Corríamos por las calles de la ciudad de Paris, Janette sostenía la nota con fuerza leyendo los nombres, iba a su lado intentando centrar mi atención en los nombres que había en ese papel a la vez que trataba de no tropezar con alguien o con algo, Janette, al verme, sonrió diciendo
- No te preocupes Jean, solo centra tu atención en el camino, quizás no sea tarde para salvar esas vidas
- ¿Y no sería más fácil que aparecieras y desaparecieras para salvarlos antes de correr como si fueses un ser vivo?- le pregunté agitado y ella, con un tono demasiado siniestro, me contestó
- No- sus ojos mostraron un enojo demasiado visible y el sombrero que oscurecía su rostro solo resaltaba aquel misterioso, e incluso sombrío, enojo que había en su mirada- deseo que me vea llegar cuando se disponga a matar a uno de ellos
Cuando llegamos a la casa donde vivía el primer nombre de la lista, encontramos que ya se encontraba muerto. Alguien lo había usado como tiro al blanco y su cuerpo estaba pegado a la pared con varias flechas en los brazos, piernas, abdomen, pecho y ojo izquierdo.
- ¡Mierda!- susurró Janette al ver que era tarde- sostente Jean, iremos a buscar a la segunda víctima antes de que sea tarde
Asentí con mi cabeza y sostuve su brazo. Al poco tiempo estábamos en la casa de una mujer joven que se encontraba al lado de su esposo, el cual era un hombre pelirrojo con unos anteojos pequeños de marco fino en sus ojos azules. Ambos, al vernos, se asustaron un poco; pero ni bien reconocieron a Janette fue que dijeron
- ¡Janette, Viniste!
- Supongo que ya deben saber quién soy ¿verdad señores?- les preguntó Janette sacándose el guante, tocando las paredes de la casa con su mano desnuda
- Sí, claro que lo sabemos- asintió aquel hombre pelirrojo- leímos de ti en el periódico y deseábamos poder ir a verte pero…
- Tienen miedo de salir de su casa ¿cierto?- preguntó Janette, tocando todavía las paredes con sus ojos cerrados- pues aquí estoy, pueden contarme
- Janette yo- le contó aquel hombre de cabello rojo; pero antes de poder continuar con su relato, Janette, le respondió con un tono severo
- Monsieur Tunset y Monsieur Hoveck ya están muertos. Hay otros tres nombres en la lista además del tuyo. Te aconsejo que no me mientas o busques adornar la verdad de los hechos que no soy yo quien te está juzgando ahora sino los Yokai y ellos tienen su propia ley
- Tienes razón, entonces te lo contare todo sin omitir nada, por mas escabroso que sea. Todo inició hace unos años atrás, durante una expedición que Tunset, Hoveck, Rotisier, Befloir, Ditollin y yo hicimos al lejano Japón.
. . .
Nuestro viaje era una exploración juvenil cuyo único fin era la aventura. Ya habíamos recorrido los misteriosos y exóticos parajes de la India, también recorrimos las exuberantes; pero peligrosas, selvas del Amazonas e incluso recorrimos la seca y vistosa sabana del África; pero los misterios de Oriente siempre fueron un desafío para nosotros. Teniendo en cuenta que, a diferencia de la población China, el país conservador del Japón no veía con buenos ojos a los extranjeros, aun si estos fuesen turistas. Su conflicto con el cristianismo junto a la desconfianza de los occidentales todavía estaba latente en aquella nación. Sin embargo, nosotros, éramos Hombres de acción, de aventura y de riesgo. Ignorando cualquier advertencia de los ciudadanos Japoneses, que residían en la ciudad de Hong Kong en China, nosotros partimos a la pequeña ciudad de Kioto en Japón. Ni bien arribamos en nuestro pequeño bote al puerto notamos dicha desconfianza. Los ciudadanos Japoneses nos veían con recelo, nadie nos decía nada y eso nos daba cierta tranquilidad debido a que lo primero que pensamos fue que tendríamos problemas serios ni bien arribásemos al puerto; pero, a medida que nos adentrábamos por la ciudad, podíamos sentir aquella hostilidad proveniente de los ciudadanos Japoneses. Convencidos de que sería inútil el poder intentar comunicarnos con ellos debido a que nos ignorarían, por no mencionar nuestro desconocimiento de su lengua, decidimos ir a las zonas rurales y allí fue que lo vimos…
Dorado como los rayos del sol, con gemas en todo su cuerpo, rubís en sus ojos, esmeraldas en sus costados y zafiros en sus patas delanteras. La estatua de un Dragón Dorado en el centro de un templo pagano, donde los sacerdotes le oraban como si fuese un Dios. Confieso que nunca antes en toda mi vida y, si sobrevivo a esto, jamás después de ese día sentí la codicia nublar mi entendimiento como lo hizo en ese momento. Era una estatua bellísima que desee tener para mí. Los demás debimos pensar lo mismo y nos pusimos de acuerdo en planear su robo para esa misma noche.
Sin ser cuidadosos siquiera, los seis, nos adentramos al templo aquella noche y tomamos la estatua. Huimos con rapidez sosteniendo dicha estatua en nuestras manos; pero uno de los monjes nos vio e intento detenernos. Rotisier desenfundó su fusil y disparó a dicho sacerdote acabando con su vida en el acto.
Corrimos y corrimos por la ciudad sosteniendo la estatua hasta llegar al puerto. Embarcamos y partimos rumbo a las islas filipinas, tras dicha carrera, pudimos continuar nuestra navegación a donde estaba Australia y de allí embarcar a Inglaterra volviendo a Francia a los pocos días. Toda esa odisea fue necesaria para despistar a las autoridades Japonesas y poder volver a casa con nuestro trofeo juvenil.
. . .
Janette se quedó pensativa al oír aquello, en sus ojos azules se podía ver un enojo más que comprensible y la expresión de fastidio se notaba muy latente en sus facciones; pero, dando un gruñido de resignación, le dijo a ese ladrón:
- Entonces pasado tres años desde entonces, ustedes empezaron a recibir notas con pictogramas desconocidos, para ustedes, escritos en color rojo ¿verdad?
- ¡Sí!- exclamó aquel hombre sorprendido- pero fue solo hace unos días atrás… yo…
- Ustedes son los ladrones mas estúpidos que habré visto en mi vida- gruñó Janette conteniendo su propio enojo al punto de que sus dedos apretaban con fuerza su mentón y el guante de cuero castaño que tenía se escuchaba rechinar - pero no me gusta ver sufrir a los arrepentidos. Sé, por experiencia propia, que todos podemos mejorar si tenemos una mísera segunda oportunidad en nuestras vidas. Dame la estatua o guíame hacia ella para que en persona se las entregue y pida disculpas en su nombre. Solo así podre salvarlos de la asesina que los Yokai enviaron por ustedes
- ¿Yokai?- preguntó aquel hombre asustado
- Los sacerdotes, a los que ustedes les robaron y asesinaron, le pidieron ayuda a unos seres mitológicos sagrados muy poderosos a cambio de quien sabe qué para que viniesen a recuperar la estatua y mataran a los miserables asesinos que se la robaron ¡ahora dame la estatua o guíame hacia ella para salvarte el pescuezo!- le respondió Janette furiosa
- Me temo que eso será imposible Janette- nos respondió aquel hombre con los ojos llorosos- porque la estatua ya fue destruida y vendida
Tras un minuto de silencio en donde la expresión de Janette mostraba un anonadamiento producto de una gran sorpresa, ella rugió
- ¡¿TÚ QUEEEÉ?!
Confieso que la ira de Janette también me sorprendió. Por lo general ella era una muchacha tranquila, con un curioso sentido del humor y una sonrisa cálida; pero ahora se encontraba demasiado fuera de sí, colocándose su mano sobre el rostro, gruñó
- ¿Cómo se puede ser tan estúpido? ¡¿Cómo se puede ser tan jodidamente estúpido?!- quitándose la mano del rostro cuyas facciones estaban deformada por la ira, se obligó a tranquilizarse y, largando un suspiro, dijo- bien, Janette, cálmate, ellos no sabían que los localizarían en un momento dado y pensaron que los habían perdido. No podían imaginar que esto ocurriría… para ellos solo es una estatua común y corriente… no una imagen sagrada de una Diosa poderosa cuyo valor espiritual… e incluso de reliquia sagrada… ¡es igual de importante que el Santo Grial! ¡¿en qué carajos estaban pensando?!
- No pensamos- le confesó aquel hombre colocando sus manos sobre su cabeza gacha
- Por favor Janette- le dijo su esposa sosteniéndolo de los hombros- mi esposo se encuentra arrepentido. Yo tampoco apruebo su accionar; pero enfurecerse por el mismo de nada sirve ahora sino encontrar un modo de evitar que lo asesinen. Hay un dicho que dice "de nada sirve lamentarse por la leche derramada". Si pudiéramos volver en el tiempo y darle la estatua a sus portadores originales, lo haríamos; pero no podemos. Sabemos de tus hazañas, incluso hemos oído de tus ideales de valor y justicia. Siendo la razón por la que te pido que nos ayudes. Por favor
- Bien, solo porque dijiste "por favor"- suspiró Janette sentándose en el costado de la mesa- tenemos que ir por los demás miembros de la pandilla antes de que sean asesinados, ¿saben de algún lugar donde puedan esconderse?
- Un viejo molino que perteneció a mi padre- nos indicó la esposa de aquel hombre- dudo mucho que el asesino sepa de él
- Yo también lo dudo- supuso Janette sobándose el mentón con sus dedos- entonces vayan allí, nosotros iremos por los demás
- Entendido- dijeron ambos a la vez
Acercándose a mí y tomando mi mano, Janette me dijo
- Vámonos Jean, aun hay otras tres vidas que salvar
Sin añadir una palabra más o un gesto de más, desaparecimos dirigiéndonos a nuestro próximo destino.