'El calor de su mano es tan tierno como de costumbre. Con ella cerca, me siento mucho mejor.' Liam y Nora entran en un coche blanco de gama media. El motor arranca y cruzan el pedregoso puente de Tromsø para adentrarse en los inhóspitos senderos naturales del continente europeo.
El auto se detiene en la cima de la montaña noruega Skarvassbu. El paisaje es pedregoso y seco; la nieve se derrite bajo el sol de primavera. Madre e hijo salen del coche y se sientan al borde de un peñón. Liam reposa su cabeza sobre el hombro de su madre y juguetea con el anillo que normalmente lleva en su mano derecha. "Sí que te gustó mi regalo, eh..." Dice Nora acariciando el cabello níveo de su hijo.
Un solo gesto del ojo de Nora es suficiente para alertar a Liam. Su corazón, poco acostumbrado a las tensiones militares aún, palpita intensamente. Nora susurra algo al oído de Liam y ambos se adentran velozmente en las profundidades del bosque. Las sombras que los vigilaban se desplazan rápidamente entre los árboles, intentando reagruparse para el combate al percatarse de que habían sido descubiertos.
Sin problema, Nora les sigue la pista y alcanza con sus veloces patadas a dos hombres con las siglas CBP grabadas en la indumentaria 'El servicio de inteligencia ruso, vaya...'. Uno a uno, los toma por el cuello en el aire y rompe sus vértebras cervicales como si de tabletas de chocolate se tratase.
De pronto, una bala de rifle roza la cara de Nora. Pese a no saber de donde viene el disparo, mantiene la calma. Alguien se acerca. Nora escucha unos pasos y saca el colgante de su bolsillo.
"Mamá, soy yo." De entre la oscuridad de los árboles aparece el joven Liam arrastrando el cuerpo de un agente, con el torso ya perforado. Pese a la brutal muerte que había dado al espía ruso, Liam no tiene ni un rasguño, ni una mancha de sangre.
"Buen trabajo, hijo mío." Responde Nora Larsen abrazando a su hijo y preocupándose, ahora sí, por tratar el rasguño de la bala.
Tras informar a las autoridades noruegas para que se encarguen de la limpieza de cadáveres y tomen medidas diplomáticas contra Rusia, madre e hijo marchan hacia una cabaña situada a unos 14 km de donde estaban, en esa misma montaña.
"Ya va siendo hora de dormir, voy a cerrar las persianas para que no entre la luz." Dice Liam. Mientras va de habitación en habitación cerrándolas, Nora saca de un cajón una fotografía. En ella se puede ver a un niño acompañado de una niña algo más mayor, se trata de una foto antigua.
Liam regresa al salón y observa a su madre, que mira con nostalgia la fotografía. Decide no molestarla en su momento de intimidad y marcha a dormir.
Una vez metido en la cama, los ojos marrones de Liam no consiguen cerrarse. Su mente mantiene el café de sus ojos despierto, viajando por unos recuerdos difusos.
"¿Otra vez eso Liam?" Su figura materna aparece en la habitación, se sienta en el borde de su cama y lo abraza. "Ya verás que algún día recuperaras las memorias que perdiste a los cinco años."
Liam fija su mirada en las sábanas y refunfuña. "No las necesito, de eso hace ya mucho tiempo. No necesito recordar algo que no me servirá de nada." Nora peina su cabello y lo mira a los ojos.
"Liam, tu próxima misión es muy importante. Los servicios secretos japoneses, la Naicho, no es algo que se deba tomar a la ligera. Necesito que des la mejor versión de ti..."
Liam interrumpe la frase de su madre "Lo sé, mama. Debemos custodiar la maldición del tiempo de grado épsilon si queremos que tus proyectos sigan adelante." Ambos sonríen cándidamente y se duermen.
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Día 30 de marzo, en el distrito del puerto, Tokio.
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Ya han pasado unos días desde que Ryo se instaló en el piso de Tokio. Con los pocos ahorros que llevaba, había conseguido un colchón y una pequeña mesa sobre la que comer. También un par de sillas y un viejo sofá que le había regalado el presidente de la comunidad de vecinos.
Estaba ya anocheciendo, así que Ryo baja de casa en pijama y zapatillas para entrar al supermercado que tiene justo debajo de casa y comprar algo para cenar. "¿Quiere una bolsa para llevar los productos?" Pregunta la cajera.
"No hace falta, gracias." Responde Ryo mientras saca su dinero para pagar en efectivo los fideos instantáneos que había elegido. Ryo sube por las escaleras hasta el segundo piso y entra en casa.
Sus ojos miran con aburrimiento el tarro de yakisoba extra picante girar dentro del microondas. 'Estos segundos siempre se me hacen eternos, con el hambre que tengo...'
Tras cenar con la emisora de radio puesta en el móvil, Ryo se dirige al baño. Necesita hacer sus necesidades. Se baja los pantalones, se sienta en la fría taza del váter y apoya sus codos sobre las piernas, esperando a que suceda la magia mientras observa las baldosas blancas del suelo.
Sobre la baldosa que estaba mirando, aparece un gato de gran tamaño. El gato mira a Ryo fijamente, pero él está tan concentrado en lo suyo que no se da cuenta del extraño visitante que acababa de aparecer de la nada en su lavabo.
Dos minutos más tarde, despierta del corto coma mental y se frota los ojos. '¿Eh?' Tarda unos segundos más en reaccionar "¿Qué hace un gato aquí?" Del sobresalto, se levanta sin haberse limpiado y se tapa las partes. "¡Pero qué diantres...!"
"¿Nya~?" Deja ir el gato con un sonido nada natural para ser un gato. "Joder, no me sale bien aún lo de simular los maullidos." Dice el gato.
'Debo estar perdiendo la cabeza, debe ser la soledad y el no tener internet.' Ryo intenta tocar al gato, pero una extraña aura azul lo repele.
"Que no me toques capullo, no te he dado permiso." Exclama el gato.
"¿Por qué demonios puedes hablar? ¿Y qué haces en mi baño?" Dice Ryo asustado, pero con aún un ápice de esperanza de haberse vuelto loco y que aquello que ven sus ojos no sea real.
El gato observa el panorama y dice: "La verdad siento la intromisión en un momento como este, pero tardabas mucho en cagar, así que he decidido entrar. Quien sabe, hay mucha gente que muere por resbalones en los baños... debía comprobar que estuvieses bien."
"Ah, ¿entonces eres algo así como mi guardián ancestro?" Contesta Ryo.
El gato mira a Ryo con mirada pícara. "Para nada, soy una maldición que viene a atormentarte. Simplemente no quiero que mueras para asegurarme de que fallezcas atropellado en un paso de peatones. Soy el gato que dejaste morir el otro día, Niu, encantado."
Ryo lo mira sin creer aún lo que estaba viendo. Se termina de limpiar y sale del baño con la cara hecha un poema. "¿Como que una maldición? ¿Esas cosas existen?"
"Pues claro que existimos. ¿No me ves?" Replica Niu.
Niu sube al sofá flotando y Ryo se sienta. "Nunca había querido creer en estas cosas, pero que le vamos a hacer. Teniendo en cuenta que nunca había tenido una experiencia así, supongo que algo me debe haber pasado para desbloquear justo ahora la habilidad para verlas."
"En efecto, friki, la obtuviste la semana pasada. Una quinta parte de la población tiene predisposición genética para desbloquear esta habilidad; sin embargo, solo una de cada diez personas que puede, lo consigue." Niu continúa hablando.
"La chispa que la despierta es el contacto con grandes cantidades de energía espiritual, ya sea de golpe o por acumulación a lo largo de la vida. Y tu fuiste maldito por cierto gato hace una semana. Las maldiciones somos, en esencia, una buena cantidad de energía espiritual concentrada."
Ryo mira a Niu con descaro. "Que majo..."
"Venga va, podrías haberme salvado, vi como me mirabas. Admito que me calenté en ese momento al maldecirte, pero tal vez si me dejas quedarme en esta casa me retracte de ello. ¿Verdad que quieres cruzar los semáforos tranquilo?"
Ryo no contesta.
"Soy un animal doméstico, no soporto estar solo." Ruega el gato sollozando. "No te preocupes, no tendrás que alimentarme ni darme cuidados."
Ryo, algo atónito aún, mira al gato. "Hmm... supongo que hay trato, pero creo que necesito dormir para asimilar todo esto."
"Muchas gracias, muchas gracias." Dice Niu. "Mira, si quieres te dejo acariciarme, pero no te acostumbres eh..." Ryo lo mira con extremo desinterés y se levanta del sofá "No, gracias."