El amanecer trajo consigo un aire gélido que recorría las llanuras de Sokovia. Los dos niños finalmente se detuvieron, escondiéndose tras un grupo de árboles cercanos a una pequeña granja. Sus respiraciones agitadas eran lo único que rompía el silencio del bosque.
—¿Estás segura de que es seguro aquí? —preguntó Sholan, todavía sin aliento, mientras observaba la casa a la distancia.
La niña asintió con firmeza, aunque sus ojos traicionaban un rastro de duda.
—Es mi casa. Mis padres estarán allí... y mi hermano también.
Sholan miró la modesta vivienda. El humo que salía de la chimenea le dio una sensación de calidez que hacía mucho no experimentaba, pero no podía ignorar la persistente sensación de peligro que los había seguido desde el bosque.
—¿Y si ellos también están ahí? —murmuró, refiriéndose a los soldados que los habían perseguido.
La niña apretó los labios, como si estuviera evaluando las posibilidades. Finalmente, sacudió la cabeza.
—No lo estarán.
Tomados de la mano, cruzaron con cuidado el último tramo que los separaba de la casa. Antes de que pudieran llegar a la puerta, esta se abrió de golpe, y un hombre alto con cabello oscuro salió al porche, sosteniendo un viejo rifle en las manos. Su mirada dura se suavizó al ver a los dos niños.
—¡Wanda! —gritó, dejando el arma a un lado y corriendo hacia ellos.
La niña soltó la mano de Sholan y corrió hacia él, lanzándose a sus brazos.
—Papá...
El hombre la abrazó con fuerza, pero su mirada se posó rápidamente en Sholan.
—¿Quién es este niño?
Antes de que ella pudiera responder, una mujer apareció en la puerta, secándose las manos con un trapo de cocina.
—¿Qué está pasando? —preguntó, acercándose con preocupación.
—Es un amigo, mamá —dijo Wanda rápidamente, girándose hacia Sholan.
—¿Qué pasó? —interrumpió una voz detrás de la mujer.
Un niño apareció en el marco de la puerta, con el cabello plateado despeinado y un gesto de curiosidad en el rostro.
—Pietro —susurró Wanda, claramente aliviada de verlo.
El muchacho bajó los escalones de un salto y se plantó frente a Sholan, examinándolo de arriba abajo.
—¿Y tú quién eres?
Sholan abrió la boca, pero no supo qué decir.
—Se llama Sholan —intervino Wanda, adelantándose antes de que él pudiera responder.
El padre de Wanda entrecerró los ojos, cruzando los brazos.
—¿Y por qué estás aquí, Sholan?
El niño bajó la mirada, sus manos temblaban mientras intentaba encontrar las palabras correctas. Finalmente, se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo con sinceridad.
La habitación quedó en silencio. Pietro ladeó la cabeza.
—¿Cómo que no sabes?
—No recuerdo nada —admitió Sholan, apretando las manos en puños. —No sé quién soy, ni de dónde vengo...
Las palabras salieron como un susurro, pero parecieron llenar la habitación. Wanda, sintiendo la incomodidad de Sholan, dio un paso adelante y lo tomó de la mano.
—Lo encontré en el bosque. Estaba perdido y parecía... asustado.
—¿Nada? —preguntó la madre, con suavidad.
Sholan negó con la cabeza, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir.
—Sólo sé que... había soldados. Tenían armas. Me asusté y corrí.
La madre dejó escapar un suspiro y se agachó para quedar a la altura del niño.
—Tranquilo, hijo. Aquí estarás seguro.
El padre no parecía tan convencido.
—Si esos hombres estaban cerca del bosque, podríamos estar en peligro. No sabemos a quién buscan o qué quieren.
—Pero él no tiene a dónde ir —insistió Wanda, con los ojos brillando de determinación.
Pietro también intervino, aunque con un tono más práctico.
—Podemos esconderlo. Si lo ven aquí, pensarán que es sólo un amigo nuestro.
El padre gruñó, cruzando los brazos con frustración, pero no discutió.
—Está bien. Puede quedarse, pero debemos tener cuidado.
La madre se levantó, sonriendo con calidez.
—Ven, Sholan. Vamos a darte algo de comer. Debes estar hambriento.
Sholan asintió tímidamente y dejó que lo guiara hacia la mesa. Wanda y Pietro se sentaron junto a él mientras la madre servía pan y sopa caliente.
—Sholan —repitió Pietro, probando el nombre en voz alta. —Es un buen nombre, pero suena... raro.
Wanda sonrió con satisfacción.
—Por eso me gusta.
Sholan no respondió, pero por primera vez desde que llegó a ese lugar, sintió que su pecho se llenaba de algo parecido a la esperanza.