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Chapter 17 - Diescisiete

QUÉ TE parece Jacques? –Leon sonrió traviesamente mientras pasaban la cima de la colina en el coche y el palacio aparecía a la vista, aún más resplandeciente que como lo recordaba bajo el sol de noviembre.

Cally bajó los ojos y contempló la licencia de matrimonio que tenía en una mano; en la otra, la foto ultrasonido con el feto, un niño. De tener una tercera mano se habría vuelto a pellizcar.

–¿Como Jacques Rénard? –Cally volvió la cabeza y su sonrisa se amplió–. Me encanta.

–¿Cómo me dijiste que se llamaban tus sobrinos?

–Dylan y Josh. Dylan es el mayor de los dos.

Leon no sólo había insistido en invitar a su familia a la boda, que iba a tener lugar dentro de cuatro días, sino que además parecía realmente interesado en

conocerles. Incluso a Jen, a pesar de ser periodista, cosa que para Leon era casi un

delito. Cally recordó la reacción de su hermana al llamarle el día anterior con la noticia.

–¿Que vas a casarte? ¿Con el príncipe de Montéz? –había gritado Jen después de disculparse una vez más por lo del artículo–. Pero... ¿no me habías dicho una y mil veces que era un sinvergüenza?

–Tiene sus puntos flacos –Cally se había echado a reír–. Pero estoy

enamorada de él, Jen, y... en fin, vamos a tener un niño en marzo.

Su hermana se había quedado atónita, pero no más que lo estaba ella, pensó.Cally mientras el coche se detenía a la entrada del palacio. Al instante, Boyet bajó la escalinata para vaciar el maletero del coche,

cargado con cosas que había llevado para empezar su nueva vida con Leon. Como

la preciosa cuna para el niño, regalo de Michel, Céline y el resto de los miembros

del equipo de restauración de la galería. Y cantidad de ropa de niño que Marie

Ange había tejido.

Sí, siempre recordaría con afecto a los amigos que había hecho en París, pero marcharse de la capital le había resultado mil veces más fácil de lo que había sido marcharse de Montéz. Montéz era su hogar. Y aunque iba a costarle algo de esfuerzo acostumbrarse a vivir en un palacio, ahora realmente creía lo que sus

padres le habían dicho toda la vida, que la riqueza y la clase social no importaban.

– Bonjour, mademoiselle.

Cally sonrió cálidamente a Boyet cuando éste le abrió la portezuela del

coche.

– Bonjour, Boyet, ça va?

– Oui, ça va bien, merci –Boyet le devolvió la sonrisa, claramente impresionado por la mejora de su acento. Después, se volvió a Leon–. He leído un artículo en un periódico que podría interesaros, Alteza. Los periódicos están en la

terraza, como decostumbre.

Leon asintió.

– Merci, Boyet.

Cally y Leon entraron en el vestíbulo juntos y, mientras ella pasaba al baño, Leon se dirigió a la terraza. Leon estaba de pie junto a la mesa de hierro forjado cuando ella entró en el cuarto de estar y, mientras caminaba hacia las puertas de cristal que daban a la terraza, advirtió las profundas líneas en el ceño de él.

–¿Qué pasa? –preguntó ella preocupada al salir fuera.

Rápidamente, las arrugas de la frente de Leon desaparecieron y el rostro

pareció iluminársele.

–Nada, chérie –respondió Leon doblando una hoja de papel de periódico y

metiéndosela en el bolsillo de la chaqueta–. Nada en absoluto. Pero, sintiéndolo

mucho, voy a tener que ir al Ministerio de Economía para firmar unos papeles.

Leon se fijó entonces en la licencia de matrimonio que ella tenía en la mano

y sonrió.

–De camino, podría darle nuestros papeles al padre Maurice. Entretanto,

¿por qué no descansas un poco? Ha sido un día muy pesado.

«¿Y tú por qué no me dices qué está escrito en ese artículo?», quiso contestar

Cally. Pero sabía que quizá sólo fuera paranoia.

–Sí, creo que tienes razón.

–La tengo –dijo Leon tomando los papeles de su mano–. Volveré dentro de

un par de horas. Y si te apetece, podríamos dar un paseo por la playa antes de

cenar. No hace mucho calor en esta época del año, pero la puesta de sol siempre es

espectacular.

Cally asintió antes de que él la diera un beso en los labios.

–Sí, me encantaría.

Cally intentó dormir un poco, pero no lo consiguió. Sus antiguas inseguridades asaltándola de nuevo. Lo que era ridículo: estaba tumbada en la cama real, llevaba dentro al hijo de Leon y apenas faltaban unos días para casarse. Bajó los pies de la cama y enterró los dedos en la espesa alfombra. Para

sentirse cómoda criando a su hijo en el palacio, éste no debía parecerle un mar de

puertas cerradas y cuyo interior le resultaba totalmente desconocido. 

Igual que Leon, pensó, y se amonestó a sí misma. Iba a llevarle tiempo. Y, como él le había dicho que tenían que elegir una habitación para su hijo, abrir unas cuantas puertas le pareció una manera perfecta para empezar. Cally salió de la habitación y giró a la derecha. Debía de haber otras ocho habitaciones en aquella ala, sin contar las otras alas del palacio en los diferentes pisos. Pero la habitación de Jacques tenía que estar a pocos pasos de la suya.

La primera habitación en la que entró tenía un techo de madera de roble y vistas a un atrio interior, pero no le pareció suficientemente acogedora para su hijo;

además, preferiría que el dormitorio de Jacques tuviera vistas al mar.

La segunda habitación estaba justo al lado de la suya, a la derecha, y era

completamente diferente a la primera. Tenía un tamaño medio y una vista fabulosa

de la bahía, un asiento justo debajo del ventanal y las paredes amarillo limón

estaban bañadas por la luz del sol de la tarde. Sí, podía imaginar allí la cuna de su

hijo y juguetes de niño. Y unos cuadros de vivos colores...

Fue entonces cuando vio un viejo marco del revés en el suelo apoyado contra la pared, y se preguntó si podría servirle. Se acercó al marco, le dio la vuelta para ver si estaba vacío y fue cuando vio, detrás del cristal, un enorme árbol genealógico. Fascinada, se arrodilló para examinarlo.

Leon casi nunca había mencionado a su familia. No se lo echaba en cara, ya

que sus padres habían fallecido y la muerte de Girard aún era reciente. Sin

embargo, sentía curiosidad por saber algo de la dinastía real de la que su hijo iba a

formar parte.

Leyó hileras de nombres desconocidos de pasados príncipes soberanos así

como los de sus esposas e hijos. Buscó con la mirada, más abajo, el nombre de Leon para localizar su rama de la familia y el lugar en el que su propio nombre y el de su hijo ocuparían en el árbol genealógico.

Pero en el momento en que vio el nombre de Leon descubrió que su rama de la familia no conducía adonde había esperado que condujera, lo que la dejó atónita. Rápidamente, intentó comprender lo que estaba viendo. La madre de Leon, Odette, se había casado con Arnaud Montallier, el príncipe soberano de Montéz, y habían tenido un hijo, Girard. Diecisiete años después y tras el fallecimiento de su

padre, Girard había sido coronado.

Pero Odette no había tenido a Leon hasta un año después, y el padre de Leon no era un príncipe, sino un hombre llamado Raoul Rénard. De repente, las palabras de Toria aquel día en el estudio acudieron a su mente con terrible claridad: «Dígale que estoy embarazada, que llevo al heredero al

trono en el vientre». Por eso la expresión de horror de Leon, porque la mujer a la

que detestaba llevaba en sus entrañas al niño que podía reclamar su herencia al

trono.