Chereads / Piratas y Cazadores - Libro 1 - / Chapter 8 - Cap. - 8 -

Chapter 8 - Cap. - 8 -

En Rockwood, en el antiguo salón del castillo, Jayden y Randall jugaban al ajedrez. Randall era un gran aficionado al juego y, sin otros guardas con los que jugar, a veces accedía a sacar de sus celdas a algunos internos, siempre con los grilletes, por supuesto, para que jugasen con él. Le había alegrado que William y los hermanos se hubieran mostrado dispuestos a una partida, ya que le habían caído bien, y, en cualquier caso, ¿quién iba a enterarse?

Jayden iba perdiendo, y la presencia de Max y William no le ayudaba a concentrarse, sino que le estaban poniendo muy nervioso, porque no paraban de gritar para animarle. Al final, los reprendió:

—¡Cállense! ¿Quieren? trato de concentrarme aquí, éste sujeto es muy bueno, no importa qué movimiento haga siempre me veré acorralado, ¡ah qué diablos! muevo a mi rey.

Randall se puso a reír y dijo:

—Un movimiento desesperado, pero me temo que no has tomado en cuenta a mi caballo, jaque mate.

—¡Aaaah! maldición, no puede ser —respondió Jayden.

—Ja, ja, ja, que pena hermano.

—Maldición, con esto hemos perdido los tres —puntualizó William.

—No te burles, que yo duré más que tú. —Exclamó Jayden.

—¿Qué quieres que haga?, nunca había jugado ajedrez.

—Bueno, ha sido una partida muy interesante —comentó Randall—. Ciertamente estos chicos son interesantes, como me dijiste, William.

Pero Jayden pronto llevó la conversación hacia otro tema.

—Lo que me parece interesante —comentó—, es que todos los reos están en el salón tomando ceiba fermentada, ¿no tienes miedo de que escapen?

—No, todos aquí nos conocemos, somos una villa pequeña ¿sabes?, así que aprovechamos para pasar el rato con nuestros amigos, sin que nuestras esposas nos molesten —respondió Randall.

—Y, entonces, ¿qué era todo eso de que nos cuidáramos por la noche? —preguntó Max.

—¿Eso? —repitió Randall, riendo—, siempre se los digo a todos los nuevos, me gusta asustarlos y ver sus caras preocupadas ja, ja, ja.

A Max no le hizo ninguna gracia, a lo que dijo:

—¿Es en serio?

—Sí, incluso me lo dijo a mí —explicó William.

Randall se levantó.

—Bueno, es hora del castigo, espérenme aquí por favor.

En cuanto Randall se ausentó, Jayden se dirigió a William:

—Oye William, si eres tan bueno como dices, ¿por qué no has huido de aquí todavía?, se ve muy sencillo hacerlo.

—Bueno, lo iba a hacer desde el día que llegué aquí, luego vino Randall y me retó a una partida de ajedrez. —los hermanos no veían la relación entre ambas cosas, pero William se lo aclaró— Me dijo que si perdía tenía que quedarme hasta que cumpla mi sentencia, perdí y me quedé aquí.

—¿Y no pudiste salir huyendo nada más? —preguntó Max.

—Puedo hacerlo cuando quiera, pero soy un hombre de palabra.

—Y entonces, ¿por qué nos quieres ayudar a nosotros? —preguntó Jayden.

—Porque ya me aburrí de ver las mismas cuatro paredes todo el día.

—¿Y qué hay con eso de que eres un hombre de palabra? —Le reclamo Jayden.

—Eso puede esperar. —Aseguró, y luego se echó a reír.

Aunque a Jayden le parecía que aquello era bastante contradictorio, no hubo tiempo para más, porque Randall estaba de vuelta y les hizo una seña para que le siguieran por un pasadizo que daba a lo que quedaba del patio de armas. Al salir a la calle, la luz les cegó un instante, así que lo que vieron a continuación fue como una aparición: al fondo de aquella especie de jardín ruinoso, cerca de una de las paredes, dormitaba el mismo dragón que Leo Grant había llevado a la villa el día anterior.

—Bueno chicos llegamos —dijo Randall, que parecía muy satisfecho de la cara de sorpresa que ponían los dos hermanos.

El dragón mostraba heridas bastante importantes tras haber sido atrapado, transportado y zarandeado por un lobo gigantesco, pero igualmente estaban nerviosos, ya que algo no les cuadraba.

—Es el mismo que vimos ayer, ¿verdad? —le preguntó Max a Jayden.

—Sí, no hay duda de ello.

Y aunque hablaban bajito, casi en un susurro, Randall los oyó.

—Con que ya lo habían visto –comentó.

Los chicos asintieron con la cabeza, y Jayden explicó:

—Ayer en la plaza, el Señor Arthur contrató a alguien para que lo cazara y para que éste pudiera formar una alianza con su hijo. Lo llevaba un hombre que se llamaba…

—Leo Grant —terminó Randall, y añadió—. Él ya se fue, aunque antes, pasó por aquí, y me preguntó si quería quedártelo. Como verán, yo también soy un cazador y nunca he tenido la oportunidad de estar tan cerca de un dragón, por lo que acepté sin dudarlo.

—Y, ¿qué quieres que hagamos? —preguntó Jayden.

Randall señaló unos cubos de los que sobresalen trozos de carne, probablemente restos de lo que fuera que se preparaba en las cocinas de la fortaleza.

—Bueno es simple, quiero que le den de comer, desde que vino no ha comido nada ni ha dejado que lo atienda, no debe de sentirse a gusto conmigo, quizás con ustedes si acepte la comida por lo menos.

—¿Qué? ¿Darle de comer?, somos piratas, lo recuerdas, las bestias nos odian, no podremos acercarnos sin que se enfade —exclamó Jayden, horrorizado ante tal petición.

—Ja, ja, ja —rio Randall—, ya lo sé, por eso es un castigo.

William intentó animarlos:

—¡Vamos chicos!, ustedes pueden, no sean cobardes.

Pero el reto le incluía:

—Tú también lo intentarás —agregó Randall.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Tú también perdiste en ajedrez ¿recuerdas?, y según me dijiste eres un hombre de palabra.

—¡Maldición! —gritó William, y Jayden se burló.

—Ja, ja, ja, está bueno por burlarte de nosotros.

Mientras Jayden y compañía hablaban entre ellos, Max observaba al dragón con mucha atención, e igualmente, el dragón seguía muy atento los movimientos que hacía Max, era como si ambos se estuvieran hablando a través de la mirada. Jayden, que no se había percatado de ello, le llamó:

—¡Max!, ¿qué estás haciendo?, aléjate de ahí.

Pero Max puso cara de no entender a qué se refería.

—¿De qué hablas?, si no me he movido.

Se fijó que todos estaban muy pálidos y parecían asustados.

—¡Mira enfrente de ti, enfrente de ti! —gritaba William, haciendo movimientos exagerados con los brazos.

Max se volvió, y, para su sorpresa, se dio cuenta de que estaba justo frente del dragón, a tan solo un paso de tocarlo, la distancia justa para que el dragón pueda arremeter contra él, aunque realmente estaba seguro de no haberse desplazado ni un solo metro en esa dirección. Intentó no parecer asustado y levantó lentamente la mano derecha, dónde tenía unos pedazos de carne cruda, —aunque no recordaba haberla cogido— hacia el hocico de la bestia, y la bestia, contra todo pronóstico, la cogió con delicadeza y se la comió.

Jayden estaba paralizado, y Randall se había quedado boquiabierto, ya que el animal no había aceptado ni un solo bocado de él, un cazador. ¿Cómo podría ser que prefiriera comer de la mano de un pirata? William, por su parte, hizo lo que era más lógico: se acercó lentamente hasta estar detrás de Max, lo sujetó y, lentamente, hizo que Max retrocediera. Max, quien seguía atónito, se dejó caer al suelo cuando ya estaba a una distancia considerable del dragón.

En cuanto se recuperó un poco, Jayden se abalanzó sobre él y lo zarandeó:

—Max, ¿estás bien?, ¿en qué diablos estabas pensando?, podías haber muerto.

—¡No lo sé, no lo sé!, cuando me di cuenta ya estaba ahí.

Max estaba muy nervioso, y parecía a punto de llorar, así que William se interpuso entre los dos hermanos.

—Bueno, tranquilo, ya pasó, eres muy valiente para ser tan joven, serás un gran pirata como yo.

—Sí —respondió Max, quien no dejaba de temblar.

Y William añadió:

—Bueno Randall, ya cumplimos con el castigo, creo que podemos regresar con los demás.

—Sí, ya podemos volver.

Pero no tuvieron tiempo de hacerlo. Justo cuando se disponían a volver al salón, un gran estruendo les hizo voltear, y vieron como el muro de detrás del dragón se derrumbaba. Tras él, dos grandes Pyranikus y una gran manada de bestias de todo tipo se dirigían directamente a donde ellos se encontraban.

—¿Pero qué demonios? —se pregunta William—. Por favor, Randall, dime que esto es obra tuya y que puedes pararlo.

Randall negó con la cabeza.

—Ni en mis más grandes sueños sería capaz de algo así, esto lo causó una bestia de gran nivel —respondió.

—¿Y ahora qué? —preguntó Jayden, quien se ve aturdido.

Y William sentenció:

—Es obvio, tenemos luchar si no queremos morir en este lugar.

—¿Luchar?, los cazadores no pueden llamar a sus compañeros aquí adentro, y nosotros no podemos crear ninguna arma, ¿cómo rayos piensas luchar? —preguntó Jayden.

—Bueno, ¿tienes una mejor idea?

Max la tenía:

—Yo sí, debemos soltar al dragón.

—¿Estás loco?, en cuanto lo soltemos se unirá a la fiesta de las bestias y nos atacarán. —reclama William.

A fin de cuentas, no era más que un animal, un animal muy grande, y no era el aliado de ninguno de los presentes, así que lo lógico era pensar que actuaría como tal. No obstante, Max insistió, seguro de que era la única oportunidad:

—No, no lo hará —dijo, y sintió que eso era lo único de lo que podía estar seguro en esos momentos.

Randall estuvo de acuerdo:

—Puede que el chico tenga razón, hay una probabilidad que el dragón ataque a las Pyranikus, las verá como una amenaza más grande que nosotros. No es seguro, pero es lo único que tenemos.

William asintió y empezó a organizarlos:

—Escúchenme, separémonos, Randall, encárgate de la Pyranikus que está por la derecha, yo iré por la izquierda, nosotros nos distraemos, mientras ustedes dos liberan al dragón. Max parece caer en gracia a esa bestia, vamos a aprovecharlo.

—De acuerdo, ¡vamos!

William y Randall arremeter contras los Pyranikus, con más éxito del que tuvieron los hermanos en el bosque. Randall, un cazador ya experimentado, podía predecir fácilmente los movimientos que harían las raíces de las Pyranikus y, aunque no conseguía matarla, porque no contaba con una alianza, los golpes que lograba atinar desequilibraron a la planta. Por el otro extremo, William, que era un pirata, lograba moverse con mucha facilidad entre las raíces y provocaba a las diferentes cabezas se golpearan entre sí.

Aunque Max y Jayden tenían una misión que cumplir, no pudieron dejar de darse cuenta de lo distinta que era esa pelea de la que habían tenido ellos el día anterior.

—¡Son sorprendentes! —comentó Max.

—Sí, a nosotros casi nos matan y ellos sin armas pelean a la par sin ningún problema. —respondió Jayden —Nosotros tenemos que hacer nuestro trabajo rápido.

Max asintió y ambos avanzaron hacia el dragón.

La bestia se encontraba encadenada por las cuatro patas y forcejeaba constantemente con las cadenas debido a las Pyranikus y a la presencia de las demás bestias. El dragón estaba exaltado, quería salir de ahí y su alteración era de tal magnitud, que se movía incesantemente impidiendo a Max y Jayden acercarse a él.

—Max, ¿puedes calmarlo? —preguntó Jayden, esquivando los movimientos bruscos del dragón—.

—¿Y cómo se supone que lo haga?

—No lo sé, háblale, tal vez te escuche.

—¿Hablarle?, estás loco.

Max no lo veía claro, pero William le apremió:

—¡Chicos!, ¿por qué se tardan tanto?, terminen con eso de una vez, nos estamos quedando sin tiempo, las bestias se acercan.

—¡Max!, vamos tú puedes —insistió también Randall.

Max, en un movimiento desesperado, se colocó enfrente del dragón, quien al observar a los ojos se detuvo, y le habló con la voz más calmada de la que era capaz:

—Escucha, por favor, estamos tratando de quitarte las cadenas, y necesito que te calmes, ¿ves esa manada de bestias que se aproximan? Nosotros no podemos vencerlos, y por eso cuando te soltemos, sugiero te vayas de aquí lo más rápido que puedas y, cuando lo hagas, por favor, destruye a esas Pyranikus para que podamos salir nosotros también…

—¡Listo! —le interrumpió Jayden—, logré soltarlo.

El dragón, quien seguía observando fijamente a Max, se sacudió, alzó sus dos alas y tomó una posición de ataque.

—¡Max, quítate de ahí! —le gritó Jayden a su hermano, que aún estaba enfrente del animal. Pero Max continuó hablando con la bestia:

—¡No te muevas!, por favor—le replicó Max a Jayden— Ya te liberamos, ahora puedes hacer lo que quieras, ¿qué tal si salimos todos de aquí con vida si es posible?

El dragón, al escuchar esto, se volteó y, dejando atrás a los asustados hermanos, alzó el vuelo. Desde el aire, con una bocanada de fuego, calcinó a las dos Pyranikus —y por los pelos a William y a Randall— y luego se dirigió a la manada de bestias volando bajo. Las bestias, al ver el enorme dragón que lo calcinaba todo a su paso, tuvieron que rodear el castillo para evitar arder. Y luego, el dragón se alejó sin dejar de aletear.

—Chicos, ¿vieron eso?, estuvo súper, pensé que iba a morir, creí que me iba a devorar —exclamó Max, eufórico.

William y Jayden estuvieron de acuerdo con él. Randall, al que las llamas del dragón habían prendido la camisa, rodó un buen rato por el suelo antes de levantarse, negro como un carbón y sonriendo dijo:

—Eso estuvo cerca, pude ver mi vida pasar en un instante, y fue muy aburrida.

Y los cuatro rieron.

Pero pronto volvieron a preocuparse. Lo que acaba de ocurrir no era normal. Esas bestias estaban corriendo porque tenían miedo, y eso significaba que algo debió haber ocurrido, y tenía que ser algo muy grande para que todas esas bestias se movieran de sus moradas a esta hora de la noche. Pero lo más preocupante era que esa manada corría hacia la villa, poniendo en peligro a todos los que allí vivían.

—¿A la villa?, ¡Mary puede estar en peligro! —pensó en alto Max, y Jayden añadió:

—También nuestro padre está ahí, tenemos que ir

—Randall, sé que es imprudente, ¿pero nos dejarías marchar? —preguntó entonces William —si ha ocurrido lo peor, necesitarán de toda la ayuda posible.

Jayden y Max se unieron a la súplica hasta que Randall accedió:

—¡Está bien!, pueden ir, yo veré como están todos por aquí, luego los alcanzaré.

Randall les deseó suerte y los hermanos se dirigieron a las cuadras, dónde había varios caballos. Cuando William empezaba a seguirlos, Randall lo sujetó del brazo.

—William por favor protege a la gente de la villa, tú eres el único que puede salvarnos, una vez que dejes esta zona, podrás usar todas tus fuerzas.

—Claro, pero no creo que sea necesario usar toda mi fuerza.

—Tan engreído como siempre, aunque eso es tranquilizador.

Y con eso Randall soltó la mano de William quien se apresuró a seguir a los chicos. Randall observando cómo se marchaban les deseo toda la suerte del mundo.