De alguna forma, Holam sintió que alguien lo llamaba desde un lugar lejano. Era difícil saber si era cierto, porque ni siquiera sabía dónde estaba. Era aún peor, no sabía si realmente estaba.
¿Era un ser físico?, ¿alguna vez Holam había existido?
¿Quién era Holam?
Las memorias, que permanecían por lo general bastante lúcidas, giraban como manchones luminosos en un torbellino que se perdía en el vacío. Por allá, tenía que perseguirlas, sino olvidaría quien era.
Desliza, desliza. Listo. Holam estiró una mano casi fantasmal, el color de su piel como desvaneciéndose. Intentó hundir sus dedos en la radiante paleta de luces coloridas, pero entonces, una figura oscura apareció entre él y el torbellino.
Retrocedió preso del miedo. El ser de mantos ondulantes era definitivamente sacado de las tinieblas, desprendiendo la misma esencia del mundo que lo rodeaba. A pesar de sus características similares, parecía que un aura violeta recorría los contornos de su cuerpo.
El ser estiró una mano hacia Holam, no en gesto hostil.
¿Quiere que la tome?, ¿debería hacerlo? Estoy cansado.
El joven movió su extremidad, preparado para elegir aquel camino.
Si lo hago, hallaré una respuesta. ¿No?
Holam se detuvo, escudriñando con atención lo que había debajo de esa capucha siniestra. Entonces lo vio: sí que tenía una cara, no era una criatura vacía, como supuso antes. Ya era la cuarta vez que se lo cruzaba y recién lo notaba. Qué negligente.
Espera. Eso es...
Lo que ese lugar mantuvo oculto era una cara joven, de ojos negros desprovistos del brillo de un ser vivo. Las sombras que había debajo chorreaban un líquido negruzco, tal vez sangre. Le hizo gracia la nariz y el mentón, puntiagudos, como esa persona a la que odiaba cada vez que veía en el espejo.
La sensación de asco y repulsión hicieron a Holam recuperar su cordura.
¿Qué es esto?, ¿por qué me muestras esto?
Cuando intentó huir, el ser se distorsionó. No solo sus ojos, sino que también desde su boca, nariz y hasta de las orejas comenzó a derramarse la sangre negra. Su estruendoso y agudo grito hicieron a Holam desear arrancarse los oídos.
Dolía tanto que quiso morir rápido. Si esto era la muerte, debía culminar lo antes posible. Pero el tiempo que había pasado dentro de esta pesadilla era incalculable. ¿Eran horas?, ¿días?, ¿meses?
¿Qué estaba haciendo antes de llegar aquí?
¿Cuál era su historia?
No lo recordaba.
Oh. Una luz azul. Una mariposa revoloteó entre Holam y la figura oscura, y, de inmediato, el muchacho sintió que su martirio apaciguaba. El ser de túnicas dejó salir el aire de sus pulmones, como desinflándose mientras se disipaba en el vacío.
¿Quién eres?, preguntó Holam, recuperando su forma física por completo.
La mariposa de cola espinada jugueteó con sus alas, sin embargo, en vez de darle una respuesta, dobló en otra dirección y desapareció en el torbellino de luces.
El muchacho entrecerró sus ojos. Bien, ahora los tenía a su alcance, una vez más. ¿Qué procedía? Admitió que los necesitaba, que sin ellos ya no existiría la persona que era.
Recordar las cosas con claridad extraordinaria era lo que muchos llamarían un don, no obstante, Holam sabía por experiencia propia que eso podía tornarse en una maldición. Había demasiado que quería arrancar de su mente y lanzarlo al otro lado del mundo. La vida tenía más cosas negativas que positivas.
Esa mariposa, de cierta forma le recordaba a Ainelen. Intuía que quería que la siguiera. Ciertamente, podía ser el camino de la salvación, aunque no sería gratis.
Holam suspiró. Decidió que debía intentarlo. Se lanzó a la sucesión de formas que giraban, cayendo en ese tiempo, en esos momentos. Su consciencia fue retenida por el cuerpo de un niño que a menudo ignoraba que era dueño de una lengua.
—¡No tan fuerte, Ainelen! —gritó Dreader. En su rostro se formaron las arrugas suficientes como para decir que estaba aterrado.
Ainelen había golpeado el balón tan fuerte, que este cruzó al otro lado del zanjón y cayó directo sobre la ropa recién lavada de una vecina. Las prendas, que anteriormente flameaban impecables en el tendedero del patio, de pronto tenían una marca de suciedad espantosa.
La niña se tapó la boca con ambas manos, gimiendo asustada. Se dio la media vuelta y corrió hecha un relámpago en la dirección opuesta. Su única trenza se contorneó como si bailara una danza en un festival de Uolaris.
Tania maldijo. Hizo una seña al grupo y salió en persecución de la muchacha loca. Como Holam no quería ser a quien regañaran por lo sucedido, avanzó junto al resto de los niños.
Una vez alcanzaron a Ainelen, la encontraron riéndose detrás de un árbol. La chica se pasó la mano por su gran frente y cerró sus ojos. Cuando los volvió a abrir sonrió feliz.
Las expresiones de Dreader, Tania y Euna parecían coincidir en el enojo. Tampoco era que Holam estuviese en una posición diferente, aunque más que molestia, lo que Ainelen hacía le provocaba una extraña sensación de caos.
Ella era ese tipo de persona, al fin y al cabo.
La niña caminó con las manos en las caderas, su vestido de reina reluciendo su estatus de jerarquía.
—¿Qué pasó con Vihel y Vivi? —preguntó.
—Ah, venían por allí —respondió Dreader.
Ainelen soltó una risita.
—Son tan lentos como una babosa. ¡Oh, pero eso no aplica contigo, Holam!
Refugiándose en el silencio, el niño flacuchento y de polera sucia se mantuvo impávido. Presintió que le caería algún reproche de sus compañeros por quedarse callado, como solía ser costumbre, sin embargo, no fue así. Tal vez se debió a que Vihel y Vivi asomaron por fin. Se acercaban como si ya fueran a desplomarse, sobre todo la última.
—Voy a morir —se quejó Vihel, agarrándose un costado de la barriga.
—Los súbditos están para eso. —Ainelen tenía sus ojos sobre Vivi. La niña de cabello colorín con forma de honguito respiraba con sonidos sibilantes.
El sol brillaba en lo más alto del cielo de Alcardia. Con los días calurosos en racha, el pasto solía secarse, como ahora. La llanura donde las casas se intercalaban unas con otras brillaba en tonos verde amarillentos, casi blancos.
—Lacaya, ya sabes —dijo entonces Ainelen.
Vivi siguió respirando aquejada. Su boca se abrió de sorpresa al oír a la niña de la trenza.
—No me siento bien, tengo que parar un poquito.
—Sabes bien que el último que llega paga.
—¿Puedo hacerlo después? Por favor.
Viendo con atención lo que sucedía, Holam echó un ojo a los otros niños. Eso de "el último paga" no aplicaba para ninguno más que él mismo y Vivi. Por lo general ni Dreader, Tania, Euna y tampoco Vihel solían llegar al final, aunque ahora que sí sucedía, a este último se lo dejaban pasar como si nada. ¿Era por su estatus de lacayos?
—Muy bien —indicó Ainelen, desahogando la tensión del rostro de Vivi.
Más tarde, los chicos se reunieron a tomar agua bajo la arboleda que rodeaba el pozo. Hacía un gran calor, incluso cuando los rayos del sol se tornaron rojizos.
La grieta comenzó a tomar forma en el cielo, quebrándolo como a un vidrio que Ainelen hubiera roto de un pelotazo. A propósito de esta, se quedó de pie viéndola, como hipnotizada.
Los niños fueron tomando agua por turnos, entonces pasaban el odre a otro compañero. Siempre Holam era el penúltimo y Vivi la última. Independiente de que en ocasiones al muchacho se le pasaran por la cabeza varios cuestionamientos, sobre si era injusto o no ese trato, decidía restarle importancia.
A él siempre se le complicó integrarse con otros niños de su edad. Mientras unos se acercaban y saludaban, luego se presentaban y sacaban algún tema de conversación y jugaban, Holam se quedaba tieso sin decir una palabra. Simplemente no funcionaba; su cabeza se trababa, pensaba en qué opinarían de él, si era feo, que tal vez cuando se rieran lo harían para burlarse. Muchas cosas.
Mamá decía que estar solo era malo, que la vida funcionaba cuando las personas unían fuerzas para construir algo mayor. Él debía hacer amigos.
Entonces, Ainelen y los demás eran los buenos. Holam y Vivi, en cambio, luchaban para dejar de ser los malos. Se entendía por qué ellos los trataban así. El día en que ambos dejaran de ser defectuosos, serían aceptados.
Holam salió de sus pensamientos al oír la voz de Ainelen.
—Es un bonito rosario —dijo ella. con voz dulce. En su mano colgaba un hexágono de azul reluciente, sostenido a ambos lados por una cadena plateada. Los ojos púrpuras de la niña yacían perdidos en él—. ¿Eso es diamante azul? —Ainelen lo acercó a su cara para observarlo mejor.
Vivi de pronto tembló.
—Ese es mi...
—Sí, lo tomé hace un rato. Se te cayó sobre el pasto.
—Ya veo. ¿Puedes devolvérmelo?
Ainelen puso una cara benevolente, lo que pareció extremadamente fuera de lugar.
—¿Dejarías que me lo quede? Te perdoné el castigo.
—Pero... si no regreso con él, mamá se enojará conmigo.
Como no hubo una respuesta, Vivi se acercó con timidez a Ainelen, todo ante la mirada de los otros niños, cuyos ojos parecían brillar en la sombra. A medida que la niña se acercaba a la reina, los depredadores lamían sus colmillos para lanzarse y derribarla.
—Dámelo, por favor. —Vivi estiró una mano hacia el rosario, pero Ainelen lo elevó sobre ella. Dada la altura de esta última, que era superior a la mayoría de niños, la dueña no pudo agarrarlo.
—Voy a hacer como que es una pelota —dijo Ainelen, entonces retrocedió, se inclinó hacia atrás, y lanzó el objeto lo más lejos que pudo. El rosario se perdió entre las casas cercanas al pozo.
Holam abrió sus ojos por instinto. La alerta dentro de su consciencia comenzó a trabajar.
—No puede ser —murmuró Vivi, como si entonces se hiciera pequeña. Los sollozos comenzaron a oírse.
—Creo que es una buena prueba para ver si eres una lacaya apta. Ve a por él. —Ainelen se mantuvo serena mientras su atención yacía sobre el sitio al que había lanzado el rosario. Por su parte, Vivi negó con la cabeza, luego se tapó la cara, enrojecida, mientras trataba de evitar que notaran sus lágrimas.
Tania puso los ojos en blanco, mientras que Euna sonrió y Dreader con Vihel actuaron indiferentes.
—Tampoco es para tanto —bufó Tania, ladeando la cabeza.
Vivi lloró más fuerte y no pudo más. Echó a correr de vuelta a su casa y se perdió en la lejanía.
Holam paseaba por un limbo imaginario en el que no tenía idea qué hacer. Ainelen había ido muy lejos esta vez, no se podía dejar pasar así como así. Pero, ¿qué podía hacer?, ¿había algo que un niño callado pudiera decir en un momento así? Siempre que abría la boca se sentía fuera de lugar, una presión mortífera. ¿Y si solo lo ignoraba?
—No pareces disfrutarlo. ¿Estás molesto conmigo? —Ainelen señaló a Holam, este sintió que su cuerpo se entumecía. Su enfado había sido demasiado notorio. Se lamentó.
No se pudo mover cuando la niña se aproximó a él con rostro serio. Holam de pronto estaba esclavizado por aquellos ojos violeta.
—Oye, tengo curiosidad. ¿Por qué nunca dices nada? Cuando pagas tus castigos lo haces sin quejarte, cuando eres el mejor lacayo y te felicito tampoco te alegras. ¿Por qué?
¿Por qué no decía nada?, ¿por qué Holam era así?
—¿Tampoco sientes dolor?
No se comprendía ni a él mismo, esa era la verdad.
Ainelen le sonrió a Holam cerca suyo. El niño se sintió abrumado, entonces solo se percató de que una fuerza lo envió hacia atrás. Cayó cuesta abajo, rodando sin posibilidad de estabilizarse. Era una colina pequeña, pero en ella había algunas rocas que sobresalían traicioneras.
Cuando dejó de dar vueltas, Holam intentó ponerse de pie al instante. Se fue de bruces al suelo cuando notó su rodilla derecha herida: su pantalón tenía una rotura y debajo la piel comenzaba a enrojecerse por la sangre que emergía.
Concentrado en otra cosa, el niño clavó sus ojos en la cima de la colina. Allí, Ainelen estaba parada a contra luz del sol.
El corazón de Holam latió histérico. Todo estaba mal, pero, aun así, no sabía cómo describirlo. Lo que sí supo hacer, fue irse de allí como pudo y no regresar más.
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—...algo raro. No sé a qué se deba, este lugar me da escalofríos.
—A mí también. Espero que Tori no se aleje demasiado.
«Las voces de Danika y Nelen. ¿Estoy vivo?», pensó Holam, todavía sin abrir los ojos. No quería hacerlo, la verdad. Sus párpados brillaban levemente en rojo, con la luz revelando que era de día. Decidió quedarse escuchando.
Justo cuando quiso hacer eso, ellas se quedaron mudas.
No, hubo un ruido. Alguien se deslizaba cerca, aproximándose. El sonido de la ropa contra el suelo.
—Holam. —La voz gentil de Ainelen resonó muy cerca. ¡¿Estaba casi encima suyo?!
—¿Podrías lanzarle otro hechizo de curación? Puede que funcione —dijo Danika, también cerca, pero no tanto. Por el eco de las voces, parecía que estaban en una cueva.
Bueno, más valía no preocuparlas más. Aun así, cuando Holam abriera los ojos, ¿con qué Ainelen se encontraría?
En reiteradas veces temía encontrar a esa niña de trenza enorme y sonrisa antinatural. Temía que ese flequillo fuera reemplazado por aquella frente prominente. Era como si el pasado fuera a emerger y tragarse el presente.
Siempre que Holam estaba cerca de Ainelen, se sentía hecho una tormenta. Caos y más caos. Una mezcla agridulce.
Y esos sentimientos lo habían mantenido vivo. Ella le había devuelto la emoción. ¿Había algo más entre todo eso? No supo qué era.
—Voy a intentarlo una vez más —dijo Ainelen, entonces el sonido de la magia acumulándose llegó a los oídos de Holam. Era momento de detenerla.
Agarró la muñeca de Ainelen suavemente. Ella gimió, parando en seco el hechizo.
Cuando Holam abrió los ojos, encontró a la curandera viéndolo con expresión de sufrimiento.
—¡Tonto! —exclamó Danika, retrocediendo asustada—. ¡¿Estabas despierto?!
El chico se quedó inexpresivo, viendo a Ainelen, cuyos ojos acuosos parecían saltar emocionados. Ella iba a decir algo, sus labios gesticularon, aunque nada se escuchó.
—Pido disculpas —dijo Holam—. Soy un mirón, igual que Amatori. Escuchón, sería la palabra, no sé si existe.
Ainelen siguió sin decir una palabra. Era como si su lenguaje corporal hubiera tomado absoluta posesión. Movió sus manos de aquí para allá, sonrió, pestañeó repetidamente y más. Sus brazos se estiraron hacia él, sin embargo, los contrajo de nuevo.
«¿Quería abrazarme?», pensó Holam. Estaba decepcionado de que no lo hiciera.
Esta chica, que no le quitaba la vista de encima, incluso cuando se hubo puesto de pie y demostrado que estaba bien, era distinta a la del pasado. La Ainelen de hoy era genuina, eclipsaba a la de esos fatídicos días.
Holam no lo había superado del todo, aún quedaba trabajo por hacer, pero sentía que iba por buen camino. Danika era responsable en parte, ya que, sin esas conversaciones, no sería capaz de darle una oportunidad a las personas.