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La linea tenue

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Synopsis
Una historia de amor, odio y muchos secretos.
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Chapter 1 - 1

¡Solo paso una vez! ¿Como me pude haberme quedado embarazada? ¿Ahora que hago? ¿Debería comentarle a Álvaro sobre esto? Es probable que piense que estoy usando a este bebe para mantenerlo cerca de mí.

Metí los análisis en mi bolso suprimiendo la frustración en mi corazón mientras salía del hospital. Había un coche esperándome fuera con la ventana un poco abierta y se podía ver a un hombre atractivo con una expresión fría sentado en el asiento del conductor. El hombre estaba descansando con los ojos cerrados cuando sintió un ligero movimiento, se pronunció un ceño fruncido entre sus cejas. Sin abrir los ojos, pregunto con una voz profunda:

- ¿Ya está todo arreglado?

-Si -Asentí mientras le pasaba el contrato firmado con el hospital, murmurando. -El Doctor Lara te manda saludos.

-Estarás a cargo del caso. -Álvaro siempre ha sido un hombre de pocas palabras. En lugar de coger el contrato, me dio instrucciones de manera indiferente antes de encender el coche. Asentí y me quedé en silencio. Al parecer lo único que podía hacer era obedecerle y seguir sus órdenes. Ya era tarde y no estaba segura de hacia dónde conducía. Aun que estaba confundida, me quede callada. El ultrasonido era lo único en mi mente, pero no sabía cómo abordar el tema. Me gire en un dilema y como siempre el emana un aura fría y distante. Su mirada firme y despiadada estaba enfocada en el camino.

- ¡Álvaro! -grite. Las palmas de mis manos estaban sudorosas mientras apretaba mi bolso. Quizás eran por los nervios.

-Habla. -Esa sola palabra fue dicha sin ningún trazo de emoción. Después de unos segundos, la tensión se fue alejando gradualmente de mi cuerpo al calmar mis nervios. Tome un gran respiro y anuncie:

-Estoy... -Solo tenía dos palabras que contestar, pero me trague la segunda que estaba en la punta de mi lengua al momento que su teléfono sonó.

- Rebeca, ¿Qué pasa?

Algunas personas solo reservan su lado gentil y cariñoso para una persona. Ese lado gentil de Álvaro estaba reservado para Rebeca Ferrer. Era fácil verlo por la forma en que hablaba con ella. Las palabras de Rebeca a través del teléfono causaron que Álvaro frenara de forma abrupta mientras hablaba con ella en un tono suave.

-Está bien. Estaré ahí en un momento. No te vayas de ahí, ¿De acuerdo? -Tan pronto como colgó, su expresión frívola regreso a su lugar. Me miro y con un tono seco ordeno:

-Sal del coche. -Era una orden. Abrí la puerta y salí. Mi matrimonio con Álvaro fue debido a un giro del destino, pero el amor nunca fue parte de la ecuación. Álvaro ya tenía a Rebeca en su corazón y mi existencia era redundante, para él era como un adorno o mejor dicho un obstáculo.

Dos años atrás, Richard Ayala, el abuelo de Álvaro, sufrió un ataque al corazón. Mientras estuvo hospitalizado, obligo a Álvaro a casarse conmigo y por el bien de su abuelo, acepto a hacerlo a la fuerza. El menospreciaba mi existencia, pero de todas formas no hizo nada y ahora que su abuelo había muerto, no pudo esperar a conseguir un abogado para firmar los papeles del divorcio.

El cielo había oscurecido cuando volví a casa. La casa enorme estaba vacía y parecía estar embrujada. Tal vez era por el embarazo que no tenía apetito y me fui a mi habitación para lavarme y terminar el día. En mi estado somnoliento, escuche un ligero sonido de coche siendo apagado y venia del jardín. De pronto, abrieron la puerta de la habitación de manera repentina antes de poder seguir pensando más a fondo. Álvaro se dirigió a la habitación un poco mojado sin mirarme y después de eso, se escuchaba el sonido del agua. Su regreso hizo imposible quedarme dormida y me levante para vestirme. Saque un conjunto de pijama del guardarropa y lo coloque al lado de la puerta del baño antes de ir al balcón. Como era temporada de ciclones, empezó a llover fuera. El cielo estaba oscuro y el sonido de la lluvia chocando con los ladrillos se podía escuchar vagamente. Al sentir un movimiento tras de mí, di la vuelta y vi a Álvaro saliendo del baño con una toalla alrededor de su cintura. Su pelo estaba mojado y las gotas corrían por su cuerpo musculoso creando una vista atractiva.

-Ven aquí - ordeno con la voz sin emoción. Camine hacia el de manera obediente y atrape la toalla que me lanzo. Luego, volvió a ordenar. - Seca mi pelo. -Me había acostumbrado a su forma de ser tan dominante. Justo cuando se sentó en la esquina de la cama, me subí y me arrodillé para secar su pelo.

-El funeral del abuelo es mañana. Deberíamos irnos a casa de la familia temprano. -Le recordé. No estaba intentando entablar una conversación con él, sino que me preocupaba que se le fuera a olvidar porque su mente iba a estar ocupada con Rebeca.

-Mhmm -gruño en respuesta y no dijo nada más. Al saber muy bien que no quería interactuar conmigo, me mantuve en silencio y me enfoqué en secar su pelo. Al terminar, me acosté en la cama lista para dormir. Me di cuenta de que estos días me había sentido cansada y eso lo atribuyo al embarazo. Por lo general, Álvaro solía irse al estudio luego de bañarse y se quedaba ahí hasta la medianoche. Dado a que esa era la norma, me quede confundida cuando se metió debajo de las sábanas después de ponerse su pijama. A pesar de estar desconcertada por completo, logre contener mis preguntas con gran esfuerzo. De repente, sus bazos estaban alrededor de mi cintura y me acerco a él. Luego, sentí un beso ligero como una pluma en mis labios y levanté la mirada perpleja.

-Álvaro, estoy...

- ¿Indispuesta? -pregunto. Sus ojos negros destellaban un fuerte deseo y agache la cabeza. En efecto, estaba indispuesta, pero yo no podía decir eso.

- ¿Podrías ser más gentil? -El feto solo tenía seis semanas y había un alto riesgo de tener un aborto espontaneo. Álvaro frunció el ceño y se dio la vuelta para atacarme con muchísima intensidad

sin decir nada. Mi cuerpo se retorcía por el dolor y no pude hacer mucho para proteger a mi bebe. La lluvia empezó a caer fuerte al mismo tiempo que sus movimientos eran bruscos. Un rayo parpadeo a través del cielo y enseguida sonó un trueno causando que la habitación se iluminara cada vez que un destello de luz surgía en el cielo. Después de un rato, se levantó y se fue al baño.

Empapada en sudor, me dieron ganas de tomarme unas pastillas para el dolor. Sin embargo, me deshice de la idea al recordar al bebe. De pronto, el teléfono en la mesa sonó; era el de Álvaro. Miré el reloj en la pared y vi que ya eran las once Rebeca era la única que podía llamarlo a esa hora. El sonido del agua en el baño se detuvo y Álvaro volvió a salir con la toalla en la cintura. Se seco las manos y respondió. Sin poder escuchar las palabras emitidas al otro lado de la línea, pude observar cómo fruncia su ceño mientras exclamaba:

- ¡Rebeca, deja de jugar! -Dicho esto, colgó el teléfono, se cambió y se preparó para salir. Antes solía hacer la vista gorda, pero esta vez tome su brazo con fuerza y con un tono ligero, le suplique:

- ¿Puedes quedarte esta noche?

Álvaro frunció con una expresión de desagrado.

- ¿Tanto placer te di que ahora empiezas a pedir cosas? - Sus palabras irradiaban sarcasmo. Me sorprendí por un momento antes de ponerme a pensar que eso era absurdo. Incline mi cabeza para mirarlo y le explique:

-Mañana es el funeral del abuelo. Aunque no soportas dejarla ir, ¿no deberías practicar un poco tu moderación?

- ¿Me estas amenazando? -Entrecerró los ojos, tomo mi barbilla en un instante y con tono de desprecio, dijo - Pareces tener más agallas, Samara Arias.

Sabía muy bien que era imposible hacer que se quedara, pero aun así quise intentarlo. Nivele mi mirada con la de él y anuncie:

-Estoy de acuerdo con el divorcio, pero tengo mis condiciones. Quédate aquí esta noche y te acompañare al funeral del abuelo. Firmare los papeles del divorcio en cuanto termine.

Su mirada se entrecerró, sus pupilas oscuras desbordaban burla y su boca se torció un poco.

-Compláceme. -Álvaro soltó mi barbilla y se acercó hacia mi oído para susurrarme. -Muchas palabras y nada de acción no te llevara a nada, Samara. -Su voz era fría con un tono de provocación. Sabia a lo que se refería y puse mis brazos alrededor de su cintura, inclinando mi cabeza hacia la suya. Probablemente me veía graciosa debido a nuestra diferencia de altura. No sabía cómo sentirme al respecto y use un método abominable para forzar a la persona que me gustaba a quedarse conmigo.

Quizás soy patética.

Seguí mi instinto y estaba a punto de deslizar mi mano hacia abajo cuando Álvaro me freno. Levante mi cabeza enseguida y me encontré con sus ojos negros penetrantes.

-Suficiente. -Su voz seca me tomo por sorpresa un instante, tratando de entender sus palabras, pero falle. Luego tomo su pijama gris de la cama y se lo puso con movimientos elegantes. Me quede atónita antes de despertar del impacto.

¿Se va... a quedar?

Para mi desgracia, antes de poder sentirme feliz por mi logro, la voz de una mujer se escuchó desde afuera de la ventana en medio de la fuerte lluvia.

-Álvaro...

Mientras yo estaba impactada, Álvaro ya había reaccionado. Camino hacia el balcón con pasos largos y miro hacia fuera. Después, tomo su abrigo y salió de la habitación con una expresión seria. Rebeca estaba parada en medio de la lluvia y debajo del balcón. Las gotas frías le habían empapado su vestido delgado por completo. La mujer era muy frágil y se veía cada vez más lamentable al permanecer en la lluvia. Álvaro estaba por reprenderla y le cubrió los hombros con el abrigo. A pesar de eso, lo abrazo con fuerzas y lloro en sus brazos.

Al ver esto, me di cuenta de que mis dos años de matrimonio con Álvaro no se comparaban con una llamada de Rebeca. La llevo hacia nuestra casa con sus brazos alrededor de ella y yo me quede arriba de las escaleras para bloquear su paso, escaneando su ropa mojada.

- ¡Quítate del camino! -grito Álvaro con desprecio

¿Estaba triste?

Tampoco yo lo sabía, pero mis ojos me dolieron más que mi corazón al presenciar a la persona que más amaba tratando a otra mujer como si fuera una preciosa gema mientras me pisoteaba.

-Álvaro, le prometiste al abuelo que nunca la dejarías pisar esta casa mientras yo estuviera aquí cuando nos casamos. -Álvaro y yo vivíamos juntos. En más de una ocasión, deje que Rebeca estuviera con él y, como si no fuera suficiente, le estaba permitiendo contaminar el único lugar al que podía llamar mío.

- ¡Ja! -Se burlo Álvaro, haciéndome a un lado y respondiendo con tono frio. -Te sientes muy poderosa, Samara. -Su forma de burlarse de mí no tenía límites. Al final, solo pude ver como Rebeca entraba en la habitación de invitados tal como si fuera una espectadora. Esta noche iba a ser larga. Rebeca estuvo expuesta a la fuerte lluvia; para empezar, su cuerpo era muy débil y le dio fiebre. Álvaro la cuido como si fuera una joya valiosa y la ayudo a cambiarse de ropa, usando una toalla para bajar la temperatura. Quizás al verme para ahí le molestaba y me lanzo una mirada fría mientras me ordenaba:

- ¡Regresa a la casa de los Ayala ahora! Rebeca no va a poder ir a ninguna parte esta noche con este

estado.

¿Quiere que me vaya a esta hora? Ja, ja... Supongo que soy una molestia.

Luego de observarlo por un largo tiempo, no pude encontrar las palabras para recordarle que la casa de su familia estaba muy lejos y que podría ser muy peligroso para una mujer salir a estas horas de la noche. Sin embargo, esas cosas no le preocupaban. Solo le importaba asegurarse de que Rebeca no fuera afectada por mi presencia. Me obligue a contener mi dolor antes de decir con calma:

-Regresare a la habitación. ¡No es... apropiado regresar a casa de la familia a esta hora! -No le iba a permitir que me pisoteara incluso sabiendo que no me valoraba ni un poco. Al salir de la habitación de invitados, me encontré con Gael Ceja apresurado por el pasillo. Al notar que aún estaba en su pijama negro, deduje que quizás había llegado corriendo a casa. Ni siquiera se cambió de zapatos y su pijama estaba empapado.

El pasillo no era muy amplio y nos encontramos cara a cara. Rafel se sorprendió por un momento, luego se enderezo la ropa y explico:

-Señorita Arias, vine a revisar a Rebeca. -Gael era el mejor amigo de Álvaro.

Dicen que solo tienes que ver la actitud del mejor amigo del hombre para saber si en verdad te quiere.

Aparte de su actitud, la forma en que se dirigió a mí era prueba suficiente para saber que yo solo sería la señorita Arias.

¡Qué forma tan respetuosa de dirigirse a mí!

Aprendí a no obsesionarme mucho en los detalles porque solo me darían dolor de cabeza. Forcé una sonrisa y le abrí camino, respondiendo:

-Mhmm, ¡adelante! -De vez en cuando, admiraba a Rebeca. Solo necesitaba sacar unas cuantas lagrimas para recibir el apoyo que a mí nunca se me otorgaba, incluso después de toda la vida trabajando duro. En la habitación encontré un traje que Álvaro nunca había usado y en algún momento, me lo llevé a la sala. Gael fue rápido en revisar a Rebeca. Después de tomarle la temperatura y recetarle medicamentos, se preparó para irse. Cuando bajo las escaleras y me vio parada en el salón, me regalo una sonrisa cortes.

-Es tarde. ¿No ira a dormir, señorita Arias?

-En un rato. -Le pase la ropa que tenía en mis manos mientras declaraba. -Tu ropa esta mojada y sigue lloviendo. Deberías cambiarte antes de irte o te enfermaras. - Quizás se sorprendió por mi gesto porque parpadeo sin decir nada por un momento. Luego, su cara extendió una sonrisa.

-No pasa nada. Soy tan fuerte como un toro. ¡Estaré bien!

Le puse la ropa en las manos e insistí:

-Álvaro nunca se lo ha puesto. Incluso aún tiene la etiqueta. Usáis casi la misma talla así que tómala. -Al decir esto, regrese a mi habitación. Mis acciones no fueron por pura bondad ni mucho menos. Cuando mi abuela estuvo hospitalizada, Gael fue el que atendió su cirugía. Era un doctor conocido internacionalmente y si no fuera por los Ayala, nunca hubiera aceptado hacerle la cirugía. La ropa era mi forma de devolverle el favor. El día siguiente, después de una noche de lluvia, el aire de la mañana tenía un aroma fresco. Estaba acostumbrada a levantarme temprano y al terminar de asearme, baje las escaleras solo para ver a Álvaro y Rebeca en la cocina. Álvaro llevaba el mandil atado a sus caderas mientras cocinaba unos huevos. Su aura dura y fría se había quedado en el olvido. Ahora, parecía estar rodeado de un aura alegre. Los ojos brillantes de Rebeca seguían sus movimientos. Su rostro delicado y bonito estaba un poco sonrojado seguro porque se le había bajado la fiebre. En realidad, parecía linda y encantadora.

-Álvi quiero mis huevos un poco quemados. -Al hablar, su mano se levantó para darle una fresa a Álvaro antes de continuar. -Pero no mucho o va a saber muy amargo.

Álvaro mordía la fresa mientras la miraba. Aunque no decía nada, sus ojos eran suficientes para expresar la magnitud de su complacencia hacia ella. Ambos tuvieron la suerte de nacer con apariencia refinada. Sus gestos eran cálidos y dulces. No cabía duda de que había una atmosfera romántica.

-Se ven muy bien juntos, ¿No crees? -Una voz resonó por detrás de mí, asustándome. Miré por encima de mi hombro y vi a Gael parado ahí. Olvide que había llovido toda la noche y como Rebeca tenía mucha fiebre, por supuesto que Álvaro no iba a dejarlo ir.

- ¡Buenos días! - Le sonreí, mi mirada se agacho y me di cuenta de que llevaba la ropa que le di anoche. Al observar mi mirada, Gael levanto una ceja con una sonrisa. -Me quedo muy bien la ropa. Gracias.

sacudí la cabeza.

- ¡Ni lo menciones! - La había comprado para Álvaro, pero nunca se molestó en ponérsela. Al escuchar nuestras voces, Rebeca nos miró y al vernos nos llamó.

-Samara, Gael. Ya se despertaron. Álvaro ha hecho huevos para el desayuno. ¡Vengan a desayunar! -Hablaba como si fuera la dueña de la casa. Le lance una sonrisa suave y pronto rechace su invitación.

-Está bien. Compre pan y leche ayer. La leche sigue en la nevera. Deberías beber más porque acabas de recuperarte. -He vivido aquí por dos años. El título de la propiedad estaba a mi nombre y de Álvaro. Aunque siempre era obediente, era natural no soportar ver como alguien entraba a mi casa actuando como si fuera la dueña del lugar.

Rebeca se sorprendió al escuchar mis palabras, sus ojos se oscurecieron y miro hacia Álvaro tirando

de su manga antes de decirle con voz suave:

-Álvi, estuve fuera de lugar a noche. Veo que los moleste a ti y a Samara. ¿Puedes pedirle que tome el desayuno con nosotros? Míralo como mis sinceras disculpas

, por favor.

Yo... ¡ja, ja! Sin duda, algunas personas no necesitan esforzarse para ganarse el cariño. Lo único que tienen que hacer es pestañear y actuar vulnerables. De esa forma, pueden salirse con la suya.

Al principio Álvaro tenía la intención de hacer caso omiso, pero cuando Rebeca hablo, me miro y dijo:

-Comamos juntos. -Su tono era frio y dominante.

¿dolió?

Estaba adormecida por el dolor, pero le lancé una sonrisa y asentí.

-Gracias. -No podría rechazar a Álvaro porque era alguien de quien me enamore a primera vista y sin duda, superarlo iba a ser muy difícil. Supongo que era mi día de suerte porque era la primera vez que probaba su comida.

-Samara, prueba los huevos fritos. Están excelentes. Cuando estábamos juntos siempre los hacia para mi -Comento Rebeca, colocando un huevo en mi plato. Luego, le dio uno a Álvaro también con una sonrisa melosa. -Álvi, prometiste que me acompañarías a ver flores hoy. No puedes romper tu promesa, ¿de acuerdo?

-Mhmm -respondió Álvaro mientras desayunaba. Nunca hablaba si no era necesario, pero cuando se trataba de Rebeca, se aseguraba de siempre responderle todas sus preguntas y peticiones. Gael parecía estar acostumbrado a esto y siguió desayunando de manera sofisticada. Estaba viendo nuestras interacciones en silencio como si fuera un extraño. Por otro lado, yo agache la cabeza con el ceño fruncido.

El funeral del abuelo es hoy. Si Álvaro va con Rebeca... ¿Qué va a pasar con el plan de ir a la casa de la familia Ayala?

Nadie pudo disfrutar de su desayuno esta mañana. Luego de unas mordidas, Álvaro subió a cambiarse de ropa. Dejé mis cubiertos y lo seguí. En la habitación, Álvaro sabía que había entrado y con tono indiferente pregunto:

- ¿Necesitas algo? -Se quito la ropa de manera casual mostrando su figura firme y me di la vuelta de forma instintiva para darle la espalda.

-El funeral del abuelo es hoy -Escuche un sonido arrastrado atrás de mí, así como la cremallera de sus pantalones cerrándose seguido de su voz monótona, diciendo:

-Ve tu sola.

El ceño de mi frente se frunció aún más.

-Es tu abuelo, Álvaro. -Era el nieto mayor de los Ayala.

Si está ausente en el funeral, ¿qué va a pensar el resto de su familia?

-Le dije a José que se encargara del funeral. Puedes comunicarte con él para ver los detalles. -Hablo sin emoción alguna, como si estuviera explicando un asunto irrelevante. Sentí una punzada de tristeza cuando se fue a su estudio, pero fui rápida en levantar la voz.

-Álvaro, ¿hay alguien más indispensable para ti además de Rebeca? ¿No te importa tu familia?

Dio una pausa en su caminar antes de mirarme con los ojos entrecerrados y emitiendo un aura tenebrosa, me dijo:

-No estás en posición de hablarme sobre los asuntos de mi familia. -Luego de una pausa, encorvo los labios y con desprecio, grito - ¡No eres digna! -Sus palabras fueron como un balde de agua fría y me estremecieron hasta los huesos. Al escuchar sus pasos alejándose poco a poco, una risa taciturna se me escapo de los labios.

¡No soy digna! ¡Ja!

Habían pasado dos años y, sin embargo, mis esfuerzos para acercarlo a mi fueron en vano.

-Creí que eras insensible, pero nunca me imaginé que fueras a meter tus narices en los asuntos de otras personas. -Una voz burlona se escuchó en mi oído. Me di la vuelta y vi a Rebeca inclinada en la puerta con sus brazos cruzados. Ese rostro inocente y tierno se quedó atrás y ahora tenía una expresión fría.

-Señorita Ferrer, me sorprende lo rápido que cambia de personalidad. -Cogí mi bolso lanzándole una mirada y me preparé para ir a casa de los Ayala. Como Álvaro no estaba dispuesto, era mi trabajo ir en su lugar. Tan pronto como llegue a la puerta, Rebeca me bloqueo el paso. Al ver que Álvaro no estaba, por fin podía dejar de fingir ser una conejita indefensa y de manera drástica me cuestiono:

- ¿Cuándo vas a firmar los papeles del divorcio?

Me quede asombrada por un segundo. Sin embargo, me reí y la miré.

- ¿Estas jugando a ser la rompe hogares para obligarme a divorciarme de Álvaro?

-Tu eres la rompe hogares. -Llamarle de esa forma parecía hacerle rabiar porque su cara se puso seria y replico. -Si no fuera por ti, la dueña de esta casa seria yo. Desde que Richard murió, no hay nadie que te proteja y nadie te va a asegurar que sigas viviendo aquí. Si fuera tú, no tardaría en firmar los papeles del divorcio, cogería el dinero de Álvaro y me iría lo más lejos posible.

-Bueno, ¡Es una lástima que no sea como tú, señorita Ferrer! -respondí con tono frio mientras

ignoraba sus puñaladas y la esquivaba para bajar las escaleras. A parte de Álvaro, nadie podía decir nada que me hiciera daño. Al ser una persona que disfrutaba en ser el centro de atención, Rebeca se sentía insatisfecha por el hecho de que la estaba ignorando y de pronto, agarro mi brazo.

- ¿Que tan descarada puedes ser, Samara? Ni siquiera le gustas a Álvi. ¿Cuál es el punto de querer aferrarte a el?

Al observarla me dieron ganas de reír, pero dije mis siguientes palabras con mucha calma.

-Como estas consciente de su postura hacia mí, ¿de qué hay que estar nerviosa?

-Tu... -Rebeca se sonrojo sin poder contestar. Me incline hacia ella con una ligera mueca en mis labios y baje la voz para susurrar.

-En cuanto a por que me aferro a el... -Di una pausa mientras entonaba mi voz. -Tiene muy buenas habilidades. Dime, ¿por qué me iría?

- ¡Eres una descarada! -Los ojos de Rebeca se pusieron rojos de la rabia y sin pensarlo, levanto su mano e intento empujarme. Las escaleras estaban detrás de mí y por instinto, me doble hacia un lado para evitar que me empujara. Sin embargo, no me imagine que ella fuera a perder el balance y se cayó por las escaleras - ¡AH! - Su grito cortante resonó por toda la sala y me quede parada por un momento sin poder reaccionar. Para mi desgracia, me hicieron a un lado al sentir un aura helada lanzándose hacia mí. La figura de Álvaro se podía ver bajando las escaleras para alcanzar a Rebeca, quien estaba tirada en el suelo al final de los escalones. Rebeca estaba encorvada en forma de balón, sosteniendo su abdomen con una mirada agonizante en su rostro ceniciento y con voz débil, hablo:

-Mi bebe. Mi bebe. -Había un charco de sangre debajo de su cuerpo, manchando una gran parte de la alfombra roja y mi cuerpo se congelo.

¿Esta... embarazada? ¿Con un hijo de Álvaro?

-Álvi, él bebe. Él bebe... -Rebeca tiro de la manga de Álvaro mientras seguía repitiendo esas palabras como si fuera un disco rayado. La frente de Álvaro estaba empapada en sudor y su expresión frívola se había hundido en dolor.

-No temas. Él bebe estará bien. -Consoló a Rebeca y la tomo en sus brazos antes de salir por la puerta. Después de dar unos pasos, se detuvo de forma repentina. Sus ojos brillantes eran oscuros como el abismo y la rabia en su voz era palpable.

-Imagino que estas feliz, Samara. -Esas simples palabras estaban llenas de furia. Yo no tenía palabras y no supe cómo reaccionar.

- ¿No iras a explicar lo que paso? -Una voz profunda se escuchó por detrás, haciéndome entrar en razón. Me di la vuelta y me sorprendí de ver a Gael de repente. Contuve el pánico que se elevaba en mi corazón y con calma, pregunté:

- ¿Explicarles que?

El levanto su ceja.

- ¿No te da miedo que vaya a pensar que empujaste a Rebeca?

Mis ojos se hundieron mientras un indicio de amargura brillaba a través de ellos.

-No importa si la empuje o no. La verdad es que Rebeca se ha hecho daño y alguien debe responsabilizarse de ello.

-Es bueno que lo sepas -Gael bajo de las escaleras y salió de casa con su maletín medico en la mano. Probablemente, se dirigía al hospital a ver a Rebeca.

Era una hora desde casa a la casa de la familia Ayala y durante todo el camino, me sentí en trance. Mi mente abundaba en pensamientos acerca del bebe de Rebeca y la mirada de Álvaro antes de irse. Mi pecho se endureció y justo cuando el coche se detuvo en frente de la familia Ayala, sentí una ola de nauseas.

-Al parecer, serla señora Ayala te ha hecho débil viendo que casi vomitas después de un corto paseo en coche. -Una voz firme y desagradable sonó por la puerta principal de la casa. No necesitaba mirar para ver quien era. Richard tenía dos hijos: el mayor, quien había fallecido en un accidente de coche junto a su esposa años atrás dejando a su único hijo, Álvaro y el segundo Carlos Ayala. En ese momento, la persona que se estaba burlando de mi afuera de la casa era la esposa del tío Carlos, Helena Ayala. Había muchos altercados dentro de las familias ricas y ya estaba acostumbrada. Contuve la incomodidad en mi estómago, mire a Helena y la salude de manera respetuosa.

-Tía Helena. -Nunca fui de su agrado. Quizás estaba celosa porque Richard me tenía mucha preferencia a pesar de venir de una familia pobre o tal vez descontenta porque Richard valoraba tanto a Álvaro que le cedió su propiedad. Dado al contexto, pudiera estar desquitando sus frustraciones conmigo. Me lanzo una mirada fría antes de ver por detrás de mí y al notar que no había nadie en el coche, su expresión se puso seria.

- ¿Que? Álvaro, el nieto favorito, ¿No se presenta en el funeral de su abuelo?

Habría muchos invitados y la ausencia de Álvaro era inaceptable. Levante la comisura de mis labios para sonreír y prepare una respuesta.

-Se le presento un problema y quizás llegue tarde.

- ¡Ja, ja! -Se burlo Helena. -Esta es la persona es la persona en quien mi suegro puso todas sus esperanzas. Me pregunto que le habrá visto.

La familia Ayala era muy influyente y muchas personas asistieron al funeral para rendirle homenaje. Aunque Helena sentía repugnancia por mí, no me hizo las cosas difíciles por el bien de las

apariencias y entramos en la casa juntas. El ataúd de Richard estaba en el pasillo con unas flores blancas encima. Muchas personas entraron vestidas de negro una por una. Richard era bien conocido y aquellos que venían a rendirle homenaje eran de procedencias extraordinarias. Carlos y Helena les daban la bienvenida a fuera mientras yo los saludaba dentro del pasillo.

-Señorita Arias. -La señora Hernández camino hacia mí con una caja de sándalo en la mano.

-Señora Hernández, ¿qué sucede? -La familia Ayala no era tan complicada a pesar de ser rica porque no había muchos herederos.

Richard siempre prefirió una vida de paz y soledad y yo había contratado a la señora Hernández para que lo cuidara. La señora Hernández coloco la caja de sándalo en mis manos con una expresión de condolencia en su cara.

-Esto se lo dejo el señor Ayala antes de fallecer. Guárdela muy bien. -Dio una pausa antes de continuar. -El señor Ayala sabía que el señor Álvaro la forzaría a divorciarse de el tras su fallecimiento. Si no quiere que eso pase, entréguele esta caja y una vez que la vea, pensara dos veces antes de divorciarse de usted.

Agache la cabeza para mirar dentro de la caja cuadrada en mis manos, pero tenía una cerradura oculta. Mire a la señora Hernández y confundida, le pregunte:

- ¿Dónde está la llave?

-El señor Ayala se la dio al señor Álvaro. -La señora Hernández me analizo mientras me aconsejaba. -Ha perdido mucho peso últimamente. Debería cuidar su salud. El señor Ayala siempre deseo que usted y el señor Álvaro tuvieran un hijo sano para que fuera el heredero de la familia. Ahora que falleció, no dejen que el árbol familiar termine con ustedes dos. -Al mencionar al bebe, me quedé sorprendida por un momento y luego le sonreí decidiendo no comentar nada al respecto. Al terminar con las plegarias, el ataúd del abuelo iba a ser llevado al cementerio para enterrarlo. Ya era mediodía cuando llegamos, pero Álvaro seguía sin aparecer; tenía que presentarse incluso cuando se acabara el funeral. Pronto, Carlos se acercó a mi junto a Helena y me dijo:

-Sami, tu abuelo Richard no va a regresar nunca. Ve a decirle a Álvaro que deje de guardarle rencor. El anciano no le debe nada.

Helena se burló.

-Es una ingrata. Papa la trato bien durante estos últimos años para nada.

- ¡Cállate! -Carlos le lanzo una mirada antes de mirarme con impotencia. -Es tarde. El funeral de tu abuelo ya termino. Ve a casa.

-Gracias, tío.

Tanto Helena como Carlos tenían cincuenta años y no tenían hijos, pero vivían muy cómodos con

las acciones del Corporativo Ayala. Helena podía ser charlatana, pero no era una mala persona. Eran una pareja envidiable. Mientras se retiraban, me pare enfrente de la tumba de Richard, pensando. Mi relación con Álvaro podría terminar ahora que el abuelo falleció.

Después de todo, voy a perderlo.

-Abuelo, cuídate. Vendré a visitarte. -Me di la vuelta para irme. A pesar de eso, me quede sorprendida por un momento al ver a la persona enfrente de mí.

¿Cuándo llego Álvaro?

Estaba vestido de negro con una expresión estruendosa, parado cerca y observando la tumba de Richard con firmeza. Fui incapaz de saber en qué pensaba y al verme, dijo:

-Vámonos.

¿Vino a recogerme?

Justo cuando estaba a punto de irse, lo detuve de prisa.

-Álvaro, el abuelo ha muerto y debes dejarlo ir. Después de todo, sacrifico muchas cosas por ti durante años... -Al ver que su mirada se puso seria, me calle sin dudarlo. Pensé que iba a ponerse furioso, pero solo continúo caminando. Lo seguí sin tener otra opción, me metí en el coche, encendió el motor y condujo en silencio. Aprete mis dedos tratando de preguntarle sobre Rebeca, pero cuando vi su expresión, lo pensé mejor. Luego de un silencio, no pude evitar preguntar:

- ¿Como esta la señorita Ferrer? No la empuje, se cayó frente a mí. -De pronto, el vehículo se detuvo causando que rechinara y yo me tambalee hacia delante. Antes de poder reaccionar, Álvaro me dejo inmóvil y se inclinó hacia mí. El hombre me estaba mirando de manera fría y retrocedí en cuanto aparte mis labios detectando una sensación de peligro. -Álvaro.

- ¿Como quieres que este? -Se burlo. -Samara, ¿en serio piensas que no me voy a divorciar de ti por una caja que te regalo mi abuelo?

Mi corazón se detuvo.

¿Se entero hace unas horas? que rápido.

-No la empuje. -Enfrente su mirada y contuve la amargura en mi corazón. -Álvaro, no tengo idea de lo que hay en la caja. No la iba a usar para amenazarte a seguir casado conmigo. ¿Quieres el divorcio? Bien, mañana mismo lo haremos.

El cielo estaba oscuro y se podía escuchar la lluvia caer, mientras un silencio profundo colgaba en el aire. Álvaro se asombró de que acepte divorciarme y después de una pausa replico:

-Rebeca sigue en el hospital. ¿Planeas divorciarte para salir ilesa?

- ¿Qué quieres que haga? -Era evidente que no me iba a dejar ir tan fácilmente.

-Vas a tener que cuidarla, empezando mañana -anuncio y enderezo su espalda con los dedos tocando el volante de forma casual.

No sabía que planeaba así que asentí.

A veces, uno puede sentirse inferior en una relación sin razón alguna.

Estaba acostumbrada a seguir las instrucciones de Álvaro y siempre le obedecía a pesar de odiarlo. Mientras el vehículo se acercaba a la ciudad, pensé que me iba a dejar en casa, pero para mi sorpresa, se fue directo al hospital. El aroma de antiséptico flotaba por el aire, penetrando cada esquina del lugar. No me gustaba, pero seguí a Álvaro hasta la habitación de Rebeca sin decir nada. Rebeca estaba acostada en la cama con apariencia frágil. Cuando nos vio entrar, su expresión se puso seria y después de un largo silencio hablo:

-No quiero verla, Álvaro.

Su bebe había muerto y ya no tenía su aura maternal. Se convirtió en una persona frívola y rencorosa. Álvaro se acercó a ella y la abrazo apoyando la barbilla en su frente tratando de consolarla, murmurando:

-Vino a cuidarte. Es lo menos que puede hacer. -La forma en que se adoraban y eran tan íntimos era como una daga en mi corazón. Rebeca aparto sus labios para decir algo, pero decidió no hacerlo y le lanzo una sonrisa a Álvaro.

-De acuerdo, tienes la última palabra. -Estaban hablando de mí, pero no logre entrar en la conversación y fui obligada a obedecer. Álvaro era un hombre ocupado; era un Ayala, pero no fue al funeral de Richard. Debía encargarse de los negocios familiares y no tenía tiempo de acompañar a Rebeca durante su estancia en el hospital. Al parecer la única persona que al parecer estaba libre era yo. A las dos de la mañana Rebeca seguía despierta. No había camas extra en el hospital y tuve que recurrir a sentarme en una silla al lado de su cama. Al ver que yo seguía despierta, me miro.

-Samara, eres demasiado inferior.

No supe que responder y solo me quedé mirando mi anillo de compromiso por mucho tiempo antes de responder.

- ¿No se supone que el amor es así?

Rebeca no entendió lo que quise decir y después de una pausa sonrió.

- ¿No estas cansada de ello?

sacudí mi cabeza.

Todo en esta vida es cansado. Lo único que hice fue enamorarme de un hombre.

Álvaro, quien estaba viendo todo, entro despacio y fue en dirección a Rebeca para preguntarle:

- ¿Por qué sigues despierta?

Rebeca actuó como si estuviera sorprendida de verlo llegar y lo agarro con un puchero delicado para que se sentara al lado de ella antes de poner los brazos alrededor de su cintura.

-Dormí mucho durante el día y ahora no puedo. ¿Por qué estás aquí?

-Vine a visitarte. -En la mirada de Álvaro se veía que ya no hacia diferencia alguna mi presencia, por lo que me fui antes de que me pidieran algo.

Estuve en el baño largo tiempo y cuando me iba alcance a alguien hablar por las escaleras, a lo que me detuve.

-Richard ya ha muerto. ¿Cuándo te vas a divorciar de ella? -Era la voz de Gael.

- ¿Ella? ¿Te refieres a Samara? -pregunto otra voz familiar y de inmediato supe que era Álvaro. Avancé un poco más y lo vi inclinado en la barandilla con sus manos en los bolsillos. Gael estaba recargado en la pared con un cigarrillo a medio fumar en la mano y lo observo pulsando su cigarrillo antes de afirmar:

-Sabes bien que es inocente. Te ama.

Álvaro lo miro con los ojos fríos.

-No sabía que te importaba.

Al escuchar sus palabras, Gael frunció.

-No lo pienses demasiado. Solo te estaba recordando porque espero que no te arrepientas de tomar esa decisión en un futuro. Aun que te ama, puede dejar de hacerlo en cualquier momento.

- ¡Ja! -Se burlo Álvaro. -Siempre he menospreciado su amor...

No pude seguir escuchando el resto de la oración, en realidad no quise hacerlo.

Es mejor no escuchar algunas cosas. Sería una tonta si sigo escuchando a escondidas.