Advertencias: Abuso sexual implícito y pensamientos depresivos que pueden incomodar al lector.
Elio Reyes tenía catorce años cuando supo que algo andaba mal en él.
Bueno, siempre hubo algo mal en él, si es completamente honesto. Pero, se sintió peor cuando llegó la pubertad y se dio cuenta que no compartía la misma admiración que sus compañeros por el género femenino. De hecho, todo lo contrario; no comprendía por qué eran interesantes físicamente hablando. ¿Qué era atractivo en ellas? ¿Por qué todos los chicos de su salón estaban tan obsesionados en conseguir novias y besarlas? ¿O qué estaba descompuesto en él que las chicas le fueran indiferentes?
No fue hasta después, entendió que prefería besar a un chico.
En ese entonces, solo tenía un amigo cercano; su nombre era Cruz, de la misma edad, con un temperamento más malhumorado que el suyo, sumamente desconfiado e indiferente. Pero, para Elio fue suficiente. Ninguno de los dos era popular ni en el colegio ni en el pueblo, así que los dos terminaron siendo la compañía del otro. Elio tenía la atención de Cruz, y viceversa. Hablaban de todo un poco, aunque nunca sobre sus vidas familiares; Elio no le habría importado porque en su casa todo era tranquilo, sin embargo, con Cruz era diferente: los rumores iban de que su padre era abusivo tanto con su hijo y esposa, y lo desvergonzada que era ella al prostituirse para alimentar al niño, por lo que era entendible por qué era tratada así.
Un día en el colegio, Cruz habló sobre su mamá. No fue nada fuera de lo común. Elio entendió ese gran paso y quiso también confiarle algo a su amigo, así que le confesó que le gustaban los chicos.
Ese día recibió el primer puñetazo de su vida.
Todo se fue en picada desde ahí. Cruz le contó a toda la escuela que Elio intentó besarlo.
Su padre, Juan, quiso sentarse con él para platicar sobre esos rumores; Elio lo evitó siempre que pudo. Era demasiado. Nadie parecía entenderlo, y su madre, Sasil, por más que lo consolara, era insuficiente para calmarlo. Las cosas nunca mejoraron desde ese punto, y su familia sufrió las consecuencias de la confianza que le brindó a Cruz. ¿Tan asqueroso era él para que todo el pueblo lo repelara como una plaga? ¿Qué veían en Elio para lucir tan aterrorizados de su ser?
Ahora, años después, Elio sigue siendo perseguido por sus demonios.
Con el cuerpo sintiéndose pesado, sus manos apenas capaces de moverse para tomar entre ellas las sábanas de la cama, escucha la risa maliciosa de Hugo, apuntándolo con la cámara de su celular, mientras Adrián respira temblorosamente contra su cuello y desabrocha sus pantalones.
Elio no hace ningún ruido. No se mueve. No llora. Su mirada está vacía. Ha estado vacía desde que se quedó sin nada. ¿De qué sirve defenderse? ¿De qué sirve reaccionar? Es lo que es. Su castigo divino, quizá. Algo está mal en él y tienen que castigarlo por ello, ¿no es así? ¿No?
No está del todo consciente. Su mente está esclareciéndose, pero sus sentidos siguen un poco lentos y perdidos. Así que, en algún punto de la situación, se pregunta si valió la pena. Si la fiesta, su curiosidad, su estupidez y arrogancia valieron la pena para terminar en ese momento. También se pregunta si su tío Arian lo está buscando. Lo imagina sentado en esa silla de piel tan cómoda, con el teléfono encima de ese escritorio tan ordenado y limpio, sin nada fuera de su lugar ni siquiera estando estresado, la llamada en altavoz con el secretario Torres, que, otra vez, sirve como su niñero y el de los mandados, buscando sin cesar al adolescente que no deja de meterse en problemas. ¿Qué pasaría si los dos se enteraran que Elio está teniendo sexo con un chico? Probablemente sea echado. Elio quiere reírse, porque, ¿qué es una persona más despreciándolo? No importa. Es lo de menos, aun si es su tío; su tutor, su nuevo padre. El único que le queda. Aún si son las únicas personas que cuidan de él.
Todo está bien. Todo está bien. Todo está bien.
Es solo una pesadilla.
Las caricias de un ladrón no se sienten bien en su piel. Solo queman, como si estuvieran dejando marcas que no se borrarán por un buen tiempo. Pero, está bien. Puede vivir con esas cicatrices también. Sabe que se lo merece.
Respira. Ya pasará. Está bien.
Merece morir. Merece ser olvidado. Merece desaparecer...
De pronto, la habitación se queda en un tortuoso silencio.
Hay un murmullo de la música al otro lado de la puerta, no obstante, no hay más risas, ni comentarios maliciosos, ni siquiera siente los dedos de Adrián sobre su cuerpo. Alza con cuidado el brazo de su rostro, y se da cuenta de que en algún punto empezó a llorar al sentir humedad en sus mejillas. Trata de no pensar en ello mientras se levanta con una mente menos ida que antes. Es como si solo el alcohol se hubiera quedado en su cuerpo, sin la droga en su sistema. Se observa a sí mismo, con los pantalones abajo junto con su ropa interior y su camiseta arrugada encima de su estómago. Rápidamente se acomoda cada prenda y limpia los rastros de humedad de su rostro.
Se siente como si acabara de despertar de un mal sueño.
No es hasta después de abrir y cerrar sus ojos para acostumbrarse, que ve los cuerpos de Adrián y Hugo y sabe que algo está mal. Muy mal.
Un grito ahogado se queda atorado en su garganta.
Qué mierda. Qué mierda. Qué mierda. Qué mierda.
En su mente pasan mil cosas antes de siquiera moverse. Su cuerpo actúa por reflejo cuando siente la primera arcada. (Hay rostros). Debe de levantarse, lo sabe. Tiene que salir de ahí. Pero, su hermana con sangre en la frente, no reaccionando a su llamado aparece en su cabeza. La escena empieza a repetirse sin botón de pausa, y el ataque de ansiedad llega como si un autobús lo atropellara. Su respiración errática empieza a llenar la habitación y cree que está por desmayarse cuando los gritos en el impacto inundan cada rincón de su consciencia. Recuerda cada olor, sensación y emoción, todo de golpe. También está la mirada de su padre por el espejo retrovisor; enojado, decepcionado y triste. Después está el suspiro de su madre, dolido y preocupado. Su hermana aparece en algún punto, con su voz tratando de levantarle el ánimo y fallando... Después está él: "¡Nadie te lee, papá! ¡Entiende que nadie quiere leer tu porquería! ¡Consigue un trabajo de verdad! Míranos, nos morimos de hambre, ¿y por qué? ¿Por tu maldito sueño?"
¿Qué ha hecho? ¿Qué mierda hizo? Es su culpa. Sí, fue su culpa. Todo es su culpa.
No. No. No. No, no, no, no.
Cuerpos, sangre, cristales rotos, las sirenas de la ambulancia. La gente observa, acercándose, sintiendo pena. ¡Cómo! Cómo se atreven. No nos miren. No miren.
Siente las manos pegajosas, despegándolas de su rostro se da cuenta del color rojizo que las baña. Otra arcada. (Es un milagro que sobrevivieras, Elio). Tiene que levantarse. Tiene que huir. Tiene que salir. (¡Es un demonio! ¡La desgracia que mató a su familia! Una maldición). La habitación da vueltas aún, pero Elio logra ponerse de pie e ir hacia la puerta, golpeándose contra la pared en su salida. (La mirada grisácea de Arian se cierne sobre él, lo juzga sin piedad, porque sabe que es el culpable de las desgracias. Lo odia. Cómo se atreve). La música retumba en cada espacio de la casa, nadie parece reparar en él. Eso es bueno; no tiene tiempo para platicar con alguien. (Lo odia. Se parece a papá. Lo castiga con su voz tan parecido a la de él. No hay amor. No hay nada. No puede verlo sin sentir que papá es él y lo odia). Debe correr. Así que lo hace, esquiva y empuja a cada persona que hay en su camino, sin importarle lo mal que lo vean. Las luces ciegan los sentidos, igual que cada gota de alcohol que envuelve a las personas en esa pista improvisada de baile. Solo quedan unos pasos antes de la entrada de la casa, pero se siente cada vez más lejos. Se tropieza con unas chicas que lo insultan buscando pelea, mas, Elio las ignora. Apenas puede estar de pie, de manera que intenta utilizar a otras personas como impulso para tomar el picaporte y girarlo.
Y respira.
Después vomita.
~*~
Hugo y Adrián están muertos.
Otra vez tuvo un episodio y huyó de la escena.
Esas cuestiones siguen rondando en su mente aún cuando el frío cala en cada parte de su cuerpo y se siente sudoroso de tanto vomitar en los arbustos de la casa de Hugo, casi haciéndolo encima de unos compañeros del colegio que alcanzaron a brincar al ver las señales en alguien que combinó varias cosas en muy poco tiempo.
Debe estar demente.
Pasó lo mismo con el pájaro y las plantas de su madre.
Elio atrae muerte.
Elio marchita vida.
Ahora, con los guardaespaldas de su tío escoltándolo dentro de la mansión, Elio piensa que debería morir. Arian debe estar despreciándolo, por lo que no se sorprende hallarlo en la entrada caminando de un lado hacia el otro y un ceño tan fruncido que podría causarle más arrugas en la frente. El secretario Torres está a su lado, la preocupación pintando cada una de sus facciones, más cuando lo visualizan hecho un desastre. Sí, su ropa está salpicada de vómito (y debe oler a ello), sus pantalones llenos de tierra y sus tenis están raspados de algo que parece lodo, su cabello enredado luce como un nido de pájaros y su rostro está más que pálido. Elio da la impresión de que lo secuestraron y lo revolcaron en algún estanque de aguas negras.
Los dos hombres a cargo de su bienestar siguen en su vestimenta política: la guayabera blanca, cabello tan lleno de gel que puede verles la calva, y esos pantalones negros que parecen tener en cantidades exorbitantes.
Arian espera que los guardias lo escolten dentro del lugar y los dejen solos, y también de la presencia de Antonio Torres, quien aprieta con fuerza su celular con la vista cae en el suelo obedeciendo y retirándose. Una vez que están en un silencio tan tenso que cualquiera de los dos teme romper, Arian toma el primer paso:
—¿En qué puta mierda estabas pensando? —Suelta, sintiéndose como si la pregunta la hubiera estado resguardando en lo más profundo de su ser desde que Elio desapareció. Un suspiro cortante llena la casa, una de sus manos cubriendo su vista, tratando de calmarse.
Elio se queda callado, su mirada contemplando a su tío, quien no alza la voz ni siquiera ahora.
—¿Y bien? ¿No vas a disculparte? ¿O siquiera explicarte? —Arian se cruza de brazos, expectante. Elio no va a darle ni mierda.
—¿Por qué debería? —Escupe.
Arian se ríe, incrédulo.
—"¿Por qué deberías?" Ok. Disculpa. Pero, son las tres de la mañana. No estabas en tu puta habitación donde te dejé con guardias. Tuve que terminar mi reunión antes de tiempo, porque Elio Reyes desapareció cuando mágicamente la luz se fue. ¿Sabes desde qué hora estamos buscándote o te haces? ¿Sabes cuántas personas tuve que despedir por tu culpa? ¿O es que no tienes nada de consciencia?, ¿eh? —Arian pronuncia cada oración como si estuviera a punto de explotar, viéndose tan aterrador que Elio siente que va a vomitar otra vez, pero no desiste de su mirada.
—Yo no fui quien tomó la decisión de despedir a esa gente, ¿o sí? Así que no me hables de culpa. — Elio se abraza a sí mismo, y desvía su vista de él.
Arian suspira, poniendo dos dedos en el puente de su nariz, y toma la decisión de acercarse a Elio, respirando con fuerza.
—¿Dónde estabas, Elio?
Elio se encoge.
—En una fiesta.
Arian aprieta sus labios en una fina línea, y Elio casi puede escuchar cómo algo explota en su cabeza, tal vez lo que retenía la furia que cubre cada una de sus facciones hasta casi hacerlo parecer un villano con tantas sombras encima.
—Dime, Elio, ¿tomaste? —Hay una pausa larga después de esa pregunta, no necesaria porque es obvia la respuesta—. ¿Te drogaste?
Elio se estremece recordando cómo Adrián lo tocaba y besaba, tomándose su tiempo para bajar sus pantalones mientras Hugo lo observaba con esa sonrisa llena de malicia que oscurecía su mirada. Esa maldita cámara capturando cada reacción en él, hasta el punto de que tuvo que juntar la fuerza necesaria para cubrirse el rostro con un brazo, todo dando vueltas.
Siente las arcadas, por lo tanto, se cubre la boca.
Arian malinterpreta esa reacción a como si se estuviera burlando de él.
—Eres repugnante. Una decepción. ¿Te has visto en un maldito espejo, Elio? —Su tío se echa hacia atrás, incrédulo y rabioso.
No contesta, temiendo que termine de la peor forma si lo hace. Teme que no pueda guardarse en lo más profundo de su ser lo que pasó esa noche, lo que tanto está desesperado por enterrar y olvidar. Pero es imposible, lo sabe y es peor cuando Arian trata de tocarle el hombro y Elio brinca de su lugar y le da un manotazo, temblando.
—No... no me toques —es lo único que alcanza a mascullar.
Arian frunce el ceño, cruzándose de brazos, y Elio sabe que está malinterpretando cada reacción suya como si fuera su culpa. Sin embargo, no se atreve a corregirlo.
—¿Qué mierda está mal contigo? ¿Es que nada de lo que te he dado te alcanza?
Ah, con eso va a comenzar.
—Yo nunca te lo pedí. —Por fin, Elio alza su mirada, desafiante—. Nunca te pedí que me dieras esta vida de mierda.
Entonces, Elio sabe que tocó una fibra sensible, porque el aire se siente más tenso que antes y acalorado, a pesar de que está temblando. No alcanza a percibir ninguna emoción que pasa por la mirada de su tío, mas, está consciente que logró su cometido: Arian explota.
—¡Mírate, Elio! ¡¿Crees que te adopté para que me dieras esta versión tuya?! ¡¿Crees que te adopté para soportar cada comentario malicioso y lleno de mierda?! ¡Tus padres no te educaron para que seas un infeliz egoísta que solo echa a perder sus oportunidades en la vida para irse a revolcar con cualquiera! ¡Yo no te adopté porque quería! ¿A dónde crees que ibas a parar si yo no te ofrecía mi mano? ¡¿Eh? ¡Tus padres estarían decepcionados de esta mierda de persona que te has convertido!
Lo que se temía. Otra vez las arcadas surgen, sus rostros apareciendo para recordarle que todo es su culpa. La responsabilidad recae en él, porque es el único que está vivo y no puede retractarse ni pedir perdón por los comentarios egoístas que hizo para poder lastimar a su padre, a su familia. Lo sabe. Sabe que todo se pudo evitar si tan solo hubiera sido un buen hijo. Alguien diferente. Alguien del que se sientan orgullosos.
Furia. Siente la furia burbujeando en cada rincón de su cuerpo. Lágrimas furiosas caen por sus mejillas, mandando a la mierda la regla de no llorar enfrente de su tío, porque qué carajo, ¡qué mierda le pasa! ¡¿Cómo se atreve a hacerle recordar lo mierda que es?!
—¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves! ¡Tú no me conoces! ¡No los conoces! ¡Cómo te atreves a hablar por ellos! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Eres una mierda! ¡Te odio! ¡No eres nadie! ¡¿Quién mierda te crees para creer que nos conoces de alguna forma?! ¡Eran mi familia, no la tuya!
—¡¿Qué quién me creo?! ¡Él también era mi hermano! ¡También eran mi familia! ¡Estoy atorado contigo porque no tengo más remedio!
—¡Entonces tírame a la calle! ¡Échame si quieres! ¡No me importa! ¡Pero no te atrevas a decir que eres mi familia! ¡No eres nadie! ¡Nadie! ¡¿Cómo te atreves a hablar de ellos cuando nunca te dignaste a ayudarnos?!
—¡Niño malcriado! ¡No sabes nada! —Grita Arian de vuelta, pasando una mano por su cabello, revolviéndolo.
—¡Viejo imbécil! ¡Malnacido! ¡Egoísta! ¡Idiota! ¡Pendejo! ¡Estoy cansado de ti!
—Esto solo comprueba lo malcriado e inmaduro que eres. ¡Crece ya! ¡Haberlos perdido nunca excusarán este tipo de arrebatos y berrinches! ¡Yo también estoy cansado! ¡Cansado de ti, de mí y de todo lo que conlleva esta relación! ¡Lástima que esté atorado contigo! ¡Sí, lo lamento! ¡Lamento haber sentido pena por el huérfano que ahora eres! ¡Lamento esta situación! ¡Lamento cada una de las interacciones que tenemos porque me cansas! —Arian cierra sus ojos y se masajea la entre ceja, apretando los labios para después soltar en un suspiro tembloroso—: No puedo soportarte.
—Te odio — Elio susurra de vuelta, con lo único que le queda de su arrebato.
Lágrimas gruesas siguen rodando por su rostro, sintiéndose más solo que nunca, con un vacío creciendo en su ser, teniendo que soportar más de lo que puede soportar. Y admite, de alguna forma, que cada palabra de su tío se ha sentido como apuñaladas. Sabía que su tío nunca lo ha querido, ni que fue adoptado por cariño, sino por remordimiento y responsabilidad. Es lo único que queda del hermano de Arian: un niño malcriado, berrinchudo que siempre está causándole problemas y que no soporta.
—Sí, bueno, me quedó claro las cuatro veces que lo repetiste, Elio —dice su tío, sin un deje de burla, simplemente harto de su sobrino y el cansancio emocional que conlleva.
—Eres...
Arian niega repetidamente con la cabeza, y lo interrumpe:
—No quiero volver a rebajarme a tu nivel. Así que sugiero que te largues a tu habitación. No quiero verte en este momento, Elio.
Su tío no tiene que repetirlo, Elio aprieta sus manos en puños y se da la vuelta, sin notar cómo el hombre se derrumba contra el sillón, cubriendo su rostro en sus manos mientras suelta lágrimas de frustración.
~*~
La habitación es un desastre para cuando está sentado en el suelo, rodeado de tierra y plantas muertas, libros y libretas rotos a la mitad, las hojas llenas de escritos y notas musicales plagadas por todo el espacio de la habitación. Un arrebato de rabia y enojo, arrepentimiento y vergüenza sacando lo peor de sí mismo, para terminar ahí: en un esquina con el libro de Reyes de Oro y Plata en su regazo, pensando si romperlo a la mitad o no.
Al final decide que no.
Sigue frustrado y enojado con su tío, Adrián y Hugo, sus padres e igual con consigo mismo. Sobre todo, con él por haberse dejado llevar por las emociones y actuado por impulso, soltando cada pensamiento e insulto que se le pasara por la mente, nada más para irritar más a su tío. Quiso decir cada uno de esos comentarios, pero usualmente se muerde la lengua y decide no soltarlos, ahora siente que pierde más control sobre sí mismo. Como si algo estuviera roto en él y no es normal. No se siente normal.
Tal vez sea porque fue una noche de mierda y su tío exigía respuestas que Elio no pensaba (ni piensa) compartir.
Acaricia distraídamente la portada del libro, pasando su yema del dedo por el filo de cuarzo roto.
Quiere que su vida se vaya como un suspiro.
—Detesto esta vida de mierda. Solo quiero desaparecer —murmulla bajo su aliento.
Sisea de dolor al cortarse con el cuarzo. Suelta una maldición dirigiendo su dedo lastimado hacia su boca y saborea el sabor metálico de su sangre, para limpiarlo. Distraídamente observa el libro por si lo manchó de la portada por accidente, pero algo llama su atención: el cuarzo se oscurece de un rojo vino. ¿Era de ese color? ¿O se lo está imaginando?
Niega con la cabeza, sacando el dedo de su boca solo para notar que nunca hubo algún corte.
Elio avienta el libro lejos de él, contemplando que tal vez puede ser un demente y ahora sufre de alucinaciones. Sí, es lo más seguro. Después de todo, la culpa que carcome su consciencia le está jugando una cruel broma. Lo castiga con pesadillas, imágenes, sensaciones, gritos e insomnio.
Solo quiero morir, piensa antes de apoyar su cabeza contra la pared y llorar un poco más.
Qué cansado se siente.