Si estuviera muriendo frente a tus ojos, ¿a quién salvarías?
¿La humanidad o al reflejo de ti mismo?
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Crhysaor tomó una honda bocanada. Resignación tras sus ojos verdes. ¿Aburrimiento? Hace tiempo que dejó de sentir eso, la monotonía le había enseñado a rastras como matarlo poco a poco. Resignación tras sus ojos verdes. Punzante soledad en dorados iris.
Con un pesado libro de historia natural sobre las piernas, sus dedos recorrían cuidadosamente las hojas de ese pequeño tesoro. El rostro era iluminado por una diminuta luz agónica, esa que disminuía a cada día al poner esfuerzo en recrear las pequeñas ilustraciones, usando la magia hiriente de su imaginación. Todo un mundo falso en su cabeza que anhelaba tener al alcance de sus ojos.
Hebras rubias cayeron sobre la hoja. No pudo evitar resoplar algo molesto por la interrupción. Deshaciendo el listón, volvió a amarrar el descuidado cabello que le caía sobre los hombros, continuando su lectura.
La historia natural y continental eran los temas que ocupaban la mayor parte de su biblioteca. Sin tener una forma clara de cómo era el mundo más allá de la iglesia, leía ávidamente sobre él y así prepararse para el día en que saliera, si es que alguna vez llegaría. Sólo lo había visto en unas pocas ocasiones, momentos que quedaron grabados sobre piedra en su corazón.
A la edad de veinte años, Crhysaor conocía más sobre la guerra sagrada y un girasol que esa sensación de la brisa fresca contra su rostro.
Creech. El rechinar de la trampilla abriéndose lentamente alertó sus sentidos. Sin levantar la vista, escondió apresurado el libro detrás de las almohadas y fingió estar dormido. Escuchó pasos sutiles dentro de la habitación, el crujido de la trampilla cerrándose. Las pisadas se acercaron cada vez más. Crhysaor contuvo el aliento, suplicó en su interior para que no se diera cuenta.
—Joven maestro, sé que está despierto, deje de fingir.
Chasqueó la lengua y abrió los ojos de golpe, frustrado.
—Noah, ¿cómo te diste cuenta?
El muchacho estaba parado al lado de la cama. Tenía brazos cruzados, actitud petulante que recalcaba su ceja alzada. Ladeó la cabeza, agitando los rizos cual ala de un cuervo y suspiró.
—Si se lo digo lo corregirá y entonces no podré darme cuenta la próxima vez.
—¡Oh vamos!
Crhysaor se sentó sobre la colcha, torciendo las comisuras mientras observaba a Noah. Él era su sirviente y dentro de lo que cabía, un amigo. Aún recordaba la sorpresa que sintió al verlo inconsciente, cubierto de sangre hasta las narices en un pasillo de la iglesia, justo cuando salía a hurtadillas para robar comida. Habían pasado tres años desde que declaró una amnesia absoluta y comenzó a trabajar allí. Así, Noah fue uno de los pilares que constituía su pequeño mundo.
—Aquí está el libro que me pidió —dijo, dejando un pequeño libro rojo sobre la cama—. Ya no tiene espacio en su biblioteca, pero aún así me pide que le traiga más. ¡Un día de estos, morirá enterrado en libros!
—Si eres escandaloso Noah —refunfuñó —. ¿Cómo has estado? Me imagino que cansado.
—Hoy es el primer día del festival y ya todo es un desastre —resumió con simpleza—. Moriré a este paso.
Noah se sentó en el borde de la cama y revoloteó los ojos azules con fastidio.
—¿Es hoy?
—Sí. El padre Joseph quiere que lo acompañe a encender la antorcha sagrada, pero no quiero. ¡La tienda de objetos mágicos va estar abierta! Para cuando termine la ceremonia, ya todo estará agotado.
—Ah —. No mostró mucho interés y pasó las páginas del libro.
El muchacho lo miró unos instantes. De repente, asaltado por una idea apoteósica, sus ojos azules brillaron y esa sonrisa cómplice le torció los labios hasta extenderlos de oreja a oreja. Se levantó brusco, sobresaltando a Crhysaor, y le agitó suavemente los hombros.
—Joven maestro, tengo una idea.
Ante la repentina declaración, no pudo evitar estrechar los ojos y mirarlo de arriba a abajo.
—¿Qué idea? —. No procuró ocultar su recelo.
—Ahg, no ponga esa cara —respondió torciendo el gesto.
—Lo siento, pero aún recuerdo a cierta persona que casi quemó mi habitación por accidente —contraatacó Crhysaor, señalando un rincón oscuro y chamuscado de la pared.
—¡Bueno, ese no es el punto! Tengo una muy buena idea. ¿Qué le parece si me acompaña al festival?
El rubio casi escupió de la incredulidad y se rió del muchacho, con amarga resignación.
—¿Salir? ¿Con el padre Joseph allí afuera? ¡Estás loco!
—¡Va a ser igual que otras veces! —exclamó Noah, agitándolo de nuevo por los hombros—. El padre Joseph va a estar tan ocupado que no volverá a la iglesia hasta la media noche. ¡Nadie lo descubrirá!
—Aún así...
Pensó la posibilidad. Muy en el fondo, se moría de las ganas por salir, respirar aire que le abofeteara el rostro y apreciar algo más que techos blancos con soles entrelazados. Pero su debate se interrumpió.
Toda la habitación tembló. Sus paredes se balancearon, una honda de sonido grave le inundó los oídos, poniéndole los pelos de punta. Corazón ansioso, el miedo extendió sus garras sobre su mente, arrastrándose.
La jarra de agua se derramó sobre el suelo, los libros de la biblioteca cayeron estrepitosamente. Temblores, una y otra vez, consecutivos. Chispas refulgieron de la lámpara afín, parpadeando sin cesar.
—¿Qué está pasando? —. Noah frunció el ceño hasta que sus ojos fueron rendijas brillantes.
El presentimiento invadió. Crhysaor teme. Pum. Pum. Pum. Sus latidos desbocados, se apegó a las sábanas como un insecto, asustado, y de repente, hubo una explosión.
¡Bam! Todo fue luz por unos momentos. Hiriente, apuñalándole los ojos cual agujas candentes. La consciencia del rubio se desconectó por completo. La oscuridad se mezclaba con luminosidad en un circo macabro. El dolor de su cuerpo llegó tarde. Le dolía el pecho. Era apuñalado por un cuchillo invisible. Una y otra vez, punzadas. Intentó moverse sintiendo como su carne se desgarraba.
La pared de la habitación estaba derrumbada. Fuego. Llamas enormes tan grandes y rojas como velas gigantescas de veleros infernales. Escombros mezclándose con cadáveres. El aire era dañino, sus pulmones se perforaban al respirar.
En un campo descubierto bajo cielo ceniza, el ejército izaba sus banderas doradas al candor del la lumbre carmesí. Sus armaduras ocultas por escudos imponentes. Y delante, en un caballo negro azabache, aquel caballero blandía sable letal. Anchas espaldas, voz imperiosa, cabello sangriento. Pudo ver a Noah posicionado firmemente a su lado.
Intentó llamarlo, vana esperanza lo sacudió, pero ver sus ojos fue suficiente para que escalofríos le azotaran la espalda.
Ojos fríos, sin vida. Secos y afilados cual tosca arma mortal. El iris azul no mostraba ninguna emoción, color intenso de pintura inanimada. Su rostro era diferente, la mandíbula más marcada, las facciones muy afiladas. Entonces, sacó de la bufanda a su cintura unas dagas y miró hacia el horizonte.
Crhysaor desvió la vista al mismo punto. Temblores, tambores y cantos. Otro ejército. Las banderas azul oscuro del reino Münhor. Sin esperar más que los gritos de guerra, ambos contrincantes se enzarzaron en una lucha feroz y sin tregua.
Los gritos desgarradores de los hombres le hicieron sangrar los oídos. Intentó apartar la mirada, pero le fue imposible. Dolor, desesperación, crueldad. Era una guerra sin piedad donde se mataba la mayor cantidad posible.
La carne se desgarraba para dar paso al filo de las armas; líquido carmesí empapaba sus armaduras, llenándolas de asquerosa fibra palpitante; los cadáveres son pisados, deformados, escudos humanos en momentos de desesperación hasta hacerlos más indistinguibles que masa sangrante y crujidos óseos marcando el compás.
Noah atacaba. Su daga cercenaba cabezas en lo que toma un suspiro. Movimientos que no daban oportunidad a la piel de engancharse en su filo. Apuñalaba donde hubiera debilidad; siquiera los ojos escapan de su letalidad, siendo perforados hasta estallar.
Inconscientemente, haciéndose paso entre el horror y miedo asqueroso, una definición irrevocable llenó su mente para no volver a escapar jamás.
Maestro asesino Finneal.
Y lo vio. Ojos carmesí. Penetrantes y certeros. Todo su campo de visión fue atrapado por ellos. Aterradores en una sola palabra. Pudo sentir como el dueño de dichos iris le colocaba el filo de su sable contra el cuello. Frío y calor, el metal cortó la piel para dejar a la vista una carne y sangre bermeja. Repentinamente, se encontraba amarrado, muchas personas a su alrededor lo custodiaban. Murmullos difusos, cuchicheos, susurros hacia su persona que no llegaba a comprender.
Entonces habló con voz grave y resentida:
—Si sabías que esto iba a pasar, ¿porqué no dijiste nada? ¿Sabes cuántas vidas se pudieron salvar? ¡Perdimos miles de soldados por tú cobardía!
Se estremeció ante esas palabras. Su respiración se aceleró, el sudor recorría su frente en gotas pesadas, pegajosas. Esperaba la continuación. Tenía la intuición de lo que sucedería a continuación. Agitaba su corazón en campanadas. Pum. Pum. Pum.
El pelirrojo levantó la cimitarra, se preparó para matarlo. Sus ojos sangrientos clavaron en él toda la ferocidad sin compasión. Aquel filo brilló, la muerte le sonreía, carcajeaba satisfecha con alientos gélidos que entumecían su cuerpo antes de perderlo.
—Mi nombre es Karsien Trost del Clan rojo. Recuérdalo en el infierno y dile a Edda quien te mató.
Todo fue negro.
Leandro se despertó boqueando. Sudor le bañaba el rostro, su corazón trabajaba violento, amenazando con estallar. Pum. Pum. Pum. Se tocó el cuello, aún sintiendo la piel abierta y sus venas cortadas, pero sólo encontró piel helada. Tanteó a su alrededor en medio de la oscuridad. Sábanas y almohadas, no piso embriagado de frigidez
Poco a poco empezó a calmarse y se derrumbó de nuevo sobre la cama. Tan vívido como experiencia propia, cinta repitiéndose sin parar en su mente, torturándolo con gritos y crujidos de espinas dorsales.
«Sólo fue una pesadilla. No exageres» Dijo la voz en su cabeza.
—No creo que haya sido sólo un sueño —murmuró.
El anterior Crhysaor. Ahí estaba, revolviéndose sobre sí mismo, horrizado. Era imposible, descartó la posibilidad de recuerdo, optando por otras opciones. ¿Las banderas doradas no eran el símbolo del imperio del norte?
Lo recordó. Su ingenio funcionó, movió los engranajes polvorientos para poner en marcha su teoría. Era una escena clave de la novela, cuando los ejércitos imperiales invadieron el reino Münhor, con Noah y aquel general del ejército sureño Imperial al frente.
¿Era realmente obra de su mente o algo más que no alcanzaba a comprender? No recordaba a "Karsien Trost" en ninguna parte. Nadie de aquella novela poseía tal nombre.
Demasiadas preguntas. Se levantó de un salto, buscó a tientas la lámpara afín en su mesa de noche. Dio vuelta a la piedra del extremo con un crujido suave y la luz tenue escapó de ella. Caminó hasta el escritorio, sacó un papel y estilográfica, decidido a escribir cada detalle de su sueño y la novela en el idioma que nadie más de ese mundo debía conocer, el de su vida anterior. Luego lo escondió debajo de la cama, procurando recordar su existencia.
Al terminar, sacó unos libros de su biblioteca sobre historia, específicamente aquel que Noah le había brindado y no había terminado de leer.
—Karsien... Karsien... Trost...
Entonces lo encontró. Una bandera carmesí con un lobo negro, las fauces abiertas dejando ver unos temibles colmillos. El Clan rojo, los Trost. Imperio Thyrtena del norte. Leyó con el corazón inquieto, y por unos momentos, temió perder la razón.
"Los líderes del Clan presentan un tono de cabello rojo intenso como característica de su sangre pura. Cada uno de los descendientes del líder tienen nombres partiendo del primer conocido, Karseinh..."
«Karseinh... Karsien... Son casi iguales» Susurró la voz de su cabeza.
—¿Qué demonios es esto?
Leandro no sólo conocía el contenido de la novela, ¿sino que también soñaba con sucesos relacionados a ese mundo?