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Chapter 19 - Diescinueve

LEON asintió despacio y Cally temió que el corazón fuera a estallarle de felicidad. Sin embargo, también sabía que, fueran los que fuesen los motivos por los que Leon aún quería casarse con ella, el amor no era uno de ellos.

De quererla realmente, le habría hablado de su pasado meses atrás, o semanas, o incluso aquella mañana. Pero no lo había hecho hasta ahora, después de que ella se tropezara accidentalmente con el árbol genealógico de su familia.

–Leon, cuando accedí a casarme contigo... lo hice porque te amo –declaró

Cally, consciente de que ella también tenía que ser honesta por inútil que fuera–. Creo que me enamoré de ti en el momento en que te vi en Londres, y por eso pensé que podía casarme contigo aunque tú no me quisieras. Pero no puedo.

Mientras la escuchaba, en un momento de cegadora lucidez, Leon se dio cuenta de que lo que más quería en el mundo era el amor de esa mujer, y también lo que menos se merecía. Por eso, aunque esas dos palabras que podían sellarlo todo querían escapar de sus labios, decidió que no era suficiente. Leon respiró profundamente.

–Vamos, quiero enseñarte algo.

–¿Qué?

–Ya lo verás –Leon se puso en pie, la ayudó a levantarse y la guió hasta el coche.

Después de lo que a Cally le pareció una eternidad mientras recorrían la

carretera de la costa, Leon detuvo el coche delante de un moderno edificio blanco a las afueras de la ciudad principal de la isla.

–¿Dónde estamos?

Leon salió del coche, lo rodeó y le abrió la portezuela.

–El día que llamaste a la universidad y te dijeron que no estaba, me encontraba aquí.

Cally suspiró.

–No es necesario que me expliques nada.

–Sí, lo es.

Con desgana, Cally le siguió a la entrada del elegante edificio. Leon introdujo una tarjeta en un orificio y las puertas se abrieron. El interior olía a pintura y el suelo estaba salpicado de herramientas.

–Se supone que van a terminar esta sección al final de la semana –dijo Leon–El resto ya está acabado.

Leon la condujo a un enorme atrio y fue entonces cuando Cally los vio. Ahí, en la pared que tenía delante, estaban los Rénard, flanqueados por dos enormes ventanales con vistas al Mediterráneo.

Inmediatamente, Cally se acercó a los cuadros, acompañados de todo tipo

de información sobre su composición y trabajo de restauración, acreditándola a ella como restauradora.

–¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué edificio es éste?

–Desde que mi madre me dijo que yo era descendiente del gran pintor, me di cuenta de que Montéz no tenía una galería de arte –Leon se encogió de hombros

como si eso ya noimportara–. Después, cuando empecé a trabajar con el profesor

Lefevre, también me di cuenta de que los estudiantes de arte de la universidad no tenían ningún sitio donde exponer sus obras. Por eso hice construir este lugar,

aunque no quería decírselo a nadie hasta que no estuviera acabado.

–Es perfecto –declaró Cally–. Dime, ¿tenías pensado desde el principio poner los Rénard aquí?

Leon, incómodo, se pasó una mano por el brazo.

–Aunque me gustaría decir que sí, al principio no era ésa mi intención. Compré un Goya en Londres para exhibir aquí, pero los Rénard los compré para mí solo. Supongo que quería algo de la familia de mi padre en el palacio. Pero tú me hiciste comprender que, si los guardaba allí, me parecería más al tirano del siglo XVI que a mis antepasados.

–De haber sabido por qué estabas tan apegado a ellos no habría mostrado tanta falta de tacto –respondió Cally pesarosa.

–Pero, como tú bien has dicho, no importa la sangre que corra por mis venas. Los Rénard se merecen que los vean el mayor número de personas posibles. Además, no me ha resultado tan difícil separarme de ellos como de otra cosa –Leon indicó con un gesto la pared a espaldas de Cally y ella se volvió.

–¡Mi cuadro! –gritó Cally completamente sobrecogida de emoción–. Creía que... si lo encontrabas, lo tirarías al mar.

Leon sacudió la cabeza.

–Es magistral, Cally.

–No.

Leon enarcó las cejas. Ella volvió a mirarlo y reconoció que no era tan malo

como pensaba.

–Creía que tú no pintabas.

–Desde David. Pero cuando te conocí a ti...

Leon asintió y se quedó contemplando el cuadro.

–Lo de que es magistral lo he dicho en serio. Cuando lo miro casi puedo sentir la pasión que sentiste tú al pintarlo.

Cally se ruborizó.

–Eso tiene una explicación –de repente, los ojos se le llenaron de lágrimas–.

Gracias. Gracias por comprender lo que significa para mí. Creía que...

–Que yo pensaba que tu trabajo era algo con lo que matabas el tiempo hasta

que te casaras, ¿verdad? Sí, lo sé –dijo Leon con remordimiento–. Debería haberme dado cuenta antes de que no es así.

Leon suspiró y continuó:

Debería haberte traído aquí antes. Hay muchas cosas que debería haber hecho antes. Pero esto... tenía pensado decírtelo el día de nuestra boda. Sólo estaba esperando a que Jen me dijera si podía venir para la fiesta de la inauguración. Cally, perpleja, se lo quedó mirando.

–¿Jen? ¿Te refieres a mi hermana?

–La he invitado para que escriba un artículo sobre la inauguración de la galería. También he invitado a Kaliq y a Tamara –explicó él con gran esfuerzo.

–Eso es fantástico –susurró Cally.

Leon encogió los hombros.

–Sé que exhibir los cuadros aquí no puede compensar el sufrimiento que te he causado, pero yo... necesito que comprendas lo mucho que me has hecho cambiar respecto a todo. El mes que pasamos juntos... en fin, fue el tiempo más feliz de mi vida.

Leon hizo una pausa, respiró hondo y añadió:

–Sé que quizá sea pedirte demasiado, pero si has dicho de verdad que me amas, deja que aprenda a amarte como te mereces, deja que quiera a mi hijo como se merece.

Cally sintió un maravilloso calor en todo el cuerpo. Leon la miró con reverencia y la tensión de sus hombros se disipó.

–Me da igual el tiempo que me lleve.

Cally acarició ese rostro extraordinariamente hermoso.

–Lo que sea, da igual –declaró ella reflexivamente–. Pero no olvides que has sido tú quien me ha enseñado las ventajas de actuar impulsivamente –los ojos de ella adquirieron un brillo travieso.

Leon dio un paso hacia ella y preguntó con voz ronca:

–¿Qué es lo que estás diciendo, ma belle?

–La iglesia está reservada para dentro de cuatro días, ¿no?

Leon, maravillado, se la quedó mirando y luego sacudió la cabeza con

incredulidad.

–¿Quieres decir que sigues dispuesta a casarte conmigo, tal y como estaba planeado?

Cally estaba radiante.

–A menos que te parezca algo precipitado...

Leon sacudió la cabeza y la estrechó contra sí.

– Non, mon amour par la mer –susurró él–. Vas a hacerme el hombre más feliz del mundo.