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Chapter 21 - CAPITULO 20: LA MARCA DEL TIGRE

Supongo que el mejor modo de poder iniciar el relato de este caso sea diciendo que no toda moral debe tener una ley que la rige y no toda ley debe ser acompañada de una moral; pero cuando dos conceptos de justicia chocan entre si es cuando nace la admiración y, quizás… solo quizás, el amor.

Todo inició del modo más espectacular que podría imaginar. Tebarin, un banquero Parisino que solía cobrar intereses desmedidos a sus deudores, al punto de dejarlos en la miseria, sufrió un robo a su hogar donde todo su dinero, junto a sus objetos de valor incalculable, fue sacado por una figura enmascarada. Un hombre, de camisa blanca desabotonada que mostraba su peludo pecho, pantalones negros y una máscara extraña que cubría su rostro, lo ató a su cama, con unas sogas, procediendo a llevarse todas las pertenencias valiosas de forma monetaria para Tebarin. Debo dejar en claro que aquel misterioso ladrón no le arrebató nada personal ni tampoco de valor sentimental, solo aquello que podría venderse a un buen precio en los mercados negros de Paris. Aquel hombre llevaba una máscara hecha de tela cuyo aspecto era similar al de un felino, un tigre para ser más preciso, de color anaranjado con varias manchas negras. Su boca también estaba pintada de blanco logrando que su tupido bigote se confundiera con su disfraz, unas puntas con forma de orejas de gato en la parte superior de su máscara ayudaba a que todos nombrasen a ese misterioso hombre bajo el apodo de "El Tigre". La noticia no tardó en correr por todo Paris, sin embargo la sorpresa fue aún mayor cuando se descubrió que los afectados por las deudas adquiridas con Tebarin fueron quienes recibieron todo el dinero que fue robado por el Tigre de Paris

Cuando digo todo el dinero, me refiero a TODO el dinero. La policía no podía probar que dicho dinero era propiedad de Tebarin y los objetos perdidos no se podían recuperar fácilmente, sin embargo se daba a entender que estos ya habían sido vendidos y el dinero estaba en las manos de los pobres deudores de Tebarin.

Como era de esperar Sabresse inició una investigación sobre todos y cada uno de los deudores; pero no pudo sacar nada en limpio. Las acciones del Tigre tampoco tardaron en repetirse. Esta vez fue con otro prestamista usurero, quien fue atado y robado por aquel intrépido ladrón. Nuevamente, como la vez anterior, las victimas de dicho prestamista fueron quienes recuperaron todo su dinero gracias a quien ya era llamado por los medios como: "El Robín Hood de Francia". Sabíamos qué no pasaría mucho tiempo antes de que nosotros tomásemos aquel caso; pero Janette no parecía para nada interesada en participar, siendo franco, ella no deseaba participar e incluso podía ver un destello de cariño en su mirada cada vez que se hablaba de dicho personaje.

Sin embargo, por mi parte, me encontraba más interesado en saber más sobre ella que sobre dicho benefactor imprudente.

- ¡Vamos Janette! ha pasado casi toda una semana- le decía muy impaciente por la misma curiosidad- sin embargo aun no me has dicho nada amiga

- ¿Sobre qué?- me preguntó ella sentada en su silla con las piernas sobre la mesa y su sombrero sobre sus ojos azules ocultándolos

- Ya sabes de que hablo- me molesté con ella, empezando a regañarla- la Kitsune te llamó Princesa de Plata, ¿a qué se debe ese dicho? ¿acaso eres miembro de la extinta nobleza francesa o provienes de otra nación donde eras la hija de un Rey destituido?

- Algo así- me respondió ella con indiferencia, como si no le interesase en lo más mínimo dicha conversación

- Janette, ¡no es justo que me dejes con esta intriga!- gimoteé molesto- deseo saber quién eres en realidad

- ¿Y en que te sirve saber quien soy o de donde provengo, Jean?- me preguntó ella de forma tranquila- si te dijese que soy la hija de un pobre molinero, posiblemente, no harías tantas preguntas; pero como sabes que soy una Princesa entonces me interrogas día y noche sobre mi pasado. Ya te conté quien fui en vida

- En ningún momento dijiste que fueses la hija de un Rey- le contesté molesto

- Se me olvido decirlo- rió ella con picardía- te dije que era huérfana, no qué no había conocido a mis padres. Te dije que me crié en las calles, no que haya nacido en ellas y te dije a quienes amé como si fuesen mis padres, no que ellos fueran mis padres. Es verdad que mi padre era el Rey; pero no de Francia sino de otra nación más lejana, hace mucho tiempo atrás; pero sea, o no, una princesa, eso no quiere decir que por ello debas tratarme distinta de cómo me tratabas antes o que me veas distinta a como antes me veías. Sigo siendo yo, Janette la mosquetera Detective, princesa o Mosquetera, soy todavía la misma de siempre

- Si… tienes razón, lo lamento Janette, es que…

- Tuviste curiosidad y lo entiendo; pero aquello fue hace una vida atrás, literalmente hablando, mejor nos concentramos en el presente- sonrió ella, con un tono de curiosidad preguntó- ¿algo nuevo en las noticias, Jean?

- No, nada que no sea sobre el misterioso Tigre que roba a los ricos para darle a los pobres

- Supongo que esa será la causa de nuestro siguiente cliente, ¿verdad Inspector Sabresse?- dedujo Janette con un tono serio mientras continuaba en su estado de sopor, miré a la puerta, sorprendido, esta aun estaba cerrada; pero a los pocos minutos de haber hablado Janette, Sabresse entró por la puerta de nuestra catedral. Se lo podía ver muy angustiado

- Janette- dijo con amabilidad- gracias a Dios que estas aquí yo…

- Mi respuesta es no, Inspector- le respondió Janette con severidad- El Tigre es su problema, no el mío, desde mi perspectiva él hace lo correcto y no pienso ayudarlos a atraparlo

- Janette, es que no lo entiendes… el Tigre- nos dijo Sabresse muy asustado- el ha… ha…

- Por favor, dígalo de una vez- le pidió Janette molesta

- Ha amenazado con robar la Mona Lisa- nos contestó Sabresse, casi al borde de las lagrimas- ¡Por favor, ayúdanos! No sabemos qué hacer para detenerlo

Janette bajó las piernas de la mesa y se subió el sombrero dejando ver sus ojos azules, mostrándose en ellos y en la expresión de su rostro un brillo de decepción ante aquella noticia, por mi parte, decidí que si ella no tomaba el caso. Entonces yo lo haría.