Con los años me volví una ermitaña, no hablaba con nadie que no fuera necesario y no era una persona social.
Una de esas noches, mi hermana y yo tuvimos una discusión.
Era de noche, yo lavaba los platos, mientras mi hermana bañaba a mi sobrino.
Escuche su voz, me hablaba para que fuera a vestir al niño.
Yo estaba ocupada.
Pensé que era mejor que ella lo hiciera ya que, estaba libre.
De rato, se escuchó un portazo, mi hermana se vistió muy rápido, aun con la toalla en la cabeza, me reclamo que no fuera.
Mi madre y mi padrastro salieron del cuarto.
Entonces le expliqué que estaba ocupada, por eso negué a ir.
Se enfureció, se acercó a jalarme del cabello y comenzó a arañarme la cara, yo solo recuerdo que sostuve sus muñecas con fuerza para apartar sus manos de mí.
Fue algo muy rápido.
Mi padrastro si se acercó a separarnos.
Mi hermana bramaba de furia y creo que de dolor.
Cuando la solté, sus muñecas estaban enrojecidas.
Se fue a recoger a su hijo del piso del baño, lo había dejado envuelto en la toalla.
Mi madre dijo que nos calmáramos, me dijo que terminara de hacer lo que hacía y me durmiera.
Dolida, seguí lavando los trastes, el último en irse fue mi padrastro, creo que, sintió pena por mí.
Seguí lavando los trastes, con lágrimas en los ojos.
Luego de un rato, mi hermana vistió a su hijo, se regresó a verme y me dijo que me largara de la casa porque ya no me quería ahí.
Atrajo de nuevo la atención de la familia.
Mi madre solo nos veía exasperada, molesta.
Confronte a mi hermana diciendo que ella no era la dueña de la casa, se hizo un silencio.
La actitud de mi hermana intimidaba, pero lo que me dolió hasta el alma fue el silencio de mi madre, como si apoyara totalmente la orden.
Yo pregunte a mi madre sobre la orden de mi hermana.
Mi madre no contesto, se di la vuelta y se fue.
Esto para mí, fue un sí.
Al irse todos, me quede llorando en la cocina.
No tenía un lugar propio para poder llorar, el cuarto lo compartía con mi hermana, el baño, estaba muy cerca del cuarto de mi madre.
Y la cocina, era mi refugio.
Dado que, yo cocinaba, limpiaba, aportaba dinero que, en aquel tiempo, era 3 veces lo que mi madre ganaba en la maquila.
Cuidaba de mi sobrino gratis.
Me ocupada de 10 niños en la semana.
Era la sirvienta de mi hogar.
Así me sentía.
Y ahora estaba despedida.
A la mañana siguiente, me levante muy temprano, como a las 4 de la mañana.
Me fui a la parada de autobús de un centro comercial rumbo al centro.
Me decía a mí misma que, encontraría trabajo de sirvienta en alguna de las casas de la zona lujosa de mi ciudad.
Cosa que, por supuesto que no paso.
En todos lados, me pedían cartas de recomendación y experiencia.
Además de tener 14 años, no les daba ninguna confianza.
La vida no es una novela.
Pase todo el día caminando y tocando puertas.
No había comido nada, solo había comprado una botella de agua.
Como a las 6 de la tarde, recibo una llamada.
Era de mi tía.
Si había recibido llamadas de mi familia, pero no las conteste.
Aunque fueron solo 2.
Mi tía me pregunto dónde me encontraba.
Le dije lo que había pasado, rompí a llorar.
Ella me ofreció irme a su casa.
Eso hice.
Me fui a casa de mi tía.
Mis primas que, habían alterado su acta de nacimiento, me ayudaron a alterar la mía.
Entre a trabajar en una maquila.