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Chapter 53 - El perdón de la Condesa.

Hasta que, al filo del amanecer, un desgarrador grito, mucho más fuerte que el de todos, se escuchó, haciendo estremecer a los fortificados, al matriarcado, a las legionarias y a todos los que lo escucharon, más allá de las campiñas del puerto de Veracruz.

-¡DOOONDE ESTÀAA? DIGANLE QUE ME PERDONEEE!

- ¡Apaguen la música! –le dice Érika a los disc-jockey.

- ¿Dónde está el pequeño conde de  Malibrán?

Pregunta Belinda, pero ya nadie pudo contestarle, porque la Condesa apareció de repente enfrente del escenario y en medio del jardín; Pamela y Belinda dirigieron todos los reflectores que pudieron hacia ella, que esta vez vestía de azul celeste con ligeros telares y holanes bordados en plata, que la hacían verse mucho más delgada y joven, con un elegante sombrero de flores de ala caída que no dejaba ver su rostro, de repente, levantó la vista hacia el escenario, para mirar hacia Tenpecutli.

- ¿Tú me hiciste esto y todavía te burlas? –le dice a la Llorona. - ¿Acaso quieres que me lleve a todo el mundo?

Tenpecutli levitando bajó del escenario, aunque solo la separaban un par de metros de la Condesa.

-Te equivocas Beatriz, yo tan solo quise darte una oportunidad para que todos tus pecados fueran perdonados por tu divino deseo de ser madre, por eso le di esa apariencia horripilante a tu hijo, para ver si lo amarías igual para conseguir tu redención, así que al despreciarlo tu solita forjaste tu maldición, no te llamé para burlarme, te llamé para que fueras perdonada, ya no tendrás que andar penando por tu hijo como yo peno por los míos; ¡Porque ahí tienes a tu hijo!

Soledad se acercaba caminando con un envoltorio en brazos, era una cobija donde traía lo mejor acomodado que pudieron, el esqueleto desarticulado que habían encontrado en la tumba de los rosales; Beatriz volteó a mirarla incrédula y desconfiada, pero al ver como la mulata se acercaba ofreciéndole aquel bebé que traía en brazos, se quitó el sombrero para liberar su larga y elegante cabellera, terminó por tirarlo para poder quitarse los guantes y así recibir en piel viva el regalo que le estaba dando su antigua enemiga, un poco desconfiada pero sonriente, lo recibió, pero más clara fue su sonrisa al ver el cráneo deformado del esqueleto, que fue lo primero que mostraron las cobijas cuando Soledad las descubrió.

- ¡Si, es mi hijo!

Dice la Condesa volteando a mirar a todos como haciéndolos partícipes de su alegría.

- ¡Perdóname bebé, te juro que nunca te vuelvo a dejar solo! Perdóname, perdóname, perdóname.

Decía la Condesa mientras lo arrullaba como si lo estuviera durmiendo, acercó sus labios al deformado cráneo y le dio un beso, y ahí fue cuando sucedió, unos balbuceos se comenzaron a escuchar y la cobija de bebé que amorosamente cargaba la Condesa, se comenzó a mover y de ella surgieron un par de bracitos.

- ¡Es un bebé de verdad!

Dice Pamela, ya que ella tenía el mejor ángulo de vista desde arriba del escenario; Beatriz del Real abrió las cobijas, orgullosa de su hijo, mostrando a un bebé hermoso, con la piel blanca como ella y el cabello rubio, él bebé se movía sonriendo encantadoramente y la Condesa lo levantó para mostrarlo a todos los presentes.

- ¡Tienes un bebé hermoso mujer! Ahora vete a ser feliz y devuélvenos lo que te has llevado, para que todos podamos volver a ser felices. –le dice Adelina.

La Condesa le sonrió y asintiendo, camino hacia el portón cargando amorosamente a su bebé, dirigiéndose hacia el carruaje que ya la esperaba afuera y que nadie había visto llegar.

-¡Se acercan las legionarias! –dijo Gregory por medio de uno de los walkie talkies. – ¡Solicito permiso para usar fuerza letal, son miles de ellas!

Las legionarias se acercaban, pero iban con las manos en alto, ahora más asustadas que furiosas.

-Espera gringo. –le dice el Ostro. –Que creo que ya no están enojadas.

- ¡No será necesario usar fuerza letal porque las legionarias se rindieron! –le dice el Ostro a la Ostra.

- ¡Las legionarias se rindieron Soledad! La maldición ha sido conjurada, ahora tan solo tenemos que esperar a que la Condesa aborde su carruaje para que todo termine. –dice Adelina, mientras los que la escuchaban, festejaban.