Aquella fue la primera vez que experimenté la muerte de alguien cercano, y el dolor en mi pecho me afirmó que no quería pasar por eso de nuevo; no es que pudiera evitarlo realmente, lo sabía, pero no de una manera tan cruel y sin motivo real. Cuando el resto de la manada llegó al sitio, la escena ya se había enfriado, y yo estaba ya con mi mente nublada y dispersa; volví en sí parcialmente al escuchar sus gemidos y quejidos.
Luego de asesinar al cazador y desahogarme con un aullido, retrocedí, me eché junto al cuerpo de Erd y le di mi total atención. En parte fue mi reacción de negación y de estar junto a él una última vez, similar a lo que pasé tiempo atrás con el cuerpo de mi madre, pero la razón principal fue un fenómeno que había aprendido a manejar, al menos en parte, y por tanto dejado de atestiguar hace bastante tiempo: una gran masa de motas brillantes concentradas alrededor de Erd, y que lentamente se marchaban en diferentes direcciones antes de enterrarse una a una en el suelo, y en los árboles y el mismo aire. Recordaba haber visto algo muy similar aquella noche que encontré el cuerpo de madre junto al río, y en diversas ocasiones después de eso, pero desde que tomé control de la habilidad y aprendí a apagarla, casi olvidaba por completo que podía hacerlo. La memoria hizo que el corazón me doliera aún más, pero hasta ahora sentí que tenía una comprensión, aunque fuera pequeña, de que aquello era, en un sentido muy esencial, el alma de los muertos volviendo a la naturaleza, y la idea resultaba algo reconfortante. No sabía porqué podía verlo, pero me reconfortaba al menos un poco, y no quería pensar mucho eso en aquel momento.
En cuanto a los cuerpos, pues... Los comimos. Me tomó un poco por sorpresa, y admito que por asco o tristeza dudé seriamente en unirme, pero después de pensar un poco racionalmente, me di cuenta de que, aparte de que no podíamos enterrarlos con la tierra tan seca y la nieve estorbando, habría sido un desperdicio, y otro animal se los comería si se que quedaban ahí. Había visto felinos ocasionalmente durante mis patrullas, y un par de veces cazamos osos que nos atacaban —osos normales, por supuesto— así que sabía que rondaban el sitio con frecuencia. Titubeé a la hora de realmente morder, pero superé mis dudas al ver a los demás hacer lo suyo, y clavé mis colmillos en la carne. Erd estaba delicioso; el cazador sabía horrible.
Volvimos a la cueva al acabar tal banquete funerario, después de enterrar los dos parches de nieve rojiza bajo una buena capa de nieve limpia. Era ya tarde, así que no había mucho problema con descansar. Mi mente vagó un poco a través de los detalles que dejé de lado previamente. Aquel cazador, ¿Estaría solo? No lo parecía, al menos. ¿Tendría familia? Y si así era, ¿Vendrían a buscarlo? No me arrepentía de matarlo, si de haberlo dejado ir era seguro que volvería a buscarnos, pero si venían a buscarlo a él tendríamos otro problema entre manos de todos modos. Y ahora que paso por ello, aquella ira... Era la primera vez que sentía algo así, y fue horrible. No me agradaba el esfuerzo que me tomaba mantener el control sobre mí mismo; Examiné mis emociones, y tuve el terrible presentimiento de que podría convertirse en el futuro en resentimiento hacia los humanos. Reflexioné con mis experiencias y lo que podía sacar del conocimiento disperso en mi cabeza, logré calmarme y convencerme de que no todos eran malos, de que sólo ese cazador era el culpable, y que ya estaba muerto; debía mantener en mi cabeza la razón y no lanzar juicios sobre toda una raza por las acciones de unos pocos. Tardé un buen rato en calmarme, y para entonces el cansancio se hizo presente y me ayudó a dormir.
La rutina volvió a la normalidad al día siguiente, algunos de nosotros algo letárgicos por los eventos del día anterior, exceptuando que teníamos una pareja menos, tomando en cuenta la herida de Crox. Me enfoqué por completo en la cacería y la patrulla, tratando de apagar los sentimientos que se negaban a dejarme tranquilo. Respiré con tranquilidad después de varios días, cuando logré dejar de lado el resentimiento y recuperé mi humor usual, sólo para tener otra sorpresa lanzada a la cara. O mejor dicho, al pecho. Literalmente.
Mi estado de ánimo se había oscurecido de manera muy obvia en los días anteriores, y eso me ganó grandes dosis de afecto de los demás lobos de la manada, algunos incluso vinieron a rascarme. Cuando salía me distraía con bastante frecuencia; imagino que fue por eso que no lo noté antes, pero cierta mañana, cuando bajé al río a beber agua del hoyo en el hielo que manteníamos abierto regularmente, bajo el cual fluía el río helado, vi una gran mancha en mi pecho. Me aparté y usé el hielo intacto de las inmediaciones para verlo con más claridad, y en efecto, el pelaje de mi pecho se había vuelto negro. Se extendía en todas direcciones en un patrón de salpicadura, casi alcanzaban mi barbilla y estómago, y estaban a medio camino de mi espalda a través de mi cuello. Recordé la ocasión, hace ya meses, cuando noté las raíces de mi pelaje volverse negras; lo había olvidado, dado que no había vuelto a ver un cambio, pero con el presente fenómeno, ahora no tenía más dudas, y aunque sin pruebas, no tenía dudas de que ambos eventos estaban relacionados. No tenía idea de qué era el detonante, ni tenía sentido pensar en ello cuando no tenía ninguna pista para seguir, pero ahora estaba seguro de que no corría peligro con la manada, de que no me rechazarían aunque dejara de ser un auténtico lobo. Una idea surgió cuando consideré aquello, y recordé el oso llameante contra el que luchamos entre la tormenta hacía un par de meses. ¿Sería posible que me estuviera convirtiendo en un magram? No tenía idea de cómo se formaba un magram, pero tenía la idea de que era una raza diferente que sólo por coincidencia se parecían a los animales, y no pude evitar sentir una mezcla de anticipación y miedo a lo desconocido. Al fin y al cabo, no tenía nada que hacer al respecto más que esperar, dejar el tiempo pasar y ver en qué se desarrollaba este fenómeno.