Entre el humo gris se distinguía una figura brillante que captó su atención. Al acercarse, pudo ver que se trataba de la famosa capa dorada real que los monarcas de Oltremare lucían en sus coronaciones.
—¿Arne?—la llamó.
Caminó unos pasos más hasta que pudo distinguir que tenía el pelo largo negro; sabía que su amiga se lo rapaba desde hacía dos años.
La persona cubierta por el oro tosió.
—Ar-Arne...—Jatty levantó la cabeza al escuchar las pisadas del príncipe— ¿Arne? ¿Ya has vuelto? Tienes que irte de aquí—articuló como pudo las palabras entre toses y mareos que le dificultaban ver bien la cara de la que creía que era su amiga.
Caudata sabía quien era ese chico, Arne le había hablado de él en sus cartas. Le había dicho que la determinación del escudero por salvarla a ella era mayor que por salvarse a sí mismo. Cuando el príncipe leyó esas líneas asumió que Arne estaba enamorada de su escudero y por eso exageraba sus hazañas. Pero ese chico, cuyo cuerpo estaba al borde del colapso, se arrastró hasta los pies de Caudata.
—¡Que te vayas de aquí!—empujó sus piernas. ¿Quería moverlo?
—¿Qué haces?—rió, aunque la situación era seria no pudo evitarlo.
—Sacarte de aquí–contestó afónico y sin dejar de tratar de echar al príncipe.
//Créeme cuando te digo que Jatty moriría antes de dejarme morir a mí. No sé cómo sentirme al respecto, no creo que yo pudiera arriesgar mi vida por él, Caudata. Ha crecido creyendo que lo que lo define es cómo piensa; cuando el más mínimo pensamiento de herirme se le pasa por la mente, más protector se vuelve.//
—Muramos juntos—. El de Alcora se puso a la altura de Jatty—. Incluso mejor, ¿por qué no me matas tú ahora, Chat?—. Presionó su espada contra su cuello y agarró la mano del otro chico para que la empuñara—. Solo empújala un poco y se habrá acabado para mí.
//Es uno de los Verdes. Sus hermanos fueron decapitados cuando intentaron matar al anterior rey.//
—No, estúpida—liberó su mano del agarre de Caudata y miró directamente a los ojos que creían que eran saltones—. Eres fuerte, pero no invencible. Ni tú podrías sobrevivir a semejante incendio—sostuvo suavemente la mano del príncipe—. Si no te vas de aquí cuando haya contado hasta d-...
Mientras el príncipe esperaba que la cuentra atrás terminase, un cacho de tela captó su atención. Tirado al lado del chico, parecía que hubiese sido arrancado de su lugar. Su corazón coleccionista le hizo metérselo en su bolsillo trasero sin mayor contemplación.
—¿Vas a empezar a contar o...? Oh, se ha desmayado.
Había hablado demasiado para su dañada capacidad pulmonar y se había desmayado, pero seguía cogiendo firme la mano del otro chico.
//Verde o no...//
—...Nunca me haría daño. Te lo dije—. Arne apareció de la nada—. ¿Qué haces poniendo a prueba a mi escudero, Caudata?
Él se asustó ante la repentina entrada en escena de su amiga.
—¿Qué haces tú? ¿Cuánto tiempo llevas ahí parada?
La reina lo ignoró y se acercó a Jatty para arroparlo con sus brazos; su amigo tenía quemaduras por todos lados y una herida abierta en el abdomen. Esa imagen retorcía los interiores de Arne con dolor y rabía. No tenía tiempo para jugar a los médicos.
Tuvo una idea; su prometido estaba allí. Cogió sin dificultad a Jatty en brazos y se giró hacia Caudata.
—Llévalo contigo.
—¿Eh?
—Lleva a Jatty a Alcora y cúralo—repitió.
Hubo una pausa drámatica amenizada por el sonido de las brasas.
—¿A caso te crees que soy mago? ¿Un santo o algo así? ¡Mira cómo está! No llegará vivo a Alcora.
Ignorándolo, Arne le pasó el cuerpo de su amigo al quejica del príncipe como si nada. Un hombre de casi 1'80m y 80 kg pasaba de mano en mano como el testigo de una carrera de relevos. Caudata confió erroneamente en que su destreza era igual a la de la chica y no se preparó adecudamente para recibirlo, casi cayendo al suelo ambos.
—Ten más cuidado.
—¿Cómo lo has cogido como si nada?
—Soy fuerte—contestó obvia.
Poco antes de que Caudata encontrara a Jatty, el fuego de la plaza central había comenzado a apagarse. Lo que una vez habían sido edificios de madera históricos y adoquinos de piedra eran ahora ruinas y escombros.
Las manos de ella estaban rojas, con ampollas y parecían doler mucho, pero la adrenalina podía apaciguar las sensaciones; Arne no se quejó ni una vez.
—Por cierto, ¿dónde estabas?—le preguntó mientras subía el cuerpo del chico al caballo.
—Evacuando a la gente—contestó colocando a Jatty correctamente para evitar que se cayera.
—Eso es impresionante.
—Es mi deber.
Había aceptado acudir a la fiesta de solteros de la realeza dos años atrás por ella: por los rumores que la rodeaban. Oltremare estaba orgulloso de Arne y viceversa. El chico se preguntó por qué él no podía decir lo mismo de Alcora, tal vez se debía a que la gente de allí era más complicaca por ser más rica. Tal vez se debiera a que no quería aceptar semejante responsabilidad. Le preguntó a Arne al respecto en una carta; ¿por qué era tan devota a su reino? En cualquier momento podían traicionarla.
—Esto ya está, debería ir quieto hasta el palacio del este—aseguró a su amigo con una cuerda que el príncipe llevaba en su equipaje: una pequeña mochila con la cuerda, una manta y unas cuantas monedas—. Deberíais iros ante de que los culpables vengan y nos encuentren a dos herederos reales juntos. Nos matarían antes de que pudieramos defendernos.
—Tú vienes con nosotros, ¿verdad?—frunció el ceño al ver que ella no tenía intenciones de seguirlos.
—No, debo ocuparme algunos asunt-...—. Arne paró y colocó su mano en la boca de Caudata al escuchar unos pasos. Sacó su espada y le indicó que hiciera lo mismo. Alguien se acercaba a donde estaban.
Ambos preparados para atacar, con los cinco sentidos puestos en el humo grisacio frente a ellos. La persona dueña de los pasos aceleró, el crujir de cada pisada eran más breves y rápidos. Ninguno de los dos era capaz de ver la figura todavía, pero era cuestión de segundos que apareciera frente a ellos.
—¡Oh, cielos! ¿Pensabais atacarme? Qué optimistas sois, como si tuvierais la más mínima oportunidad contra mí...—. Una voz suave y melodiosa susurró en sus cuellos.
No la habían visto aparecer y ella ya tenía su aliento en sus nucas; si Ursue fuera una asesina, el continente estaría repleto de panfletos advirtiendo de que un criminal invisible anda suelto.
—¡Serás tonta!—le gritó Caudata, cuyo corazón se encontraba en su boca y su ropa interior algo mojada, pero aliviado de que no fuera una banda de criminales. No era el más valiente del grupo.
Ursue soltó una leve carcajada y sonrió de oreja a oreja.
—Eres un cagueta, Caudata.
Era tan alta como Arne, pero menos musculosa; sus brazos y piernas estaban lo suficientemente tonificados como para saber que no querías pelear con ella; aunque su fuerte no era la fuerza bruta como la de los otros dos, sino su agilidad, la cual Lope admiraba y analizaba siempre que la veia entrenar. No era que Ursue fuera tan veloz que el ojo humano no era capaz de percibirla, más bien era escurridiza. En un segundo la tenías frente a ti y al siguiente bloqueándote por la espalda con una daga en tu yugular.
La reina del reino más pequeño del Cuarto Continente, Norso, había estado rondando por Oltremare más tiempo que Caudata. Sus heridas eran similares a las de Arne: quemaduras en sus manos y en la piel expuesta, también las vestiduras rasgadas, las puntas de sus rastas quemadas y un corte en su rodilla derecha con sangre seca al rededor. Había estado evacuando civiles en la frontera de Norso/Oltremare y estaba buscando supervivientes. Una vez más, Caudata sintió la presión de la monarquía a su espalda.
—¿No tienes un ejército para hacer eso, Ursue? ¿Por qué estás sola?—preguntó el príncipe. Comprendía que después de un golpe de estado Arne estuviera sola, pero el trono de Ursue estaba asegurado.
—No lo estaba cuando vimos la nube negra al final del bosque y el olor a quemado, pero, tan pronto llegamos hasta la plaza central, mi unidad fue disparada con flechas. Los que estaban al mando del ataque no querían que refuerzos llegasen hasta la ciudad real.
Arne apretó los puños, parecía saber qué es lo que estaba pasando y quién estaba detrás de aquella masacre, pero Caudata no dijo nada, pues Ursue no pareció notarlo.
—Vete ya—le dijo Arne—. Cuida bien de él, por favor—.Caudata asintió—. ¡Oh! Y no le caes bien, ni un poquito. Así que ten eso en cuenta—. Se preguntó si se llevaba a casa a una persona o a un gato con ansiedad por separación—. Volveré a por él, así que pretende que este encuentro no ha pasado.
—¿Cómo hago eso?—miró a Jatty y sonrió malévolo—. Jeje...¡Podría ser divertido!
Caudata se alejó a caballo. Lo último que vio antes de que el humo se cerrase tras él fue a las dos reinas hablando: no le dejaron participar en la conversación.
Cuando estaba ya lo suficientemente lejos, miró el trozo de tela que había encontrado al lado de Jatty. Un escudo real con dos espadas, un oso en el medio y una calavera a sus pies. Alguien había fusionado los escudos de Alcora y Norso. La calavera parecía la decapitada del anterior rey de Oltremare.
—Los verdes.