—¿Cómo me veo? —preguntó Laura, y dio una vuelta elegantemente frente a su hijo.
—Preciosa, mamá, como siempre —respondió Nico mientras le sonreía.
Laura Kessler tenía cincuenta y siete años, pero aparentaba varios menos. Había sido preciosa de joven y seguía siéndolo ahora, con los ojos verdes que había heredado a su hijo menor, el cabello rubio oscuro y la piel cobriza. Era una extraña combinación surgida de madre brasilera y padre holandés. Trataba de cuidarse con las comidas y salía a caminar diariamente a modo de ejercicio, con los auriculares enchufados y repasando mentalmente las sesiones que hubiese tenido en el día. Era una mujer activa y capaz, y cuando se divorció de Tristán Viggiano, el padre de Nico, descubrió que su vida era efectivamente suya, tomó las riendas y se dedicó de lleno a su profesión y a ella misma. La satisfacción diaria de sus metas cumplidas se le notaba en la piel, en el brillo de los ojos, en sus movimientos sueltos y seguros.
Esa noche el Colegio de Psiquiatras de su ciudad celebraba el nombramiento de nuevas autoridades, por lo que habían elegido a unos selectos colegas a festejar con una cena en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Laura era más conocida como la Dra. Kessler, psiquiatra especializada en niños y adolescentes. Trabajaba mayormente en el ámbito público con niños y jóvenes víctimas de abusos, tragedias familiares y escolares, y era una de las pocas en su especialidad. Las situaciones que vivía a diario con sus pacientes hubiesen acabado con alguien de menor temple y menos preparado, pero Laura sentía que su misión en este mundo era ayudar a esos chicos a soltar esas experiencias desgraciadas y superarlas, para poder llevar una vida en la que pudiesen ser felices.
—Lamento tener que ir... pero no me queda otra opción—. La idea de pasar la noche rodeada de sus colegas no le apetecía mucho—. Son tan aburridos cuando tienen ganas... le llaman celebración, pero no tendrá ni pizca de ello.
Nico se reía mirando la cara de desazón de su madre, que se daba un toque de rímmel en las pestañas frente al espejo de la sala.
—Tomá muchos tragos, mamá, te ayudarán a pasar el rato.
—Si no tuviera que manejar de vuelta a casa, consideraría tu consejo.
—Te llevo entonces, y te busco—. Nico se sintió generoso, y la verdad es que no quería estar encerrado en su casa.
Esa era la noche en que Ali saldría con ese bendito Bruno, y sabía que, si se quedaba solo, no haría más que pensar en ella, en lo que estaría haciendo, en si Bruno la besaría o no, si ella lo dejaría... Andrés lo había invitado a salir, pero no tenía ganas. Deseaba paz, pero no quería pensar.
—¡Tengo una idea! —Laura hizo saltar en su asiento a Nico—. Vestite lindo, hijo, y acompañame a la cena. Va a ser mucho más entretenida la noche si me dedico a criticar a los demás invitados con vos que si lo hago con mi propia cabeza.
—Pero no, mamá, ¿estás loca? ¿Cómo voy a ir yo?
—La invitación es para uno más, se supone que debería ir con una cita—. Laura lo miró con el ceño fruncido.
—¿Y eso vendría a ser yo? ¿No encontraste a alguien de tu edad? —Nico le dio una sonrisa burlona.
Laura le lanzó el frasquito cerrado del rímmel con tanta rapidez y puntería que le atinó en la oreja.
—¡Chico tarado! ¡Si sos mi hijo! —se rió al ver a Nico frotarse la oreja con una mano y cara dolorida—. Aunque te digo, podría llevar a tu amigo Andrés, no está nada mal...
—¡Mamá! —Nico la miró con cara de fingido horror y luego los dos rompieron a reír.
—Dale, hijo, acompañame... vas a comer en un buen restaurante, gratis, y prometo no decirte ni una palabra si tomás alguna que otra copa extra.
Nico la miró, dudoso...
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Laura estacionó con seguridad y vio en el espejo retrovisor que detrás de ella estacionaba Nico. Habían decidido ir en autos separados, ya que, mientras se preparaban para salir, Andrés llamó e insistió tanto a Nico que lo acompañara a la fiesta de vaya Dios a saber qué chica con la que estaba encaprichado esa semana, que este terminó aceptando. Luego de la cena, Nico se iría a buscar a Andrés.
La elegante señora bajó del auto y alisó su vestido azul marino con una mano, mientras con la otra presionaba el botón del control que colgaba de las llaves. El sistema de cierre centralizado se activó y el auto quedó cerrado y con alarma. Miró hacia atrás y vio a su hijo salir, vestido con un traje negro de corte slim y camisa blanca, desabrochada al cuello. Qué apuesto era. Lamentaba que se pareciera tanto al padre, pero para qué negarlo, su ex marido era igual de atractivo a esa edad. Nico se acercó a su madre y le dio el brazo en un gesto por demás caballeroso.
—¿Me acompaña, exquisita señora?
Laura le sonrió y le dio el brazo, orgullosa de su hijo menor. Era un descarriado, pero ella se llevaba bien con los descarriados, y con ella siempre había sido una dulzura de chico. Caminaron unos pasos hacia la entrada y Nico se frenó de repente, como si lo hubieran golpeado, mirando consternado el cartel del restaurante.
—Hijo, ¿qué pasa? ¿Estás bien?
El cartel de madera y metal, bellamente iluminado con lámparas cálidas, se reflejaba en los ojos claros de su hijo.
—No me dijiste que la cena era en Romanoff.
Laura miró del cartel a su hijo.
—Es un restaurante como cualquier otro, ¿qué tiene que ver?
—La cita de Ali esta noche es acá—. Nico miró a su alrededor, sintiendo que tenía a Ali parada a su lado, y de golpe se puso nervioso, sin saber por qué.
Laura abrió la boca en sorpresa, y la cerró inmediatamente, sonriendo para sus adentros. Estos últimos días los líos amorosos de su hijo le hacían el día.
—¿Qué cita?
—Aceptó una cita con ese tipo que te conté, Bruno, era hoy y es acá—. Nico se restregó el pelo, nervioso y un poco enojado.
—Los espiaremos de lejos y veremos qué pasa—. Laura le guiñó un ojo, cómplice—. ¿De qué otra manera vas a saber cómo fue?
Nico estaba debatiéndose entre volver a su casa a enterrar la cabeza bajo la almohada (por Dios, cada día se parecía más y más a una quinceañera, pensó), pero las palabras de su madre lo convencieron. Necesitaba saber qué pasaría, cómo iría esa cita, y rogó con todas sus fuerzas que saliera mal.
—Dale, má, entremos—. Y tiró suavemente del brazo de su madre.
Laura sonrió brevemente y caminó hacia la entrada, pensando que la noche se había vuelto un poco más interesante.
—Ahí está ella.
Laura prestó atención a su hijo y miró en la dirección en la que él estaba observando. Le divirtió el hecho de que Nico parecía tratar de volverse invisible en su silla, encogiendo los hombros y resbalando un poco por el asiento, como si su metro noventa fuese a pasar desapercibido con tanta facilidad.
La chica era linda, definitivamente. Iba tan enervada que ni prestó atención al sector del salón donde ellos estaban sentados. Estatura media, delgada, caminaba incómoda sobre sus tacos altos, un pelo de locura lleno de rulos indomables, una cara delicada pero con una determinación que la volvía bastante dura. La miraron caminar detrás del chico de la recepción, el mismo que los había conducido a ellos hacia el sector reservado al Colegio de Psiquiatras.
—Hijo, ¡qué bonita es! ¿Siempre está tan seria?
—No —respondió Nico sin dejar de mirar a Ali.- La mayoría del tiempo es más seria todavía.
Un mozo vestido de negro y de rostro amable se acercó con sus platos y los dejó frente a ellos. Laura le agradeció, pero Nico no pareció notarlo. Laura notó cómo a su hijo se le crispaban las manos cuando el enorme muchacho que parecía ser la cita de Ali se levantó de su silla, con demasiada y notoria ansiedad, y la abrazó.
—Imbécil... —lo oyó decir en voz baja.
Laura intercambió algunos comentarios con sus colegas mientras comía unos bocados de la deliciosa ternera que le habían servido. La elección de nuevas autoridades había estado teñida por serios conflictos políticos que habían desencadenado una interminable cascada de críticas de parte de la comunidad de salud mental hacia la vieja presidencia, quienes ostentaban el poder desde hacía más de una década y, contrariamente a lo que opinaba en un primer momento, la conversación de había vuelto sumamente interesante. En un momento giró la cabeza hacia su hijo y Laura descubrió que no había probado bocado, ni siquiera había tocado los cubiertos.
—Hijo—. Laura le tocó levemente el antebrazo y Nico casi salta en sorpresa—. Por favor, comé un poco...
—Uh, sí, mamá, perdón, no me di cuenta de que habían traído la comida—. Nico tomó los cubiertos y por unos minutos se concentró en devorar el contenido del plato, pero sin dejar de lanzar miradas hacia la mesa donde Bruno y Ali cenaban.
—¿Y, cómo va la cita de Ali? —inquirió Laura.
—A mí me parece que mal—. Nico tomó un sorbo de agua fría con gas de su copa—. El tipo no para de hablar y no deja que Ali coma, ya van cinco veces que deja el tenedor cargado en el plato porque tiene que responderle algo.
Laura prestó un poco de atención y vio que toda la actitud corporal de Ali era negativa. Su rostro solo develaba hartazgo, ya parecía haber renunciado a comer y tenía los brazos cruzados, y uno de sus pies golpeaba el piso con insistencia, como queriendo huir. Y el chico enorme que la acompañaba no parecía darse cuenta en absoluto. De pronto Ali se quedó quieta y habló, y la cara del chico cambió de golpe. Parecía que le hubiesen tirado un balde de agua helada por la cabeza.
—Bueno, me parece que esa cita no va a ir a ningún lado —dijo Laura sonriendo, y de pronto se escuchó un ensordecedor golpe.
Nico puso ambas manos sobre la mesa como para darse impulso y salir hacia Ali, pero Laura lo detuvo. Bruno había golpeado la mesa y parecía a punto de matar a alguien.
Nico respiraba superficialmente, sin quitar los ojos de encima de Ali. Pero ella parecía haber controlado la situación, se mantenía serena y tranquila, y le hablaba a un evidentemente nervioso Bruno. De pronto ambos se levantaron y se dirigieron hacia la puerta.
—Mamá —Nico habló con voz grave y baja—. Los voy a seguir. Sólo quiero asegurarme que Ali se vaya sola y no con ese demente.
—Andá tranquilo.
Laura sonrió con comprensión y un cierto orgullo cuando su hijo se levantó y salió del salón. Era la primera vez en sus veintitrés años que lo veía interesado por una chica, y parecía que su interés encerraba algunos sentimientos. El hecho de que quisiera cuidarla, tan sólo asegurándose de que subiese a un taxi tranquila, le daba la pauta de que Ali era más que una chica de una noche, como solía ser su costumbre. Esperaba que ella le correspondiera. Nico era un buen chico, pero él no lo mostraba ni dejaba que las mujeres lo vieran.
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Logan encendió el auto, se puso el cinturón de seguridad y verificó que Ali hiciera lo mismo. Ella mantenía presionada la parte trasera de su cabeza con su pañuelo del cuello, y el tinte rojo que iba tomando lo enfurecía. De no haber estado Ali observándolo, probablemente le hubiese quebrado el brazo a Bruno y se hubiese cansado de golpearlo. No entendía aún cómo había mantenido la cabeza lo suficientemente fría para hablar con tranquilidad.
—¿Lista, nena?
Ali asintió y él arrancó. Tenían diez minutos hasta el hospital, pero no se le ocurría qué decir. Al llegar a la esquina recordó que había dejado a su madre en el restaurante, quien posiblemente lo estaba esperando. Aprovechó el semáforo en rojo que lo frenó y le mandó un audio por whatsapp, que era más rápido.
—Hola, no voy a volver. Te veo en casa. Todo tranquilo, después te cuento. Pasala bien, estás preciosa hoy.
Ali lo miró de reojo, aún un poco intimidada tras haberlo visto tirar al piso a un gigante como Bruno en unos simples movimientos.
—¿Estabas con alguien? —preguntó, y se mordió el labio inferior por su curiosidad.
—Con mi mamá —respondió Nico sin mirarla—. La estaba acompañando en una cena de trabajo.
—¿No querés volver con ella? Me da cosa que la dejes sola.
—Es una mujer adulta. Sabe volver a casa.
Nico respiraba profundo, y de a poco se fue tranquilizando. Restos de adrenalina aún le corrían por el cuerpo. Oír hablar a Ali le decía que no estaba tan mal.
—¿Cómo te sentís? ¿Te duele mucho?
—Ya no— Ali alejó el pañuelo hecho un bollo de su cabeza, pero al ver el color que había tomado, volvió a presionarlo con fuerza—. Duele, pero es soportable. ¿Me dijiste que tu hermano está de guardia? ¿Es médico?
—Sí, Javier, el mayor. Tiene veintiocho, se está especializando en neurocirugía, pero debe seguir cumpliendo guardias.
Siguieron en silencio unas cuadras más. Ali había mentido, el dolor de la cabeza iba en aumento, ya no puntual donde tenía el corte, sino que parecía ir expandiéndose a todo su cerebro. Estaba dando lo mejor de sí para no torcer su cara en una mueca de dolor.
—Ali, perdoname por lo de anoche. En el bar. Mora me besó de improviso, yo no quería besarla...— Nico hablaba con su voz grave y sonaba realmente compungido—. La estaba pasando muy bien con vos, y hubiera querido seguir hablando con vos el resto de la noche.
Ali lo miró con un poco de desconfianza. Lo que había hecho él ayer se correspondía más con la imagen que tenía de Nico: mujeriego, seductor, un jugador en toda regla. Pero toda la conversación que tuvieron juntos, sonaba tan auténtico, tan... normal, e interesante al mismo tiempo, y quería creerle...
—Está todo bien, Nico. A mí no me debés nada y tenés derecho a hacer lo que quieras, con quien quieras.
Nico la miró brevemente, una leve ira pasando detrás de sus ojos.
—¿Vos creés que Mora es competencia para vos?
Ali abrió los ojos sorprendida y lo miró con la boca entreabierta, sin saber qué responder. Parpadeó dos veces y el mareo le sobrevino y le obligó a cerrar los ojos con fuerza.
—¿Estás bien? —Nico le apoyó una mano en el hombro, preocupado.
—Sí... un mareo—. Ali aflojó los párpado, pero los mantuvo cerrados—. La verdad es que me duele horrores la cabeza.
Nico aceleró y dos minutos más tarde caminaba junto a Ali hacia la entrada del área de emergencias del hospital, sosteniéndola firmemente del brazo y con el otro por sobre sus hombros. Si por él hubiera sido la llevaba en brazos, pero Ali se negó con rotundidad, diciendo que no estaba inválida ni era una niña. No se negó de todos modos al abrazo reconfortante y fuerte de Nico.
—Alina Mercán, ¿correcto?
El joven doctor Viggiano abrió la cortina que separaba las camillas en la sala de guardia, luciendo una sonrisa radiante y afable. Miró a su hermano, sentado en la silla de plástico verde junto a la camilla, y le sacudió el pelo.
—¡Hermanito querido! ¿Qué le hiciste a la pobre chica?
Nico lo miró contrariado y de un manotazo corrió el brazo de su hermano, que se rió como un niño. Ali sonrió al verlos interactuar, pensando en los gestos universales que comparten todos los hermanos, ya que Elías y Noah eran iguales, pese a ser niños.
—A ver, Alina, vamos a ver qué tenemos acá. Andá contándome qué pasó.
Javier tomó el pañuelo de Ali y lo dejó a un costado, sobre una bandeja, y con delizadeza abrió el la mata de cabello inmanejable que cubría la herida para observarla.
—Un estúpido se enojó con ella porque lo rechazó, y la empujó contra una pared. Se golpeó la cabeza contra los ladrillos y me parece que se le abrió —Nico explicó antes de que ella pudiese decir palabra.
La cara de Javier se tensó y perdió todo atisbo de amabilidad.
—Por tu bien, espero que el estúpido no hayas sido vos.
—¡Pero no, idiota! —Nico se paró de inmediato, ofendido—. Yo estaba ahí de puta casualidad, y fue una suerte, porque se lo saqué de encima.
—Es cierto —intervino Ali—. Tu hermano me salvó.
—Bien, entonces—. Javier volvió a sonreír y pareció otra persona—. La herida no es grave, pero es irregular, por lo que necesitará dos o tres puntos. No se te notará nada y no tengo que cortarte el pelo. Busco los implementos y regreso, ¿sí?
Una hora más tarde Ali salía de la sala de guardia. Le habían realizado una radiografía para descartar alguna posible fisura, y resultó que no tenía nada más que una hinchazón que su pelo rebelde ocultaba muy bien. Javier le recomendó descanso, no lavarse la cabeza por unos días, le dio una tableta de ibuprofeno y le prohibió acercarse a imbéciles con tendencias violentas, "de los imbéciles comunes creo que podés hacerte cargo sola", le había dicho señalando a su hermano, haciendo que Ali se riera y le tiraran los puntos tras la cabeza.
—Te llevo a tu casa—. Nico le abrió la puerta del auto con caballerosidad.
Ali subió sin oponer resistencia. Hubiera preferido tomar un taxi, ir sola y tratar de limpiar su mente, pero el dolor de cabeza persistía y, siendo sincera consigo misma, la compañía de Nico la hacía sentirse mejor, más protegida.
—¿Dónde vivís? —preguntó él, encendiendo el auto.
—En barrio General Paz, por calle Roma. ¿Te ubicás?
—Sí, ya sé por dónde es.
Nico tomó por una avenida y fue manejando tranquilo. No quería correr, así evitaba movimientos repentinos que pudieran acrecentar el dolor de cabeza de Ali. La miró de reojo y, ahora, más calmado, habiendo pasado los momentos de tensión y nervios, y asegurado por su hermano que no habría ningún tipo de consecuencia, se dio cuenta de que estaba encerrado en su auto con Alina Mercán. Un cosquilleo nervioso le subió por el estómago, haciéndolo sentir como un adolescente. Volvió a mirarla y respiró el sutil aroma a jazmín de lluvia que emanaba de su cuerpo. Qué linda era... Y qué tranquila había estado todo el tiempo. Él era un inútil cuando se lastimaba, odiaba las agujas, la sangre y el dolor, pero Ali no había mostrado malestar alguno cuando vio la bandeja de instrumentos que trajo su hermano, no lloró ni se quejó al ver los algodoncitos con sangre ni los restos de hilo.
—Te admiro, la verdad —le dijo, como si ella hubiese estado oyendo lo que pensaba.
—¿Por? —Ali lo miró con sorpresa, levantando las cejas.
—No lloraste, ni te quejaste, ni te impresionaste... Yo soy un cagón con esas cosas. Pensé que iba a tener que estar sosteniéndote la mano y casi que te pido a vos que sostengas la mía.
Ali lanzó una carcajada y Nico sonrió. Qué hermosa risa que tenía, tan abierta y franca, y qué bueno que él pudiera hacerla reír.
—No sos nada cagón, te enfrentaste a una bestia de ciento diez kilos hoy, y dudo que llegues vos a los setenta kilos.
—Setenta y dos, para tu información.
—Setenta y dos... Bueno, vos y tus setenta y dos kilos se la bancaron muy bien en la guardia.
—Quería vomitar. Me impresiona la sangre.
—Pero no vomitaste. Ni me pediste que te diera la mano. Fuiste muy valiente.
—Me hablás como si fuera un nene chiquito —dijo Nico, poniendo una exagerada cara de berrinche, y Ali volvió a reír.
Nico dobló una vez más por una esquina ya familiar para Ali. Entraban ya en calle Roma.
—Ya casi estamos... Vivo tres cuadras más arriba.
Ya estando más cerca, Ali le indicó cuál era su casa y él frenó. Una linda casa, pensó. Pintada de verde claro, con aberturas de madera y estilo colonial, se le hizo acogedora y familiar. No era pretenciosa y eso le agradaba, cuadraba mucho con Ali.
—Bien... Estamos.
De pronto, Nico se sintió triste. No quería dejarla ni irse, se sentía tan cómodo con ella... Pero Ali necesitaba descansar, su hermano lo había dicho, y él no sería quien se interpusiera. Se bajó del auto y caminó frente a él para abrirle la puerta, pero Ali ya lo había hecho, por lo que extendió su mano para ayudarle a bajar. Ella la tomó y de nuevo pareció que una pequeña descarga eléctrica corrió entre ellos.
—Nico, la verdad es que no sé cómo agradecerte todo lo que hiciste por mí esta noche.
Ali lo miraba con los enormes ojos verdes, sin rastro de la dureza que generalmente los caracterizaban, sino con dulzura y agradecimiento. Una sonrisa le suavizaba el rostro.
—Con que no salgas de nuevo con ese idiota me doy por satisfecho.
—Aunque no me lo pidieras, no volvería a salir con él.
—Buena chica. Muy inteligente de tu parte.
Ali volvió a sonreír y bajó el rostro, mirando sus zapatos. Levantó la cabeza nuevamente y, con decisión, se acercó a Nico y lo abrazó, casi en puntas de pie.
- Gracias, Nico.
Tras superar el primer impacto de sorpresa, él se rindió al cálido abrazo y la rodeó con sus brazos, hundiendo la cara en su pelo rebelde y aspirando el leve aroma a jazmines que despedía. Qué frágil se le antojaba ella, su cuerpo delgado contra el de él, pero al mismo tiempo le parecía una contradicción contra su personalidad, tan fuerte, tan decidida, tan segura de sí misma.
—Nada que agradecer —le dijo en voz baja, cerca del oído, y la sintió vibrar levemente, pero lo atribuyó a que ella no esperaba que él hablara.
Ali bajó los talones hacia el suelo y, reticentemente, desarmó el agarre de alrededor del cuello de Nico, bajando las manos por sus brazos. Nico dejó sus manos en la cintura de Ali por unos instantes más, mirándola con intensidad, viendo su propia ansiedad reflejada en los ojos de ella, esos ojos verdes tan parecidos a los suyos, y acercó levemente su cara hacia ella. Ali entreabrió apenas los labios, y parpadeó.
Nico le dio un rápido beso en la mejilla y se retiró, confuso.
¿Pero qué carajo fue eso? ¿Un beso en el cachete? ¿Por qué mierda no la había besado? ¡Por todos los cielos, no podía ser tan idiota! En su cabeza se golpeaba a sí mismo una y otra vez.
Ali lo miró confundida por un momento y una ráfaga de dolor y decepción pasó por su faz, pero Nico no lo notó, ocupado en autocastigarse mentalmente. Recompuso su rostro y su postura, y le brindó una sonrisa fría y desapegada.
—Gracias, de nuevo. Voy a ir a descansar ahora—. Se acomodó el pequeño bolso en el hombro y se arrebujó en su abrigo—. Avisame cuando llegues a tu casa. Nos vemos luego—. Sin esperar respuesta, dio media vuelta y caminó los seis pasos que la separaban de la puerta, atravesando el pequeño jardín frontal.
Giró la llave en la cerradura, abrió y entró al palier, donde giró y levantó la mano.
—Chau, Nico.
Para cuando él atinó a devolver el saludo, Ali ya estaba cerrando con llave.
—Chau, Ali, preciosa —dijo en voz baja, más para sí mismo que otra cosa.
Subió al auto y lo encendió, mirando nuevamente hacia la casa. Tomó el volante entre sus manos y se dio dos fuertes golpes en la frente con él.
—Pero si seré boludo... —se dijo una vez más y arrancó, perdiéndose en la noche.