Pelaba una mandarina con el calor del fuego ruborizando sus pecosas mejillas. Normalmente no había nada que pudiera arruinarle su fruta favorita, pero, como siempre, Caudata se las había apañado para que que cada gajo le supiese más amargo que el anterior.
—¿Te gusta?—preguntó Lope con una mueca asqueada mientras dejaba el decoro de lado y masticaba con la boca abierta. De todas formas, ya le se habían pasado las ganas de comer.
—¿Hum? ¿Por qué preguntas?
Sentados los tres al rededor de una pequeña hoguera en el medio de un claro del bosque, Jatty dormía reposando su cabeza en el regazo del príncipe. No lo hacía conscientemente, ya que Caudata había esperado a que cayese profundamente dormido para moverlo y servirle de almohada.
Lope miró la escena; primero al de Oltremare, que seguro que se enfadaría horrores si se despertaba; después al de Alcora, cuya boca estaba a punto de dejar escapar un hilo de babilla de lo feliz que estaba; y, finalmente, su sombra, la cual estaba sola.
—Oh, no sé, ¿por qué habré preguntado tal cosa?— se llevó la mano a la boca falsamente sorprendida y luego le lanzó uno de sus zapatos al chico despierto—. He venido a hacer de niñera, no de sujeta velas, así que contente un poco.
Llevaban dos días de trayecto. Los dos días más largos de la escudera ya que sentía que en vez de veinticuatro horas tenían treinta y dos, por lo menos. Los dos a los que acompañaba se pasaban el día discutiendo porque Caudata era incapaz de mantener su bocaza cerrada por más de dos segundos sin soltar una estupidez.
No era de extrañar que Caudata tuviera a alguien en la mira; siempre estaba buscando conquistas y que Jatty fuera tan cortante y directo con mostrar su desagrado provocaba en el príncipe sentimientos que debían sufrir todos. Solo con verlo, Lope sabía que prendía seducir al escudero costase lo que costase. Si tuvo alguna duda, esta se aclaró cuando Lope dejó a Jatty reposando en cama poco después de que hubiera recuperado la conciencia.
Cuando salió de la habitación, cerró la puerta con delicadeza y, cansada tras haber estado despierta dos días seguidos, se apoyó en ella.
—¿He sido muy duro con él?—preguntó alguien a su derecha. Caudata la estaba esperando cabizbajo.
—Has sido irracional, como siempre—. Esa respuesta lo agitó más de lo que ya estaba y jugueteó con sus manos—. ¿Sabías que no era la Reina Arne cuando lo encontraste?—Él asintió—. Entonces, ¿por qué fingir?
—Es un secreto.
Aquel cabeza hueca no sabía guardar un secreto; una vez Lope cogió piojos por enseñar defensa personal en una escuela y Caudata lo anunció a los cuatro vientos nada más informarle y pedirle expresamente que no dijera nada. No era bueno ocultando cosas y si lo había hecho esa vez significaba que era algo de lo que debía ser muy consciente para no soltarlo. Además, debía ser algo sumamente importante para que ni siquiera se lo dijera a ella, a quien el príncipe le pasaba una guía detallada mensual de sus deposiciones para que Lope juzgara si estaba sano o no: ella nunca accedió a formar parte de eso.
—Oh...Ya sé, la reina Arne te lo pidió, ¿verdad?
Caudata se sorprendió por la agudeza de se escudera; aunque ella lo había dicho al azar, tuvo suerte de acertar a la primera.
—N-no...—trató de negar.
—¡¿Hablaste con la rein-...!?—Caudata la calló poniéndole la mano en boca, indicándole que bajase la voz.
—No puedo decírtelo—.Se cruzó de brazos y alzó la barbilla. Sus coloretes encendidos lo aniñaban aún más, incluso con la cicatriz que le cubría medio rostro.
Ella suspiró, no insistiría; no creía que le fuera a sacar más información.
—Hagas lo que hagas—lo advirtió—, no juegues con él. Ese muchacho acaba de ver como su hogar se hacía cenizas. Lo último que necesita es tu pase de las ocho de payaso, ¿entendido?
Si tan solo hubiera esperado dos días más, sabría lo equivocada que estaba. No quería que Caudata le hiciera daño, pero ahora debía evitar que Jatty fuera quien atacase a Caudata.
De vuelta a la fogata en el bosque, las manos del príncipe temblaban de contener las ganas de acariciar el cabello largo y negro que caía por sus piernas.
—¿Crees que le gusto?—preguntó sin dejar de mirarlo.
—No.
Caudata soltó un sonido de indignación.
—¡Pero bueno, Lope! Soy de la realeza, me debes un respeto, ¿sabes?
—Vete a dormir, Caudata.
—No quiero....—volvió a poner sus ojos en el chico de su regazo—. Necesita descansar.
—Caudata, duerme—.Los ojos verdes de ella se volvieron rojos.
Con dos simples palabras, el príncipe cayó en un profundo sueño y su cuerpo se desplomó contra el suelo; Lope fue rápida en coger su cabeza para que no se lastimara y la posó gentilmente. Con la aparatosa caída, el escudero se despertó agitado al verse encima de su pareja de hípica.
—¿Qué est-...?
—Cállate—. Lope tenía su espada a milímetros de la garganta del chico—. Una movimiento en falso y te mato, ¿entiendes?— Él asintió—. Bien, levántate y camina hacia el interior del bosque.
Dejaron atrás el claro, la hoguera, los caballos y a Caudata. Caminaron por diez minutos, con él delante y la afilada punta del arma en su sudorosa espalda.
—Detente—. Jatty obedeció—. Te voy a dar dos opciones. La primera es que corras y te alejes de aquí.
—¿Y la segunda?—preguntó con las manos en su nuca para evitar que desenvainase su espada.
—Te corto la garganta para que te ahogues con tu sangre.
Lope no vacilaba en sus palabras y tampoco el carmesí de sus ojos, que parecían que se avivaba más cuanto más lo miraba.
—¿Tú también?—rió él con cierta melancolía. Hacía tiempo que no conocía a otro Verde—. No sabía que Alcora tuviera antimonárquicos también.
Lope sonrió al confirmar que estaba en lo cierto: era un Verde.
—Allá donde haya poder, habrá quien quiera arrebatarlo. Pero tú ya lo sabes, has quemado medio reino para matar a Arne, ¿no?
El bosque puede ser aterrador de noche, sobretodo porque no sabes qué bestia puede estar esperando el momento justo para saltarte al cuello, pero, en aquel momento, los dos escuderos eran lo más terrorífico en esas hectáreas. Jatty había dejado su pose sumisa para empuñar su arma y Lope había cambiado su punto de equilibrio para prepararse a atacar.
—Veo que escoges la segunda opción.
—Pensabas matarme igualmente.
—Qué astuto.
"¿Has oído? Van a llevarlos al patíbulo."
"¿Y al pequeño? Deberían matarlo también, no vaya a ser."
"Cada vez son más...Qué miedo."
"Qué horror."
"¡Monstruos!"
"¡Animales!"
Su cuerpo la esquivaba por instinto, Lope no era una rival fácil. Se movía rápida y su espada parecía un látigo en vez de metal forjado. Estaba claro que si dejaba que el filo de su espada lo rozase, perdería al instante; tenía que luchar contra sus propios pensamientos destructivos y contra la escudera más capaz del Cuarto Continente, todo contra él sin parar a descansar.
La presión, los recuerdos y la incertidumbre de la noche fueron demasiado para Jatty; o huía o no sobreviviría a un cuerpo a cuerpo contra ella. Solo había que verlos, en la camisa de él, una mancha de sangre indicaba que su herida se había abierto. Además, no era capaz todavía de respirar correctamente por las secuelas del incendio. Todo su cuerpo ardía, sudaba, cada estocada era más torpe que su predecesora. Lope, sin embargo, no mostraba rastros de cansancio. Solo podía hacer una cosa, por mucho que odiase usar su "bendición" de verde.
—Olvídame, Lope—. Sus ojos oscuros se volvieron rojos también.
Lope pestañeó. Miró a su alrededor y a su mano, que sostenía la espalda en alto contra la penumbra del bosque. El escudero había escapado y se ocultaba en unos matorrales.
Hacía mucho que no usaba aquel truco, teniendo en cuenta su condición física y que Lope era de los Verdes también, el efecto no duraría ni una hora. O eso creía.
Se suponía que tenía que olvidarse de él en cuanto se lo ordenase, eso era el único beneficio como miembro renegado; siempre podría empezar de nuevo si así lo quería, nadie se acordaría de él. Pero Lope volvía a tenerlo acorralado.
—Así que esa es tu bendición—se acercó al matorral, donde el chico asomaba su cabeza—. No difiere mucho de la mía—confesó—. Aunque, lo malo de ellas es que son tan poderosas como inestables...Un simple titubeo y pierden su fuerza.
Jatty estaba seguro de que no había dudado. Realmente quería que Lope lo olvidase para poder escapar, de lo contrario le hubiese rebanado la traquea sin miramientos y para ese entonces ya sería la cena de los lobos. Algo había salido mal, pero estaba seguro que no se debía a su falta de determinación. La única vez, antes de aquella, que su bendición había fallado había sido cuando era pequeño y se debió a que...
—Una Verde, escudera de un príncipe, que tiene una bendición y que usa un nombre falso—comenzó a hablar—. Hay más motivos para sospechar de ti que de mí.
La chica suspiró y soltó una leve carcajada.
—Vaya, realmente eres bueno, Jatty. Aunque deberías dejar de darme motivos para matarte.
—Si eres como yo, sabrás que no quiero hacer daño al príncipe—dijo él, aún usando el matorral como escudo.
—Si somos iguales, realmente he de matarte, chico.
Sus palabras no eran tan feroces como las anteriores, había un rastro de tristeza en aquella frase, pero por mucho que quisiera consolarla, no estaba en posición de empatizar con la persona que buscaba su muerte. Lo que más curiosidad le daba era cómo había descubierto que era uno de los Verdes; no había nada que los diferenciase del resto. Entonces...
—¿Cómo supiste que era un Verde?
La pregunta sacó a Lope de su estado de miseria en el que parecía haber estado recordando algo que prefería olvidar.
—No estaba segura—dijo mirando su espada—, pensaba que era el cansancio lo que traía de nuevo viejas sensaciones—. La chica suspiró—. Cuando un Verde está con otros Verdes...Su sed de venganza aumenta. Llevo dos años sirviendo a Caudata y nunca había tenido tantas ganas de matarlo—confesó riendo con ojos tristes—. Aunque eso se puede deber a que es insufrible, no de la realeza—. Lope se sentó, apoyando sus brazos en la tierra del suelo y mirando el follaje de los árboles que ocultaban el cielo y solo dejaban pasar ciertos puntos de luminosidad—. Quiero a ese idiota como si fuera mi hijo, Jatty. ¿Sabes lo que es tener imágenes explicitas constantes de ti misma matando a tu propia familia?
Claro que lo sabía. Cada día que pasaba con Arne se preguntaba cuántas veces estaría al borde de un ataque de pánico por sus pensamientos intrusivos.
—Lo siento, Lope— pidió perdón por hacerla sentir así sin saberlo. Si alguien entendía el miedo que la escudera debía de estar sintiendo era él.
—Creo que estoy proyectando mis culpas en ti, Jatty—razonó al estar más calmada—. Ser consciente no quiere decir que no te vaya a matar—aclaró.
Ambos rieron, dentro de unos minutos deberían volver a luchar y aunque él lo haría con todas sus fuerzas, en ese estado no era decir mucho. El bosque puede ser aterrador de noche, sobretodo porque no sabes qué bestia puede estar esperando el momento justo para saltarte al cuello, pero, por unos instantes, los dos escuderos sintieron la paz que tanto habían echado de menos los últimos días.
Si hubiese dormido más de hora y media y su herida no se hubiera abierto; si tuviera las fuerzas para luchar y no hubiera sabido que Lope era como él; tal vez, no hubiera dicho lo que dijo acontinuación:
—Antes de que me mates, Lope, concédeme dos peticiones.
—Adelante.
—Dime tu verdadero nombre. Prometo no usar mi bendición, además ya sabes cómo funciona, no sería muy efectiva.
Lope lo consideró, realmente no había una razón para no decírselo, pero ella ya no era la misma persona. El nombre que le habían dado sus padres era el de su abuela y por eso no podía odiarlo del todo. Había cambiado y crecido en los últimos años y "Lope" era su nombre ahora.
—Hay alguien a quien debo decírselo primero, lo siento.
Por su firmeza Jatty entendió que no se lo diría por mucho que insistiera. Al menos, de las dos peticiones, esa era la menos importante.
—De acuerdo, lo entiendo.
—¿La segunda petición?
El chico miró al suelo.
—Encuentra a Arne y llévala a un lugar seguro.
—Te prometo que eso haré—juró cortando la palma de su mano y estrechandola con la de Jatty—. Un juramento de sangre por la seguridad de la reina Arne I de Oltremare.
Le hubiese gustado despedirse al menos de su amiga, poder estar con ella un poco más y asegurarse de que viviera una vida feliz. Le hubiese encantado ser él quien la salvase por una vez. Cerró sus ojos, no se resistiría más, no podía. Sentía que todas sus fuerzas las había gastado los últimos días en lamentarse por no ser un mejor escudero. No quería decir que se había rendido, mas no había otra forma de decirlo.
Jatty Lar esperaba su muerte con el corazón en un puño y, aunque le doliese admitirlo, un poco aliviado por poder, al fin, descansar en paz.
Para la que empuñaba la espada esa vista era como tener de frente a su yo del pasado. Sabía que Jatty no era un mal chico, Caudata le había hablado de él por las cartas de Arne, pero las personas como ellos eran impredecibles. Puede que el joven nunca se atreviese ni a tocarle un poro a Arne; Caudata era otra historia. No se conocían, no había un lazo de confianza; no podía arriesgarse.
Alzó su arma, quería propiciarle un corte limpio para que doliese lo menos posible. Lope también cerró sus ojos.
—¡Que me sueltes, animal!
—¿Eh?—Se sorprendieron ambos a la vez tras escuchar voces y gritos que se acercaban a ellos.
—¡Cállate ya!
—¡Suéltame!
—¡No!
Los dos escuderos se quedaron en silencio y a los pocos segundos dos figuras pasaban a su lado sin percatarse de su presencia. Una de ellas alta y cuadrada, y la otra, llevada a rastras bajo la axila de la primera, menuda y fina.
—¿Arne?