La mañana progresó lentamente; el día anterior fuimos de caza, y en posesión de dos derfen en nuestros estómagos, yo no era el único que amaneció un poco perezoso. El sol brillaba orgullosamente en el cielo sin nubes, un fenómeno de pocos días de duración que precede a las furiosas nevadas que pronto cubrirían el bosque; duraba cerca de un mes, y ya había transcurrido la mitad de ese período. Yo, mientras tanto, reposaba en la entrada de la grieta, con el estómago al sol, disfrutando del calor que acariciaba mi pelaje, era una sensación fabulosa de la que, después de meses de lluvia y humedad, no podía tener suficiente. Los demás seguían la misma tendencia, pero incluso ellos me miraban extraño al verme tan eufórico con la luz del sol, pero no dejé que me afectara. Así fue, al menos, hasta que un cosquilleo en mi retaguardia me sacó abruptamente de mi trance.
Una de las costumbres a las que me costó acomodarme era la de olfatearse los traseros. , Aprendí a tragarme la incomodidad cuando me lo hacían y sobreviví sin hacerlo por un tiempo, pero eso me provocó ciertos problemas de comunicación, y eventualmente me rendí, y eventualmente la repulsión se redujo a una leve incomodidad; era un sentimiento extraño, de todos modos, y nunca entendí de donde venía realmente.
Nohl, el susodicho que me despertó de mi ensueño, me miró con curiosidad, y vino a descansar en una bola apoyado en mi costado. Nos volvimos bastante cercanos desde que reuní el coraje para acercarme la primera vez, y si bien ahora que yo ya contaba entre los adultos, aunque joven, ya no tenía reparos para retozar con ningún lobo, él seguía siendo mi favorito. Algo sobre su personalidad apartada pero a la vez pegajosa me atraía mucho a él, y suponía que algo similar le ocurría a él desde que empezó a buscarme casi tanto como yo a él.
Desafortunadamente, mi momento de gozo no duró mucho, porque menos de una hora después, uno de los que patrullaban los alrededores, los únicos lobos activos en aquel momento, volvió a toda prisa con un reporte de intrusos. Intrusos humanos. Fue una sorpresa para todos que líder, al escuchar la noticia, decidiera que debíamos ocultarnos y vigilar sus acciones en vez de simplemente echarlos. Bueno, para todos menos para mí, que ya esperaba algo así desde que vi la precaución con que trató la aldea a nuestra llegada. Además, habíamos vivido muy poco tiempo aquél como para poder realmente llamar aquél territorio"nuestro". Cuatro cazadores marcharon en una patrulla de emergencia en busca de otros posibles intrusos, otros cuatro, yo incluído, marchamos en dirección de los intrusos, y el resto se ocultó en el interior de la grieta. Pude oler la tensión y los nervios antes de partir.
No fue mucho lo que tardamos en detectar el rastro, y en un momento cambiamos a un trote sigiloso, que pronto se convirtió en cuidadosos pasos. Poco después escuchamos sus voces, y enseguida entraron en nuestro campo de visión.
Tres individuos, dos hombres y una mujer, caminaban a paso lento y firme, mientras hablaban entre ellos. No podía entender lo que decían, pero para mi sorpresa, podía oler sus emociones, primera vez que lo experimentaba de otra especie que no fueran lobos; sabía que todos los animales son más o menos iguales, aunque nunca había interactuado de cerca con otros predadores, y por esa misma razón solía bloquear inconscientemente aquel sentido, desde que olí la desesperación de un dergen durante una cacería y quedé aturdido, causando un estupendo fracaso. Los humanos, sin embargo, desde las advertencias de líder y la ayuda de mi fragmentado conocimiento ajeno, nunca los vi como presa, no siquiera como rivales, sino más cercano a una amenaza, y aún así, inexplicablemente tenía el impulso de bajar la guardia e intentar comunicarme, pero mi lado racional ganó. Los tres sujetos estaban, con pequeñas variaciones entre uno y otro, aburridos, alarmados y preocupados, una combinación bastante peculiar. La mujer llevaba una armadura ligera de cuero y un arco cargado en sus manos. Uno de los hombres, como la mujer, vestía una armadura ligera y avanzaba al frente del grupo con pasos igual de ligeros; reconocí la intención de sigilo en esos pasos, y las únicas armas que vi en él fueron varias dagas atadas a su cintura y piernas. El otro hombre, sin embargo, usaba peto, grebas y botas de hierro de apariencia bastante pesada, pero caminaba como si fuera tan liviano como las de sus compañeros, y en su espalda cargaba una monstruosa gran espada de dos manos.
Me estremecí cuando la mujer súbitamente apuntó y disparó su arco en dirección de un árbol cercano; temor infundado, me di cuenta, cuando lo que cayó del árbol fue un roedor. La arquera lucía decepcionada, mientras sujetaba el pequeño cuerpo bajo su bota y arrancaba la flecha con innecesaria brusquedad. Grotesco, pero no muy diferente de lo que la manada vivía diariamente.
El sol ya estaba a medio camino de ocultarse bajo el horizonte cuando los intrusos volvieron a la aldea; recorrieron sin rumbo las inmediaciones de la aldea, que sólo sucedió que se superpuso con nuestra zona de caza. Con eso confirmamos que no presentaban más peligro que la misma aldea en las proximidades, algo que tendríamos que aguantar. Era probable que volvieran, pero la próxima vez no nos tomarían por sorpresa. Con ese pensamiento volvimos a la grieta. El agotamiento provocado por una vigilia de larga duración no era mada de lo que burlarse, y pronto todos dedicamos nuestras mentes a imaginar la cacería que probablemente nos esperaba al día siguiente.