La bendición de Neris

Sylies
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Synopsis

Neris

Un hombre de sorprendente estatura caminaba sin ánimo hacia el final de un pasillo, cadáveres de soldados a sus pies. Tanto la sangre como sus ropas, cabello y ojos compartían el mismo color rojo apagado, muy difícil de ver por las tierras de Neris. Vestía una camisa roja, un corte desde su cuello hasta su cintura marcaba que tan larga era su prenda, diversos bolsillos con enmarcaciones doradas, botones negros. Sus botas negras pisaban la sangre, pero nunca a los muertos. Su pálida piel brillaba en la oscuridad, similar a la escena de cualquier pintura creada a su honor. Su boca cerrada en un gesto enojado, mordiendo sus labios, tan finos que podrían romperse al más ligero golpe.

"¿Cuánto tiempo tomará para que el próximo guardián cereza pueda estar disponible?"-Su voz era bastante ronca, cansada con el tiempo, casi dejando en claro que esta persona a pesar de su juvenil apariencia era mucho más sabia.

A su presencia, un hombre muy diferente se encontraba, sin color en sus ropas, si quiera el gris a la vista. Su cabello seguía la misma ley, salvo sus ojos, no, sus ojos eran tan brillantes como el oro de la vestimenta del hombre de rojo, mirándole con una indiferencia propia de una cosa, no un ser. Un rostro sereno a pesar de estar en un río de sangre.

"A lo mucho un año su majestad.".-Pero había respeto en sus palabras, admiración si se buscaba mucho más profundo. Amor para aquellos que podían conocerle, tristemente, no correspondido.

Ambas entidades estaban ignorando al cadáver, si es que se podía llamar siquiera a aquello a sus pies. Un gigante en su esplendor, un cuerpo tan grande que si quiera el hombro del rey podía ser más alto que sus dientes, afilados en sangre. Un hocico largo propio de los reptiles acompañados con escamas negras, pero se caía sobre sí mismo. Esa criatura, tan grande como un castillo estaba muerta, o quizás, la mejor palabra terminaría siendo "no-muerta". El esqueleto con suerte lograba mantener carne pegada a si mismo, las pocas escamas azabache estaban ya cayendo. En su cráneo no habían ojos, solo restos de carne colgando entre sí. Su robusto cuerpo hueco, se podía ver atreves y dentro al mismo tiempo, restos de una luz azulada cubierta de un contorno negro recorriendo sus últimos restos, alumbrando su cadáver. El cuerpo de aquello había muerto hace mucho, mucho antes que el abuelo de cualquiera presente pudiera si quiera conocer.

Era increíble como un mero humano podía animar el cadáver de un dragón de tantos años.

"El Emperador Cereza recibirá su petición al final del día su majestad, pero debe saber que no quedan muchos guardianes cereza de reserva."-El hombre de cabello blanco con rostro apagado le habló nuevamente.-"Los últimos están guardados en caso de que una guerra inesperada."

"Eso al menos lo puedo entender, escribe suplicando que sea lo más pronto posible."-El noble se cruzó de brazos soltando su espada para que cayera a la vaina de su cinturón.-"Los no-humanos ya fueron derrotados pero siempre hay simpatizantes escondidos por algún rincón, no podemos permitir que liberen a sus líderes. No podremos ganar otra guerra, no sin la ayuda del Emperador"

"A su orden, mi rey."-La figura desapareció detrás del cadáver de la criatura, dejando al rey a solas.

Silencio, un suspiro.

La reina de Odonia, reino vecino de Reino Rojo, bebía una copa de lianta con una sonrisa. Un festival frente a ella. Su largo vestido morado con separaciones doradas acorde a sus muslos caía al suelo con gracia. Su cabello compartiendo el tono de su prenda caía en las tiras de ceda casi camuflándose con el tono morado. Sus destellantes ojos purpura viendo a la figura a su lado, casi un reflejo de ella, pero de otro genero.

"¿Cuando te retiras?-Bebió otro sorbo dejando la copa vacía en la mesa, tan pronto lo hizo una sirvienta con una trenza hasta la cintura la retiró con una sonrisa.

"Hoy, después del festival."-Su hermano no bebía, tenía su vista centrada en su hermana.-"No quiero arruinar la diversión, tomaré el camino secreto."

"Pues hazlo rápido, no puedes mantener al Emperador esperando."-Molestia en las palabras de la reina, una vista melancólica al ver la diversión de su pueblo. Sin poder bajar ahí y unirse, no era apto, no era "noble".

Su hermano se retiró de sus aposentos y quedó mirando a su izquierda, a lo lejos, pasando la montaña que se veía diminuta desde su palaci, se encontraba el Reino Rojo. Un mirada pensativa recorrió su rostro.

Siguió bebiendo, el montón de papeleo en su escritorio llamándola a gritos.

Bebió, dejó la copa y se puso de pie.

En Carán sin embargo, tercer reino del sur, su rey miraba directamente a los ojos de un hombre de piel aceitunada suplicando.

El rey portaba un armadura platina que solo dejaba descubierta su cabeza. Un corte simple y sin peinado, cabello castaño con sus ojos deslumbrando en café. Sin rasurarse hace semanas y una mirada cansada. Su piel tan pálida como la de sus gobernantes vecinos, pero sucia y no en mugre.

No tomó si quiera un segundo para que la mujer vistiendo la armadura completa apartara al enano y le dejara sentado, el hombre aún llorando.

"La espada será terminada a fines del año."-Su voz calló tanto las lagrimas del hombre como el sonido de afuera, Carán se silenciaba cuando él hablaba.-"O la terminas tú, o tu hija."

El rey le dio la espada al herrero y su guardia le siguió de inmediato, dejando al hombre abatido. Caminaron juntos hacia el trono y en el camino una segunda mujer portando una armadura se unió al recorrido. Portaba una armadura similar a la guardia sin palabras, pero tenia su cabeza descubierta de la misma forma que el rey.

Su largo cabello amarillo descansaba en una coleta en su hombro. Sus fuertes azules veían a su compañera sonriendo, ambas ignoradas por el rey.

El gobernante de las tierras se sentó en su trono y al hacerlo un grupo de ancianos entró a la habitación. Las palabras de política comenzaron a consumir el silencio.

En otro lugar a un reino de distancia, pero no humano, se encontraba una inmensa montaña diminuta a los ojos de Odonia. En la cúspide de la misma, donde respirar era difícil un dragón volaba. Pero de ninguna forma similar a un guardián cereza, era mucho más delgado, sin brazos o piernas como el cadáver.

Bigotes desde su nariz caían en el cielo con elegancia y sus movimientos no eran normales, podía volar sin alas.

Una decena de dragones comenzaban a volar al mismo tiempo hacia un agujero, tantos para llenar un arcoíris y con muchos colores de sobra.

En un trono, un inmenso ser, mucho más gigantesco que los gigantes a sus pies, yacía en paz. Blanco como la nieve, ojos azulados similar al mar, escamas tan robustas que entregaban la ilusión de una armadura albina. Un dragón mucho más grande que aquella aberración que poseían los humanos.

"Anciano, están aquí."- Un dragón mucho más pequeño, verde. Su voz sin miedo o cansancio, pero sí confundida.-"¿Está seguro?"

"Por supuesto, prometimos jamás usar nuestras habilidades para hacer daño."-Lo que asimilaba una sonrisa en un rostro que no era humano, su voz un eco en la montaña.-"No podemos intervenir con los acciones de los humanos y nuestro tiempo ya ha llegado, el mundo ya no nos necesita."

La sonrisa de los demás seres en acuerdo, algunos nerviosos.

"No teman, protegeré a nuestros últimos pequeños, si bien nuestro tiempo ha llegado, estos podrán ver el futuro, solo hay que esperar que esa vista sea una agradable."-Al final de su cola, tres huevos hechos de escamas reposando, apoyándose con el otro.-"Los demás que aún tienen un propósito, recuerden nuestras creencias."

Un grupo de ellos estaba alejado del grupo, mirando con lagrimas la sonrisa del Anciano.

"¡No puedo entender como van a permitir tal genocidio!"-Uno de ellos, el más joven por su tamaño, voló hacía fuera con el grupo siguiéndole sin antes llorar a los que se despedían.

El Anciano miró al cielo, una vista por un agujero al mar de nubes, el aire moviendo su pelo y bigote, ya esperando su muerte.

"Al menos me hubiera gustado ver por última vez a uno de nuestros pequeños amigos del sol"-La mención de la especie provocó una sonrisa en los miembros prontos a morir, algunos bailando para acercarse más con sus compañeros.-"Pero al menos podremos reunirnos con aquellos fallecidos."

"Este no es el final de los dragones de Neris."-Un dragón adulto sonreía a su lado, armadura roja.-"Estoy seguro que en Iera una vez se enteren de nuestra partida, cuidarán de estos pequeños."

La risas de todos los dragones fue interrumpida por una gran explosión en una de las paredes de la cueva, un ejercito de armaduras blancas marchando, todo un ejercito de humanos.

Pero no había una pizca de miedo o hostilidad en los dragones, la sonrisa del Anciano dándoles la bienvenida.