La espada estaba incrustada al suelo debido a la fuerza que el pirata corpulento había ejercido en ella, no obstante, no había ningún cuerpo enfrente de él, solo el polvo. Extrañados su compañera replicó:
—¿Qué pasó? ¿Dónde está?
Claramente su compañero estaba tan perdido como ella por lo que no respondió, enseguida busco a Jayden como la mirada, pero también había desaparecido, aquello parecía ser una obra de magia, desesperado el pirata observó a sus alrededores en busca de respuesta y fue justo detrás de ellos que la encontró.
William había llegado justo a tiempo para rescatar a Violet, él cargaba con un brazo a Violet mientras que con el otro sostenía a Jayden. Con sumo cuidado bajo a Violet y la recostó a la pared, con Jayden no tuvo tanta delicadeza simplemente lo dejo caer, algo que lo molesto, pero no era el momento oportuno para presentar una queja.
William observaba a Violet con mucha atención, examinando cada parte de su cuerpo con su mirada, no de forma lasciva, claro está, no, el observaba el daño que había recibido y se aseguró que su vida no corriera peligro.
Violet abriendo sus ojos y observando a la persona que tenía enfrente de ella, dijo:
—Hermano.
Los presentes se asombraron, inclusive William, no creyó que Violet le reconocería tan rápido debido al aspecto que tenía. Jayden quedó tan sorprendido que no creyó lo que había oído, la razón por la que Jayden quería hablar con Violet era eso, él quería preguntarle sobre su hermano el que era conocido como: El traidor de la corona.
Y es que William Vandergate asesinó al hijo de un Duque y a la vez, robó una flota categoría cuatro —según dictaban los informes oficiales—, su acto de traición lo convirtió en la persona más buscada de los trece reinos. La oveja negra de la nobleza y el motivo de odio de ellos hacia la familia Vandergate.
—Ya estoy aquí hermana, no te preocupes, yo me encargaré del resto, ya puedes descansar. —Comentó William con una voz suave.
A lo que Violet cerró sus ojos y se desmayó. William entonces fijó su mirada en los dos piratas que estaban detrás de él, ambos al ver la reacción de William dieron un paso hacia atrás, William tenía la fama de ser el pirata más fuerte de aquella época, por lo que luchar contra él era demasiado arriesgado.
—¡Ten cuidado! Ellos son fuertes. —Exclamó Jayden temiendo que William sufriera la misma suerte que Violet.
—¿En serio? No lo parecen.
—¿Qué? Te diste cuenta que Violet está herida, ¿no? —ironizó Jayden.
Pero, William solo se puso a reír, como si nada se pusiera a estirar su cuerpo ante la mirada estupefacta de sus contrincantes que no creían lo que miraban, ¿la razón? La mujer pirata lo explicó de forma irónica a su compañero, quien ya conocía la razón.
—El oráculo no mencionó que William Vandergate se aparecería ante nosotros, se trata de un desvió, tenemos que irnos e informarle a Bardock de lo sucedido.
—No hay ninguna desviación aquí Sam.
—Tuviste una visión más amplia ¿por qué no lo mencionaste? Prometimos hacerlo.
—El oráculo me lo prohibió, mi visión fue borrosa, no se podía confirmar por completo, además, todo estaba saliendo tal y como se nos fue presentado, no creí que pasaría.
—¿Cómo termina tu visión?
Sin previo aviso el grandulón golpea a su compañera en el estómago ante el asombro de William y Jayden, en eso, con un leve movimiento de su pierna derecha el pirata creó lo que parecía ser a la vista una sombra que terminó tragando a su compañera. Antes de que ella fuera tragada por completo y de que se desmayara por la falta de aire, exclamó:
—Egil maldito…
Y desapareció, Jayden sin comprender lo sucedido comentó:
—Él-él mató a su compañera… —Aunque William lo contradijo.
—No, solo se la llevó de aquí —y luego le dijo al pirata de nombre: Egil—, déjame adivinar ¿Hay un cazador con una bestia mística por aquí?, ¿no es así?
—No estoy seguro.
—Ya veo, ¿ustedes iniciaron todo esto?
—No, no fuimos nosotros, fue el destino, el destino quería que esto pasara —respondía Egil mientras observaba los alrededores—. Nosotros solo somos sus herramientas.
—Lo que le hicieron a mi hermana, ¿también fue obra del destino?
—Así es, todo lo que ocurre en este mundo es obra del destino.
A William solo le bastó escuchar esas palabras para ponerse en acción, en un simple parpadeo William llegó a situarse enfrente de Egil, con un puñetazo que iba a la cara de Egil, William logro clavarlo al suelo, Egil rebotó tres veces antes de que su cuerpo se detuviera, sin saber muy bien lo que paso se sujetó la cabeza, pues todo le daba vueltas, a duras penas logró comprender las palabras que William le dirigía mientras se acercaba a él:
—Estupendo, entonces no me culparas a mí si terminas muerto.
Max se encontraba a varias calles de distancia cuando oyó el aullido furioso del lobo antes de atacar, y en eso, un derrumbe, entonces Max cayó de rodillas, resollando, a punto de llorar por la pérdida que acababa de sufrir.
Se culpaba por lo sucedido, al fin y al cabo, fue su plan lo que conllevo a la muerte de su padre, confiado se había lanzado a atacar al lobo sin pensar en las consecuencias que ocasiona si fallaba. Temía el odio de su hermano, él y su padre estaban tan unidos… Llegó a pensar que Jayden lo abandonaría y se quedaría solo sin ninguna compañía en este mundo, todo su espíritu se derrumbó hasta el punto de pensar que morir en aquel lugar no sería tan malo después de todo.
—¿Te encuentras bien? —Pregunto una chiquilla quien estaba acurrucada entre los brazos de su madre, ellas no lograron llegar a tiempo para refugiarse, la niña no podía caminar, por lo que trasladarla resultaba complicado para una madre soltera.
Max la miró a ella y a su madre, ambas temblaban de miedo, arrinconadas en una de las tantas esquinas de Riverwood, aún es esa situación la madre de la niña actuó y estiró su mano hacia Max y le dijo:
—Ven con nosotras, nos dirigimos al refugio.
Max no supo cómo reaccionar, no fue hasta que la niña estiró la mano imitando a su madre que Max levantó su mano tratando de cogerla, aunque claro, había cierta distancia entre ellos, Max se perdió en sus pensamientos hasta el punto de olvidar al lobo y eso fue un error fatal.
El enorme lobo, tras matar a Derrick, había empezado a deambular por los aledaños y pronto se dio con Max, que no se percató de su presencia hasta que lo tenía prácticamente encima. El lobo aulló a su lado, pero Max ni siquiera reaccionó. Estaba demasiado triste, demasiado cansado. El lobo rodeó su presa lentamente, saboreando la inminencia de la caza, y de pronto empezó a retroceder, aullando de terror, llamando a su aliado.
Max levantó la cabeza cuando unas esferas de llamas provenientes del cielo oscuro le pasaban justo por encima, y se dio cuenta al momento de lo que estaba pasando: ¡Era el dragón!, aquel dragón que el lobo llevaba en sus mandíbulas en el festival, aquel dragón que Max y compañía liberaron, ese mismo dragón había vuelto, y por una extraña razón, estaba dispuesto a proteger a Max, aunque todavía no se encontraba en las mejores condiciones posibles y aún se veían en sus escamas las mordeduras del lobo.
Cuando el lobo retrocedió hacia uno de los callejones laterales, el dragón se posó al lado de Max y fue hasta entonces que Max volvió en sí, la madre de la niña lo apresuro para que las acompañara, pero este se negó, diciendo:
—Les ganaré tiempo, ¡Váyanse! —Y lo hicieron, la madre cargó a su hija y salió corriendo de ahí.
Max, que no era un cazador, no entendía del todo lo pretendía la bestia, pero al levantarse lo vio: el lobo había conseguido apagar las llamas que lamían su piel, y el cazador estaba a su lado, Max no podía dejar de pensar en lo que había dicho Derrick: tenía que huir, tenía que sobrevivir a toda costa; y enfrentar a un lobo furioso junto a su compañero era una tarea imposible para él.
Después de todo, el lobo y el cazador estaban en su modo Raseri, ellos incluso habían derrotado al dragón en una ocasión anterior. Simplemente no había forma de ganar, Max se detuvo, dejó de pensar en lo negativo de la situación y observó al dragón, quien no se acobardaba, y simplemente decidió que él tampoco lo haría.
El cazador Leo Grant lo miró a los ojos antes de preguntarle:
—¿No te irás?
Aunque era el lobo quién le hablaba a través de su compañero, y contestó, con fuerzas renovadas:
—¡No!, me quedaré aquí a luchar, si no lo hago me arrepentiré el resto de mi vida por esa razón no puedo retroceder. Además, si me voy de aquí empezarás a atacar a la villa y todo el esfuerzo que pusieron los demás para evitarlo será en vano.
—Y, ¿qué puede hacer un chico como tú? —Rio Svart, por boca de Leo—. Ese dragón sigue herido y tú ni siquiera tienes completo tu tatuaje.
Max observó al dragón y su tatuaje y simplemente sonrió. ¿Qué podía hacer? Poca cosa. No podía vencer y no tenía ninguna intención de dejarse la vida en esa batalla. Pero podía ganar tiempo. Detener a la pareja el tiempo suficiente para que alguien viniera a ayudarlos como William.
Cómo si hubiera leído sus pensamientos, Leo comentó:
—Niño estúpido, tus esfuerzos serán en vano.
Pero Max no lo escuchaba. Desde hacía unos minutos, escuchaba varias voces dentro de su cabeza. Eran voces desconocidas para él y no podía discernir qué era lo que decían, pues hablaban en un idioma que le era desconocido, pero creyó entender lo último que dijeron:
—¡Eres tú!
Las voces desaparecieron y Max, como despertando de un sueño, vio que, de no se sabía dónde, habían empezado a salir llamas enormes que le rodeaban a él y al dragón, y que Leo estaba justo al otro lado del fuego. También se dio cuenta de que los movimientos del cazador y su lobo, que antes le habían parecido muy rápidos, se habían ralentizado, o quizás era él quién había incrementado sus reflejos. En todo caso, le pareció que las fuerzas estaban más equilibradas, y cuando Leo lanzó un golpe atravesando las llamaradas Max detuvo su puño como si se tratase de una pluma.
Max no lo entendía. Era imposible que él, un joven que ni siquiera era un pirata aún, estuviera deteniendo los golpes de un cazador experimentado aliado con un lobo gigante. No obstante, el siguiente movimiento del dragón, que acababa de esquivar un par de ataques del lobo y se había situado justo detrás de Max, fue revelador: se colocó en posición de intimidación, expandiendo ambas alas, y cubriendo con ellas no solo sus flancos, sino también los de Max. Algo sorprendente había ocurrido y el cazador lo sabía.
¡El dragón había escogido a Max cómo su compañero! Aunque Max no era consciente de nada, todo su cuerpo relucía, envuelto en llamas, sus ojos se habían vuelto ovalados como los de su compañero.
Leo y Svart detuvieron el ataque. Incluso en modo Raseri, eran capaces de darse cuenta de que eso que veían era extraordinario.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Leo, es decir Svart— Formar una alianza con una bestia, sin ni siquiera decir una palabra… es extraordinario. Y, además, tú eres un pirata, los piratas no pueden aliarse con las bestias.
Sin embargo, Max no respondió, ni él lo sabía la razón de tal cosa, lo único que sabía es que ahora se sentía con muchas más energías que antes, energía que le infundió confianza y habilidades nuevas y fue una de estas habilidades que le permitieron preguntar con aires de superioridad:
—¿Tienes miedo?
—No le tengo miedo a los dragones —dijo Leo.
—Entonces, ¿Por qué puedo oler tu miedo?