La llegada a Nueva York fue un torbellino de emociones para los Maximoff y para Sholan. Apenas pusieron un pie en la ciudad, se sintieron abrumados por el bullicio, las luces y el caos que parecían rodearlos en todo momento. Olef y su esposa, confundidos y visiblemente agotados, se debatían entre qué hacer primero: buscar ayuda, encontrar refugio o simplemente respirar. Fue entonces cuando una figura amable y sonriente apareció entre la multitud.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó una mujer joven con cabello castaño recogido en una coleta alta. Vestía una camiseta blanca con el logotipo de FEAST, un sol naciente estilizado que irradiaba esperanza.
Olef asintió, agradecido pero cauteloso. La mujer, quien se presentó como Anna, explicó que trabajaba en la organización y que su misión era ayudar a quienes lo necesitaran. Sin juzgar ni hacer preguntas incómodas, los guió hacia un edificio modesto pero acogedor, que servía como centro comunitario de FEAST.
Dentro, el ambiente era cálido y relajado. Había mesas llenas de comida, ropa limpia apilada en estantes y voluntarios que parecían genuinamente interesados en ayudar. Mientras Anna se aseguraba de que los Maximoff tuvieran lo necesario, otra joven voluntaria apareció en escena.
—Hola, soy May. —Se presentó con una sonrisa dulce mientras entregaba una taza de té caliente a Olef.
May Parker, aunque joven, irradiaba una madurez y compasión que inmediatamente generaron confianza en la familia. Mientras los niños bebían algo caliente y Sholan miraba con ojos grandes todo lo que ocurría a su alrededor, May se sentó junto a ellos.
—¿De dónde vienen? —preguntó con suavidad, consciente de no presionar demasiado.
—De Sokovia —respondió Olef, improvisando una historia sobre cómo habían tenido que huir debido al conflicto que azotaba su país.
May asintió, sus ojos reflejando empatía. —Debe haber sido difícil, pero están a salvo ahora. FEAST hará todo lo posible para ayudarlos a empezar de nuevo.
Mientras tanto, Sholan permanecía en silencio, su mente todavía intentando procesar lo que había ocurrido. Sabía que había sido él quien, de alguna manera inexplicable, había transportado a los Maximoff a este lugar. El evento lo había dejado asustado y con una sensación de vacío, como si hubiera drenado una parte esencial de sí mismo. Se prometió no volver a intentar algo tan extraño hasta entender mejor lo que le estaba sucediendo.
Con el tiempo, FEAST ayudó a la familia a establecerse. Olef consiguió un trabajo modesto gracias a las conexiones de la organización, y su esposa comenzó a ayudar en el centro comunitario, agradecida por la bondad que habían recibido. Sholan, por otro lado, enfrentaba un camino más complicado. Sin recuerdos ni documentos que avalaran su identidad, obtener una ciudadanía parecía un sueño distante. Sin embargo, los Maximoff lo trataban como a uno de los suyos, integrándolo en cada aspecto de su nueva vida.
Wanda y Pietro, aún jóvenes, empezaron a adaptarse a su entorno, aunque no sin dificultades. Wanda en particular se sentía cada vez más cercana a Sholan. Entre juegos y conversaciones, se formó un vínculo especial, uno que con el tiempo podría transformarse en algo más profundo.
La vida continuaba en Nueva York. Los Maximoff y Sholan, aunque todavía inseguros de su futuro, encontraban consuelo en los pequeños actos de bondad que les ofrecían personas como May y los voluntarios de FEAST. Era un nuevo comienzo, lleno de desafíos, pero también de esperanza.
En otro lugar, en una dimensión desconocida, algo oscuro y ominoso se movía lentamente. Una niebla negra se extendía como un manto, cubriendo lo que una vez fueron mundos vibrantes y llenos de vida. Miles de vidas habían sido extinguidas en un suspiro, dejando tras de sí un silencio aterrador. Este eco distante comenzaba a filtrarse en la vastedad del multiverso, su amenaza todavía fuera del alcance de aquellos que, sin saberlo, habrán de enfrentarlo algún día.