa lo único en lo que pude pensar era en querer dormir. Ya era de noche y realmente necesitaba descansar. Estuve a punto de entrar en mi habitación cuando él me habló.

—¿Qué pasará mañana? ¿Irás con ellos?

Apreté los labios.

—¡No lo sé aún! Yo, en verdad no sé qué debería hacer.

Su mirada estaba llena de compasión. Recordé la primera vez lo vi. Yo le pedí ayuda, lo necesitaba y nunca dudo en darme la mano.

—Lo que sea que decidas, aquí estoy. ¡Te apoyo! Es más, yo mismo te llevo. Intentare protegerte.

¿Ahora mis dos pretendientes? ¿En serio? Me querían ayudar y no me gustaba pensar en que tenía que despreciar a alguien.

—Te lo agradezco, pero si me siento muy cansada, tengo sueño.

Le di la espalda y comencé a avanzar.

—¡Karol! —Exclamó.

Me detuve. Bostece. Estaba agotada emocionalmente. Planeaba mirarle de nuevo, girarme lentamente, pero no lo logré. Sus brazos me rodearon. Mi espalda absorbió el calor de su pecho, la respiración de él acaricio mi nuca y por alguna razón, decidí quedarme en sus brazos así como tanto tiempo nos permitiese florecer en tranquilidad. ¡Me quedé dormida!

***

Ángel estaba terminando de desayunar, yo había estado pensando en el viaje, desde que me levanté me puse a analizar los pros y los contras.

—Decidí que si voy a ir —dije con mucha seguridad.

Sus labios se posaron sobre una taza de café. Dio un sorbo.

—Está bien. ¿Ya tienes listas tus cosas?

—Mmmmm. No realmente.

—Haré una llamada para arreglar el viaje. Luisa ¿Puedes poner mi equipaje? ¡Por favor!

Luisa asintió y desapareció de la cocina.

—Román quiere ir también.

Sus ojitos mañaneros eran bonitos.

—Está bien. Será el copiloto. ¿Cómo se llama el lugar al que vamos?

—San Mateo Mimiapan.

—Vale, buscaré la ruta para llegar. Si quieres termina de poner tu equipaje.

Elegí llevarme una pequeña mochila, se suponía que solo iríamos un par de días. Todo dependía de la situación. Preparé algunas mudas de ropa interior, algunas playeras y pantalones por si acaso. Estábamos en julio y seguramente hacía mucho calor en esa zona. Me costó un poco de trabajo pero al final logré calmar mis pensamientos. ¡Decidí que debía pensar las cosas en vez de dejarme llevar por las emociones!

—¡Estoy lista!

Él acababa de salir de su habitación. Vestía un vaquero negro y una playera gris.

—La camioneta está estacionada frente a la casa.

Cuándo vi aquel vehículo, no pude evitar recordar a la Karol que pidió ayuda esa noche. En esa camioneta fue que conocí a Ángel. Una Suburban color gris, brillante como el gris de la luna.

—¿Estás nerviosa?

—No realmente. Me siento bien. Ayer estaba hecha un mar de emociones, pero ahora creo que todo irá bien. ¡Quiero pensar de forma optimista!

—Qué bueno. Yo también creo que todo irá bien. ¿Le avisaste a Román que ya vamos para recogerlos?

—Le escribí y dice que están listos.

Viajamos a través del periférico, al momento de conducir Ángel siempre tenía la costumbre de poner música.

—¿Confías en tus hermanos?

—La verdad no. Pero parece que ahora ellos quieren confiar en mí. Me contactaron más que nada porqué no tienen dinero y bueno también porqué quieren ver a mamá.

—Y ¿quieres ver a tu madre?

—Si. Me gustaría verla. Aunque debo confesarte algo —mire por la ventanilla—. Han pasado varios años y siempre pensé que ella estaba muerta porque nunca vino a buscarme. Papá la trataba muy mal y ¿cómo pudo aguantar tanto? De pronto siento que mis hermanos están mintiendo y luego pienso que todo está pasando. Aunque también me siento un poco dura de alguna forma para con mis hermanos. ¡Siento un poco de miedo!

—¿Miedo? ¿No quieres regresar a tu pasado?

—¡Exacto! Me causa dolor pensar que regresaré al lugar donde me vendieron como esclava. Pensar en papá me aterra un poco.

—¿Él aún vive?

—Supongo que sí.

—Ahora trato de entenderte. ¡Tranquila! Yo puedo ser tu sostén emocional cuando estemos en ese lugar.

—Gracias por intentarlo. Esto es algo que no esperaba que pasará y ni modos. Voy a recapitular el pasado. ¡Así es la vida! ¿No?

Asintió.

***

Román iba sentado como copiloto. Carlos, Alán y yo estábamos en los asientos traseros, pedí viajar junto a la ventanilla. Mi hermano mayor se durmió en casi todo el viaje.

—¡Lo siento! —Dijo Alán.

Me gire a mirarle.

—¿Por qué lo sientes?

—Por abandonarte a ti y a Víctor.

¡Mi querido Víctor! ¿Cómo estará? ¿Habrá crecido mucho? ¿Se acordará de mí? La escena de mi pequeño corriendo detrás de la camioneta es algo que no puedo olvidar, todo lo recuerdo perfectamente. ¡Seguro que si sufrió mucho!

—Ya paso mucho tiempo de eso, ¿aún te acuerdas?

El semblante de mi hermano reflejaba tristeza y arrepentimiento.

—Si.

—Pues ya no te acuerdes más, trata de olvidar aquella parte de tu vida. ¡Estoy bien y tú también! ¡Eso es lo que importa!

—Supongo que sí.

—Entonces pasa a la siguiente página.

—¿Crees que Víctor este bien?

—¿Julia no le cuenta a Carlos sobre Víctor?

—No. Solo sé que ellos dos...

—¿Se quieren?

—Si. Pero lo mantienen en secreto. Ya sabes, la distancia y nuestras familias.

¡Así que eso era! Carlos tenía un corazón que darle a Julia. ¿Se volverían a ver después de mucho tiempo? ¡Lo más seguro es que sí!

—¿Y papá? ¿Han sabido algo de él?

Alán pensó un poco. Parecía recordar y era verdad que también le dolía el pasado.

—Sí. Julia nos dijo que papá aún está hundido en el alcohol. Papá sigue haciendo y deshaciendo, la semana pasada mamá enfermo de gripe. Fue al doctor pero en el camino se encontró con papá. Él casi la mata, la llevo a rastras hasta la casa y por eso es que está muy grave. La castigo dejándola afuera toda la noche lluviosa de aquel día. Hace una semana que ya no están juntos. La familia de Julia le dio hospedaje y han cuidado de mamá en estos días.

—¡Ese hombre! —Me sentí enojada.

—Es malo. Muy malo. Él siempre está en mis pesadillas Karol y hay noches en las que ni siquiera puedo dormir.

Niños criados a base de golpes, abusos y gritos. Eso es lo que somos, heridas que aún no florecen.

—¿Y de dónde saca dinero para comprar bebida?

—Roba o vende los chivos de Víctor supongo.

—¿Los chivos?

—Si. Mamá tiene un rebaño de chivos. Creo que Víctor los cuida, escuché que se ha vuelto un pastor hábil.

¿Por qué mi madre aún seguía con él? ¿Por qué aguantarlo tantos años? Seguramente papá la tenía amenazada o es que ella sentía que lo perdería todo si dejaba aquel hombre que era su marido.

—Así es que ha aguantado tanto. ¡Pobre de mí madre!

Alán hizo algo que me sorprendió mucho. Después de tanto tiempo recostaba su cabeza en mi hombro.

—Nuestra madre es de hierro. ¡Tú te pareces a ella!

¿Qué acababa de decirme? De pronto recordé que los pasajeros de adelante iban escuchando nuestra conversación. ¡Me sentí frágil! Necesitaba aguantar, no podía permitirme llorar justo ahora que Ángel me miraba por el retrovisor. ¿Qué pensaría de mí después de haber escuchado un poco más de mi pasado?

—Julia nos contó lo que papá te hizo. ¡Lo lamento mucho! ¿Por qué no nos dijiste ese día en Huatulco? Es cierto, es nuestra culpa el que ahora desconfíes de nosotros, pero...

—¡Ya paso! Es pasado y hay que dejarlo allí.

—¿Y no te da miedo volver a donde vivíamos, ese lugar también está en tu pasado? Me refiero a papá.

—Por supuesto que me da un poco de temor, pero pienso aguantarlo.

—También eres de hierro.

***

Después de dos horas de viaje, al fin pudimos llegar al pueblo. Hacía mucho calor y la gente se nos quedaba mirando con mucha curiosidad y atención. ¡Miraban la camioneta! Había algunas casas de adobe, es decir, lodo seco. Otras eran de paja y muy pocas eran bloques y concreto. Atravesamos la calle principal, llegamos al centro del pueblo y mis recuerdos comenzaron a aparecer rápidamente. Dicen que en pueblo chico el infierno es grande, la gente comenzó a esparcir el rumor de que algunos extranjeros habían llegado a visitarlos. ¿Extranjeros? Así es, resultaba que mi sangre pertenecía aquí desde antes de mi nacimiento. ¿De verdad éramos extranjeros? Doblamos en dirección a la barranca, vi el riachuelo y supe que estábamos llegando. Carlos había despertado y al igual que yo miraba con mucha atención. La casa de Julia estaba justo a un lado de la barranca.

¿Así sentía volver al pasado?

Bajamos del vehículo y tocamos la puerta. Segundos después, abrieron. Una mujer de entre cincuenta y sesenta años abrió. Era la mamá de Julia.

—¿Si? Buenas tardes.

—Buenas tardes. Somos los hijos de Marian.

Ella se sorprendió. Parecía conmovida, nos reconoció al instante.

—Pasen. Pasen. Ella está aquí.

Entramos rápidamente, la mujer nos condujo a una habitación. Olía a pomada de eucalipto con hierbas. Julia estaba cambiando sus pañuelos. ¡Allí estaban ellas! Cuándo vi a mamá no pude evitar sentirme rota. Había envejecido bastante, su cuerpo estaba tan delgado y tenía los ojos cerrados. Parecía que estaba descansando.

—Aquí están los hijos de Marian.

Julia nos miró. Se emocionó al ver a Carlos. Se abrazaron rápidamente. Yo me acerque a mamá, no tenía tiempo ni ganas de ver un poco de romanticismo.

—¿Cómo está ella?

—El doctor vino y la reviso ayer. Está tomando su medicamento y la temperatura ha comenzado a disminuir. Le pusieron antibiótico fuerte. Creo que ella va a mejorar, no tiene mucho que se durmio. ¡Qué bueno que están aquí!

Tomé su mano. Era suave, un poco arrugada y muy cálida. ¡Mamá, estoy contigo! ¿Aún tenía miedo en mi corazón?

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—Una semana. Ahora está mucho mejor.

¿Mejor? Se veía terrible, como un cadáver.

—¿Cómo fue que...?

—Tu papá le hizo esto. No la dejo entrar a su casa y ese día llovió bastante. Su gripa empeoró, le dio tos y mucha fiebre. Tuvieron que ponerle medicamento muy fuerte, su garganta se infectó demasiado, faringitis muy aguda.

¿Cómo podía ayudarla ahora? Parecía que todo ya estaba mejor. ¿Me recordaría al verme? ¿Se acordaría de su hija?

—¡Gracias por cuidar de ella!

Me sentía en deuda con Julia y su familia.

—No es nada. ¡Lamento mucho todo lo que han pasado! En verdad lo siento.

Ella se acordaba de mí. ¡Mi vieja amiga! Conocía a la perfección mi historia y ahora no éramos más que dos flores que se habían alejado tanto de su fuente de vida.

—¿Víctor?

—Él está bien. Fue a cuidar a los chivos.

—¿Estará cerca de mi casa?

—Si. Regularmente suele pastorear cerca de los campos de don Chuy.

Mi querido hermano estaba bien. ¡Necesitaba verlo!

—¡Voy a buscarlo!

Ángel me estaba mirando. Román también. Ambos estaban recargados en el marco de la puerta.

—¡Vamos contigo! —Dijo Carlos.

—¡No! Ustedes dos se quedarán aquí.

—Pero...

—Necesito explicarle a Víctor que ustedes están aquí. ¡Sé que él les guarda un poco de rencor!

No dijeron más. ¿Qué más podían decir?

—¿Cómo crees que estén las cosas? —Preguntó Alán.

Hizo referencia a nuestra vieja casa.

—Ha pasado mucho tiempo, no sabría decirte. Apenas lo voy a averiguar.

Me aproxime a la puerta.

—¿Quieres que vaya contigo? —Preguntó Ángel.

—Estaría bien, pero preferiría ir sola. No te preocupes, estaré bien.

Salí de la casa a toda velocidad, crucé el puente de la barranca y comencé a correr. Me había puesto un pantalón de mezclilla y una blusa roja. Tenis cómodos y el cabello suelto. Subí el cerro con un poco de cansancio y sudor, las nubes del cielo no eran capaces de cubrir al sol. Encontré la vereda que llevaba a nuestra casa y a lo lejos la vi. Una casa vieja, las paredes se estaban deshaciendo y la pintura era un asco. ¡Mi hogar! Había muchas botellas de vidrio regadas en el patio, seguro que papá estaba allí. Los vidrios de las ventanas estaban todos rotos, se suponía que esa casa era la herencia de mi madre y con el tiempo, papá acabo con ella.

¿Esto era el pasado? ¡Para nada! Esto era el presente, simples rasgos quedaban como muestra de cuán difícil había sido y era la vida aquí.

Continúe por la vereda, estaba acercándome a los campos de don Chuy, cuando vi su sombrero en medio del pastizal a pleno rayo de sol, me emocione por completo. ¡Ahí estaba él! Ni siquiera tuve que pensar en correr cuando mis pies ya estaban aproximándose hasta el menor.

—¡Víctor! —Exclamé a todo pulmón.

El muchachito se giró a mirarme. No me reconoció al instante.

—¡Víctor! —Le volví a gritar.

—¡¿Karol?!

Corrí más cerca de él. Abrimos nuestros brazos y nos volvimos a cobijar después de mucho tiempo. Él no pudo evitar las lágrimas. Yo me aguanté. ¿Cuánto más podía aguantar?

—¡Te extrañe tanto! ¿Cómo has estado pequeño?

—Yo te extrañe más. He estado bien, más o menos. La verdad no muy bien. ¿Tú cómo estás? Pensé que ya nunca te volvería a ver.

Nos sentamos en el pastizal viendo a los chivos pastar.

—Ahora estoy bien porqué te estoy viendo. Estamos juntos otra vez. Te vuelvo a ver después de tanto y estas bien grandote.

—Sí. Crecí un poco. Tú ya eres una adulta —se sorprendió de repente, parecía que acababa de recordar algo—. Mamá está...

. —Lo sé. La he visto.

—¿Cómo supiste?

Víctor había crecido mucho. Ahora tenía catorce años y se veía muy bien como pastor.

—Carlos y Alán me dijeron que mamá está enferma. Ellos...

Se sorprendió. Arrugo sus cejas.

—¿Nuestros hermanos?

—Si. Ellos mismos.

—¿Están aquí?

—Están con mamá.

Note que apretaba sus puños.

—¡Canijos! Mamá sufrió mucho por ellos dos. ¿Y ahora regresan cuando está a punto de morir? ¡No tienen vergüenza! ¿Por qué están aquí? ¡Desgraciados!

Mi hermano menor tenía el corazón roto. ¿Cómo podría curárselo?

—Sé que les guardas rencor. Yo también estaba molesta con ellos, pero te diré algo. Ha pasado mucho tiempo y es mejor intentar olvidar lo que pasó. ¿Qué caso tiene amargarse más la vida por algo que ya fue?

—Pero sufrimos mucho. ¡Por su culpa!

Era cierto. Papá nos golpeaba más para sacar su enojo. ¡Sus hijos se le habían escapado y eso lo convertía en un hombre sin honor! ¿Dónde quedaba su orgullo si el pueblo entero sabía que él había fracasado como padre? Claro, el honor ya lo había perdido desde hace mucho tiempo con el alcohol, pero mi padre era tan bruto como para darse cuenta de su tontedad.

—La culpa es de papá. Nunca supo que es tener una familia y por ello seguimos sufriendo, porque resulta que es un hombre egoísta, lleno de mucha crueldad. Ellos escaparon porque intentaron buscar la forma de ser felices, nosotros tuvimos que aprender a aguantar y mamá, mamá es fuerte como el hierro. ¡No es nuestra culpa el haber tenido una vida así!

Se me quedó mirando unos segundos. Me escuchó con atención.

—¿Tú los perdonaste?

—Si. Por eso estoy aquí, ellos vinieron conmigo.

—¿Están con mamá?

Asentí.

—Entonces quiero verlos. ¿Me ayudas a llevar los chivos al corral?

Una vez que terminamos de encerrar al ganado, los dos comenzamos a bajar el cerro.

Mi sorpresa fue cuando vi a mi padre de pie frente a nosotros. Una camisa sucia, un pantalón negro y unos huaraches de llanta eran el vestuario perfecto para el hombre que me hizo sufrir tanto.

—¿A dónde vas Víctor?

Su voz tenía un toque a ebriedad.

—Voy a ver a mamá.

—¡Tu mamá está muerta! Nadie me deja verla. ¡Desgraciada vieja!

Ahora que había crecido, mi estatura era un poco más que la de mi papá. ¡Esa gran diferencia! Ya no me intimidaba.

—Ella no está muerta. Está recuperándose.

Parecía que él no me reconocía.

—¿Y quién es está mujercita? ¿Es tú...?

—¡Soy Karol! —Dije con seriedad.

Sus ojos se abrieron como platos. Los platos se cayeron al suelo y se quebraron. ¡Estaba tan impactado!

—¿Karol? ¿Mi hija?

—Ella misma.

Se quedó en silencio, mirándome y examinando mi alma. Quiso acercarse a mí.

—¡Nos tenemos que ir! —Le dije.

Avanzamos. Le dimos la espalda y no nos importaba en lo más mínimo que nos estuviera gritando groserías. ¡Cuando yo le grite por compasión él no quiso escucharme! ¿Qué caso tenia darle de mi tiempo?

***

—¿Qué pasará ahora?

Mamá había despertado. Le costó reconocerme, pero al final se alegró al verme. Ángel y yo platicábamos afuera de la casa.

—¡Aún no lo sé! Mamá está mejor y eso es lo que importa.

¡Qué curioso! Se enferma una semana entera hasta el punto de casi morir y de pronto, ya está aliviada. ¡La Ceftriaxona funciona de maravilla!

—¿Te quieres quedar unos días?

—¿Quedarme aquí?

—Sí.

Recargué mi cabeza en la pared. Nos habíamos sentado en la banqueta de la casa de Julia. Me quedé mirando al suelo por algunos segundos pensando en la sugerencia de Ángel, él no sabía que yo había visto a mi padre.

—No me gustaría quedarme aquí. Siento que ya no pertenezco a este lugar.

—¿No te da gusto estar con tu familia?

Quise mostrarle con mi mirada la sinceridad de mis emociones. La palabra familia tenía un significado muy profundo en mi interior y las cosas que habían sucedido estaban muy lejos de la definición de una familia. ¡Ni mi recuerdo más valioso de la familia de conejitos podía hacerme cambiar de opinión!

—Para mí la única familia que conozco es Román y Víctor. Es más, tú, tus padres y Claudia también me hacen sentir en familia. Quizá yo suene muy dura, pero es lo que siento. Mis padres, mis hermanos mayores, la verdad es que no tengo esos sentimientos profundos de cariño. Pase tantos años fuera de casa, que ahora me siento como una extraña en este sitio.

La acción de Ángel me hizo sentir bien. Me tomó de la mano, sentí su calor penetrar en mi alma.

—¡Lo siento!

—¿Tú me recomendarías que me quedara aquí?

Se puso pensativo algunos segundos.

—Yo te recomendaría que decidieras lo que a ti te haga sentir bien. Solo recuerda que las decisiones nos hacen crecer o simplemente nos marchitan.

Quise entrelazar mi mano con la suya. Eso hice. Se sentía muy bien, cómo electricidad compartida y emociones parecidas. ¡Sus palabras tenían mucho sentido!

—Tienes razón. Pensare en que es lo mejor.

La mamá de Julia nos ofreció un poco de barbacoa para la cena. La mesa del comedor estaba llena, era la primera vez que veía sonreír a mi madre. ¿Cómo se sentía al vernos aquí junto a ella? ¿Más que la felicidad, que sentimiento tendría? ¿Debería quedarme? ¡Ni siquiera había planeado quedarme! Ángel me metió esa espina. Existía la posibilidad de poder arreglar las cosas.

—¡Has crecido mucho! Toda una mujer —dijo mamá.

Me avergoncé un poco. No estaba acostumbrada a escuchar comentarios así de mí.

—El tiempo pasó rápido, ya sabes, uno crece. No se puede detener.

Sentí que mi comentario no tenía relevancia.

—¿Cómo encontraste a tus hermanos?

—Nos encontramos en un lugar que se llama Huatulco. Ella nos encontró primero —dijo Alán.

—¿Dónde queda Huatulco? —Preguntó Víctor.

Sonreí.

—Está cerca del mar. ¡Algún día te llevaré a conocerlo!

Mi pequeño se emocionó.

—¿Sabes nadar?

—No realmente.

—Ella nada muy bien —dijo Ángel—. Aprendió rápido.

—¿Tú le enseñaste? —Víctor tenía mucho interés en saber.

—Sí.

Román me lanzó una mirada sería. ¿Le molestaba escuchar aquella verdad?

—¿Me enseñarías a nadar?

—¡Por supuesto!

Seguido a esto, pasó algo inesperado.

Comenzaron a tocar la puerta con mucha insistencia. Julia fue a abrir. La voz de papá nos exaltó a todos.

—¡¿Dónde está mi mujer?!