Se despertó a golpes. Bueno, lo despertaron a golpes. Cuando abrió los ojos, aturdido y desorientado, se encontró con dos piernas frente a su rostro. Vestían pantalones negros que brillaban con la luz de las llamas y unas botas de cordones con la punta reforzada le daban toques en el abdomen. Arne no le estaba pegando con fuerza ya que solo quería despertarlo, aunque realmente le daban ganas de pisarle la cara de payaso que tenía.
—Despierta, inútil—le dijo cuando vio que había abierto los ojos.
Caudata arrugó el ceño y se incorporó aún no seguro de dónde estaba o de su propio nombre. A su alrededor estaban Arne, Lope, Jatty y lo que parecía un animal salvaje tratando de liberarse de las cuerdas que lo ataban.
—Buenos días—bostezó alargando las sílabas de cada palabra. Se frotó los ojos y buscó su cantimplora con agua: dormir con la boca abierta daba sed—. ¿Qué pasa?—preguntó después de beber un buen trago y darse cuenta que todos los allí presentes parecían enfadados con él. Sobre todo las dos mujeres.
Hacía unos veinte minutos, Arne se había cruzado en el bosque con la escena de ejecución de su escudero.
No dudó ni por un instante en tirar al chico que llevaba bajo su brazo y correr a socorrerlo.
—¿Arne?— La voz de Jatty era de sorpresa. De todos los lugares en los que tenía pensado buscarla, no esperaba que fuera ella quien lo encontrara.
La chica de metro noventa se puso delante de él, como un escudo impenetrable. Sus brazos estaban descubiertos y Jatty enseguida supo que no se había tratado las quemaduras ni con el aloe vera que solía llevar en su cinturón. Seguramente sus piernas serían otro circo de ampollas y heridas no aptas para sensibles.
Lope ya había bajado la espada cuando había escuchado gritos venir del interior del bosque, pero la tiró lejos cuando Arne la miró desafiante. No podía luchar contra alguien de la realeza, fuera Verde o no, estaba fuera de lugar.
—Es un placer conocerla al fin, majestad—dijo.
—¿Quién eres?
—Mi nombre es Lope, majestad. Soy la escudera real del príncipe heredero Caudata II de Alcora.
Al escuchar el nombre de Caudata, Arne no pudo evitar mostrar su asombro. Recordaba claramente como le había pedido a ese bebé grande que cuidase de su amigo. En ningún momento conversaron acerca de que un gnomo pelirrojo lo degollara en el bosque.
—¿Qué mal ha hecho mi escudero para que esté arrodillado frente a una persona armada?
Hubo un silencio interrumpido solo por las quejas del chico atado en el suelo a pocos metros de ellos. No paraba de soltar blasfemias, pero nadie le prestaba la más mínima atención.
—Jatty Lar es un Verde—dijo Lope al fin, sin saber si debía hacerlo o no ya que acababa de desvelar un secreto que ella misma guardaba sobre su persona.
—Lo sé—. Arne se esperaba una ofensa gravísima por parte Jatty, tal vez haber abofeteado al príncipe o haberle dado una patada en sus bajos (cosa que si hubiera hecho lo hubiera entendido), pero no esa respuesta—. No entiendo cómo ser un Verde lo ha llevado a estar así. Explícate.
Admitir que sabía que su escudero, la persona que ha de protegerla, provenía de una estirpe de asesinos de la monarquía hizo que Lope riera. Estaba estupefacta con semejante revelación. Además, lo había dicho como si no fuera algo insólito que un asesino sirva a su víctima.
—Mi deber es proteger la integridad del príncipe. Tener a un Verde a su lado viola esa integridad en todos los aspectos.
Sabía que sus palabras eran hipócritas; ella misma era una Verde trabajando codo con codo con Caudata. Pero había visto como eran los Verdes y entre sus características estaba el que aquellos con sangre real tendrían mayor disposición a gustar de ellos, a quererlos y a apreciarlos. Un trazo importantísimo para su labor. Por eso, cuando vio que Caudata empezaba a tener interés en él, miles de alarmas se encendieron en el cerebro de su escudera. Si Jatty era consciente de sus encantos o no, eso era otro tema, aunque no lo hacía menos peligroso.
—Sin embargo—habló la reina—, Caudata estaba al tanto.
Jatty estiró su cuello como si quisiera confirmar que había escuchado bien y Lope tenía un mosaico en su cara fruto de su desconcierto.
—¿Cómo?—dijeron a la vez.
Arne asintió y miró a los lados buscándolo. No sabía que Caudata estaba en el séptimo sueño para ese entonces y totalmente ajeno a lo que estaba pasando.
—¿Dónde está ese idiota?—preguntó Arne.
—Durmiendo.
—¿Durmiendo?—Los dos escuderos asintieron—. ¿En serio?— No necesitó una segunda afirmación por parte de los otros dos; con paso firme caminó decidida hacia el claro como si supiera que ahí es donde se habían parado a descansar—. ¡Y traedme a ese crío!—ordenó.
Lope y Jatty suspendieron su disputa y entre ambos levantaron el cuerpo del chico atado de pies y manos. Cuando vio quienes lo estaban transportando se calló por primera vez desde que Arne lo había dejado caer al suelo.
Cuando llegaron al improvisado campamento, Arne estaba a punto de azotar al dormido Caudata con un palo ardiendo que había sacado de la hoguera. Por segunda vez, el muchacho fue tirado al suelo y Lope y Jatty corriendo para detener a la reina.
Ya más calmada, accedió a simplemente patear "suavemente" al príncipe para despertarlo. Por supuesto, utilizó alguna de esas patadas para desquitarse.
—¡¿Buenos días?!—Arne apretó los puños—. ¡Te encargué una tarea! ¡Solo una!— Se arrodilló para quedar a su altura y le agarró el cuello de su camisa de lino para zarandearlo.
Se dejó menear mientras soltaba un bostezo morrocotudo y sus ojos se humedecían del sueño que tenía. No recordaba haberse quedado dormido.
Hizo un reconocimiento rápido de la zona.
Su escudera tenía los brazos cruzados, pero era un gesto que solía hacer mucho cuando se dirigía a él así que no distinguía entre una Lope contenta y una Lope enfadada.
También estaba allí un muchacho al que no había visto en su vida. Tenía la cara roja de la ira y no paraba de protestar; claro que no era de extrañar dado que no se distinguía qué de aquel bulto era cuerda y qué cuerpo. De los tres presentes era el que menos enfadado parecía con él.
Posó luego sus ojos en Jatty; no fue fácil ya que Arne se negaba a soltarlo. Recordó que antes de caer redondo tenía su carita de marmol y su pelo sedoso en sus muslos. Esa imagen parecía tan idealista que pensó firmemente que había sido un sueño. Jatty era como Lope, siempre de brazos cruzados cuando hablaban y distante, por lo que tampoco sabía bien si estaba contento o furioso ( ¡y eso que se tratan de dos emociones totalmente opuestas!)
Tras unos minutos, las sacudidas de Arne parecieron regar el cerebro del príncipe y este volvió en sí.
—¿Arne? ¿Qué haces tú aquí?
—Eso te pregunto yo. ¿Qué haces echándote una siesta mientras tu escudera ejecuta al mío?
—¿Eh?
Estaba claro que necesitaba un par de zarandeos más para asimilar lo que le sonó como un conjunto de palabras diferentes que no tenían sentido juntas. ¿Que Lope había intentando matar a Jatty? ¡Anda ya!
Se rio, pero al girarse hacia ella, vio que era el único.
—Lo siento, alteza—le dijo con la cabeza bajada.
¡La carta de "alteza"! La pelirroja solo lo llamaba así en tres ocasiones: cuando estaba delante del padre de Caudata, cuando hablaba sobre él a otras personas y cuando quería hacerle la pelota. O sea que efectivamente Lope había tratado de asesinar a Jatty. Caudata se molestó un poco.
—Yo no te ordené eso, Lope—. Se levantó y se sacudió la ropa—. ¿Por qué habrías de matar a un invitado?—preguntó tras ponerse frente a ella.
—Es tu culpa, Caudata.
Lope era como un témpano de hielo. Solo una cosa le daba miedo y no era precisamente ese muchacho de personalidad de fresa. Aunque el aura que desprendía el joven heredero en ese momento era amenazante, no lo era tanto como la presencia de dos Verdes.
—¿Es mi culpa?
—Si me hubieras informado de que Jatty Lar era un Verde desde el principio, lo habría echado a patadas a la mínima oportunidad—confesó con la cabeza bien alta.
—¿No te gustan los Verdes?
—¿A ti sí?
Los Verdes hubo un tiempo que eran considerados alta aristocracia. Un grupo selecto de personas que tenían la capacidad de encandilar a reyes, reinas, duques, duquesas, príncipes, princesas y todo el que tuviera una mínima gota de sangre real corriendo por sus venas. Ese talento o ese gen en su ADN era un cuchillo sin afilar. Nadie sabía el motivo, pero llegó a volverse algo normal. Todo monarca quería una corte llena de ellos y era solo cuestión de tiempo que alguien se aprovechara de esto.
Alguien que ascendería al trono tras convertirlos en sanguinarios asesinos.
—Sí, obviamente me gustan—respondió altivo.
Cuando esas palabras abandonaron la punta de su lengua y se proyectaron en el aire, Caudata no tenía segundas intenciones. No quería decir que obviamente le gustaba Jatty; sino que era lógico que a un príncipe le gustara un Verde.
La tensión que había cargado el ambiente desapareció tras esa declaración. Mordiendo su lengua y apretando los labios, Lope trató de ocultar una carcajada, pero esta salió en forma de ronquidos igualmente. Caudata se dio cuenta de cómo aquello podía dar lugar a malos entendidos y por el rabillo del ojo miró a Jatty para ver su reacción.
El chico de pelo largo estaba ocupado admirando a Arne y tratando las quemaduras de sus brazos con el mejunje que llevaba en su cinturón. No le podía interesar menos el conflicto de los de Alcora, incluso si él era el motivo de la disputa.
Hubiera sido bueno hablarlo para comunicar sus opiniones; no volvieron a tocar el tema. Caudata prohibío rotundamente a Lope herir a Jatty y esta accedió. No hubo más. Tal como había empezado, la caza de brujas se había acabado. La reina reprendió al príncipe un poco más; se calmó pasado el tiempo.
Después de todo el alboroto ya debía de faltar poco para empezar un nuevo día y los cuatro acordaron dormir unas horas antes de tomar decisiones. Acurrucados cerca de la hoguera, se dieron las buenas noches como si estuvieran en un campamento de verano.
...
—¡Desatadme de una maldita vez!
—¡Anda! ¡Me había olvidado por completo del mocoso!