El primer día de clases es un poco como el saber que tu abuela que ha estado enferma va a morir: sabes que tarde o temprano llegará el momento, tratas de alistarte para ello, pero sin importar cuánto lo hagas, nunca estás de todo preparada para la verdadera experiencia.
Y casi quiero llorar en ambos casos.
Casi.
—¡Bienvenidos al nuevo curso, alumnas y alumnos de Hopewell High! —nos indicó nuestra directora, la señorita Jefferson, en el auditorio, con todo el estudiantado reunido para el tradicional mensaje de nuevo año escolar porque... alguien tiene que creer que hay esperanza.
La verdad es que no tenía interés en ello; la gran mayoría eran platitudes trilladas sobre cómo somos todos responsables de una buena convivencia, de cómo el colegio es la antesala para cumplir nuestros sueños, y cursilerías varias más que le darían diabetes hasta a Hello Kitty.
No puedo culparla por intentar ponerle buena cara al mal tiempo; no imagino a los profesores —directora incluida— queriendo estar en la escuela mucho más que nosotros, y prueba de ello fue lo que dijo nuestro profesor de la primera clase del día.
—Realmente no quiero estar aquí —la profesora Martin indicó, lamentando la suerte de haber conseguido un trabajo de pasantía en Hopewell—, pero... b-bueno, era esto o hacer mi servicio social en el acuario de el zoológico de la ciudad.
—Eso no suena tan mal, profesora —uno de mis compañeros preguntó.
—Lo sé O'Brien, lo sé —la maestra contestó—, pero los pinguinos son más sádicos de lo que parecen; créeme, HE VISTO COSAS que te harán temer el negro y el blanco en aves semiacuaticas para siempre.
—Tengo una duda, profe —dije alzando mi mano.
—¿Sí, Milovic?
—Mi primo dice que no se te olvide traer la harina para los hot cakes el sábado.
—¡Espero más profesionalismo, señorita Milovic! —me contestó la pelirroja—. ¡Y eso ni fue pregunta, por cierto!
Síp: resulta que la novia de mi primito Jake, es mi profesora, al menos hasta que se llene la plaza de manera permanente porque para empezar, una pasante no debería estar dando clases, pero esta es una escuela en la que nuestra mayor aportación cultural a nuestra comunidad es una pintura en el techo del director anterior besándose yaoisticamente con un tritón que una alumna hizo en un acto de vandalismo hace años, así que el estar cortos de personal calificado no es el mayor de nuestros problemas.
—En todo caso, como pueden ver, al echar un breve vistazo a un lado y al otro, notarán que son los mismos alumnos que el año pasado, ¿no es así? —la profesora indicó —, y digo eso porque tenemos un nuevo estudiante en esta comunidad, así que, ya saben qué decir, chicos.
—¡QUÉ PASE EL DESGRACIADO! —grité.
—¡De nuevo Milovic, basta! —la profe exclamó—. ¡Pasa, desgraciado!
—¿Perdón, maestra? —preguntó una voz justo afuera del aula.
Una voz familiar, tan familiar como el incesto, y con eso quiero decir "algo aterrador que me revuelve el estomago".
—¿Puedes presentarte frente a la clase, señor...?
—Carson —respondió, de pie frente a todos nosotros.
—Bueno, cuando quieras.
Y mientras él tomó aire, yo sentí que el mío se me escapaba.
—Mi nombre es Levi Thadeus Carson, tengo 16 años; originalmente soy de Kingston; me... gusta la música, espero entrar en el club de la escuela.
—¿Te gusta eh? ¿Eres bueno para ella? —la profesora preguntó.
—No sé si podría decirlo, eso ya depende de otros —Levi contestó, sonriente y modesto—, pero, el verano pasado tuve la oportunidad de formar parte de un programa para jovenes talentos, e incluso pase unas semanas en Nueva York.
—Oye, Harriet —O'Brien acercó su hocico a mí—, ¿no fue justamente eso lo mismo que hiciste tú también...?
Y claro, callé al chico de la única manera que conozco.
—¡No era necesario cerrar el puño! —se quejó después que su cara se topó con mi golpe.
Gracias al cielo Josephine no estaba conmigo; ella tenía otro horario, y estaba asistiendo a otra clase: de hacerlo, aquello hubiera pasado a volverse una especie de representación de la Santa Inquisición, conmigo en leña verde cual Torquemada lo hubiera deseado.
Eso sólo volvió ese encuentro un gramo menos incomodo en la escala de "Cosas que jamás imaginé ocurrirían el primer día de clases"; es decir, ¿una alerta de bomba? Vivimos en tiempos extraños. ¿Acusaron a un profesor de acoso sexual? Puede ser, digo: una buena pista sería ver su nombre siendo tendencia en Twitter. ¿Pero que pasara esto? Esto le ocurre a Sandy y a Danny, o a Troy y Gabriella, no a Levi y a...
—¿Harriet? —la profesora me llamó la atención.
—¿Em, sí señorita Martin?
—¿Puedes abrirle paso a tu nuevo compañero? —me indicó, señalando el único asiento libre del salón; uno justo a lado mío—. Para que tenga un lugar.
—C-claro, p-pero por supuesto.
Por supuesto que no, deseaba completar, pero ya había jugado mucho con fuego y me estaba quemando.
—Hey —Levi me dijo —. ¿Así que... somos compañeros de clase?
—Sí, eso fue un poco sorpresivo, digo... ¿no sería algo que uno le dice a otra persona? En especial una con quién te besaste y medio le desabrochaste el sostén para agarrarle la teta izquierda.
—Creí que había sido la derecha —contestó—, pero en mi defensa: SÍ te lo dije.
—¿Lo hiciste, Lev? ¿Lo hiciste de verdad? Porque creo que lo recordaría.
Entonces, en mi mente, algo hizo clic, y de hecho, lo recordé.
—¿Estudias en Hopewell High? Es curioso; ahí estudiaré el siguiente semestre —me dijo en el almuerzo el primer día.
—¿Cómo es Hopewell High? ¿Es tan mala escuela como todos dicen? Quiero saber para darme una idea si tengo que llevar no sé, un arma para defenderme —me dijo durante la clase de composición de letras.
—Voy a estudiar en Hopewell el siguiente semestre, no se te vaya a olvidar; te lo estoy diciendo directa y explícitamente para que no te sorprendas al último minuto —me dijo durante el avión de regreso a casa.
El problema es que se me olvidó; la pasión del momento, supongo. Pero... es como cuando acaricias un perrito en la calle y él te quiere seguir hasta la casa... un perro con el que llegué a fajar, pero... eh, necesito poner más atención en las clases de literatura y eso de las analogías.
—¿Harry? —me llamó, sacándome de mi trance—. ¿Todo bien?
—S-sí... es sólo que... sigue siendo sorpresa.
—¿Después de que te dije...?
—¡Sí, sí, lo sé! ¡Pero sigue... sorprendiendo.
—...muy bien.
Y quizá debí decir no en el momento, pero supe que de verdad me la habían metido muy hondo (metafóricamente, aclaro: señorita, usted, la de lentes, por favor: deje el pepino del mandado de su madre en paz)
La campana sonó, marcando el fin de la primera clase; logré escabullirme sin que Levi me siguiera, y marché a la siguiente.
—¿Qué tal todo, compañera? —Josephine me dijo, recibiéndome al salón con un beso—. ¿Lista para aprender?
Oh, Jo... ella era, en muchos sentidos, justo lo opuesto a mí: ¿le gustaba la escuela? Apenas podría creerlo; supongo que ella es lo que ocurre cuando de hecho todas esas series y películas cursis sobre la preparatoria y el liceo tienen efecto en una mente ingenua: los bailes de graduación, los clubes, los chistosos malentendidos románticos (que ya no me parecían tan chistosos dado que me encontré atrapada en uno).
¿Por mí parte? Bueno... sirven comida aquí, eso es un punto a favor. Y... es un buen espacio para esconderme de la Mafia Rusa (Los Milovic y la Familia de Odessa no estamos en los mejores términos).
Pero, aunque chocábamos en muchas cosas, supongo que el idealismo de esa rubia es contagioso: después de todo, fue en parte por ella que de hecho creí que debía darle una oportunidad a eso de la música: de intentar hacer algo en serio, con dedicación, y eso me llevó a ese campamento en el extranjero en primer lugar; no sólo pensar que era una afición meramente, sino que un bien podría emerger de ello, y un bien podría emerger de mí.
Por eso, le agradeceré por siempre, y mi corazón jamás dejará de tenerle un lugar en sus dañadas paredes.
Y tenía una clase muy chapada a la antigua: usaba vestidos de colores claros y femeninos, que enmarcaban como el cuadro perfecto la obra de arte que era su figura; era una princesa de cuento de hadas sacada del mundo de las paginas, era un ángel que se tomó la molesta de caminar entre nosotros los mortales, y que eligió a una hija del demonio como yo como su compañera...
...eso y, bueno, tiene unas tetas que me provoca querer ahogarme en ellas.
Va, sé que se supone que nosotras las mujeres que amamos a otras mujeres debemos ser más maduras y todo eso, pero tengo 16; la peor edad para combatir la calentura (al menos hasta que haga un viaje por Europa después de mi primer divorcio y conozca un sexy hombre mediterráneo sibarita que puede estar o no inspirado por Javier Bardem).
Pero, luego hablaré de mis amoríos futuros, que apenas puedo con las consecuencias de los amoríos pasados.
Por reglas de la escuela (son medio intermitentes: la quitan y la ponen dependiendo de quién esté dirigiendo el colegio y cuánto necesite distraer al Consejo Escolar de otros problemas), todos los alumnos de Hopewell High deben inscribirse en algún tipo de club o equipo, y en realidad, hay bastante variedad al respecto: un club de la ONU para aquellos que ya están actuando como si se encontraran en campaña política (ya saben de qué hablo: sonrisas tan autenticas como las de una esposa de Steppford mezclado con un banquero de las Islas Caimán y propuestas vagas como "combatir la Mafia del poder" o "Volver a Hopewell grande otra vez"); el equipo de luchas para aquellos varones que no puedan resistir la tentación de estar en poca ropa encima unos de otros (eso me recuerda, tengo que empezar a asistir a los torneos de lucha...); el club de arquería, que tiene altas y bajas en reclutamiento, todo depende de si hay alguna película como Brave, Los Juegos del Hambre o Avengers que medio haga saltar el interés por el deporte, y muchos otros más que por cuestiones de espacio no podré seguir explicando aquí pero pueden consultar el anexo más abajo de este episodio.
Sí, no es broma: puse un anexo, porque ustedes se lo merecen queridos lectoros y lectoras.
Yo tenía muy claro a cuál iba a ingresar; el club de pornografía de violación... no, esperen, eso sí es broma, sólo deseaba ver si seguían poniendo atención.
No, al que de verdad quería entrar era el club de música, dónde gente con verdadera vocación se une con aquellos que medio vieron tres tutoriales por Internet sobre cómo tocar canciones de Disney (aunque, debo admitirlo, ahora tengo en mi repertorio una versión de metal de la canción de Scar de El Rey León).
Josephine, por otro lado, era un espíritu libre... o sea, no tenía idea: el año pasado estuvo en el club de teatro, pero lo dejó porque no le gustaban los dramas... ¿entienden? ¡¿Entienden?! Ugh, no me vean con esa cara, mejor pasó a lo siguiente.
Durante el receso, en los patios de la escuela, se encontraban varios puestos de todos los clubes intentando llamar la atención de nosotros los estudiantes ingenuos con pancartas, fuegos artificiales, y modelos cubiertos en aceite para bebé...
—¡Únanse al club de reproducciones a escala! —vociferó uno de los miembros de dicho grupo desde su puesto, con un montón de replicas de vehículos en miniatura conservados por aceites y, ¿en qué pensaron acaso, niños cochinos?
—Bien, ¿qué tienes en mente, Jo? —pregunté, más por compromiso, y con miedo de encontrarme a Levi de nueva cuenta; estaba caminando agachando la cabeza, y con unos lentes oscuros que le robé... digo, tomé prestados de un amigo.
—Te vas a reír.
—¿Desde cuándo me conoces?
—Hace más de un año.
—Exacto: para este punto, si hubiera algo de qué reírme sobre ti ya lo hubiera hecho, y sabes que soy buena para encontrar defectos. Como, por ejemplo —señalé a algunos de mis compañeros—. ¡Oye, O'Brien!
—¿Sí, Harriet?
—¡Ron Weasley llamó! ¡Dice que eres tan colorado que lo haces ver como un angoleño!
—Eso no fue muy amable —Jo comentó.
—Oh, y deberías ver los que tengo preparado para Fareed.
—¿El chico palestino?
—Él tiene sentido del humor —contesté—. ¿Qué hará? ¿Estallar... en mi cara del coraje?
—Casi puedo oír el redoble de la batería con esos chistes —Jo me respondió—, pero... es que eso es lo que me preocupa; el que te dejas llevar mucho por prejuicios, y sé que no lo dices en serio... eso espero, pero aún si son broma pueden hacer sentir a otro mal.
—Ya, ya; es verdad: no quiero que piensen que soy un monstruo que odia palestinos y pelirrojos —respondí, en un tono más comprensivo—. Mira, esto es Hopewell High: aquí hay de todo, nerds, góticos, un transexual peruano en proceso de transición.
—¡Transgénero, caramba! —me contestó Sydney, precisamente la chica de la que hablé, tras oír mi comentario—. ¡Son dos cosas distintas!
—¡Va, lo siento, lo siento! —me disculpé—. Y... bueno, luego me cuentas cómo te maquillas porque con mi piel, ugh, todo queda mal.
—Sólo porque sea trans no quiere decir que lo voy a saber todo —Sydney dijo—, claro, todo empieza desde la base correctora... ¡PERO SÉ ESO NO PORQUE SEA TRANS!
—El agente J estaría orgulloso. Y gracias.
Se despidió mientras seguimos nuestra búsqueda por el club de Josephine.
—Ya en serio —la rubia me dijo—, promete que no burlarás, ni dirás nada hiriente, estúpido u ofensivo.
—Cariño, sin burlas, cosas hirientes o estupideces, eliminas el 90% de mis conversaciones.
—Sólo por esta vez.
Y puso su carita de chachorrito y su puchero y... ah, demonios, ahí supe que no me podía resistir más.
—Vale, ya, te prometo que me morderé la lengua —dije.
—Creo que quisiera intentar entrar al grupo de animadoras.
—¿Las chicas tan populares como pesadas que se la pasan danzando en poca ropa de a gratis cuando al salir del colegio podrían de hecho ganar un sueldo digno de clase media por hacerlo en clubes para "caballeros" y que son una reliquia del paternalismo patriarcal enraizado en la alegoría de animar la masculinidad luciendo como si fuéramos trofeos por la victoria en desplantes de violencia física?
—¡Ves! —Josephine se llevó ambas palmas a la cara—. ¡Sabía que algo así ibas a decir! N-no estás de todo errada, ¡pero sólo quería intentarlo! ¡Como en las películas!
No... yo sé: NO TODOS son así (NoTodasLasPorristas) y entiendo que es una disciplina que requiere mucho atletismo y dedicación... y admito que sería genial decir que salgo con una de ellas, pero a veces algunas cosas que no nos gustan no tienen explicación racional, como el "¿Existe Dios?" o "¿Por qué Zoolander 2 existió?"
Aún así, dije lo mismo que muchas novias que no entienden el hobby de sus parejas dicen:
—Todo lo que importa es que te guste, y que seas feliz, y tendrás todo mi apoyo.
Y Jo sonrió, y me abrazó, y supe que algunas frases están gastadas, pero si un auto viejo te lleva a casa, significa que todavía sirve, y lo mismo con esa palabrería vacía y melosa.
—¿Me perdonas amor? —le dije—, voy a inscribirme a lo del club de música.
—De acuerdo, ¡no tardes mucho!
Me alejé, y llegué al puesto del club de música.
—Harriet Milovic —Dakota, la chica encargada de las inscripciones, me comentó—, ¿así que, finalmente nuestro grupo es lo suficientemente bueno para ti, eh?
—Escucha, sé que no tenemos la mejor relación, que a veces abro mucho mi hocico y que fue ofensivo aquello de que cuando supe que eras india, pregunté, "¿cómo los de Gandhi o los de Toro Sentado?", pero creo que ambas sabemos que necesitas gente con talento, yo tengo talento, y si entro, me morderé la lengua.
—¿Morderte la lengua? A estas alturas, quisiera cortartela.
—¡Bien! ¡Me la cortare! Pero, por primera vez en mi vida, la música me está llevando a buenos lugares, ¿realmente quieres pasarte el resto del año con chicos que no saben ni tocar la mayonesa?
—¿La mayonesa es un instrumento?
—¡Ja! ¡Te hice decirlo!
—Es un gran símbolo de madurez e inteligencia basar tu sentido del humor en memes de una serie que no ha tenido un episodio bueno en una década y media... pero... lo admito; sería agradable tener a alguien en el club que cuando le pidas un do te de un do.
—Súper, ¿entonces, estoy dentro?
Dakota dudó por unos instantes, hasta se mordió el labio, pero finalmente, aligeró la expresión en su rostro.
—Llena la forma, y bienvenida al club de música —me dijo.
—Gracias.
—Yo también quisiera inscribirme —escuché justo a un costado mío.
—¡L-Levi! —grité—. ¡Qué sorpresa!
—¿Sorpresa? ¿Unirme al club de música? No sé qué signifique "sorpresa" en esta escuela, pero no creo que signifique lo mismo que en otras partes del mundo.
—Ah, he oído de ti —Dakota comentó—. ¿Estuviste en el campamento con nosotros, no?
—Culpable.
—Te oí... sí, creo que mereces al menos la oportunidad; lo mismo: llena la forma, y estás dentro.
Tanto Levi como yo estuvimos con la cabeza agachada, bolígrafos en mano llenando la inscripción, y él aprovechó para susurrarme al oído un par de verdades ni tan ciertas.
—Has estado ignorándome desde que nos vimos en la mañana —me dijo.
—¿Lo he hecho? —contesté—. Tengo un calendario apretado nene: mi vida no gira alrededor tuyo.
—Es verdad, pero... empiezo a creer por qué lo haces.
—¿Sí? ¿P-por qué lo crees?
—Tuvimos algo... que me pareció muy especial, pero no estás acostumbrada a esto aquí; debo de comprenderlo, no estás lista para algo formal.
—Es un modo de decirlo.
—Calma, eso lo entiendo, y te daré tu espacio.
—¿De verdad? ¿Con todo y eso de estar en el mismo club? —cuestioné.
—Harriet... me gustas... mucho, y de verdad. Pero no puedo forzar esto, no de inmediato al menos; quisiera que pudiéramos simplemente retomar dónde nos quedamos, pero no quiero obligarte a nada que no desees o que no te haga sentir cómoda... para eso, hay tiempo.
—Me da mucho gusto que digas eso —comenté—, porque... espera, ¿qué fue eso último?
—Verás, yo...
—¿Qué tanto hablan? —Dakota nos interrumpió—. Son como, cinco apartados en la hoja, no son papeles para inmigración.
Llenamos las solicitudes y las entregamos; con eso, nos unimos formalmente al club de música; yo me alejé, y él se alejó de mí, pero aunque no volteé a verlo, sentí su mirada detrás de mí, en mi nuca...
...bueno, AL MENOS ESPERO QUE HAYA SIDO MI NUCA.