Chapter 3 - Capítulo 2: Información

La luz de la mañana, suave y tímida, se deslizaba furtiva dentro de la habitación, ansiando no ser descubierta cuando su obvia presencia interrumpía el sueño. Leandro bostezó y se incorporó en la cama, rascándose la nuca con indiferencia.

Miró a los lados. Al instante la entrada oculta de la habitación, una trampilla en el techo, se abrió y un muchacho de cabello negro azabache bajó las escaleras despacio, traía una jarra de agua entre sus manos.

—Noah.

—Buenos días, joven maestro —saludó alegre, con una leve inclinación de cabeza—. No esperaba verlo despierto a esta hora. ¿Se debe a algo en especial?

—No —respondió Crhysaor, sonriendo inocente—. Madrugar es bueno para la salud.

El sirviente asintió y depositó la jarra sobre la mesa de noche junto a la cama. Leandro, quien ahora estaba empezando a acostumbrarse a ser llamado Crhysaor, no pudo evitar sorprenderse por infinita vez del muchacho.

Noah tenía un aspecto inocente y suave. Piel muy pálida al punto de enrojecer los párpados. Facciones eran suaves y armoniosas hacían sutil contraste con su rizado cabello cual ala de cuervo. No obstante, ese Noah era un asesino que podía matar a un hombre en lo que toma un suspiro.

Después de todo, él era uno de los cuatro protagonistas en la novela [Los Maestros Sagrados]. El Maestro del clan asesino Finneal y quien le cortó el cuello a la princesa Estela.

«Qué espeluznante» Susurró una voz en su interior, con la que estuvo de acuerdo.

Mientras se lavaba la cara, pensó un poco la situación. Los recuerdos del anterior Crhysaor eran difusos, había una inmensa cantidad de huecos y espacios en blanco que atribuyó al efecto secundario de los somníferos que tomó para suicidarse.

Por desgracia para su improvisado plan de "pasar desapercibido", tuvo que reconocer ante Noah que había perdido la memoria en gran parte, lo que causó que el sirviente duplicara su cuidado y atención. Ese sirviente asesino interrogó con tanta intensidad al rubio que terminó molestándolo, así confesó su amnesia.

—Noah, ¿qué día es hoy? —preguntó, recostándose de nuevo en la cama.

—Estamos en el día quince de Junio del año 1346 en el calendario del sol, joven maestro —respondió doblando las toallas.

«Supongo que el autor tuvo demasiada pereza en crear su propio calendario» Pensó curioso.

Año 1346. Los comienzos de la novela, más específicamente, el prólogo. De allí a los primeros eventos deberían pasar dos años enteros.

«Infórmate primero. La información lo es todo» Sermoneó la voz de su cabeza.

—Noah, ¿puedes traer unos libros de la biblioteca? Específicamente de historia reciente.

—¿Libros otra vez? —. El muchacho arrugó el rostro—. Sí así lo quiere. Sólo espero que un día no amanezca enterrado en libros.

—Vamos, no seas aguafiestas —persuadió, imitando a la perfección esa sonrisa inocente del anterior Crhysaor.

Noah lo miró unos momentos con cierta preocupación y terminó por salir de la habitación a hacer lo que le mandaron.

El rubio miró a su alrededor mientras esperaba. Se topó con un pequeño espejo en la pared que no había notado hasta entonces. Redondo y pulcro, reflejaba a un muchacho de facciones finas para tener dieciocho años. Sus dedos se movieron de forma inconsciente hasta los ojos. Ese tono glauco cambiaba a un dorado brillante y puro cuando se encontraba frente a poder divino.

«Esto será problemático, ¿cómo diablos puedo ocultarlo?» Pensó contrariado. «Deberé vivir con capucha o cuidarme mucho de quien esté cerca»

Suspiró frustrado. Al poco rato volvió el sirviente. Bajando por la trampilla, tenía varios libros bajo el brazo, unos de gran grosor, otros delgados. Caminó a donde estaba y los dejó sobre la colcha.

—Aquí tiene. Son los más nuevos que pude encontrar. La iglesia no tiene muchos registros recientes. Aún hay unos cuantos más, pero esos se los traeré poco a poco, sería demasiado sospechoso si desaparecieran tantos de repente.

—Gracias Noah —agradeció sincero.

El muchacho se limitó a suspirar como quien no entiende la testarudez de alguien, y fue a ordenar la biblioteca de la pared. Sin espera ni escatima, abrió los libros. Leandro había trabajado para una gran empresa muchos años, por lo que adquirió una increíble lectura rápida. Sus ojos repasaron veloces las páginas y se detenían en sitios específicos. La información tomaba forma, poco a poco un rompecabezas empezó a formarse en su mente.

Noah le trajo la típica comida insípida de la iglesia y por primera vez, no reparó en el sabor desabrido por la falta de sal. Sólo continuó leyendo mientras comía, hipnotizado.

Cuando llegó a una conclusión, estaba cansado. La frente le ardía, la punta de los dedos le tambaleaban y pensó que podía quedarse ciego si no cerraba los ojos. Noah, quien lo veía desde hace rato en una esquina de la habitación, al chocar miradas se apresuró a hablar:

—Es suficiente, joven maestro. No debe forzarse.

El rubio se frotó la cara y cerró el quinto libro que leía ese día con cuidado.

—Sí, ya terminé de todos modos.

«Aunque no encontré mucha información que confirmara los clanes asesinos en estos momentos» Contradijo en su interior. «Es una lástima que si te preguntara, probablemente no digas la verdad»

—Si no le decía, iba a continuar, estoy seguro —afirmó Noah, levantándose—. Será mejor que descanse. Falta un mes para el festival, pero dentro de poco empezarán los preparativos y la iglesia estará más ruidosa que nunca. Si se enferma por esta época, sería difícil para mí robar medicinas sin que lo noten.

—Está bien.

Noah se acercó a la cama y recogió los libros desperdigados. Observó con curiosidad varias páginas abiertas, pero sus labios temblaron ligeramente cuando vio que una encabezaba "Clanes asesinos". Lo sostuvo en alto y se lo mostró a Crhysaor.

—Joven maestro, ¿estaba buscando a los clanes asesinos?

El rubio lo miró unos instantes. Era obvio que Noah mostraría interés, siendo un exiliado de un clan asesino, y terminó por asentir.

—Sí. Me da curiosidad —mintió a la ligera—. No aparece mucho sobre ellos.

—Mmm.

Frunció el ceño ligeramente, apartando la vista como si fuera algo que no quisiera ver por lo desagradable que era. Cerró el libro y sonrío, pero sus labios aún estaban crispados, sus manos se movían con cierta rudeza.

«Veamos qué dirá» Pensó interesado.

El rubio se recostó sobre las almohadas y ladeó la cabeza, procurando actuar con la típica despreocupación del anterior Crhysaor.

—De por casualidad, ¿sabes algo al respecto? Cualquier cosa, no importa si es un rumor.

—Un poco —contestó al cabo de un rato—. Sólo sé que existen cuatro clanes asesinos en el bajo mundo: Solmerid, Serker, Leonis y Finneal. Dicen que son terribles, violentos como animales.

Aunque ya las sabía, sus palabras fueron como balde de agua fría. Una confirmación más de que estaba en el mundo de una novela. Había tenido una muy vaga esperanza de que todo fuera malos sueños.

«¿Y qué hubieras hecho allá?» Cuestionó muy bajito en su interior. «No tenías nada en la tierra»

Mientras lo miraba, ignorando por completo la voz, Noah sostenía fácilmente el libros con los dedos, y notó algo que ni siquiera el anterior Crhysaor hizo. Había callos. Leves y casi imperceptibles entre los dedos, especialmente el pulgar y el índice, rodeado de diminutas cicatrices que se escondían fácilmente entre los pliegues de la piel.

Eran marcas de dagas. Las conocía bien. Los recuerdos de su vida anterior fluyeron limpiamente y supo que se trataban de dagas dobles, el arma asesina por excelencia. Pero había algo extraño en su patrón. La forma en que aparecían eran extrañamente familiares.

—¿Pasa algo, joven maestro? —preguntó con recelo, mirándolo de forma extraña.

Inmediatamente, el rubio se dio cuenta de lo que estaba haciendo y sonrió con torpeza. Tenía el corazón ansioso, pero puso todo su esfuerzo para mantener la actuación en pie. Se acostó de nuevo, arropándose, sin importarle demasiado que los libros cayeran al suelo.

—No es nada. Estoy muy cansado... Voy a dormir un poco.

El muchacho lo miró unos momentos, para luego recoger los volúmenes y apagar la lámpara afín de la mesa de noche. Sus ojos azules contenían sospechosa confusión, pero jamás pronunció palabra al respecto. Apretó de forma inconsciente el puño hasta que los nudillos se volvieron blancos y subió por la trampilla.

—Descanse bien, joven maestro.

Pero no respondió, ya que debajo de las sábanas Leandro elaboraba planes apresurados, como era su costumbre.

¿Qué debía hacer? Sin cuestionarlo siquiera, definió que huir era la primera prioridad. Pensó mucho esa noche. Tanto así que dejó hablar a la voz de su cabeza sin preocuparse. Durmió poco y mal, pero apenas abrió los ojos, había tomado una decisión.

Debía escapar al imperio Thyertena.

Debía huir antes de los disturbios o le cortarían el cuello por ser una abominación.