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Chapter 57 - Las bodas del fin del mundo.

Las bodas del fin del mundo.

Y así, llegó aquel sábado 16 de octubre de 1982, la noche de la primera Luna nueva del nuevo mundo, como le habían puesto aquellos hombres y mujeres sobrevivientes del apocalipsis, que ya habían empezado a reorganizar todo, incluso los días festivos del nuevo calendario.

Los vuelos provenientes de Florida ya habían llegado y de distintos lugares llegaba mucha gente, invitados o no a lo que sería la boda del siglo, ya sea en autos, en aviones o hasta en yates, sobrevivientes ataviados con trajes y vestidos al estilo victoriano, emulando la elegancia al vestir de la Condesa, que hasta ese momento nadie podía negar que tenía un muy buen gusto para vestir, las comunicaciones, las actividades empezaban a restablecerse y los muertos a enterrarse, algunos en fosas comunes y muy pocos, los que habían sido reconocidos por sus familiares, en tumbas particulares, en cientos de panteones de nueva creación que surgían por todos lados en ese nuevo mundo, que todos esperaban que algún día volviera a ser igual.

Aunque ahora todos estaban conscientes de la marcada diferencia entre hembras y machos de la especie humana, como en todas las especies, donde ahora la infidelidad tal vez ya no sería considerada como un pecado o un delito, sino tal vez como parte más de la vida cotidiana, sin legalizarla, ni prohibirla, ni satanizarla, como una condición exclusiva de la especie humana o un reto más en la vida.

La ceremonia fue al aire libre, en las amplias calles del malecón de esa ciudad, con la Isla del Sacrificio en el fondo, presidida por Adelina Román y Hermelindo Herrera, que prácticamente eran los que iban a entregar a los novios; aunque Alfonso de Malibrán tenía un porte muy elegante que lo hacía lucir muy atractivo, vestido con aquel traje ceñido y a la antigua, de color oscuro, nada que ver con la despampanante belleza de Felicidad García Arenas, que lucía preciosa con aquel vestido de novia que contrastaba perfecto con su piel morena de mulata, los labios se los habían adornado con brillantes hojuelas de colores rojizos, que le impedían tan siquiera remojárselos, mientras los largos velos que hacían recordar aquellos que vestía la Llorona, que por cierto, viéndola entre la gente, la saludó, mientras se dirigía hacia aquel estrado que habían montado especialmente para esa ceremonia y para otras, porque la lista de personas que querían casarse por primera vez o renovar sus votos, era cada día más larga.

Todavía no se restablecían las transmisiones de televisión, pero Leticia Correa grababa las escenas como preparando un reportaje o un documental, apoyada con su camarógrafo, que, por cierto, siempre fue el mismo, documentales que eran enviados por avión a sus aliados durante el apocalipsis, como los sobrevivientes del ejército del matriarcado y del Fuerte Barrancas en Texas.

-Buenos días, yo soy Leticia Correa, transmitiendo para el mundo los sucesos de ésta ceremonia que está siendo considerada la boda del siglo, donde el Conde; Alfonso de Malibrán y Violante, se unirá en sagrado matrimonio de acuerdo a las leyes del nuevo mundo, con la doctora; Felicidad García Arenas, mejor conocidos como los amantes del fin del mundo, en unos minutos más será la ceremonia oficial, oficiada por el único párroco sobreviviente que encontramos en la región, después del último apocalipsis, el padre Chon.

Dice Leticia, mientras una banda compuesta por estudiantes vestidos de marinos tocaba la marcha nupcial, ya que el Conde esperaba nervioso e impaciente arriba del escenario, a que su preciosa novia milenaria subiera la escalinata.

-A ver, a ver, ya estamos aquí.

Dice el padre Chon y después de la larga lectura de la epístola de Melchor Ocampo y el clásico; "Prometo serte fiel en la enfermedad, bla, bla, bla" la entrega de los anillos, los lazos, y los imprescindibles acepto por parte de los dos, el padre Chon terminó diciendo.

- ¡Entonces los declaro, marido y mujer! Puede besar a la novia joven; ¡Pero rapidito por que hoy tengo que casar como a otros 40 por lo menos!

El Conde miró a su "joven" y bella esposa, tomándola por la breve cintura y Felicidad, ya con los labios resecos, pasó sus dedos por su boca para remover las hojuelas que ya la tenían fastidiada, y volaron como rubíes, algunos cayeron sobre sus bien formados y morenos pechos, luciendo como gotitas de vino derramadas en su vestido y ya sin formalidad se colgó del Conde, para darle ese beso nupcial que tanto esperó durante cientos de años.

-GRACIAAAS, GRACIAAAS, GRACIAAAS.

Se escuchó en la distancia el último grito de la Condesa que dio para despedirse, y aunque todos los que alcanzaron a escucharla se estremecieron, nadie dio por hecho que el regreso de Blanca Beatriz del Real y Herrera sería catastrófico.

-Estas escuinclas traviesas; ¡Les dije que ni se les ocurriera hacer eso con los aparatos de sonido y no les importó! –dice Adelina.  - ¡Pero les voy a extender el castigo otro año, hasta que la Romaia cumpla los 19! Vas a ver que las educó, por que las educo.

-Ya mujer, tranquila, mejor deja que las eduquen sus maridos, porque nuestra boda es en 3 días, y con tus nuevas leyes de que todo debe de hacerse como Dios manda, tus escuinclas no nos han dejado dormir juntos para festejar que salvamos el mundo y a mí me mantienen una cerrada vigilancia, para que no me cuele a tu cuarto por la ventana, como le hacíamos antes.

Dice Hermelindo tomándola de la mano, mientras caminaban a la mansión, que les quedaba como a 10 calles, acompañadas por el Queco.