A Cally se le vino el mundo abajo en ese momento, cuando la confianza que
había depositado en Leon Montallier se desvaneció. Leon no había ido a París
porque la echaba de menos ni le había propuesto casarse con él porque pensara que podían ser felices juntos, ni siquiera porque creyera que era lo mejor para su hijo.
Leon, simplemente, al descubrir que ella estaba embarazada, había
considerado preferible que fuera su hijo el heredero de la corona y no el hijo de
Toria. Incluso la había acompañado a la prueba de ultrasonido antes de ir a por la licencia matrimonial. Sano y chico, ahora no le sorprendía el entusiasmo de Leon.
Un gemido escapó de sus labios. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Por qué demonios se había negado a creer que, con Leon, lo importante no era lo que decía sino lo que no mencionaba? Como, nada más conocerse, el hecho de que era príncipe, o como que había comprado los cuadros para su goce personal, o como que la había contratado para acostarse con ella. Leon le había mentido desde que se conocían y ella había sido lo suficientemente estúpida como para creer lo que
quería creer.
De repente, aquel palacio se le antojó cómplice de Leon y sintió la necesidad de salir de allí a toda prisa. Bajó corriendo las escaleras y pronto se encontró en la
zona alta y verde con vistas a la bahía. La bahía a la que Leon había dicho que quería llevarla a dar un paseo antes de la cena, la bahía que la había inspirado y la había hecho volver a pintar un cuadro.
No pudo evitar los sollozos, rindiéndose a las lágrimas. Y no dejó de llorar ni cuando sintió la presencia de él a sus espaldas.
Leon se agachó junto a ella.
–¿Qué demonios te pasa? ¿Tienes dolores? ¿Es el niño?
–No, Leon –respondió ella entre sollozos–. El heredero al trono estáperfectamente.
–Si no es eso, ¿qué te pasa entonces?
–¿Qué más da?
–Creo que tengo derecho a saberlo, ¿no te parece?
–¿Que tienes derecho a saberlo? –gritó Cally con histeria–. Yo también tenía
derecho a saber que la única razón por la que quieres casarte conmigo es porque
no puedes soportar la idea de que el hijo de Toria sea el heredero de la corona, ¿no
te parece?
Leon se quedó muy quieto.
–¿Ha venido otra vez?
–No, Leon, Toria no ha venido. Tu estúpida prometida lo hadescubierto
todo ella solita, por el árbol genealógico.
Leon apretó los dientes. El árbol genealógico en su habitación de pequeño.
El cuadro con el árbol genealógico que le había dado su madre de niño para ayudarle a superar la verdad pero que sólo había logrado hacerle sentirse más
fuera de lugar.
–¿Qué hacías merodeando por ahí?
–¿Merodeando por ahí? –repitió ella con desesperación–. Creía que iba a ser mi casa, Leon, la casa de nuestro hijo.
–Y lo será.
–No, Leon –Cally sacudió la cabeza–. ¿Cómo podría ser mi casa si hay partes
de ella en las que me está prohibido entrar? A menos que quieras que sea tu esposa sólo oficialmente. Sí, supongo que eso es lo que quieres.
–¡No quiero que seas mi mujer sólo oficialmente! –protestó Leon alzando la voz.
–A menos que te sinceres conmigo no podré ser otra cosa –replicó ella Leon se quedó muy quieto, contemplando una lágrima que resbalaba por la
mejilla de ella. De repente, algo insoportable le embargó. ¿Vergüenza?
¿Arrepentimiento? ¿Miedo? Las tres cosas a la vez.
Se sentó en la hierba, al lado de ella, consciente de que era demasiado tarde. Pero Cally se merecía la verdad, por vergonzosa que fuera.
–La manera como me convertí en príncipe no es algo de lo que me enorgullezca.
Cally notó su agonía.
–Pues deberías estarlo –dijo ella, a pesar suyo–. Fuera como fuese, dejar un trabajo que te apasionaba para servir a tu país es digno de admiración.
–Era mi deber. Es algo complicado, pero... –Leon respiró profundamente y
su mirada se perdió en el horizonte–. El matrimonio de mi madre con Arnaud fue
amañado por sus padres, obsesionados con alcanzar mayor estatus social. No se
querían, pero mi madre le proporcionó un heredero y le fue fiel hasta su muerte.
Unos meses después del fallecimiento de Arnaud, mi madre, que tenía treinta y
tantos años, ayudó a un navegante en apuros en la bahía y le permitió que se
hospedara en el palacio mientras arreglaba su barco. El navegante se llamaba
Raoul Rénard. Leon hizo una pausa y, de repente, Cally se dio cuenta de la significación del nombre.
–Según mi madre –continuó Leon–, era descendiente del gran pintor Jacques
Rénard. Mi madre se enamoró de él y a las pocas semanas se quedó embarazada.
Cally se lo quedó mirando, maravillada. Ése era el motivo por el que Leon
había pagado una fortuna por los Rénard, porque Jacques Rénard era un
antepasado suyo.
–¿Y él también se enamoró de ella? –preguntó Cally.
–Sí –Leon asintió–, creo que sí. Pero la felicidad de mi madre no duró mucho: cuando mi padre volvió a hacerse a la mar, el motor del barco se incendió y él murió. El trauma anticipó el parto de mi madre y, como resultado, la gente de
Montéz supuso que Arnaud era mi padre. Los asesores de mi madre le aconsejaron
que no revelara la verdad, que lo mejor era dejar las cosas como estaban. Porque, además, yo era el heredero a la corona.
Cally frunció el ceño.
–¿Cómo es eso posible?
–El linaje de la familia real de Montéz es diferente al de otros países, o lo es desde el siglo XVI. Por aquel entonces, el rey de la isla, que era un tirano, fue derrocado por un héroe llamado Sébastien. Sébastien era el hermanastro ilegítimo del tirano, el hijo de la viuda del anterior rey y uno de los consejeros de palacio.
Sébastien declaró la abolición de la familia real y Montéz pasó a ser una
democracia. El pueblo estaba feliz, pero quería que él fuera rey. Por fin, Sébastien accedió, pero puso una condición: él y sus sucesores serían príncipes soberanos,
pero no reyes, ya que la soberanía radicaba en el pueblo. Leon respiró profundamente y sacudió la cabeza antes de continuar:
–Sin embargo, el resto de Francia se negó a aceptar a Sébastien como soberano ya que no podía demostrar tener sangre real. Los ciudadanos de Montéz
montaron en cólera y, con el fin de legitimar su estatus, votaron para que se cambiara la ley. Desde entonces, esta ley establece que la viuda de un soberano mantiene su rango y que cualquier hijo que tenga tras la muerte de éste pasa a
heredar la corona, siempre y cuando la viuda no vuelva a casarse o el soberano en
esos momentos reinante tenga descendencia. De esta forma, Sébastien podía ser el soberano... igual que me pasa a mí.
Cally se lo quedó mirando mientras asimilaba todo lo que Leon le había contado. Ahora ya no le extrañaba la poca importancia que Leon le había dado a sus títulos, como si no le pertenecieran. Y tampoco le extrañaba por qué, hasta ese momento, no había querido casarse.
Porque una vez que el soberano de Montéz se
casaba, no sólo tenía que confiar en su mujer a lo largo de su vida sino también tras su fallecimiento.
«Lo que significa que ha querido depositar su confianza en ti», se dijo a sí
misma.
–En fin, ahora ya lo sabes –concluyó Leon–. Soy el príncipe, pero sólo por
una cuestión técnica que se remonta al siglo XVI. En lo que se refiere a la descendencia por parte de padre no tengo ni una gota de sangre real en mis venas.
–¿En serio crees que tiene importancia tu sangre, Leon? –preguntó ella con voz entrecortada–. ¿Qué importancia tiene quién era tu padre o si eres príncipe por un tecnicismo o por cuestiones de biología? Lo que realmente importa es que el príncipe piense sobre todo y ante todo en su pueblo. Por eso es por lo que apoyaron a Sébastien entonces y ahora te apoyan a ti.
–Es posible.
Leon volvió el rostro y miró a Cally a los ojos con la esperanza de que la vergüenza que sentía por un pasado que él no podía controlar no pusiera en
peligro su futuro con la única mujer que había conocido a quien no le importaba que él fuera un príncipe, sólo si era un hombre decente.
–Al poco de la muerte de Girard, estaba tan angustiado que empecé a tener serios problemas de conciencia –continuó Leon–. Pero, por otra parte, pronto acabaría siendo del dominio público que cualquier hombre que dejara a Toria embarazada sería el padre del siguiente príncipe de Montéz, y las consecuencias serían catastróficas.
–¿Lo sabía Toria? –preguntó Cally.
–Girard le explicó lo que esa ley implicaba cuando se casaron, y fue tras la muerte de él cuando Toria vio la oportunidad de utilizar ese antiguo decreto para
beneficio propio. Cuando yo me resistí a sus insinuaciones, Toria se dio cuenta de que, si acudía a los medios de comunicación, conseguiría que éstos hicieran indagaciones. Eso fue precisamente lo que me convenció de restablecer la ley contra la prensa.
–Así que el último recurso que le quedaba para vengarse de ti era quedarse
embarazada, ¿no? –a Cally le horrorizó que una mujer pudiera utilizar su capacidad de procrear con semejante fin en mente.
–En parte sí. Pero ahora creo que disgustarme, intentar separarnos a ti y a mí, fue una ventaja añadida de un embarazo accidental.
–Igual que la solución a ese problema fue una ventaja añadida de mi embarazo –añadió Cally con desaliento.
–No puedo negar que, en cierto modo, sea verdad –la mirada de Leon era opaca, culpable–. Pero no es tan sencillo. Siempre dije que no quería casarme.
Ahora podía comprenderlo, pensó Cally. No sólo por las peculiaridades de la ley, sino también por el matrimonio sin amor que la madre de Leon había soportado toda su vida.
–Nunca he querido casarme. Pero después de conocerte, no hacía más que inventarme motivos para justificar mi actitud porque tú me demostrabas todo el
tiempo lo equivocado que estaba. Como, por ejemplo, cuando pensaba que lo único que querías era fama o sexo. Cuando te marchaste a París, me dejaste sin excusas.
–Aunque eso fuera verdad, no hiciste nada hasta no darte cuenta de que el
bienestar de tu reino te empujó a actuar –Cally sacudió la cabeza–. Si me lo
hubieras dicho, quizá lo hubiera comprendido. Pero no lo hiciste.
Leon, con pesar, asintió.
–Supongo que me daba miedo que, al enterarte, te alejaras de mí. Después...
dejó de tener nada que ver con mi reino.
–¿Qué? –Cally se lo quedó mirando mientras él se metía la mano en un bolsillo y sacaba el artículo del periódico que se había guardado aquella mañana, el artículo que no había querido enseñarle y que puso encima de la hierba en la que estaban sentados.
En medio de la página había una foto de la boda de Toria tomada el día anterior. Cally paseó la mirada por el vestido blanco y el bebé que el novio tenía en sus brazos mientras trataba de asimilar su significado: hacía un rato, Leon le había explicado que, según la ley de descendencia al trono, el hijo de la viuda del soberano heredaba el trono siempre y cuan do la viuda no volviera a casarse...
Lo que esa boda significaba era que para Toria era más importante casarse con un famoso futbolista que vengarse de su cuñado. También significaba que el
hijo de Toria había perdido su derecho al trono. Y también que Leon tenía todos los motivos del mundo para cancelar su boda con ella. Pero no lo había hecho, porque esa misma mañana le había llevado al
sacerdote su licencia de matrimonio.
–¿Quieres decir que no necesitas casarte conmigo pero que, de todos modos,
quieres hacerlo?