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Chapter 8 - Capítulo 7: Gracias

El chico sentado frente a ellos no parecía tener más de 17 años. Su cara estaba llena de marcas de acné y de espinillas esparcidas desde su frente hasta su barbilla. El bello facial le había comenzado a salir y estaba concentrado en pequeños pelos negros que destacaban sobretodo en su labio superior y patillas. Los ojos eran negros y redondos con pestañas largas y enmarcados por dos cejas gruesas del mismo color. Su cabello se ondulaba hasta sus hombros y la luz ámbar del amanecer hacía brillar el castaño claro. Respecto a su piel, esta era blanca como porcelana que se volvía rojiza donde había marcas de pubertad.

No era el más guapo de los cinco, pero sí el más salvaje. Tenía viejas cicatrices en el cuello: además, se resistió tanto a las cuerdas que lo ataban de pies y manos que se había hecho ampollas y quemado con severidad sus muñecas y tobillos. Si lo soltaban, seguramente no podría correr muy lejos sin caer rendido por el dolor.

—¿Quién es?

Caudata se había inclinado discretamente hacia Lope para preguntar con disimulo: su voz había resonado por todo el claro.

—... Ni idea...—le respondió. Al ver que la escudera lo miraba, el chico bajó la mirada y la fijó en el suelo—. Pero es tan solo un crío.

—¡Tengo 18 años!

—Pues eso—le respondió indeferente—. ¿Por qué lo habéis traído, su majestad?

Arne estaba sentada lejos del grupo. Tomaba pequeños sorbos del agua que le había dado su escudero.

—Me ha estado siguiendo desde que escapé de Oltremare.

Pasaron de mirarla a ella, a mirarlo a él.

—¡Ah!—exclamó comprendiendo Caudata, señaló al chico— ¿Enamorado?

—Oh, ¿enamorado?—preguntó aturdida Lope.

—Ajá, está de moda entre los jóvenes el seguir a la persona que te gusta—asintió serio el príncipe.

—Menuda costumbre más arcaica—suspiró su escudera—. Chico, a las personas no se las persigue. No son presas de caza.

—Pero Arne ha correspondido sus sentimientos al atarlo—respondió Caudata—. Se ha declarado, para ser más precisos.

—¿Majestad? ¿Va a casarse con este niño?

Hubo un silencio. Los de Alcora esperaban una respuesta y el que estaba atado solo esperaba poder irse de allí.

—Por supuesto que no—contestó firme.

—¿Y la tradición?

Jatty suspiró.

—No existe tal tradición, alteza. ¿Dónde ha oído semejante barbaridad?

–¿No existe?

—No, no existe.

—Necesito un momento.

Mientras Caudata se retiraba a reflexionar sobre la mentira que Ursue le había escrito en sus intercambios de cartas para reírse de él, Jatty se agachó para quedar a la altura del joven.

—¿Cómo te llamas?—le preguntó en un tono suave.

Al verlo frente a él, el chico pensó que Jatty realmente hacía justicia a los rumores de su belleza. Incluso tras haber cabalgado por días y luego de superar un incendio, el escudero, obviamente desaliñado, no dejaba de brillar como si un halo radiante estuviera pegado a su espalda. Se prometió que no daría información aunque lo matasen, pero realmente se había quedado embobado en las facciones de Jatty y sin pensarlo mucho soltó:

—Asio. Mi nombre es Asio.

—¿Lo conoces, Arne?

Ella se levantó al fin y se acercó a ellos.

—No, pero estoy segura de que sí conozco a quien lo ha mandado en mi busca—se agachó para mirar directamente a los ojos del chico—. Sonri, ¿me equivoco?

Él giró la cara para evitar que los ojos negros de ella le perforaran el alma.

Jatty se inclinó también, quedando cerca del oído de la reina.

—¿Sonri? ¿Realmente crees que...?

—Eso insinuó Ursue.

—¿La reina Ursue te habló de Sonri?

—Ajá—afirmó levántandose—. Más bien me amenazó haciendo uso de Sonri.

—Pero...Sonrí está...

—Con vida y molestando.

Jatty calló al escuchar la noticia y se sentó en frío suelo del claro. Estaba tan distraído que la humedad de la madrugada y el crujir de las ramas y las hojas del suelo no le afectaban. Arne se mostraba indiferente, tal vez había tenido más tiempo que él para asimilar que alguien había vuelto a la vida.

La reina seguía interrogando al muchacho, pero este le respondía con evasivas o no le respondía en absoluto.

Aquellos que ascendían del infierno y volvían a la vida no solían hacerlo para vivir una segunda vida virtuosa y alejada del mal. Aquellos que habían tenido que darse por muertos para que dejasen de perseguirlos buscarían venganza contra quienes los acosaron. Sonri era para Jatty la encarnación de sus peores temores: alguien con poder que podría matar con solo chasquear sus huesudos dedos.

Si había mandado a ese crío tras Arne, significaba que estaba jugando. Un alma mezquina que había quemado medio reino para divertirse.

—¿Por qué perseguías a la reina?—preguntó el escudero saliendo de su trance.

—No la perseguía.

Jatty lo apuntó con su espada. El filo rozando el cuello blanco. Asio vio en sus ojos la ferocidad de la que le habían advertido, sin rastro alguno de la calidez del principio.

—No me importa si tienes dieciocho, seis o cincuenta...Atentar contra la vida de su majestad es traición a la corona y se castiga con la muerte.

Arne suspiró y tocó el brazo de Jatty para que cesara su amenaza.

—Es suficiente—dijo calmada—. Es un niño. No es culpa suya.

—Pero...

—Se acabó.

No le agradeció que lo soltara o que lo dejara ir ileso. Simplemente se adentró corriendo torpemente en el bosque tan pronto como cortaron los nudos de sus pies.

—¿Ni siquiera le habéis cortado un dedo?—preguntó Lope.

La reina negó.

—De nada serviría darle más razones para que me odie.

—Tal vez Sonri lo esté amenazando—dijo Jatty.

—Lo dudo—suspiró la reina.

—¿Y qué hacemos ahora?—El torrente de voz a las espaldas de Jatty parecía tener mucho interés en saber la respuesta— ¿Vamos a comer algo?

Los cuatro que quedaban en el bosque debían decidir qué hacer ahora que Arne había vuelto. Alcora y Oltremare eran aliados íntimos, pero la última había sido atacada, tal vez Alcora no quisiera involucrarse en lo que semejaba que iba a convertirse en una guerra civil.

—Nosotros nos vamos—respondió Lope.

Los del reino vecino asintieron.

—Muchas gracias por haber cuidado de Jatty.

La pelirroja le quitó importancia haciendo una reverencia.

Caudata observó como recogía el poco equipaje que habían llevado. Realmente iban a dejarlos a su suerte, sin un lugar al que poder volver y ambos con heridas graves. No sabía si es que el efecto de Verde de Jatty había calado en él o si simplemente sentía pena, pero no podía marcharse sin más.

—Venid con nosotros—dijo. Su rostro serio, sin

la sonrisa infantil que solía adornarlo, tenía un atractivo que comenzaba a casar con la reputación de casanova del príncipe—. Ven.

La mano que ofrecía Caudata apuntaba al espacio que separaba a Arne y a Jatty, aunque se inclinaba sutilmente hacia el lado de este. Sin embargo, fue Arne quien la tomó y con una mueca impasible dijo:

—No.

Como si le hubieran echado un cubo de agua helada por encima, el príncipe se quedó congelado ante la negativa. Se había esforzado mucho por parecer heroico ante ellos. Esfuerzos en vano.

—Gracias por vuestra amabilidad, alteza—. Aquellas palabras habían sido dichas con un tono tan melodioso que habrían sido capaces de resucitar a un muerto. Nada tenía que ver con la forma fría y distante que Jatty había guardado hacia él desde que se conocieron.

El pequeño corazón real se estrujó ante el agradecimiento y, antes de que pudiera tratar de convencerlos para que fueran con ellos, Caudata vio sus espaldas adentrarse en el bosque. Cuando abrió los ojos, ya estaba en sus aposentos, de vuelta en el palacio de Alcora.

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.

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–Oh.

—...—.No habían avanzado más de dos quilómetros desde el claro y ya se habían reencontrado con el chico al que habían soltado—. ¿Por eso querías venir por aquí? ¿Para ayudarlo?– Jatty preguntó ya sabiendo la respuesta.

—Has visto sus heridas igual de bien que yo. Era cuestión de minutos que colapsara después de salir—le respondió analizando al inconsciente joven—. Míralo, no tiene ni agua.

Una cantimplora de piel de vacuno aterrizó en la cara de Asio.

—Ea, listo. Vámonos.

Lope les había dejado uno de los caballos luego de dormir a Caudata. Les habia dicho que era lo mínimo que podía hacer luego de haber tratado de matar a Jatty. Por poco que fuera, eso hacía el viaje más ligero y les permitía turnarse para descansar. Era un gran recurso que facilitaba su miserable vuelta a casa, aun así cuando Arne cogió en brazos a Asio y lo subió al caballo, a Jatty le dieron ganas de darle un cachete a este para que echase a cabalgar y perder al niñato de vista.

No tenían tiempo para eso, no podían cargar con alguien en quien no confiaban. Arne ignoró las miradas reprobatorias de Jatty y siguió caminando.

—Sé que te recuerda a ti, Arne, pero no por eso sus crímenes quedan absueltos.

—Ya, ya... Lo que tú digas, Jatty... Pero no es a mí a quien me recuerda.

El camino estaba embarrado, teniendo que apartar ramas y esquivar árboles para poder pasar. No hablaban mucho, lo que era inusual, pero teniendo en cuenta las revelaciones de que Sonri estaba de vuelta y de que Arne había visto a Lope dormir a Caudata, lo que significaba que había más verdes en activo, nada de lo que dijeran superaría esas dos noticias.

—Arne, ¿qué vamos a hacer?—preguntó él al ver que el reino de Oltremare se comenzaba a alzar en el horizonte.

—Jatty, tengo que contarte algo. Algo importante.