Chapter 5 - Capítulo 4: Plan de escape (I)

Con la ansiedad a flor de piel, Crhysaor se obligó a concentrarse en la situación actual. Aún tenía dos años enteros para el comienzo de la novela, por lo que tenía la libertad de enfocarse en sobrevivir hasta entonces.

Aunque rogase por huir en aquel preciso instante, los constantes movimientos de sacerdotes cumpliendo ritos y rezos matutinos le impedían hacerlo.

«Estás perdiendo el tiempo. ¿Y si ese sueño es algo importante?» Regañó la vocecita.

—Cállate —sentenció—. Ya me ocuparé de ello.

El lugar a donde debía huir inmediatamente era el Imperio Thyrtena. Siendo una abominación en la iglesia de Yasher, el liberal norte era la mejor opción. Sería más sencillo esconderse allí que en el reino Münhor, donde Yasher era el dios obligatorio, o las tierras neutras plagadas de guerrillas.

Si sus memorias recién adquiridas no fallaban, el conde Sperd, siempre mantuvo contacto espontáneo con su hijo y le ayudaba a mantener el secreto. Crhysaor fue llevado a la iglesia desde muy pequeño, tanto que no recordaba bien la cara del conde y desarrollo un odio revuelto por haberlo abandonado en aquel lugar.

La nobleza del reino Münhor era excesivamente discriminatoria y clasista. Si se enteraban de su condición, no dudarían en tomar esa oportunidad para hacer caer a la iglesia y la familia Sperd, de la cual muchos envidiaban por su riqueza. Eso como mínimo, sin pensar en el terrible destino que correría como abominación.

El conde Sperd nunca se desentendió del asunto y sus espontáneas cartas llenas de afecto e interés estaban escondidas en el escritorio. Habría sido una enternecedora historia de no ser por la descarada hipocresía sin límites que mostraban. Siempre las mismas palabras, mismos ánimos y diminutos atisbos de amenaza "para quedarse quieto y no molestar".

Además, había algo sobre esa familia que sólo él sabía en aquellos momentos: son unos sucios traidores. Cuando la guerra hizo acto de presencia, los Sperd vendieron información de su nación al reino Peran, sin remordimientos o arrepiento. Aunque fueran los villanos de la historia, siquiera poseían la más mínima lealtad por su tierra.

El instinto refinado de Leandro susurraba vicioso. Si el conde Sperd, quien no tenía buenas intenciones, contaba con el padre Joseph en un asunto tan delicado, aquel viejo aplicaba para la misma categoría.

Se decidió por escapar al Imperio Thyrtena. Tan vasto, grande y poderoso, la guerra no debería amenazar más allá de la frontera. Según la novela, ellos invadieron el condado fronterizo Sperd en un mes exacto, sin más estrategia que un ataque frontal. El imperio sería un lugar seguro para huir y permanecer con un perfil bajo gracias a su libertad de culto.

«Tengo que conseguir una lanza a toda costa» Pensó determinado. «Pelear nunca deja de ser una posibilidad»

Cayó la noche. Silenciosa y sutil como era su costumbre, dejó jugar las sombras espesas a su antojo, enroscándose en las esquinas cual felinos arrulladores a la espera impaciente. Cuando finalmente Noah se retiró a su habitación, la trampilla del cuarto secreto fue abierta y de ella, la figura delgada de Crhysaor hizo aparición.

Después de revisar los mapas de la iglesia que una vez le trajo Noah al escaparse en los festivales, fijó su meta: llegar a las cocinas del ala norte sin ser descubierto.

Salió al pasillo oculto, acomodando la capucha de la bata sacerdotal. Con sumo cuidado, abrió la puerta y, después de confirmar su soledad, continuó el escape. Los pasillos blancos eran estrechos, altos techos abovedados cubriéndolos que se fugaban a los innumerables jardines internos. Los rayos plateados de la luna se filtraban fantasmales a través del pórtico, iluminando el camino a medias.

Apresurado como estaba, casi corrió. Sus pies descalzos resaltaban sobre las blancas baldosas. Acallaba cualquier sonido posible, dedos y luego talón. Movimientos suaves. Instinto alerta.

«Parezco más un niño dando brincos en una clase de ballet» Pensó consternado.

Por fortuna de Yasher, no se encontró con nadie en el camino y llegó a salvo a unas puertas oscuras, tan viejas que los nudos de la madera eran palpables. La cocina de la iglesia. Empujó suavemente la puerta, cuidando el rechinar de la misma, y entró en una sala oscura. Ramos de hierbas colgando del techo esperando pacientemente a secarse, una enorme chimenea con un caldero dentro y largas meses espolvoreadas de harina cobraba más que nunca extraños aires europeos-arábigos.

Dejó la puerta entreabierta para dar entrada a la luz de la luna y ya caminaba a la mesa del centro cuando unos ronquidos le hicieron detenerse bruscamente.

Volteó con rapidez a su derecha, conteniendo la respiración. Se encontró cara a cara con un viejo gordo, dormido sobre el banco con la boca abierta y su cabeza contra la pared. Cerraba la mano cual garra entorno a un grueso rodillo, como si su vida dependiera de él.

«¡Maldita sea! ¿¡que hace el cocinero aquí!?» Chilló la vocecita en su cabeza.

Crhysaor respiró hondo, se acercó al hombre y agitó la mano un par de veces frente a los ojos. No se inmutó en absoluto, continuó roncando cual oso en invierno.

Suspiró aliviado. Caminó de puntillas a la mesa alta y larga donde amasaban el pan. Levantó el mantel y una pequeña sonrisa cruzó sus labios.

—Eureka... —susurró para sí mismo.

Entonces, siempre mirando de reojo al cocinero, Crhysaor sacó una gruesa funda de almohada debajo de la bata y metió en ella todo lo que cabía en sus manos. Frutas secas, trozos pan, y algunas tiras de cecina. Las pequeñas cestas empezaron a vaciarse ante su inclemente ambición.

Una vez que la funda estuvo llena más de la mitad, se la colgó al hombro, volvió a colocar el mantel como estaba antes de llegar, y caminó de puntillas a la puerta, vigilando cada uno de los ronquidos del cocinero, pero sobre todo, el grueso rodillo en su mano.

«Un golpe de esos y directo al infierno» Pensó algo preocupado.

«Con pase VIP y descuento» Completó la vocecita.

Empezó a cerrar la puerta lentamente. Crhysaor evitó hacer el menor sonido posible, y ya estaba a punto de trancarla como en un principio cuando sonó un chirrido.

Creak. Lastimero, quejumbroso, tan alto como si quisiera gritarle al mundo entero que un chico se estaba escabullendo a robar en la cocina.

—Maldita sea —blasfemó.

—¿Quién está ahí? —. Amenazó la voz somnolienta y molesta de la cocina.

«¡Se despertó el viejo!»

La alarma en su interior se disparó. Acomodó el saco al hombro y empezó a retroceder poco a poco, aún escuchando la voz alterada del gordo cocinero.

Crhysaor pensó rápido. Mandó a Edda el plan sigiloso. Debía correr.

Sus pies descalzos resonaron en el pasillo oscuro. Golpes pequeños que no podían pasar desapercibidos. Escuchó como la puerta de la cocina era abierta violentamente a sus espaldas.

—¡Hey tú! ¡Alto ahí!

«¡Edda, no me sonrías!»

Los pasillos eran rectos y largos en su mayoría. Se lamentó en su interior. Sería difícil perderlo, más con ese cuerpo débil. No había corrido ni cinco minutos y ya empezaba a respirar con dificultad. Le era difícil creer la baja resistencia que poseía, ¡hasta una tortuga la tenía mejor!

«Definitivamente tienes que ponerte a hacer ejercicio» Sermoneó la voz con aire experto. «Pero estoy seguro de que te desmayarás, ese cuerpo es débil por genética»

El viejo gordo lo siguió gritando improperios. Leandro temió que los demás sacerdotes en el ala este escucharan el alboroto y fueran a ver. Se dejó guiar plenamente por los fragmentados recuerdos de Crhysaor y cruzó el jardín interno, pisando sin misericordia las plantas sagradas. Llegó al otro pasillo y dobló una esquina.

Fue entonces cuando escuchó los murmullos alterados de mucha gente a sus espaldas. Cuchicheos, palabras al azar un lograba atrapar y no aumentaban su esperanza.

Ante las luces tambaleantes de las lámparas, unas siluetas oscuras se elevaban como espectros por el pasillo, cada vez más cerca. Sobre todo ello, los gritos del cocinero insultándolo hasta el cabello por haber pisado las hierbas del jardín. El ambiente no era muy tranquilizador.

Crhysaor estaba cansado. Le dolía el pecho, donde su corazón latiendo como loco amenazaba con salirse volando como una bala. Pero sólo quedaba correr.

Se preparó para reanudar la escapada, visualizando en su mente como abrir la trampilla de su habitación lo más rápido posible cuando alguien tiró de su brazo.

—¡Qué dem-!

Alguien tapó su boca bruscamente. Crhysaor agitó los brazos y piernas, intentando sostener a su captor de alguna forma, pero en menos de un segundo lo habían inmovilizado.

«¡Maldita sea!»

Entonces, una voz susurrante habló en su oído.