Chereads / El secuestro accidental del escudero / Chapter 9 - Capítulo 8: Intercambios y tratos 1

Chapter 9 - Capítulo 8: Intercambios y tratos 1

Caudata, el joven príncipe de Alcora, era el único heredero al trono. No existían conspiraciones a sus espaldas tratando de asesinarlo y la máxima amenaza para su vida era la poca paciencia de su escudera.

Como había crecido en un entorno seguro y rodeado de lameculos, el chico tendía a no medir las consecuencias de sus actos, pues siempre alguien limpiaba su desastre.

Por una vez, sentía que al haber ayudado a la que sería su futura esposa estaba un paso más cerca de ser el rey que quería ser, pero se equivocaba.

Poco después de despertarse en su habitación, su padre, el rey Justo I de Alcora, irrumpió al grito de:

—¿Por qué interfieres en un conflicto que no nos afecta?

Detrás del rey había un séquito de hombrecillos que lo seguían y todos entraron en los aposentos del príncipe como si no fuera la mayor falta de respeto que se le puede hacer a un joven en edad de autodescubrimiento.

Su padre era una versión más madura de él; en su frente, tenía más arrugas; en sus mejillas, tenía unas cuantas pecas más; y, en su cabello, ya había más blanco que castaño. Justo no podía decir que Caudata no era hijo suyo.

Aun así, la presencia del rey era más intimidante. No le temblaba el pulso cuando tenía que imponer un castigo y su fama estaba repleta de nombres crueles.

—¿Perdón?—preguntó su hijo.

—Oltremare ha sido atacada por una facción de terroristas y tú vas y ayudas a su reina. ¿Cómo de estúpido puedes llegar a ser?

Si se escuchaba cuidadosamente, se podía oír el cerebro de Caudata tratando de soldar sus ideas. No entendía qué tenían que ver peras con botones.

—No comprendo qué he hecho mal, padre—dijo sincero—. La reina Arne es mi prometida y Oltremare es nuestra fiel aliada. ¿No es natural que los ayudemos?

—No—le respondió seco sin pestañear—. No hay tal relación entre Alcora y ese reinucho de tres al cuarto. No nos meteremos en fuego cruzado, ¿entendido?

Al príncipe lo habían castigado sin salir de su habitación durante una semana por "poner en peligro al reino", pero ni dos días habían pasado cuando Lope abrió la puerta agitada.

—La reina Arne ha muerto.

Las palabras de la pelirroja retumbaron por las paredes en un pesado eco. Él dio un salto fuera de la cama y se paró frente a su escudera.

—¿Qué?—fue lo único que pudo articular—...¿Está muerta?

Lope asintió.

—La reina Arne de Oltremare ha sido asesinada.

Poco tiempo hubo para llorar a su amiga: cuando la noticia llegó a los oídos del resto de altos cargos del Cuarto Continente, se reunieron en una asamblea. Caudata fue obligado a asistir.

Todas las personas con puestos relevantes para sus estados, desde quien ocupaba el trono hasta quien redactaba leyes, se sentaron en una larga mesa con un total de 30 sillas.

La tensión en el aire llegaba a ser sofocante. Además, la duda de que alguien de allí pudiera estar detrás del asesinato de una reina y colaborando activamente con un ejercito capaz de reducir un basto territorio a cenizas estaba presente.

Nadie confiaba en nadie y todos querían lo mismo: salvarse el pellejo.

La muerte no era lo que les daba miedo, más bien cómo los matarían. Corría el rumor de que la cabeza de Arne había sido cortada con un fino hilo y expuesta en la plaza real de Oltremare.

Aquel pensamiento estrujaba el estómago del príncipe y le daban ganas de llorar.

—Caudata—. Un hilo de voz en un susurro lo llamó y alzó la cabeza—. Tenemos que hablar—artículo, sentada frente a él, Ursue.

La reunión, celebrada en el ala oeste del palacio de la reina de Alcora, concluyó sin éxito. No se había llegado a ningún acuerdo y no se habían hecho promesas: cada reino debía apañárselas por su cuenta.

Todos tomarían posturas neutrales para evitar guerras que no traerían beneficios. Aquello era un "sálvese quien pueda" en toda regla y convertía al Cuarto Continente en una broma.

—Menuda reunión más poco fructífera...—suspiró Ursue ya en los jardines, mientras admiraba un mural de rosas—. Todo ese viaje para nada. Estos zapatos me están matando...

La chica hablaba mucho sin decir nada, como de costumbre. Aunque Caudata se esperaba más sentimentalismo por su parte tras la muerte de su amiga.

En comparación con la apariencia descompuesta y los ojos hinchados de él, la reina de Norso parecía una gema preciosa iluminada por el sol. Si le dijesen que ella había estado en una fiesta y no en ese comité burocrático de payasos, lo creería.

Siempre había tenido la costumbre de vestir extravagante y sin seguir protocolos, pero, mientras que el resto de miembros de la asamblea mostraban respeto a Arne vestidos de riguroso luto, ella había decidido excederse.

—¿Te parece esta la ocasión de llevar un vestido rosa con cola de 10 metros y plumas adornándote la cabeza?—dijo serio—. El porqué actúas como el muerto en su entierro no lo entenderé jamás, Ursue.

Pocas veces se ponía en ese estado, sin embargo Caudata se había pasado horas llorando a Arne. Era su amiga y, aunque no la viese de esa forma, su futura esposa.

Ursue se sorprendió con las palabras que salieron de la boca del príncipe y no pudo evitar taparse la boca para esconder una sonrisa.

—Vaya...—suspiró. Su expresión seguía siendo burlona—. ¿No te gusta mi vestido? ¡No hacía falta que me lo dijeras así, hombre!

Caudata no estaba para juegos, así que fue directo al grano.

—¿Qué quieres?—escupió.

Viendo que la diversión había llegado a su fin y que no podía vacilar más al príncipe, Ursue dijo:

—Si te dijera que Arne está viva y que sé dónde está, ¿qué me ofrecerías a cambio?

Una daga se poso firme en el cuello del chico cuando este empujó a Ursue contra el mural de rosas.

—Suelte a la reina Ursue, alteza—dijo la dueña de la daga.

—¿Qué sabes?—exigió él con sus manos en los hombros descubiertos de la chica.

La joven escudera de la reina de Norso se llamaba Gala y tenía la confianza propia de una adolescente: se creía que sabía más que nadie solo porque se le daba bien mover un filo en el aire.

Pronto se deshizo de esa confianza cuando una espada pasó por delante de sus ojos y le rozó la cara, dejando una brecha en su mejilla.

—Te cortaré la mano como no bajes ese cuchillo.

Hubo un largo silencio donde Caudata miraba a Ursue, esta miraba a Lope y Lope miraba a Gala.

La escudera más joven temblaba levemente y sus pequeños ojos oscuros empezaron a aguarse. Sabía quién era la persona a su derecha y rezó por su mano: solo podía retroceder si así se lo ordenaba Ursue.

—Gala, suficiente—dijo sonriendo—. El príncipe Caudata solo está nervioso, ¿verdad?

Él deshizo su agarre y dio un paso atrás. Gala guardó su daga y Lope apartó su arma de la extremidad de la chica.

—Ursue, habla.

—¿Qué me darás a cambio?—canturreó.

—¿Qué quieres?

Ella levantó su brazo y señaló a la pelirroja.

—A ella—dijo segura—. La quiero a ella.

Lope miró a la reina de Norso con su expresión impasible típica y luego se giró hacia Caudata esperando una orden.

La chica pelirroja, de ojos oscuros y cuerpo de apariencia frágil había conseguido labrarse una reputación entre las altas clases. Aunque ella no buscaba fama ni reconocimiento, sus habilidades no pasaban desapercibidas. Era capaz de arrodillar ante ella a hombres que la triplicaban en tamaño y era tan leal como un perro.

—¿Cómo?—preguntó Caudata, no seguro de que alguien voluntariamente querría llevarse a Lope y quitársela de encima—. Vale.

—Alteza—habló Lope, mientras a Ursue le faltaba tiempo para celebrar su nueva adquisición—. Le recuerdo que solo su majestad puede ordenarme que abandone mi puesto.