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A las diez de la noche, Elio espera recargado en un poste de luz, una ligera llovizna cayendo, mientras se abraza a sí mismo con una sudadera y capucha negra puesta para pasar desapercibido. Desconoce si son los nervios o el frío que hace que su piel se erice, pero no puede evitar pensar que ha sido demasiado imprudente.
Da ligeros brinquitos para poder quitar de su cuerpo el escalofrío que vuelve a erizarlo de pies a cabeza. Hace más de diez minutos que lleva sacando el celular de su bolsillo para revisar la hora y de paso los últimos mensajes que se envió con Adrián, para checar que sí han sido leídos. Admite que está tenso y un poco ansioso, porque es probable que sea una broma para meterlo en problemas. Pero igual, por cómo Adrián se comportó en la tarde, no cree que haya sido plantado.
Escapar de casa fue más difícil de lo que planeó. Estuvo a su favor el hecho de que tanto el secretario Torres como el tío Arian están ocupados en una cena llena de otros políticos importantes y no requerían de su presencia. No se les ocurrió ni por un segundo que Elio podría escapar con la poca seguridad que le pusieron. De todos modos, eran suficientes guardias para presentar un problema, así que no le quedó de otra que causar un apagón que le dio unos minutos para escapar aventándose de su balcón y después escalando una reja —ganando moretones en el proceso— para salir corriendo sin mirar atrás.
No se está arrepintiendo, está muy seguro de ello al no sentir culpa en absoluto. Aun así, no puede evitar pensar que es triste saber que es la primera vez que hace algo "rebelde" en plena adolescencia. Tiene diecisiete años, y nunca había se había escapado a una fiesta. No había vivido como adolescente, y no planeaba hacerlo después de todo lo que pasó.
Se siente más inmaduro de lo normal.
Elio escucha el sonido del claxon salir de un cacharro gris de algún modelo de auto que desconoce.
Adrián baja la ventanilla manualmente del lado del asiento de copiloto.
—¡Reyes! ¡Sube antes de que caiga el aguacero! —Saluda el presidente estudiantil con una sonrisa gigantesca y terriblemente nerviosa.
Él le hace caso y sube al vehículo, y sin saludarlo, cuestiona:
—¿Tienes vodka?
Adrián Flores se carcajea inesperadamente ante ello, negando con la cabeza, incrédulo.
—Hola a ti también, Reyes.
~*~
Elio Reyes cree que está ebrio. Bueno, claramente lo está porque se está mareando un poco antes de si quiera dar un paso fuera del auto. Sabe que está siendo más imprudente de lo usual, pero sabía que Adrián tendría la solución a sus problemas y preocupaciones: alcohol en la guantera. Como buen chico popular y con vida social fuera de las cuatro paredes de su cuarto, Adrián sabe cómo aguantar más de dos tragos de la botella de vodka. Cosa que Elio no.
—Reyes, ¿habías tomado antes? —Adrián se le ocurre preguntar después de que Elio se empinó la botella como si su vida dependiera de ello.
¿Cuenta un sorbo de cerveza que probé por accidente a los nueve años?, quiso decir Elio, pero mejor se lo guardó.
Así que negó.
Adrián se estaciona a dos casas de la que está abarrotada de adolescentes con música a todo volumen, filas de coches ocupan estacionamientos de otros hogares y pareciera que los vecinos han sido avisados de antemano, porque ninguno está de fisgón ni mandando a la patrulla.
Cuando apaga el motor, Adrián suspira pesadamente, mordiéndose la sonrisa que está extendiéndose por todo su rostro, como si tratara de no burlarse o parecer un idiota en un tema del que es más experto que Elio.
—No estoy ebrio —reprocha Eli, apoyando su cabeza contra el cristal de la ventana, su capucha aún puesta.
—Todavía no —rezonga el presidente estudiantil—. Reyes, creo que deberíamos esperar un momento antes de entrar porque... Ya sabes, no quiero que suceda algún altercado o algo así.
Elio le dedica una mirada, desinteresado.
—¿Bajaremos o tendré que rechazar a tu amiga desde el auto?
Adrián se relame los labios, ahora sí su sonrisa apareciendo y Elio la aprecia desde el reflejo en la ventana cuando abre la puerta.
—Cierto. Sí. Bajemos. Claro. —Adrián se rasca la cabeza, nervioso.
La llovizna quedó en eso. El cielo se está despejando poco a poco con las estrellas y la luna apareciendo detrás de las nubes de lluvia, dejando que la tenue luz los abrace a los dos. Elio se siente extrañamente mejor después de ello, casi quitándose lo mareado.
Adrián carga con dos botellas de vodka que compró ilegalmente (o robó a sus padres, quizá) y cierra con llave su auto semi automático. Están en la entrada de la casa después de unos pocos minutos y no tardan en empezar los susurros y saludos a Adrián con un "¡presidente!" entusiasta.
Elio decide quitarse la sudadera sintiendo calor de repente entre tanta gente en un espacio cerrado en el que la mayoría baila y toma. Siente las miradas, sobre todo la de Adrián, quien lo observa intensamente ante la vista de Elio en unos jeans holgados y una camiseta sin mangas negra, cabello negro revuelto por andar tanto tiempo debajo de la capucha y unos piercings en sus orejas que hace tiempo no utilizaba por petición de su tío Arian (Elio dio un suspiro de alivio al darse cuenta de que no se cerraron las perforaciones).
—¿Qué...? —Adrián no alcanza a decir más porque pronto es interceptado por varios compañeros que lo saludan, eso le da tiempo a Elio de apreciar la casa y el tamaño de ésta: es de dos pisos, pero es inmensa a pesar de que hay un montón de personas ocupando su espacio y haciendo de ella un desastre. Hay decoración de Navidad colgando de todos lados y una que otra calcomanía de Rodolfo el Reno o Santa Claus pegada desastrosamente por las paredes del hogar de Hugo Villa.
Parece que toda la casa está inundada de luces brillantes de varios colores, que van al ritmo de alguna canción que prende a toda la gente. La mayoría tiene que gritar para poder hablar, o estar muy juntos para no llamar tanto la atención.
—¡¿Mi vista me engaña?! ¡¿Es este el famoso Elio Reyes?! —Una risa grave logra que la atención de algunos adolescentes se centre en ellos—. Después de todo, ¡no eras una leyenda urbana!
El chico que llama la atención es el dueño de la mansión: Hugo Villa, quien viste con una camiseta azul marino y unas bermudas caqui, su cabello castaño-rubio peinado hacia atrás con mucho gel, y adornado de mucha plata (una pulsera, un collar y dos relojes). Adrián despeina a Hugo en saludo y este solo alcanza a patearlo en la rodilla.
—Eres un bocón de mierda, palo de escoba —Adrián le saca la lengua.
—Imbécil, ¿a quién llamas bocón de mierda? —Hugo vuelve asestarle una patada, pero ahora en la pantorrilla. Regresa su atención a Elio, quien solo observa con aburrimiento la interacción entre los —que parecen— mejores amigos—. Mieeeeeeerda, creo que podría besarte de lo bello que eres. Tus padres debieron ser tremendamente sexys. Y eres altísimo. ¿Qué? ¿Uno ochenta y algo? ¿Seguro que no eres de otro país? Bueno, con esos rasgos indígenas, no creo...
Elio está a punto de querer darle un golpe en la boca cuando Adrián lo intercepta con una mirada de reproche dirigida a Hugo.
—Amigo, estás siendo irrespetuoso. Ni te has presentado, ni lo has dejado hablar.
Hugo se ríe a carcajadas.
—¿Para qué? ¿Acaso no me reconoce? ¿O es que lo he ofendido? ¡Si solo le he dado de mis mejores cumplidos! ¡Mírale! ¿A poco no es...? —Pero se detiene a media oración cuando Adrián no parece estar bromeando y la gente empieza a preocuparse por si una pelea está a punto de desarrollarse. La música sigue sonando, aunque la tensión esté arruinando el ambiente. Solo entonces, Hugo bufa y empieza a reírse incómodamente, alzando las manos como si se rindiera—: Ok, ok. Lo siento, lo siento. Mi nombre es Hugo Villa.
Elio abraza con un brazo su sudadera y le sonríe a Hugo, como si hace unos minutos no hubiera querido golpearlo hasta dejarle deforme el rostro.
— Elio Reyes, aunque creo que soy más conocido de lo que pensé —se presenta y suspira, revolviendo su cabello.
—Bueno, Reyes, eres el único con un nombre poco común, y válgame, tu padre es el gobernador. Es difícil no ser conocido cuando tienes tantas cosas para nada comunes. —Hay un poco de ironía en su voz, pero con otra mirada pesada de Adrián, Hugo niega con la cabeza, riéndose otro poco más—. ¡Los dejo, amigos! ¡Diviértanse! ¡Mi casa es su casa! Claro, les enviaré la cuenta a sus casas si rompen algo. Advertidos. —Les apunta con un dedo a los dos y después se pierde entre el tumulto de gente, gritando para animar la fiesta.
Elio voltea a ver a Adrián, alzando una ceja para cuestionar qué mierda acaba de pasar. El presidente estudiantil se encoge un poco y le tiende la botella de vodka.
—¡Lo siento! Parece idiota, pero en verdad no es mal amigo. Solo está pasado de copas. No te lo tomes a pecho.
Eli toma la botella y le da un trago en seco, dispuesto a pasar por alto todas las miradas y susurros cuando la música está sonando a todo lo que da y su mente no tarda en dar vueltas.
—¿Qué no me tome a pecho que habló de lo "sexys" que debieron ser mis difuntos padres? ¿O de mis "rasgos indígenas"? Qué fácil será. —Le da otro trago a la botella y avienta su sudadera en un sillón que está por ahí en medio del lugar. Escucha que alguien le reprocha que le cayó encima, pero no le interesa.
—Hey, hey. Lo siento, ¿sí? Juro que solo viene mi amiga, haces eso y no te vuelvo a molestar... —Adrián toca el brazo de Elio con delicadeza, para evitar que las cosas se compliquen más.
Elio resopla y quita la mano de Adrián, pero no se va. Está ahí, no piensa renunciar a saber qué quiere en realidad el presidente estudiantil y la verdad, el enojar a su tío Arian porque no está en la casa, rodeado de guardias donde puede manipularlo, le gana a su propio enfado.
—Está bien.
Adrián sonríe de oreja a oreja, asintiendo y agarrando la botella de vodka para también tomarle un sorbo y le regala la otra a una pareja que pronto se pierde entre la gente. Empieza a moverse al son de la música, aunque sus pasos estén un poco descoordinados, sus caderas danzan sensualmente, con práctica. Elio sabe que el chico popular tiene experiencia bailando.
—Entonces, disfruta de la fiesta antes de que mi amiga llegue.
Elio niega con la cabeza, robándole el vodka y dándolo otro sorbo, pero ahora más largo. Si antes estaba mareado, en ese momento su cabeza parecía perderse entre las luces y sus ojos se adormilan, por lo que decide irse a una esquina del lugar con Adrián siguiéndole el paso, solo para apoyarse en la pared y observar cómo el presidente estudiantil encuentra a una pareja de baile.
Una chica morena con la cabellera negra cayéndole hasta la cintura toma a Adrián Flores de la cintura. Elio no debería verlos, ni siquiera prestarles suficiente atención para observar cómo la mano de Adrián cae en la cadera desnuda de su pareja de baile, moviéndole al son de las suyas, mientras se pegan y cantan al unísono la canción que suena por los altavoces. Pronto se andan comiendo la boca en el calor del momento, la bebida y la música retumbando en cada pared de la vivienda. Adrián le corresponde con afán, pero sus ojos están abiertos y observan a Elio en todo momento... y le sonríe.
Elio desvía su mirada, y toma otro trago. Mierda.
~*~
No sabe cuánto tiempo pasa. Cada imagen parece distorsionarse en su mente, y cree que está drogado. O tal vez muy ebrio. Encontró sitio en el sillón donde acabó su suéter hace rato, pero no estaba ahí, así que dedujo que debieron robárselo. Espera no morir de frío al regresar a la casa de Arian. Aunque el sudor adorna su cuerpo y su cabello se le está pegando en la frente, y no sabe si es por el alcohol o porque el lugar está atestado de gente.
De lo único que está seguro Elio en ese momento, es que nunca debió tocar esa botella de vodka, ni por más que se sintiera como una mierda, pareciera divertido enojar a su tío y creyera que era interesante saber qué tramaba Adrián. Ahora... se está arrepintiendo un poquito. Cree que está a punto de vomitar.
Entonces, alguien lo agarra del brazo y se pone entre sus piernas.
Adrián lo toma de las mejillas y toma su temperatura.
—Mierda, Elio. ¿Estás bien? No te encontraba. Mi amiga llegó hace como una hora y no podía encontrarte. Hey. No te duermas. — Elio escucha la preocupación en el tono de Adrián, y su ceño fruncido junto con el toque de su piel contra su frente se lo asegura—. Elio, responde. ¿Cuánto tomaste? Mierda. No debí dejarte solo.
Eli suspira, dejando el silencio de lado. Cada parte de su cuerpo sintiéndose pesados, como si estuviera cargando una caja llena de pesas.
—Necesito salir de aquí.
Adrián sonríe de lado, negando con la cabeza.
—Carajo, claro que sí. Vamos a subir un momento. La fiesta no va a terminar hasta en un buen rato. —Adrián lo abraza por los hombros, para que pueda estabilizarse y ayudarlo a subir las escaleras. No escucha mucho después de eso. La música sigue a todo volumen, la gente grita y canta, baila y se droga o emborracha.
Abre un cuarto lo más lejos de las escaleras posible, Elio apenas puede escuchar el murmullo de la fiesta. Sus sentidos parecen desorientados, pero aún está un tanto cuerdo, aunque su cuerpo esté todo adolorido y ardiendo. Las manos de Adrián lo guían con delicadeza a la cama que hay en la habitación, sentándose los dos al mismo tiempo. Sus respiraciones son lo único que se escuchan.
—¿Cómo te sientes, Elio?
Eli bufa, acostándose en la cama con una mano sobre su frente.
—Como una mierda.
Adrián se ríe, también echándose a su lado.
—Me imagino. Lamento dejarte solo. Debí imaginarme que no podrías aguantar el alcohol —el presidente estudiantil suspira entre dientes—. Pero, lo bueno es que te encontré y estás bien.
—Me va a matar si llego así a la casa... —murmura Elio medio lúcido.
—¿El gobernador?
Elio bufa otra vez, riéndose.
—El imbécil de mi padre. Ah, espera, me dijo que no le gustaba que le dijera así —su lengua empieza a soltarse y sabe que es el efecto del alcohol, pero no puede parar y pensar en las consecuencias, así que solo sigue—: Lo odio.
—¿Lo odias? ¿Por qué?
Elio niega, volteando a ver a Adrián, quien espera paciente su respuesta.
—Porque es un imbécil.
Adrián sonríe de lado, acomodándose para que su cuerpo lo encare, sus manos debajo de su mejilla apoyada en el colchón. Tiene una expresión tan pacífica, pero sus ojos parecen atormentados, como los de Elio. Algo no está bien, pero no tiene la lucidez para explicarse qué es y por qué. Están a oscuras, en una cama desconocida y la única iluminación que hay es un ventanal que deja entrar la luz de la luna.
—Adrián. —Llama, entrecerrando sus ojos porque todo está empezando a doler y siente que la habitación está dando vueltas. ¿Qué mierda tomó? ¿Así se siente tomar vodka? Lo detesta—. ¿Tu amiga era real? ¿O por qué me querías aquí?
El chico no le responde, en cambio le observa por un largo rato antes sonreír.
—¿Cómo te sientes, Elio?
Da la casualidad, que Elio ya no se siente él mismo. Su cuerpo está empezando a arder más de lo normal, y sabe que eso no es por el alcohol. Está siendo estudiado desde hace rato, y la paciencia que reconoció en Adrián no es por querer oír sus respuestas de su vida de niño adoptado y atormentado.
Elio se da cuenta que es un idiota. Un arrogante estúpido. Nunca debió arrebatarle esa botella. Nunca debió tomarla.
—No... sé... —su lengua está pesada y no puede formar ninguna oración coherente.
No mucho después, escucha a lo lejos la puerta abrirse, una persona conocida haciéndose presente en la habitación, ruidoso y mal hablado.
—¿No tardó mucho en hacer efecto esa porquería? Pagué un montón, ¿y para qué carajo? ¿Crees que se le pare estando tan drogado? Dos horas para que apenas se desmaye. Iba a morir de desesperación allá abajo.
—No seas idiota. ¿Para qué necesitas que se le pare? Solo van a hacer las fotos...
Elio hace un quejido de dolor, y se toca la frente porque su cabeza parece que va a explotar. ¿Qué mierda le dieron? ¿Qué carajo está pasando? ¿Por qué Hugo Villa está en la habitación con Adrián?
—¿Oh? Elio Reyes, ¿sigues despierto? —Una ruda mano lo toma de sus mejillas con fuerza para apreciarle el rostro sudoroso y adolorido—. No vas a creer las cosas que uno se encuentra cuando se les paga a las personas correctas. ¿Tu papito adoptivo sabe que eres un maricón de mierda? —Hugo se ríe, y la mano empieza a apretarle más su rostro—. Vas a hacerme ganar mucho dinero o tu papito va a tener que despedirse de su carrera y la tuya, pinche indio maricón.