Faltaba tan solo un par de meses para que la nieve se volviera niebla; era el período en que las tormentas de nieve daban paso a las nevadas ligeras y la belleza de Novan se volvía apreciable, y fue en ese mismo lapso de tiempo que aquella corta calma se hizo pedazos.
Desde la crisis de inicio de Novan, y a pesar de que ya no era tan necesario como entonces, mantuvimos la costumbre de salir en parejas, en vista de que las presas grandes no eran comunes; de la misma manera continuamos patrullando, con algo más de regularidad desde que los humanos volvieron a invadir regularmente nuestra zona de caza. Decidimos ocultarnos, pero no por eso íbamos a descuidar las acciones de los intrusos.
Nohl y yo solíamos separarnos por una corta distancia en nuestros recorridos, y ese día no fue la excepción; estaba persiguiendo una liebre particularmente escurridiza cuando un pavoroso aullido resonó en mis oídos. Pude sentir las notas de emergencia en aquella voz, y confiando en que Nohl la debía de haber escuchado también, corrí a toda prisa hacia el origen del aullido. De camino percibí un olor desagradable a sangre, pero lo bloqueé antes de preocuparme demasiado sin primero haber llegado.
Lo primero que vi al llegar al área fue a Crox, el compañero de Erd, con la estaca de una flecha clavada en el muslo trasero derecho; no era fatal por sí mismo, pero con eso había sido incapacitado; lo siguiente que vi un humano con un arco extraño a punto de dispararle otra. Me lancé a la vez que veía la segunda flecha ser disparada y por puro instinto la atrapé con la boca, o lo intenté; fallé al calcular la fuerza de la flecha y ésta me atravesó una mejilla directamente desde el interior de mi boca. Ignoré el dolor espantoso que anidó en el interior de mi boca y el dolor palpitante, pensando por un instante en la tortura que sentiría más tarde cuando no estuviera luchando. Tragué saliva mezclada con sangre y miré al frente, con la intención de ver a qué me enfrentaba, y caí en la cuenta de un elemento que casi ignoro: ¿Dónde estaba Erd? Solté mi olfato de nuevo para escanear mejor los alrededores, y en instantes mis ojos se clavaron en el suelo a varios metros de mí.
Allí yacía, sobre nieve demasiado roja, Erd, con una flecha clavada en el cuello. No podía ver sus ojos desde mi perspectiva, pero no era necesario para saber que ya no reflejaban signos de vida; no, aún tenía mis oídos, con los que ni con el mayor enfoque pudo escuchar un aliento o un latido del corazón. Pude ver a Nohl por el rabillo del ojo esquivando un par de flechas más que originalmente se dirigían a mí, y volví a la realidad. El terror se adueñó de mí, fresco como estaba después de casi perder a Nohl recientemente y verlo en peligro una vez más. Miré el arma que sólo ahora con mi claridad devuelta recordaba por el nombre de ballesta, y mis ojos se encontraron con los del hombre, que aunque nervioso por los refuerzos, ya plasmaba en su rostro una asquerosa sonrisa ganadora. No tardé en sentir cómo el miedo se convertía en furia.
Fue la primera vez que me sentí así. El miedo no me dejaba moverme, no era un sencillo miedo a morir, ese ya lo había experimentado antes, cuando luchamos con el oso, y no me afectaba de esa manera. Fue la realización de que realmente había muerto un miembro de mi manada, de ver su cuerpo tirado en la nieve, inerte, de oler la desesperación que tomó posesión de sus últimos momentos, lo que me hizo perder la compostura; la furia, por otro lado, me presionaba a moverme, a atacar, a destripar aquél engendró que amenazaba mi manada, pero mi lado racional me contuvo por el par de segundos que necesité para analizar y decidir cómo actuar. Crox estaba detrás de mí, y yo era lo único que impedía que otro de mi manada cayera, junto a Nohl tomando la atención del cazador. No moví un músculo, me mantuve agazapado y en posición de lanzarme, esperando una oportunidad. Sabía que Nohl era capaz de esquivar cualquier flecha que viera venir, por lo que no me preocupaba su inmediata seguridad. Cuando lo vi terminar de cargar su arma y apuntar en mi dirección, vi a Nohl dar un salto en dirección a su brazo, y en el momento en que la mirada del cazador dejó la mía, me lancé hacia adelante.
Como una sombra entre los árboles, alcancé al hombre, quien por la sorpresa dejó la flecha volar aleatoriamente, y su expresión, por primera vez y para mí placer, mostró pánico; fracasó en defenderse correctamente, y ambos ataques aterrizaron en él. Nohl, quien atacó primero y estaba más cerca, enterró sus colmillos en el brazo que sostenía la ballesta. Con firme agarre más allá de la carne y aprovechando el impulso que traía en su carga Nohl giró sobre el brazo que sostenía en sus mandíbulas, torciéndolo de una manera poco natural. Escuché el sonido de un hueso rompiéndose, y al mismo tiempo que el cazador soltaba un alarido de dolor, Nohl y la ballesta chocaron contra el suelo al mismo tiempo que yo colisiona a con el enemigo; sí tenía alguna otra arma encima, me aseguré de ni darle tiempo de usarla. Su rostro, por el instante que pude ver, mostraba ahora una expresión de miedo, muy familiar, pero mis colmillos no se clavaron en su brazo. Mis mandíbulas se cerraron con tanta fuerza como pude escurrir, y no fue hasta segundos después, cuando el sabor de una sangre que no era mía cayó a mi estómago, que me separé de su cuello y comprendí el resultado de aquella ira sofocante.
No era la primera vez que me enfrentaba a la muerte por mis patas, lo hacía todos los días cuando salía a cazar. No era nada nuevo, y aun así se sentía completamente diferente. Mi mente estaba en desorden y mis emociones eran un caos; el sabor de la sangre, la intensidad de la batalla disipándose, el dolor de la pérdida, el alivio por sobrevivir, la información en mi cabeza que me daba datos que no entendía, todo ello había sido devuelto en un amasijo de pena que escaló por mis entrañas y encontró escape en un aullido estremecedor como nunca escuché y como nunca quería volver a hacerlo.
***
La vista de aquel joven lobo, de menos de un año de vida, con la sangre suya y del cazador cuya vida acababa de tomar que fluía por las comisuras de su boca y manchaba su pecho, aullando la ira y el dolor que inundaban su alma, dejó una profunda marca en los corazones de Nohl y Crox, los únicos testigos de aquella increíble escena, y aunque quizá no era el momento adecuado, empezaron a reconocerlo como un auténtico líder, al igual que lo había sido su padre.
El aullido resonó por los bosques. Alcanzó al líder y a los demás lobos que se aproximaban a ayudar en una situación ya resuelta, y al instante sintieron que algo muy importante había ocurrido. Con el aullido revelando que la situación ya no era urgente y con los lamentos reverberando en sus mentes, se detuvieron e hicieron eco.
Aquel penetrante aullido no se detuvo allí, y seguido por el coro que le acompañó,, llegó a oídos de un muchacho de la aldea que aquella manada tanto evitaba;por fortuna, nadie le creería nunca al joven lo que había escuchado hasta meses después cuando su hermana pequeña tendría una experiencia aún más fantástica, pero si algo podía afirmarse con absoluta certeza, era que el muchacho nunca podría olvidar la desgarradora voz que casi gritaba en aquel aullido, y alteraría profundamente su visión del mundo.