Fuimos a conocer el departamento. Quedaba a quince minutos de la casa de Ángel. Era un edificio no muy grande, pero tenía buena fachada. Resultaba que también era un loft, solo que menos rústico y con un acabado más vintage.
—¿Te gusta? —Me pregunto él.
Las paredes estaban pintadas de color blanco, la cocina era amplia y me llamo mucho la atención que la cama estaba puesta en alto, como si estuviera flotando sobre una escalera de madera.
—Si. Es bonito.
El casero nos mostró todo y si me convenció. Lo mejor era que mis ahorros alcanzaban para pagar el alquiler.
—¿Entonces?
—¡Me mudare aquí!
Me entregaron las llaves del departamento. Regresé para empacar mis cosas. Le escribí a Román que me estaba mudando y se sorprendió muchísimo.
—¿De verdad te quieres ir?
Ángel se había sentado en mi cama, junto a mi maleta.
—Pues sí, estoy emocionada porque voy a vivir sola por primera vez.
—¿No te quieres quedar?
Me reí.
—¡Tranquilo! Estaré bien.
Cerré mi maleta y me senté en la cama. Sentí la vibración de mi celular.
Era una llamada de Alán. ¡Después de tanto tiempo! ¿Qué habría pasado esta vez? Dude en contestar, pero al final decidí hablar con mi hermano. Habían pasado los meses.
—¡¿Hola?!
—Karol. ¿Estás en tu casa?
—¿Tú dónde estás? ¿Vienes a visitarme?
—No yo no te voy a visitar, yo estoy en el pueblo.
—¡Ah! Está bien.
—Pero, es Víctor.
Hizo una pausa.
—¿Víctor? ¿Le pasó algo a Víctor?
—No. Él está bien. Solo qué, escapó de aquí.
—¡Escapó! ¿Cómo que escapó?
—Si. Bueno. Yo lo ayude a escapar.
De pronto no entendía nada.
—¿Lo ayudaste a escapar? Alán, ¿te sientes bien?
—Si Karol, estoy bien. Víctor va en camino a visitarte.
Me impacte muchísimo.
—¿Cómo que viene a visitarme?
—Veras. Desde que te fuiste las cosas se pusieron peores.
—Bueno. Las cosas de por sí ya eran peores. ¿Cuál es tu punto?
—Desde que te fuiste, el niño te ha estado extrañando. Le dio depresión y el trato de papá no ayuda. Además, la semana pasada el Carlos se juntó con la Julia y ya sabrás todo el alboroto que se armó. Papá todo borracho, mamá muy dejada y el pobre Víctor bien triste. Así que se me ocurrió que fuera a visitarte para animarlo un poco. Obviamente no le dijimos a nadie. Yo mismo lo lleve hasta el municipio y lo subí en un taxi. Tuvimos que vender un chivo para poder pagar el pasaje. Y bueno, esa es la historia del porqué Víctor está a punto de llegar a tu casa.
—¿Lo subiste al taxi?
—Sí. Se lo encargué muy bien al chófer. Además es un familiar lejano.
¡Ay mis hermanos!
—¿Y qué ubicación le diste?
—Pues le di la ubicación que me enviaste ése día. La casa de tu amigo. Si es tu amigo ¿no? ¿O es tu novio?
—¡Chamaco chismoso! Eso no te importa.
—Bueno, perdón.
Nos quedamos en silencio. Alán suspiro y yo también. De pronto sentí un poco de cercanía hacía él.
—Entonces Karol, por favor cuida muy bien de Víctor. Yo pienso quedarme un tiempo acá y después quiero ir a la ciudad.
—¿Quieres venir conmigo?
—Mmmmm. ¡No lo sé! ¿Tú me aceptarías?
—¡Eso lo puedes averiguar!
—Está bien. ¡Mmmmm! Me tengo que ir.
—¡Cuídate mucho!
—¡Tú también!
Justo cuando iba a separar el celular de mi oído, él volvió a hablar.
—Karol perdóname, me equivoque. ¡Tú no eres como mamá! No eres de hierro. Eres de carne y hueso. Valiente y muy bonita. ¡Mis papás no te merecen!
Aquello último me conmovió. Era verdad, yo no me sentía de hierro.
Terminamos la llamada. Le conté a Ángel lo que iba a ocurrir. De pronto me sentí muy agradecida porque iba a mudarme. Víctor no sería una molestia para Ángel, aunque Ángel aún seguía insistiendo en que no debía mudarme.
— ¡Te voy a extrañar mucho!
—Pero nos vamos a seguir viendo.
—Pero no quiero que te vayas.
Parecía muy infantil.
***
El timbre sonó, yo estaba terminando de tender mi cama. Ángel fue a abrir. Empecé a bajar por la escalera de madera. Escuché la voz de Román. Caminé hasta el comedor y me alegré mucho de verlo aquí. Corrí a abrazarlo, mi hermanito me cobijo con sus brazos.
—¡Me da mucho gusto verte otra vez!
—A mí también me da gusto verte. Te extrañé mucho. Desde que te fuiste ese día no me daban ganas de hacer nada. Mira, te traje algunas cosas.
El chillido de la cabra me sorprendió.
—¡Me trajiste un chivito!
—Es una chivita.
—Ah. Perdón. La chivita.
¿Cómo iba a tener una animalito así en mi casa? Seguro que el casero se iba a molestar, aunque pensándolo bien, muchos de los vecinos tienen perros como mascotas. Así que la cabrita sería nuestra mascota. ¡Sonaba lógico!
—¿Tienes hambre?
—Sí. Solo desayuné.
Eran las seis de la tarde cuando él llegó conmigo. Le escribí a Alán que Víctor ya estaba con bien.
Román compro pizza para la cena y se sentía muy agradable la sensación de estar en paz por algunos instantes. Tenía a mi bravucón, mi hermano y a mi Ángel. Cenamos juntos y reímos por las anécdotas de Víctor. Mi hermano era muy inocente y a pesar de que nuestro pasado era cruel, me daba mucho gusto saber que no había maldad en ese niño, porqué aunque ya había entrado a la adolescencia, para mí seguía siendo aquel niño indefenso que corrió detrás de la camioneta en la que su hermana había sido capturada.
***
Los días se fueron rápido y pasaron algunas semanas. Me acostumbré a mi nueva rutina. Algunas veces íbamos al departamento de Román o a la casa de Ángel, Víctor quería llevar a todos lados a su mascota. La cabrita recibió el nombre de Lety y ella solía dormir con mi hermano. Aparte de escribir, comencé a profundizar en el ámbito del internet. Me hice un blog y publicaba algunos escritos de vez en cuando. Con respecto a mí libro, Ángel había logrado hacerme un contrato con una casa editorial que se encargaría de publicar mi manuscrito. ¡Eso era algo muy bueno para mí! Ahora, la publicación de mi historia estaba muy próxima a volverse de papel.
Alán y yo solíamos hablar una vez a la semana.
—¿Cómo van las cosas?
—¡Muy bien! Ahora mismo vinimos a un parque, Víctor anda cuidado de su cabra y se ve feliz.
—Aun no puedo creer como fue que escondió a la chiva en su mochila. ¡Se pasó de listo!
—Pues yo tampoco sé cómo le hizo, pero se trajo al animal.
Víctor le había comprado una correa a Lety la cabra.
—Karol —dijo él.
Yo sabía que cuando el pronunciaba mi nombre a mitad de una llamada, era porque quería pedirme algo.
—¿Qué pasó ahora?
—Es sobre Carlos. La Julia está embarazada y tiene seis meses creo que ya va a cumplir siete.
—¡Pero si no tiene mucho tiempo que se juntaron!
En el pueblo se le decía "juntar" cuando dos jóvenes decidían vivir en unión libre.
—Ya lo sé, pero creo que la embarazo cuando recién llegamos al pueblo.
¡No podía suceder esto!
—Bueno y ¿entonces?
—Su embarazo es de alto riesgo. Y aquí no hay el equipo necesario para que ella pueda dar a luz. Se supone que tiene revisión dentro de veinte días pero el doctor de aquí la canalizo a un hospital de la ciudad.
Comenzaba a imaginar lo que él me iba a pedir.
—¿Crees que puedas recibirnos en tu casa?
¡Lo sabía!
—¿Y por qué me estás pidiendo esto? ¿Dónde está Carlos? Él tiene voz y boca para pedirme las cosas.
—Si ya sé pero, tú sabes que él...
—¡Su orgullo no importa! Eso es lo único que heredó de papá, su maldito orgullo.
—Bueno, no lo hagas por él. Hazlo por Julia. ¡Ella era tu amiga!
Si, era mi amiga pero hace muchos años atrás. Ella fue la chica que me enseñó a leer, la que me daba dulces y la que a veces solía venir a jugar a mi casa.
—¿Quiénes vendrían?
—Solo iríamos el Carlos, Julia y yo.
—¿Y cuándo llegarían?
—Dentro de veinte días.
Seguro que podía intentar ayudarlos. ¡Por Julia y su bebé! Las cicatrices ya casi se habían cerrado.