TRAS el abandono físico de aquella noche y durante las semanas que siguieron, Cally se sintió otra. Era como si su vida, hasta ese momento, hubiera sido algo anodino; sin embargo, ahora estaba llena de vivos colores.
Tan radiante y cristalina como el paraíso en las profundices de las agua
sobre las que flotaban en ese momento, pensó Cally tumbada en la cubierta del
barco de Leon después de pasar una hora nadando.
A pesar de que ella había insistido en trabajar durante el día y sólo compartir la cama con él por las noches, Leon solía salir del palacio por las mañanas temprano y volvía al mediodía, y como ella seguía un horario similar, solían pasar las tardes juntos.
Hacían el amor, a veces en el estudio, otras en la habitación de él, e incluso
lo habían hecho en la terraza. Sin embargo, Leon le había demostrado, para su
sorpresa, que no quería tener una relación con ella exclusivamente sexual.
La había llevado al monte para enseñarle la sorprendente zona donde Kaliq había construido su casa de campo, también la había llevado en coche por la carretera de la costa con sus magníficos acantilados, le había enseñado el mercado del puerto, la plaza mayor y su iglesia medieval, y el mar.
Montéz le había arrebatado el corazón, pensó Cally, tratando de ignorar una voz interior que le decía: «No es lo único que te lo ha arrebatado». Pero aunque casi podía creer que la belleza natural de la isla era lo que la inspiraba a pintar cuando disponía de tiempo libre, no podía negar que el hecho de haberse liberado sexualmente era lo que le permitía concentrarse en su trabajo de restauración. De hecho, había avanzado tanto en tres semanas que sólo necesitaría unos días más para acabar el trabajo.
Pero no había sido hasta esa mañana, al ver un mensaje en su móvil y escucharlo, que se había enfrentado realmente a los hechos y se había dado cuenta de que debía empezar a pensar en lo que iba a hacer en adelante, y no sólo profesionalmente, sino también en lo que se refería a su relación con Leon, por mucho que le costara.
Pero lo primero era su trabajo, pensó tratando de convencerse a sí misma de
ello. En ese caso, ¿por qué no había respondido al mensaje, que debería haberla llenado de felicidad?
–¿Sabes una cosa? Creo que no voy a tardar mucho en terminar los cuadros –dijo Cally, esforzándose por utilizar un tono jovial.
Las palabras de Cally interrumpieron los pensamientos de Leon.
Pensamientos centrados en darse la vuelta y quitarle la parte de arriba del biquini,
cuya tela se estaba secando con la fresca brisa y le permitía ver esos erguidos
pezones suplicándole que se los metiera en la boca. Pero, en realidad, no habían
sido las palabras lo que habían hecho que la imagen se desvaneciera, sino el tono.
Un tono que le resultaba extraño en Cally, que ella no había utilizado hasta ese momento. Sin embargo, desde la noche en que Kaliq y Tamara fueron a cenar y vio la esperanzada expresión en los ojos de Cally cuando sus amigos hablaron de la
inminente boda, y después de que ella le contara su breve y frustrada historia
amorosa, era un tono que había temido que Cally adoptara en algún momento.
Pero no estaba dispuesto a que le afectara, lo mismo que no estaba dispuesto a que
su relación amorosa se acabara. Todavía.
–Ya me había dado cuenta.
Cally se tumbó de costado y se apoyó en un codo.
–¿Te vas a alegrar cuando acabe?
Leon continuó con los ojos cerrados.
–Claro. Estoy deseando verlos restaurados.
Cally titubeó.
–Yo también. Pero tengo que admitir que me va a entristecer no seguir
trabajando con ellos, en ese estudio y...
–¿Por casualidad estás tratando de que te pida que te quedes después de
acabar la restauración, Cally?
–Leon abrió los ojos y la desafió con su mirada azul–. Porque, si es así, deja que te recuerde que fuiste tú quien dijo que lo nuestro duraría mientras estuvieras trabajando aquí.
Cally enrojeció.
–No, no... Es sólo que esta mañana me he dado cuenta de que voy a acabar
antes de lo que había pensado, eso es todo.
–Un mes, justo lo que habías dicho que te llevaría el trabajo.
–¿Un mes? –Cally, sorprendida, se lo quedó mirando–. No es posible que haya pasado un mes.
–El tiempo vuela cuando uno se divierte –comentó Leon sentándose.
¿Un mes? Y, de repente, se dio cuenta de que no había tenido la regla desde su llegada a la isla. Con el rostro pálido súbitamente, trató de pensar en una explicación que disipara el miedo a lo inimaginable. Sus menstruaciones, a veces,
eran irregulares, ¿no? Y si algo cambiaba el ciclo menstrual de una mujer era una dieta de comidas diferente, ¿no? Sí, tenía que ser eso. Seguro que le venía la regla en uno o dos días.
–Bueno, lo que quería decir es que no había pensado en proyectos de trabajo
para después de la restauración de los cuadros hasta esta mañana. Resulta que he recibido una llamada de la galería Galerie de Ville de París. Al parecer, han
comprado una colección de cuadros de la época que precede a Rafael y necesitan una restauradora más en su equipo de restauración, y quieren saber si meinteresa
el trabajo. Los de la galería London City Gallery me han recomendado.
–Felicidades –dijo Leon–. Deberías habérmelo dicho antes. ¿Cuándo tienes la reunión con ellos?
–Todavía no lo sé. Supongo que pronto. Me llamaron ayer, pero no he visto
el mensaje hasta hoy por la mañana.
–¿Y todavía no les has llamado?
–No.
La momentánea sorpresa de Leon se evaporó.
–¿Por qué, chérie? ¿Porque antes de hablar con ellos querías saber mi opinión? No puede ser eso, los dos sabemos que es una oportunidad única para ti.
Por lo tanto, ¿no será porque querías saber si yo iba a proponerte algo mejor?
Cally se puso en pie de un salto.
–¡Como si esperara que lo hicieras! –exclamó ella, consciente de que ése era
el motivo, de que había estado dispuesta a dejar su carrera por un hombre que no sentía nada por ella–. Supongo que esperaba que te diera algo de pena que nuestra aventura amorosa llegara a su fin.
–¿A su fin? ¿Por qué? Montéz está a sólo hora y media de París. Tendrás libres los fines de semana, ¿no?
Cally se quedóboquiabierta.
–¿Quieres decir que... que quieres que sigamos?
–Que no quiera casarme no significa que no me interese nuestra placentera relación sexual.
Leon había hablado como si no le diera importancia. Sin embargo, ella sabía que Leon daría por finalizada la relación en ese momento si no tuviera ningún
interés en ella.
«No seas idiota, Cally. Leon va a dejarte tarde o temprano». Y acceder a continuar sólo serviría para prolongar la agonía hasta el día en que Leon decidiera que ya se había cansado, cosa que no tardaría en hacer dado que sólo se verían los fines de semana y a un hombre con su apetito sexual le sabría a poco. A menos, por supuesto, que la relación no fuera exclusiva. Y esa idea la hizo sentir náuseas.
–¿Y con quién harás el amor de lunes a viernes, Leon?
Leon hizo una mueca de desagrado.
–Te doy mi palabra de que serás la única mujer con la que me acueste.
Cally se lo quedó mirando. Quería creerle. Quería creer que era posible tener una relación y trabajar en lo que le gustaba, y se preguntó si se atrevería a hacer la prueba.
–¿Por qué?
–Porque nunca he deseado a una mujer tanto como te deseo a ti –respondió
Leon, notando que Cally se estaba dando por vencida. Entonces, extendió un brazo y la atrajo hacia sí–. Y porque no quiero que esto acabe.
–En ese caso, espero que no te marees con facilidad, Leon –susurró ella.
–¿Por qué?
–Porque lo primero que quiero que me enseñes cuando vengas a verme a
París es la Torre Eiffel.
–Lo segundo, chérie –le corrigió Leon con un brillo travieso en los ojos antes
de bajar la cabeza y apoderarse de la boca de ella
Cally acabó la restauración de los Rénard tres días más tarde hacia el mediodía. Mientras los contemplaba con admiración, se vio asaltada por una emoción que nunca antes había sentido. Era como si con aquel trabajo se hubiera
cumplido parte de su destino.
Estaba deseando enseñárselos a Leon. Se miró el reloj, las doce y media. Leon volvería como tarde a las dos. Como todavía no le había llegado la regla, decidió ir a la farmacia del pueblo para asegurarse de que sólo se trataba de un retraso, nada más. De esa forma, cuando fuera a París al día siguiente para hablar con los de la galería, lo haría sin esa preocupación.
Seguía convencida de que no podía estar embarazada ya que se sentía perfectamente normal, a parte de un poco cansada, lo que seguro que se debía al tiempo que pasaba haciendo el amor con Leon o nadando en el mar. Pero... ¿y si se había quedado embarazada? Un lento e inesperado calor le subió por el cuerpo. No sabía si se debía a lo contenta que estaba por el trabajo que había hecho o si se debía al excesivo sol; sin embargo, le pareció que no era nada que pudiera preocuparla. Le parecía la cosa más natural del mundo.
En ese momento oyó unos pasos aproximándose al estudio y sonrió. Leon
había regresado antes de lo previsto.
–Ya he acabado –dijo ella en tono triunfal–. ¿Qué voy a hacer...? ¡Oh!
Al volverse, se dio cuenta de que no era Leon. Se trataba de una mujer con un vestido morado y cabello negro azabache que le llegaba a la cintura. Una cintura que, sin dudarlo, habría sido de avispa de no ser porque parecía embarazada de unos cinco meses.
–¿Puedo ayudarle en algo? –preguntó Cally alzando los ojos para fijarse en el rostro de la mujer.
De repente, se dio cuenta de que estaba frente a Toria. La reconoció por las fotos de las portadas de las revistas cuando se casó con Girard. Toria, de la que no se podía decir nada bueno, según Leon. Sin embargo, éste no le había mencionado que estuviera embarazada.
–Estoy buscando a Leon –respondió Toria con desdén.
–Usted debe de ser Toria.
–Y usted debe de ser la última conquista de Leon –Toria la miró de arriba
abajo–. Bueno, ¿dónde está? ¿Ahí fuera? –Toria hizo un gesto señalando el mar.
–En este momento no está en el palacio. La verdad es que estoy yo sola y creía que las puertas estaban cerradas. ¿Le importaría decirme cómo ha entrado?
–Con mis llaves –respondió Toria. Entonces, metió la mano en el bolso y sacó un manojo de llaves–. No sé por qué se sorprende, ésta es mi casa. O, mejor dicho, lo era.
Cally apretó los dientes.
–Leon está en la universidad y no tengo ni idea de la hora a la que va a volver –mintió Cally, con la esperanza de que esa mujer se marchara.
No sabía que Toria tenía las llaves del palacio, pero Leon le había dicho que sólo iba a Montéz cuando quería causar problemas.
–En ese caso, le sugiero que le llame por teléfono y le diga que estoy aquí y que tengo que darle una noticia.
Cally tuvo ganas de mandarla a paseo, pero le pareció una oportunidad de
avisarle a Leon de que Toria estaba allí.
–Muy bien –respondió Cally con fingida dulzura–. Por favor, siéntese.
Cally fue al despacho de Leon y le llamó al móvil. No obtuvo respuesta. Al ver una lista de números de teléfono en un papel encima del escritorio, le echó un vistazo y vio el teléfono del despacho del rector. Llamó a ese teléfono.
– Bonjour.
Cally titubeó antes de contestar.
–Mmmm... Je voudrais parler à monsieur Montallier, s'il vous plait.
El hombre que la había contestado se dio cuenta de su falta de soltura hablando francés.
–Soy el profesor Lefevre. Lo siento, pero el príncipe no está aquí. ¿Puedo ayudarle en algo?
–¿Ya ha salido de allí y está de camino al palacio? –preguntó Cally esperanzada.
–No, señorita. El príncipe no ha venido hoy.
–Oh –Cally frunció el ceño, estaba segura de que Leon le había dicho por la mañana que le estaban esperando en la universidad–. ¿Así que no le ha visto desde ayer?
–No, me parece que está usted equivocada. La última vez que le vi... creo que fue hace tres semanas –contestó el profesor Lefevre.
A Cally se le hizo un nudo en la garganta.
–Yo... sí, supongo que me he equivocado. Siento haberle molestado.
Después de colgar, Cally empalideció. Leon le había hecho creer que iba todos los días a la universidad, pero le había mentido. Trató de convencerse de que no tenía importancia, que no era asunto suyo lo que él hacía. Pero sí le molestaba. Y ahora, para colmo, la mujer a la que Leon supuestamente odiaba se había presentado en el palacio y había entrado con sus propias llaves. Cally respiró profundamente para recuperar la compostura y se recordó a sí misma que la relación no iba a funcionar si no se fiaba de él.
Forzando una sonrisa, volvió a entrar en el estudio.
–Lo siento, pero no he logrado localizar a Leon –anunció Cally–. Y no tengo
ni idea de la hora a la que va a volver.
Toria no disimuló su irritación.
–En ese caso, como no voy a quedarme aquí esperándole dado mi estado,
me gustaría que le diera un mensaje de mi parte.
–Encantada.
–Dígale que estoy embarazada... que llevo en mis entrañas al heredero al trono.