CALLY clavó los ojos en el vientre de Toria y, consternada, se la quedó
mirando. Embarazada. Con el heredero al trono en su vientre. Sintió como si se le clavaran puñales en el pecho. No podía tratarse del hijo
de Girard porque éste había muerto un año atrás, por lo que era imposible... a menos que se hubiera sometido a inseminación artificial. No, no podía tratarse de eso, Girard había muerto inesperadamente.
Cally levantó el rostro y se fijó en el semblante de Toria, a quien Leon había
descrito como increíblemente atractiva.
De repente, a Cally le dieron ganas de vomitar.
–¿No querrá decir que Leon...? –dejó la frase sin terminar.
Toria vaciló un momento. Después, alzó la barbilla y la miró fijamente.
–Sí, Leon es el padre.
Cally palideció y, temblando, se acercó al sofá.
–No. ¿Cómo?
La otra mujer lanzó una seca carcajada.
–¿Que cómo? ¿Necesita que se lo explique? Leon Montallier no es un
hombre fácil de resistir –Toria encogió los hombros–. Cometí el error de creer que, al ser la viuda de su hermano, no se fijaría en mí a menos que susintenciones
fueran honorables. Me equivoqué.
Toria hizo una pausa y entonces, al ver que Cally se había cubierto el rostro
con las manos, continuó:
–Con el tiempo, estaba tan enfadada que pensé en ir a los medios de comunicación y contar lo que me había pasado, pero Leon se me adelantó. Gracias a su preciosa ley, su reputación permanece intacta. Le resulta muy útil.
Cally, horrorizada, alzó la cabeza.
–Ah, no me diga que le ha contado esa patraña de que ha vuelto a imponer
esa ley por el bien de la isla –dijo Toria en tono burlón–. Sí, yo también le creí. Si yo
fuera usted, me marcharía de aquí antes de que él la utilice y luego la deje tirada.
–Lo tendré en cuenta –respondió Cally con voz ahogada.
–Bien –Toria sacudió su larga melena–. Y, por favor, no se olvide de darle el
mensaje. Me voy ya, no es necesario que me acompañe.
Una vez sola, Cally apretó los párpados con fuerza tratando de no pensar en
esa terrible posibilidad...
¿Y si Leon las había dejado embarazadas a las dos?
El ritmo de su respiración se aceleró. El mundo a su alrededor se estaba
derrumbando. Se tumbó, encogió el cuerpo y se llevó las manos a la cabeza en un
intento por ignorarlo todo.
Pero cuando iba a sumirse en el olvido de la inconsciencia, oyó la voz de él...
–No me extraña que estés agotada.
Una voz insoportablemente tierna. Cally parpadeó y abrió los ojos. Leon estaba de pie, delante de los cuadros,
contemplando encantado el producto final después de la restauración.
–Han quedado fabulosos.
Ella no se movió.
–No estoy agotada.
–¿No? –dijo él sin apartar los ojos de los lienzos–. En ese caso, ¿qué te parece
si lo celebra...?
Leon se interrumpió al volverse y ver su estado. Entonces, con expresión de
preocupación, preguntó:
–¿Qué es lo que te pasa?
Cally se sentó apoyándose en el brazo del sofá mientras la sangre se le subía a la cabeza.
–Toria ha venido. Leon se puso tenso.
–¿Toria? Ella asintió.
–¿Qué quería?
Cally respiró hondo. Sabía que quizá debiera decirle que se sentara, hablar con él con calma. También sabía que no debía ser ella quien le diera esa noticia.
Pero, sobre todo y por egoísta que pareciera, quería decírselo cuanto antes para ver su reacción, porque sabía que eso en sí le diría lo que quería saber.
–Ha venido para decirte que está embarazada y que tú eres el padre.
Con incredulidad, le vio echarse a reír.
–No es la primera vez que recurre a mentiras con el fin de espantar a cualquier mujer a quien considera una amenaza, pero esta vez se ha pasado. Después de todo lo que te he contado, creía que te habías dado por enterada de que no debes creer nada de lo que salga de la boca de Toria.
–No han sido precisamente sus palabras lo que me ha convencido –susurró Cally con voz entrecortada–, sino su abultado vientre.
El cambio de expresión de Leon fue sorprendente. La sangre desapareció de sus mejillas y los músculos se le tensaron. Por primera vez desde que se conocían,
los ojos de él le parecieron vacíos y carentes de sentimientos. Y fue esa expresión lo que confirmó sus sospechas e hizo que se desvanecieran sus esperanzas. En ese momento, Cally se dio cuenta de que, si aún le quedaba algo de amor propio, debía marcharse de allí inmediatamente.
Además, la postura adoptada por Leon no dejaba lugar a dudas de que la idea de ser padre le parecía tan horrible como una enfermedad mortal. Por lo tanto, a ella no le quedaba más remedio que confirmar que no se había quedado embarazada, tomar un avión a París y olvidar
completamente que había hecho el amor con el príncipe de Montéz.
Muy despacio, apoyándose en unas piernas cuyos músculos parecían
haberse desintegrado, Cally encontró fuerzas para ponerse en pie.
–¿Adónde vas?
–A París.
–Tu avión no sale hasta mañana.
Cally le miró con perplejidad. ¿Acaso esperaba Leon que se quedara?
–Dadas las circunstancias, no creo que...
–Ah, claro, entiendo. Si ella ha dicho que yo soy el padre, tiene que ser verdad.
Cally sacudió la cabeza.
–¿Por qué iba a mentir?
–Porque es una zorra, Cally, por eso.
–¿Me vas a decir que cuando los dos os quedasteis aquí solos, después de la muerte de Girard, no se te ocurrió acercarte a ella?
Leon pareció molesto por tener que darle explicaciones.
–No, no me acerqué a ella.
–¿Qué quieres decir?
–Lo que quiero decir es que Toria no tardó nada en intentar seducirme. Lo
que más deseaba en el mundo era ser la esposa de un príncipe, sin importarle qué príncipe. Pero yo le dejé muy claro que prefería cualquier cosa antes que acercarme a ella y le expliqué que tenía la intención de volver a implantar la ley sobre el
control de la prensa. Toria se marchó de la isla inmediatamente después.
–Cuando me hablaste de ella, no me contaste que había intentado seducirte. Leon se encogió de hombros.
–Comparado con el resto, eso no es nada.
–¿Y cómo es que todavía tiene las llaves del palacio?
–Para mi desgracia, como viuda de Girard, aún tiene ciertos derechos.
Acceso al palacio es uno de ellos. Cally cerró los ojos y respiró profundamente.
–La versión de Toria es muy diferente a la tuya.
–Así que has decidido creer a Toria en vez de a mí, ¿eh? –preguntó Leon con
incredulidad–. ¿Por qué? ¿Por qué cuando nos conocimos decidí no mencionar mi título nobiliario? Creía que eso ya lo habíamos superado.
–Y lo habíamos superado –Cally sintió la amenaza de las lágrimas y tragó saliva–. Por eso es por lo que intenté hablar contigo y te llamé a la universidad tan pronto como ella se presentó aquí. Pero no estabas en la universidad, ¿verdad, Leon? Hace semanas que no la pisas, al contrario de lo que me has estado diciendo todo este tiempo.
–Yo...
–No, deja que termine. He intentado convencerme a mí misma de que había una explicación lógica e igualmente me he esforzado por creer que Toria estaba
mintiendo. Por eso quería oír tu versión. Pero la cara de horror que has puesto al
enterarte de que estaba embarazada me ha dicho todo lo que necesitaba saber.
Leon vaciló y, durante un momento, pensó en contárselo todo; pero la idea de decirlo en voz alta le resultó agonizante, por lo que se cruzó de brazos y se dio media vuelta.
–Lo que me horroriza es que esa bruja vaya a traer a un niño al mundo.
–Qué consideración por tu parte preocuparte por un niño que todavía no ha
nacido.
–Es un insulto a la memoria de mi hermano.
–¿Y qué hay de lo de la universidad? ¿Vas a hacerme creer que estabas allí?
–Sí. No en el campus principal, sino en otro edificio fuera del campus.
–¿Y cómo es que el rector no sabía nada?
–Porque todavía no se lo he enseñado.
Cally le miró con incredulidad.
–Pues enséñamelo a mí.
Leon la miró de arriba abajo, triturándola con los ojos. Una mirada que le dijo que había cometido un error imperdonable al suponer que él le debía explicaciones. Y entonces, con agonizante lucidez, se dio cuenta de que realmente no tenía importancia que Leon le estuviera diciendo la verdad o no porque ella no significaba nada para él y así sería siempre.
–¿Y qué si te lo enseño, Cally? ¿Vas a pedirme luego que le exija a Toria que se someta a una la prueba de paternidad de su hijo antes de continuar con nuestra
relación? Porque podríamos hacer eso, pero algo me dice que no será suficiente para ti. Tenías envidia de Kaliq y Tamara el día que vinieron a cenar, ¿verdad? Tan
enamorados y a punto de casarse, ¿no? Y ahora viene Toria, dice que va a tener un hijo mío y tú estás inconsolable. ¿No se deberá tu disgusto a que lo que
verdaderamente quieres es que te pida que te cases conmigo y tengamos niños?
Cally hizo un esfuerzo por no desvanecerse.
–No, Leon, lo que quiero es marcharme de aquí. Quiero tomar el avión a París y quiero seguir con mi trabajo.
–No me vas a engañar, Cally Greenway.
–Lo nuestro ha acabado, Leon –declaró Cally destrozada.
–¿Que ha acabado? –Leon se echó a reír, fue una risa impertinente que vibró
en toda la estancia–. Lo nuestro no acabará nunca, chérie. Es demasiado ardiente.
Debería haber sido más rápida, pero Leon se le adelantó. La agarró por el
brazo, la hizo darse la vuelta y la besó. Fue un beso posesivo, apasionado, furioso e innegablemente físico. Sabía lo que Leon le estaba haciendo mientras su traicionero cuerpo respondía con excitación y sus pezones se erguían buscando el contacto con el duro pecho de él. Sí, Leon quería hacerla sucumbir. Pero nunca más.
Ceder al instinto era lo que la había colocado en aquella situación y no iba a sacarla del apuro. Tenía que escapar. Ya. Mientras aún le quedaba la promesa de una carrera profesional por la que tanto se había esforzado, a pesar de que parecía haber perdido todo significado para ella.
Pero significaba más que ese beso, le gritó una voz interior. Y eso le dio
fuerza para zafarse de él y poner cierta distancia entre ambos.
–Como he dicho, demasiado ardiente –dijo Leon, sus labios tan hinchados
como los de ella.
«No», pensó Cally desolada mientras contemplaba a Leon con el mar de
fondo. «No, demasiado frío».