Mientras tanto, el mensajero de Edwin había pasado varias horas buscando al cazador Leo Grant y a su lobo, ya empezaba a desesperar cuando por fin se dio con ambos a las afueras de la villa, en lo más profundo del bosque. Se acercó al cazador y le interpela sin siquiera saludarlo:
—Por fin he logrado encontrarlo, traigo un mensaje de parte del Señor Arthur Hall.
A Leo Grant no le gustaba del todo Señor Arthur, pero le interesaba lo que podía ofrecerle, así que sonrió y le preguntó:
—¿Señor Arthur tiene alguna petición para mí? ¿De qué se trata esta vez?
—Así es —repuso el mensajero, que había asistido al numerito de Edwin con el dragón y parecía aliviado por el buen recibimiento, en eso le entregó una carta al cazador junto con un rollo que contenía un dibujo de los chicos.
—¿Qué es esto?
—La orden de caza, señor.
Leo miró otra vez los dibujos que aparecían en el rollo.
—Pero, son dos jóvenes.
El mensajero asintió.
—Así es, Señor Arthur quiere que mates a esas personas, en estos momentos se encuentra en un castillo no tan lejos de aquí, será pan comido para alguien como usted.
—Toma tu carta, y regresa de dónde viniste.
—¿Disculpe?
—Dije, toma tu carta, y vete de aquí. —En ese momento el lobo se puso de pie y empezó a mostrar sus colmillos.
—¿Qué significa esto? ¿Acaso no piensa tomar la orden?
—Veo que puedes pensar, ve y dile al señor de estas tierras que Leo Grant no mata personas, no me rebajo a esa clase de trabajos.
—Tú dijiste que tomarías cualquier tipo de caza si te pagarán por ello. Aquí tengo el dinero para pagar, diez monedas de oro, es un precio justo.
Pero Leo Grant seguía negando con la cabeza.
—Así es, pero lo único que me interesa cazar son bestias, no personas, ahora vete de aquí. Soy un cazador, no un asesino.
Y dicho esto volvió a sentarse junto a su lobo, esperando que el mensajero hubiese captado la idea, justo a tiempo para que otra voz distinta y desconocida se uniera a la conversación.
—No puedes rechazar la oferta —dijo la voz, que de pronto sonaba justo detrás de Leo—. Eso no estaba contemplado en tu destino.
Leo pegó un respingo. No estaba acostumbrado a que le sorprendieron, y aún menos a que ni siquiera Svart notase la presencia de una persona que se acercaba.
—¿Quién diablos eres tú? —preguntó, nervioso. Y, dirigiéndose al mensajero—, ¿este sujeto viene contigo?
Pero el mensajero parecía tan sorprendido como él.
—No, señor, fui enviado aquí solo, ¿hay algún problema?
—Sí, no me percaté de su presencia, y, por cómo actúa, creo que Svart tampoco, y eso no es posible —y se dirigió al desconocido, cuyo rostro se ocultaba bajo una capucha —. Te pregunté, ¿qué diablos eres? ¿Qué quieres?
El desconocido empezó a hablar:
—¿Yo?, solo soy un seguidor ferviente del destino, no soy alguien de importancia, tan solo un espectador de la historia que el destino les tiene preparado a ustedes.
—No sé a qué has venido, así que por tu propia seguridad te recomiendo irte de aquí, sino lo consideraré una amenaza para mí persona y mi compañero, y atacaremos —fanfarronear Leo, y el lobo tomó una posición de ataque a lo ante que el encapuchado detuvo su avance., no sin seguir insistiendo—: Pero, ¿y la cacería?, ¿No quieres hacerla?
—¿Estás seguro que no viene contigo? —preguntó Leo nuevamente al mensajero.
—No señor, se lo juro, no tengo idea de quién es esa persona —respondió con una voz temblorosa.
—Está bien te creo… —y le espetó al desconocido—. Mira no sé quién eres y no me interesa, pero no haré esa cacería, yo no mataré a ninguna persona.
—¿Qué hay con tu destino? —insistió el encapuchado.
—No me importa, mis principios son más importantes que el destino.
—Eso es una lástima, porque si no quieres seguir tu destino, tendré que forzarte a seguirlo.
—Este sujeto está loco, deberías atacar ahora que puedes. —comentó el mensajero.
—No lo atacaremos mientras no haga nada raro.
Y entonces, el desconocido empezó a murmurar, como para sí:
—¿Cómo puedo proceder ahora?... Ya sé, en vez de ir tras los chicos, irás a destruir la villa, de esa forma la historia que el destino escribió se llevará a cabo.
Leo empezaba a pensar que habían dado con un loco.
—¿Atacar a la villa? ¡ja! ¿Cómo piensas obligarme a hacer eso?
Pero el otro parecía tenerlo muy claro:
—Eso será muy fácil cazador —respondió con una sonrisa.
Leo había tenido suficiente. Hizo un gesto casi imperceptible con la mano hacia su lobo y gritó:
—¡Svart! ¡Ataca!
El enorme lobo se lanzó sobre su presa, el movimiento fue tan rápido que no hubo tiempo ni de parpadear. En sólo unos segundos, el desconocido se halló atrapado entre las fauces del animal. Sin embargo, y aunque cualquiera estaría gritando de dolor, el encapuchado no parecía estar sufriendo en absoluto. Leo estaba aterrorizado.
—¡Es imposible!
—¿Qué? ¿qué pasó? ¿ya se murió? —preguntaba el mensajero, tan aterrorizado por el lobo que se había tirado al suelo y había cerrado los ojos.
—No, sigue vivo —respondió Leo, quien miraba perplejo la escena.
Aquel impresionante lobo con quien había compartido años de vida, aquel que días atrás logró derrotar a un dragón, ¿ese mismo lobo no podía hacer nada contra una simple persona?
El desconocido, aún zarandeado por la enorme bestia, habló de nuevo:
—Oh, se siente extraño, no me gusta esta sensación, será mejor que me bajes ahora, por favor —pidió, y al no recibir respuesta creó una espada de la nada y la clavó en la boca del lobo, atravesando con ella el paladar y atravesándolo el hocico. La bestia aulló de dolor y soltó a su presa, que cayó graciosamente de pie.
Enfadado por las heridas causadas a su animal, Leo atacó al encapuchado con gran velocidad, ya que era un cazador, podía ejercer las mismas habilidades que poseía su lobo. Pero cuando estaba a punto de golpearle en la cara se oyó un enorme estruendo. Nadie había visto que el desconocido se moviera ni siquiera un poco. Pero, de un modo u otro, había logrado parar el golpe con su mano derecha y, sonriendo, comentaba:
—Por poco, ese golpe no me hubiera gustado para nada.
Leo no entendía nada.
—Imposible, no te di tiempo para reaccionar…
—Mi querido cazador, el destino da golpes más duros y más rápido que cualquier otro ser humano, mira tú caso, aún no te has dado cuenta dónde está mi mano izquierda.
En un primer momento, Leo no entendió a lo que se refería. Pero entonces notó un agudo dolor en su abdomen, un dolor que nunca había sentido antes.
—¿Qué?, pero, ¿cuándo?
La espada del encapuchado acababa de atravesar su estómago, su vista se nubló y en unos instantes se encontró en el suelo, en medio de un charco de sangre, ya que, aunque la herida no era mortal sí era aparatosa.
Svart, el lobo, al ver caer a su amo, profirió un terrible aullido, desatando el que era el mayor de sus habilidades: poner en movimiento a las bestias del bosque. Pronto, todo tipo de animales estarían moviéndose de aquí para allá, arrasando todo a su paso, locos de terror, mientras que todos los lobos de la zona se acercaron a prestar su ayuda a Svart y a su aliado humano.
Al oír aquello, el desconocido sonrió, satisfecho:
—Excelente, nunca había visto esta habilidad.
Leo había logrado levantarse e intentaba sacar la espada del vientre.
—¡Maldito bastardo!, pagarás por lo que nos has hecho, esta vez iremos con todo, ya no nos limitaremos.
Pero no causó el temor que esperaba.
—Ja, ja, ja, mi querido amigo el destino ya predijo mi historia y no moriré aquí.
Leo lo miró sin poder creer lo que oía.
—¿Estás loco?
—No, no, no. ¡No! Esa palabra no me gusta, ¡yo no estoy loco! —se indignó, e insistió—, tan solo soy un fiel seguidor del destino ¿por qué no lo comprendes? todos tenemos que seguir nuestro destino.
Pero Leo no pensaba dar su brazo a torcer.
—Lo siento, pero yo no creo en el destino.
Y señaló hacia el bosque, desde donde unos treinta lobos los miraban con intenciones muy claras. Gracias a la fuerza que recibía de los lobos, Leo Grant empezó a sanar su herida. Unos minutos después, ya completamente recuperado y con más de cincuenta lobos a su alrededor, Leo se sentía muy seguro. El final del desconocido había llegado, sin duda.
—Estoy aquí, con más de cincuenta lobos a mi disposición, mi amigo delante de ti, acepta tu final y te daré una muerte rápida.
—Ja, ja, ja —rió el desconocido—. Lo siento, de veras lo siento, pero lo maravilloso del destino es que nunca sabes cómo, dónde, cuándo y por qué ocurren las cosas, sólo ocurre cuando menos lo esperamos, incluso cuando creemos que tenemos las de ganar, el destino le da vuelta a todo, solo porque sí, y eso cazador, es lo más romántico del destino.
Y sacó de su manga una piedra de color rojo como el fuego, aquella con la que jugueteaba en la habitación del hostal, y la mostró ante los ojos del lobo.
—¡Maldición!
—¿Qué pasa?, ¿qué pasa? —preguntaba el mensajero, quien no se atrevía a dar un paso del lugar donde estaba.
Los ojos del lobo empezaron a volverse rojos, del mismo tono de la piedra, y se activó de manera brusca el modo Raseri del lobo —un estado donde esté perdía todo cordura y se dejaba llevar por la ira—. Como si la alianza entre Svart y Leo se hubiera roto de repente, el animal perdió el control y, con él, los lobos que habían acudido a su llamada. Consciente del desastre que se avecinaba, Leo se volvió rápidamente hacia el mensajero, aún tembloroso, y le ordenó cabalgar hasta la villa para avisar a los lugareños del peligro.
—Sí, sí señor, pero ¿qué les digo? —Preguntó el mensajero.
—Diles que una manada de lobos va para allá.
Y quizás por el terror de ver a su familia y amigos devorados por los lobos era mayor que el terror que le infundía el misterioso encapuchado, el mensajero le hizo caso.
—Realmente admiro tu fortaleza, cazador —dijo entonces el desconocido —. Pero, ¿cuánto crees poder resistir antes de caer inconsciente? —Ya que era la fuerza mental de Leo lo que impedía que los Lobos actuarán— ¿Acaso crees que estos lobos no podrán alcanzarlo?
Leo sabía que tenía razón, pero esperaba poder ganar un poco de tiempo.
—Sé que lo alcanzarán, por eso tengo que darle todo el tiempo que pueda.
—No luches con el destino cazador, la vida será más fácil si lo aceptas —le aconsejó el encapuchado, que ya no era más que una voz en la penumbra del bosque.