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Chapter 11 - 7

Elio está en el piano, tocando la melodía favorita de sus padres; esa canción lenta que escucharon una vez en la radio y nunca dejaron de buscar hasta darle un nombre. No lo recuerda, y trata de hacerlo porque su padre la tararea y posa su mejilla en la cabeza de él. Es como si nunca se hubiera ido y lo tuviera a su lado, parecido a cualquier fin de semana, donde solo se la pasaban tocando música, leyendo o viendo una que otra cosa en la televisión a la que a cada rato se le iba la señal.

Pero, no estaban las risas de su hermana, ni el tarareo de su madre que siempre acompaña al de su padre. Solo están ellos dos en una habitación que se siente vacía, lejana y extraña, y sin embargo, tan familiar.

Elio lo abraza por la cintura, como si aún tuviera diez años, huyendo de las miradas y palabras crueles de los demás, tratando de sentirse protegido y querido por última vez. Cómo lo extrañó. Ah, su padre. Trata de sentirlo lo más cerca de su cuerpo posible, para no olvidar la sensación, porque lo sabe; es un sueño.

—Te extraño, papá. Lo siento, lo siento, lo siento. Perdóname.

Juan no dice nada, simplemente sigue tarareando y presionando su mejilla aún más.

—Quisiera que esto no fuera un sueño —murmura con el llanto ahogado adornando su voz.

—Debes soltarme, Elio. —Su padre acaricia su cabello.

—No quiero. Solo desaparecerás. Quiero ir con ustedes. Llévame contigo.

Siente la risa de Juan vibrar en su pecho.

—Eli, no puedo llevarte conmigo.

—Sí puedes. Puedes llevarme. Será como dormir y no despertar jamás. Por favor. Te lo suplico.

Juan se suelta un poco de su agarre para verlo a los ojos y acariciar su rostro con cariño. La tristeza adornando sus facciones borrosas, como si Elio se estuviera olvidando de cada detalle, de cada arruga e imperfección que lo hacía su papá.

—Mi querido, querido Eli, entonces ¿qué sentido tuvo morir?

°°°

Calendario Reino Eclipse: AÑO 999, del MES 12.

Había alguien más en su sueño, es lo primero que recuerda cuando abre los ojos y el brillo de la recámara lo ciega por un momento. Vuelve a cerrarlos, tratando de recrear la imagen del chico de su edad que estaba al otro lado del cristal que los separaba. Dijo unas palabras que ahora se oyen ahogadas, perdidas, en una lengua desconocida, tal vez inexistente, y una de sus manos —llena de runas— estaba tendida, esperando porque Elio tomara una decisión. Era una trampa. Pero ¿por qué recuerda haberla tomado? ¿Por qué tiene la sensación de que ha sido timado? Como si el sueño haya sido real.

Solo recuerda una palabra —o tal vez un nombre—: Amaris.

¿Por qué suena tan familiar?

Abre sus ojos por segunda vez, parpadeando varias veces hasta acostumbrarse y lograr sentarse en la cama con un poco de dificultad, como si no hubiera podido utilizar su cuerpo en un buen rato; solo una ligera sensación de que ha estado durmiendo por mucho tiempo con cada parte de su ser hormigueando ante una energía a la que nunca había sido expuesto antes.

Entonces, se percata de la habitación.

Oro resplandece en cada rincón de la alcoba: en las cortinas, el marco de los ventanales, dibujos que están tallados en las puertas de caoba, y en las paredes de piedra con trozos incrustados. Hay libros por doquier, acumulando polvo en sus portadas sin nombre, las plantas están enredadas en cada esquina de la cama, y raíces de los árboles levantan parte de la piedra del suelo, también con pedazos de oro. Parece que ha estado abandonada por un largo tiempo, se ve tan descuidado pero muy fantasioso. Da la impresión de que está en un cuento de hadas. Aún más cuando los ventanales dan hacia un jardín con flores en diferentes colores y tamaños, con arbustos que crecen salvajemente para abrazar el camino que hay entre dos columnas de árboles; quizá es un sendero que da hacia otro cuarto o tal vez a una salida.

Elio siente un dolor agudo en la cabeza, por el que pronto hace una mueca. Es como si lo hubiera arrollado un camión. Hasta le falta un poco el aire y fuerza cuando sus piernas quedan colgando de un lado de la cama. Intenta caminar para explorar el lugar con más detenimiento. Sin embargo, sus piernas lucen y se sienten como gelatinas, por lo que va a paso lento en lo que se recupera.

La cama está en medio, con los ventanales a su izquierda, la puerta de caoba con un dibujo de oro —ahora que está de pie, observa que es una víbora con espinas a su alrededor— incrustado en medio, en una esquina de la habitación hay un cuarto pequeño de baño junto a una tina de oro, un guardarropa de roble en la otra esquina, un escritorio a su derecha con más libros con títulos —Reinado de la Reina Eclipse (Año 1-50), Manejo de la Esencia (Primer Año), Alquimia, Runas y su Correcto Uso, Manejo de la Esencia (Tercer Año), Esencia Pura, Historia del Reino Eclipse— y hojas con manchas de tinta, también hay un espejo majestuoso a un lado de éste, un símbolo de un Eclipse en la parte superior.

Es tan irreal que cree que está soñando.

Aun así, ¿por qué tiene el presentimiento de que está olvidando algo importante?

La cabeza sigue punzando, tratando de recordar.

Y es cuando lo ve a él.

O se ve a sí mismo.

Lágrimas empiezan a resbalar por sus mejillas, el nudo en su garganta apretado como una soga, acallando cada quejido y grito que quiere dar. Sus ojos se abren lo más posible, el terror nublando cada facción desconocida y tan vívida. No se reconoce. No sabe quién es ese que le devuelve la mirada. Sus manos tiemblan contra sus mejillas cuando se toca el rostro, para asegurar que sí es él y no su imaginación jugándole sucio. No sería la primera vez. Pero, no. Es real.

Es real.

Qué mierda.

¿Quién mierda es ese?

Es cuando grita de angustia. Con las uñas de ese cuerpo desconocido empieza a lastimarse la cara, tratando de despertar y volver a la normalidad. Debe regresar. Todo empieza a dar vueltas, no respira y sus sentidos comienzan a fallar de nuevo. Tiene que huir. Tiene que salir de ese cuerpo. Porque si no, ¿cómo su tío Arian lo reconocerá? ¿Cómo podrá encontrarlo si ni siquiera sabe dónde está, quién es o cómo regresar? ¿O cómo carajo terminó así?

Dios, ¿está muerto?

No. No. No, no, no, no, no. NO.

Otra vez su cabeza sufre un dolor, que lo derrumba. Las rodillas pálidas, llenas de cicatrices desconocidas, se raspan contra el suelo de piedra, sus manos caen igual, la cabeza entre ellas, mientras el dolor persiste. Su frente gotea de sudor, cayendo contra la piedra, mientras más y más visiones pasan con rapidez. No. No son visiones, sino recuerdos. Todo comienza a arder y cree que no podrá aguantarlo por mucho tiempo sin explotar.

Tío Arian, ¿en quién me convierte esto?

Tío Arian.

Tío.

Arian.

El llanto se hace más intenso, el dolor sigue surgiendo, como si le estuvieran taladrando la cabeza para obligarle recordar cada detalle de los últimos momentos junto a Arian. No tiene ni puta idea qué está sucediendo. El cuerpo suda del esfuerzo de Elio por mantenerse cuerdo, y hay algo dentro de sí que empieza a rasgarse; destruirse poco a poco.

La anciana profética aparece primero, presionando una mano huesuda contra su pecho y Elio apenas alcanza a jadear, en lo que ella habla:

—No mueras en vano, Elio Reyes.

Después, su tío contándole la verdad sobre su padre, esa mirada vulnerable y triste, y Elio no puede procesarla sin sentir que es su culpa, de alguna forma. ¿De qué manera podrá verlo a los ojos ahora que tiene responsabilidad más allá de unas cuantas palabras crueles hacia su familia? Nada tiene sentido. Nunca lo tuvo. Está maldito, roto y posiblemente, sea un fenómeno.

Y entonces, cuando el remordimiento más lo consumía, su tío suelta:

—Elio, tu padre se suicidó y yo lo ayudé a hacerlo.

También aparece Tres Piernas, quien lo traicionó al contarle a su tío sobre su naturaleza, la parte más oscura y retorcida de sí mismo. Lo que atormenta sus pesadillas y eriza su piel cuando trata de replicar cada acontecimiento a solas. En sus recuerdos, ella es una señora que se aprovecha de sus alumnos, los utiliza a su conveniencia y finge inocencia.

—¿Temes tanto al rechazo que te encierras en ti mismo así nadie pueda lastimarte?

Maldita hija de perra.

Hija de puta.

Malnacida.

Y entonces, Adrián encima de él, respirando con pesadez, aparece para hacerlo casi vomitar.

—¿Cómo te sientes, Elio?

Hipidos ahogados, mientras reacciona ante esas palabras. A lo lejos, escucha la piedra agrietándose, más, más, más, más. A su alrededor el aire se espesa, su respiración errática está perdiendo ritmo, y se da cuenta de que la ropa que lleva es un camisón sin nada debajo, y no puede estar consciente por mucho tiempo, yendo y viniendo en un sinfín de conversaciones que no tienen ninguna relación. Entre sus padres, su hermana, los vecinos que tenía en el pueblo, los guardias, su tío discutiendo a lo lejos con sus empleados, los gritos de desesperación de Arian hacia Elio. La habitación no es suficiente espacio para almacenar cada una de sus reacciones, porque lo puede percibir, lo que más se temía.

—No puedo soportarte.

Arian susurra.

Las raíces se aferran al cuerpo de Elio con frenesí. Es un ataque furioso que trata de protegerlo de lo que se destroza a su alrededor con desesperación. Los árboles bailan al son de las emociones de Elio, de sus movimientos embriagados de angustia y aflicción. El crujido de la puerta de caoba a punto de romperse en pedazos saca una exclamación de susto y sorpresa. Solo entonces, sale de su trance. La habitación está llena de plantas retorcidas y marchitas, creciendo hasta enrollarse como boas a sus presas —cada objeto que esté en su paso—, su reflejo en el espejo se encuentra en trozos. Su rostro partido, sus ojos brillantes, anormales con ese tono grisáceo y dorado que obligó a ocultar para que nadie lo evitara más, lo enfocan y nada tiene sentido.

No obstante, no sabe cómo detenerse. Se está saliendo de sus manos; es como haber despertado después de tanto tiempo. Como si algo se hubiera liberado, soltando y soltando lo que se acumuló en su ser, desquitándose con todo aquello que se cruce. Un suspiro demasiado largo y peligroso, y, aun así, tan satisfactorio.

Amaris.

Recuerda.

Tienes que recordar a Amaris.

La voz suena tan lejana; un eco en lo más profundo de su mente. Sabe que debería intentar detenerse. Pero Elio está tan perdido en el éxtasis de poder sentir vida y marchitarla, robarla y utilizarla para hacer más y más desastre a su alrededor. Inconscientemente, destruyendo cada rincón de la habitación.

¿Quién es Amaris?

Amaris. Lo tiene en la punta de la lengua, mas, sus recuerdos están confusos; su cabeza está inundada de dudas y el dolor no está ayudando a despejarla. Tiene que recordar. Es importante, lo sabe dentro de sí. Ese nombre es algo que debe tener presente.

De improviso, en un susurro, alguien le responde: Eres tú, ahora, mi reemplazo; Amaris.

Como un último regalo, él le dijo en un sueño, te doy una parte de mí.

Un suspiro entrecortado sale inesperadamente de su boca.

—Oh, Elio. Querido, querido Eli —no hay amor, ni dolor en esas palabras, a comparación de cómo Juan lo llamaba jugando o consolándolo. No. El chico enfrente de él con el cabello oscuro ondulado hasta los hombros, ojos de un gris sucio, sin vida, con un cuerpo alto y delgado, le parece familiar. No sabe cómo describir la sensación que le genera observar a la otra persona; es como si fuera la recreación de su imaginación después de leer la descripción de un personaje—. ¿Tanto quieres morir?

Elio no sabe si responde. La escena se siente cortada y puesta por pedazos como si fuera un rompecabezas.

—Eli, Eli, Eli —canturrea el chico, burlón—. Tu padre era un mentiroso. ¿No deseabas la verdad? Te puedo dar más que eso.

De nuevo, Elio no responde.

—Pero, Eli, debes tomar mi mano, antes de que el Espejismo nos devore a los dos.

Elio deja de respirar, esa misma palabra utilizó la anciana; el "Espejismo" formó parte de la profecía. Mas, las palabras se quedan cortadas, no sabe qué responde ante ello.

—Sí, Elio Reyes. Te daré una parte de mí. Pero, tú, ¿estás dispuesto a pagar el precio?

De pronto, las visiones lo golpean como una ola.

Una risa burbujea en su pecho, las carcajadas combinándose con sollozos solo logran que sus poderes empiecen a perder fuerza y también —mucho más— estabilidad. Porque ahora comprende la situación en la que se encuentra. Identifica cada expresión suya en el espejo roto, aunque ese no sea su rostro.

No. Ese es Amaris. Elio se encuentra en el cuerpo de Amaris, y está pagando el precio. Le dejó un rompecabezas por resolver, para jugar y burlarse de Elio. Ha caído en una trampa.

Mierda. Mierda.

Carajo.

Va a morir. Dios. Esto debe ser una broma. Una broma de muy, muy, muy, muy mal gusto.

¿Qué hará?

Está atrapado en un mundo que solo ha leído, despreciado y abandonado: Reyes de Oro y Plata, el libro que su padre escribió y le regaló en su cumpleaños número dieciséis, un mes antes de fallecer. Esa misma novela que llegó como una maldición y los destruyó.

Está condenado. ¿Es lo que su tío Arian trataba de advertirle?

Ante ese último hilo de pensamiento, Elio pierde por completo la razón.

~*~

Es de noche cuando Elio despierta por segunda vez. La habitación es diferente, es lo primero que llama su atención a pesar de que su cuerpo está rígido y adolorido. Lo recuerda todo; cada sensación que lo tiñó de tristeza, enojo y deleite. Elio es consciente de lo que está mal con él, desde que el pájaro murió al tocarle, cuando mató las plantas de su madre, el —casi— asesinato de sus compañeros, su tío advirtiéndole sobre lo que pasó con su familia... Sí. Él trató de ignorarlo, sabiendo que eso lo hace un rarito. Reprimió una parte de sí mismo porque es peligroso. Y ahora, ya no tiene control alguno, y, si es sincero, tal vez nunca lo tuvo.

Elio está perdido. Su alma ha caído en las garras de Amaris.

Las lágrimas se vuelven a acumular en sus ojos, porque tiene miedo.

Maldita sea, tiene un montón de miedo.

Está exhausto, adolorido, triste, enojado, desesperado y sumamente asustado.

No tiene sentido. Nada tiene maldito sentido, pero está ahí. Es real. Lo comprueba una vez más al notar sus manos y la falta de callos en ellos; no hay nada que diga que él se mataba estudiando y anotando hasta caerse rendido. No hay nada. No hay trazos que le digan que ese es Elio.

Oh, pero lo que sea que despertó en este cuerpo, era por completo él. Reconocería ese nudo donde sea, como sea y quien sea. Elio es consciente que algo se desató una vez más.

Parpadea varias veces, tratando de mover una mano para limpiar sus lágrimas, pero antes de que pueda hacer algún movimiento, escucha voces conocidas. Aunque eso es imposible. Este no es su cuerpo, ni su mundo. ¿Cómo podría...? Debe estar confundido. Tal vez suenan como otras personas que conoce en su mundo.

—Por Solaris, Mikael, escucha lo que estás diciendo. ¿En serio crees que Amaris tuvo un despertar? ¡Tiene benditos diecisiete años! ¡Ha estado en un sueño profundo por un año! ¡Un solaris año! —Sisea su hermano mayor, Calixto.

Elio casi se atraganta con su saliva cuando el nombre se cuela por su mente.

¿Calixto?

¿Cómo diablos recuerda eso?

Elio no tiene hermanos. ¿Por qué, entonces, pensó en ese tal Calixto como su hermano?

—No lo sé. ¿Qué quieres que te diga, Calixto? ¿Te miento? ¡Oíste lo que dijo el Esentor! Fue un despertar. Ese tipo de energía era de Amaris. Por completo. Viste cómo Madre tuvo que involucrarse para que no matara a la mitad de la servidumbre. Por Eclipse, casi nos mata a nosotros. —Ahora su otro hermano mayor, Mikael, habla.

Elio cree que está por desmayarse de nuevo.

—¿Crees... que viva? Mika, sentiste su esencia, ¿no? ¿No? —Calixto masculla, y se oye cómo alguien empieza a golpear su zapato contra el suelo, un tic ansioso, que vibra contra las paredes, creando un leve eco—. Seremos la comidilla del mes. Cuando regresemos al Palacio Espilce, seremos el hazmerreír, Mikael. Por Solaris. Por Eclipse. Por bendita Anul.

—Cálmate, Cal, hasta nombraste a Anul, Solaris. Estás mal. A este paso terminarás como la Reina Selenia...

—Cállate, Mikael. Cómo te atreves a insinuar tal cosa. Primero muerto. Me matas si me llega a pasar algo así.

Mikael se ríe con discreción.

—Con gusto, hermano.

Calixto suspira, sonando un poco más relajado.

—Escucha, Mikael, ¿qué crees que haga Madre con Amaris? Tú sabes que es muy devota al Rey. Si... si lo entrega, entonces, ¿qué pasará con nosotros? Madre nunca le mentiría a su Majestad, pero, esto es grave. Es un... Solaris, ni siquiera puedo decir la palabra. Es una aberración. —Elio parpadea varias veces ante eso, porque, Dios, ¿de qué diantres están hablando y cómo entiende cada oración con ese acento tan raro? Sabe que está hablando en otra lengua (tal vez una muerta o inexistente) por cómo cantan cada palabra y tienen una manera muy extraña de insultar y usar a sus dioses (¿quizá?) en vano—. Suficiente es con...

—Calixto —lo corta Mikael, frío—. Madre es la Señora Víbora, antes que súbdita. Ella sabrá qué hacer para no sufrir las peores consecuencias. Porque esconder un... Ah, no puedo tampoco decirlo yo. Por Eclipse, en una de las Cuatro Familias, y nosotros... Lo esperaba de los Cuervo, pero ¿nosotros?

—Somos la Casa Víbora. Estábamos bien cuando fingíamos ser solo nosotros dos...

Elio lo recuerda.

Mierda. Lo recuerda todo.

¿Cómo pudo olvidarse?

Ahora está en el mundo de Reyes de Oro y Plata, y recuerda leer detalladamente la guía que hizo su papá para entender de qué están hablando estos hermanos. Aquí tienen algún tipo de poder que se relacionan con las plantas, así como... Elio. Trata de quitar eso de su mente, porque tiene que concentrarse en lo que recuerda del libro.

Entonces, ¿qué era? Tienen un rey; se llama Érebo, quien es el principal villano de la historia del protagonista Sak, y un eclipse; se les dice así a aquellos monarcas que pueden manipular los dos tipos de energía (o esencia): Oro y Plata. Los del Clan Oro pueden manipular las plantas sin drenar su vida, se mantienen vivas, mientras que los Plata las marchitan y las dejan secas. Están equilibrados por la vida y la muerte. Por eso, la Casa Eclipsis (familia del Rey Érebo) son los únicos que pueden procrear eclipses, y han estado reinando desde que la Diosa Eclipse fundó el Reino.

El heredero de la Casa Eclipsis es quien debe procrear con una reina de cada Clan, y ellas deben dar a luz a solo hijo o hija. Recuerda que leer esta parte le dejó un mal sabor de boca, porque solo uno de los niños podría sobrevivir si los dos nacían como eclipses. Si el Rey Érebo hubiera tenido dos hijos eclipses; tendrían que pelear a muerte. Pero si solo hubiera si un hijo eclipse y el otro con solo un poder, el hijo que no es eclipse tendría que sacrificarse. Aunque, como en la historia principal, ni Sak ni Kairan son eclipses, por lo que, los dos deben pelear por el Trono Eclipse, políticamente hablando.

Cada Clan tiene cuatro casas principales; los Oro: Atenek, Víbora, Crestán y Cuervo; los Plata: Kalam, Aragón, Melgar y Algora.

—No podemos fingir por mucho más que somos los únicos, Calixto. Aún si Amaris es quien es, sigue siendo un Víbora. Él no tiene la culpa de haber nacido por lo que creíamos que era hasta hoy...

Calixto bufa una risa, incrédulo.

—Pero estabas tan a gusto ignorándolo y fingiendo que no existía por no tener esencia, ahora, ¿qué? ¿Estás defendiéndolo? Eres un hipócrita, Mikael.

Calixto y Mikael.

Calixto y Mikael Víbora.

VÍBORA.

Oh. Mierda.

Elio se levanta de golpe, sintiendo un tirón en su abdomen cuando recuerda quiénes son, y dónde exactamente ha caído. No puede evitar ver cómo sus manos tiemblan, aterrorizado por las personas que están del otro lado de la puerta, hablando en susurros furiosos y decidiendo sobre su futuro.

Porque los únicos Víbora, de las Cuatro Familias, son parte del Clan Oro, conocidos por los poderosos hijos de la Señora Víbora, quien es la mano derecha del Rey Érebo.

Ellos son los gemelos Víbora; genios, poderosos y crueles esencialistas de Oro, enemigos del protagonista, Sak Eclipsis.

Y son los asesinos de su hermano menor, Amaris Víbora.

Debe salir de ahí. En ese instante.

Porque Amaris Víbora muere antes de que la historia comience.

No hay tiempo.

—Amaris —uno de los gemelos llama a su nombre con sorpresa.

Elio sigue sentado en la cama, procesando lo que está sucediendo a su alrededor. Sus ojos topan con los de Calixto, tan dorados e intensos contra la luz de la luna, sumamente expresivos que parecen arder. Después observa a Mikael, diferente a los de su gemelo, con sus ojos dorados llenos de manchas grises que no dan nada. Son fríos y letales, estudiando la situación en la que han caído los tres.

—Amaris —repite Calixto, ahora más seguro de dónde provino la primera vez.

Elio se queda callado, sus labios apretados en una línea para que no se den cuenta de lo mucho que está temblando, paralizado del terror que entumece cada músculo. Se estremece cuando los dos se acercan a la cama, porque a pesar de ser hermanos de este cuerpo, son un par de desconocidos con intenciones para nada puras.

—Estás vivo. Estás despierto... —Calixto dice, acercándose un paso más a Elio, pero Mikael lo detiene a medio camino.

—Madre estará complacida. Has estado durmiendo por un año, Amaris.

Elio boquea ante ello.

¿Un año?

Con razón estaba tan adolorido cuando despertó.

¿UN AÑO?

—Un año —murmura y, Dios, no había escuchado su voz; raposa y grave, tan extraña a comparación de la suya en el otro mundo, que era un poco más aguda—. ¿Cómo que he estado durmiendo un año? ¿Qué me pasó?

Calixto suspira, masajeándose la sien.

—¿Qué no te acuerdas? Si fuiste tú quien decidió aventarse de un barranco. Por Eclipse no terminaste muerto. Madre hubiera hecho un desastre... —no termina de explicar, porque Mikael le lanza una mirada y un codazo a su costado—. Ow, ¿por qué fue eso?

Mikael niega con la cabeza, volviendo su mirada hacia Elio.

Elio junta sus manos, tratando de detener el temblor ante el escrutinio.

—Será mejor que descanses, Amaris. Madre será quien responde a tus preguntas. Nosotros no somos los indicados para ello.

Elio empieza a pellizcarse la mano, para evitar que su voz salga como un susurro miedoso. ¿De un barranco, de verdad, Amaris? ¿Qué carajo?

—Ya he dormido lo suficiente —masculla. Entonces levanta su mirada grisácea con dorado, decidido a que le conteste, aunque sea unas cuantas dudas—. ¿Qué hará madre conmigo? ¿Por qué hablaban de mi despertar? ¿Qué fue lo que les dijo el Esentor?

Elio está empezando a darle sentido a la plática de los gemelos, al recordar que un despertar es cuando el cuerpo se adapta mejor con la esencia, logrando que su poder se expanda y sea más fácil manipularla, usualmente sucede a entre los ocho y doce años. Si el Esentor (doctor en ese mundo) dijo que Amaris tuvo un despertar, quiere decir que es la primera vez que manifiesta algún tipo de poder.

—¿Estabas escuchando? —Calixto cuestiona, furioso—. ¿Estás burlándote de nosotros? Llevas dormido un solaris año, Amaris, y en vez de avisarnos, ¿nos estabas espiando?

Elio se encoge en su lugar, pero no desiste de sus miradas.

—Amaris, ¿no recuerdas lo que pasó en la mañana? Despertaste, casi asesinas a los esclavos y la servidumbre del Palacio de Cristal, si Madre no lo hubiera contenido con su propia esencia —Mikael explica con calma, cruzándose de brazos, pero no dando más en sus expresiones ni en el tono de su voz—. Amaris, eres un... —toma una bocanada de aire y susurra lo siguiente— desencial.

Elio parpadea varias veces, sin entender de qué habla.

¿Por qué le costó tanto decir desencial?

Calixto debe haber notado su incredulidad, porque da un paso hacia delante y con una mueca de asco, dice:

—Eres un Plata, Amaris. No perteneces a la Casa Víbora. Ya no más.