«Incluso acompañado, incluso dialogando con la hermosa Naeve era incapaz de alejar la constante sensación de peligro que me atenazaba los hombros.
Creía que me estaba volviendo paranoico, incluso creía que había algo de narcicismo en la forma de pensar que era alguien importante.
En ese momento me hubiera gustado conversar con alguien sobre mis aflicciones, pero las únicas personas en las que confiaba parecían, de alguna manera, formar parte de todo»
Naeve intentó encontrar la mirada de Cair, sin embargo, el joven parecía perdido en algo que ella era incapaz de ver.
Ya había caído la tarde sobre ellos, y considerando el ritmo al que iban, ya debían estar cerca de la tercera parte del trecho que separaba Ceis de Cleinlorim.
— … Proporcional a nuestras vidas, un año es cada vez menos tiempo — Teniendo en cuenta el foco de su atención, Naeve intuyó que estaba hablando casi por inercia — Asumo que ese es el por qué sentimos que el tiempo pasa más rápido cuanto más viejos nos hacemos.
— Es bastante lógico.
Tras conversar con él durante casi todo el día, Naeve ya creía saber cuál era la razón por la que el archimago hablaba tanto de él. En una primera instancia, y a raíz de las palabras de ese viejo, había creído que era por su inteligencia; su forma de hablar y su manera de expresarse daban a entender eso. Pero ahora estaba segura de que había algo tras su forma lógica de pensar: Intuición. Quizás fuese porque estaba alerta, pero el agraciado joven tantoriano era capaz de percibir un animal incluso antes de que este tuviese la más mínima intención de cruzarse en su campo visual.
— Cambiando de tema. Según me dijo la señora Ela, estudiaste en Icaegos un año — Cair asintió, pero seguía sin prestarle verdadera atención —. ¿Por qué lo dejaste? Digo, no he conocido nadie aparte de ti que haya rechazado una oferta así. Muchos ni siquiera lo dejan después de darse cuenta de que no es lo suyo o tras repetir varios años. Además, el archimago parece tenerte en alta estima.
— No tengo la más mínima idea de que es lo que quiere ese anciano de mí — Levantó la cabeza. Parecía no querer hablar de ello —. Respondiendo a tu pregunta, me gusta decir que es porque no era el tipo de vida tranquila y despreocupada que yo buscaba.
— ¿Y cuál es la real?
— Que me aburrí — Replicó lacónicamente.
— Guau, esa es una razón sencilla.
Cair se encogió de hombros. Fácilmente podía ser el hombre más apuesto que había visto en su vida, en gran medida debido al cautivador color plateado de sus ojos, sin embargo, luego de lo dicho, Naeve comenzó a creer que no era alguien muy sensato. Se preguntó qué diría el Círculo de él.
— Pues sí, realmente lo es. Había decidido pasar mis días tranquilamente en nuestra granja atemporal.
— Desde luego que te sería viable — Añadió ella, intentando apartar la mirada de él —. Ya se puede sentir algo de la brisa marina — Dijo ella tras levantar la nariz para captar el aroma del aire.
— Seguramente ya llevamos un tercio del camino — Apenas lo dijo, comenzó a escrutar en el bosque nuevamente.
— Deberíamos acampar — Comentó ella.
Cair se rascó la barbilla mientras seguía analizando su alrededor, luego puso una mano sobre la crin negra de su caballo.
— Sí, deberíamos. Si mal no recuerdo, hay un buen sitio para acampar por aquí cerca — Dijo mientras señalaba en dirección a la nada.
— Te sigo — Replicó ella mientras guiaba a su caballo hacia la dirección que él señalaba.
Aunque había una humedad latente en el aire, la noche no era particularmente helada. La temperatura era aún más apacible en la densidad del bosque, donde la generosidad de la naturaleza le brindaba cobijo a toda criatura que se adentrase en ellos.
Cruzaron por un estrecho socavón cuyas paredes y suelo cubiertos de musgo convertían en difícil la tarea de transitar entre ellos, pudiendo provocar una caída si no se pisaba con cuidado, incluso a los fornidos caballos les era complicado pisar con firmeza y se mostraban algo inquietos ante la idea de dejar la ruta. Por ese sendero llegaron hasta una hondonada redonda cubierta, en parte, por una inmensa roca que formaba parte del peñasco que sobresalía tan solo unos metros por delante de aquel sitio. La zona que no estaba cubierta por ella, lo estaba por las raíces entrelazadas de tres gigantescos árboles que se erigían a su alrededor, cubiertas por enredaderas y vegetación que hacían de capa aislante ante el escaso frío de la jornada.
Naeve confirmó que aquel sitio era realmente un lugar excelente para pasar la noche.
Cair depositó un montón de ramas secas que había recogido en el camino en el centro de la depresión y luego les prendió fuego chasqueando los dedos. Era curioso que pudiese usar su magia de fuego con tanta facilidad teniendo en cuenta la humedad.
— Así que eres un hechicero — Dijo ella. Se había sentado con la espalda apoyada en la pared de piedra, cubierta hasta las mejillas con su gruesa capa de lana.
— No soy muy dado a mentir — Replicó él mientras amarraba los caballos a una raíz que se asomaba en punta en uno de los laterales —. ¿Trajiste provisiones?
— Sí, están en el bolsito con la flor — Realmente no era una flor, era el emblema del Círculo Druídico.
Tras coger sus provisiones, Cair se sentó a su lado junto al fuego y le entregó su bolsito. Dado que no tenía la oportunidad de cocinar en la posada, y tampoco es que fuese muy buena en ello, ella había comprado unos bollitos rellenos a modo de ración para la cena, no era como que fuesen a durar mucho, sin embargo, el tramo hasta Cleinlorim tampoco era tan extenso como para necesitar de las desabridas raciones de viaje. Su estómago gruñó al ver los bollitos, por lo que luego de ofrecer uno a Cair, no tardó en comenzar a atracarlos.
— ¿Y tú no trajiste nada? — Preguntó al ver que Cair se comía el bollo de un solo bocado y luego simplemente se quedaba mirando a la nada con los brazos apoyados en las rodillas.
— Sí, lo hice — Señaló a su caballo —. Se me quedó el bolso allí… y me da bastante pereza volver a levantarme.
Naeve soltó una risita. Luego de quejarse, Cair se puso de pie, fue a buscar su bolso y volvió a sentarse a su lado.
— Ten — Le ofreció algo cuadrado envuelto en un paño verde con un delicado nudo en la parte superior.
— Gracias.
Era algo que Naeve no supo si identificarlo como un pan o una galleta. Lo que sí pudo ver, fueron los graos de crana(1) en la corteza de aquello. Pudo sentir esa horrible sensación en la boca antes siquiera de probarlo.
— ¿Crana? — Inquirió.
Cair solo rio.
— ¿No te gusta?
— No creo que haya alguien en este mundo al que le guste realmente…
— Es nutritivo y dura bastante — Le sonrió y luego agregó —: En todo caso, deberías probarla y luego me das tú opinión — Levantó una ceja, divertido —. No pensé que fueses quisquillosa con la comida.
— ¡Oye! Que sea druida no significa que coma hasta el pasto… además, solo lo soy con la crana.
Ambos rieron nuevamente, luego, a desgana, Naeve arrancó una esquina del cuadrado, lo que provocó un satisfactorio crujido mientras una crema blanca escurría desde su interior. Naeve frunció el ceño y se llevó el trocito a la boca, y frente a lo que esperaba saborear, aquello fue una absoluta maravilla en su paladar, tanto así, que se sintió arrepentida de todas las veces en las que se refirió de forma despectiva a esa cosa. El aún más agradable sabor del relleno cremoso se fundió en su boca junto a la galleta crujiente, provocando instantáneamente en ella la ansiedad de darle otro bocado.
— ¿Y bien?
— Esto no es crana — Inquirió Naeve, mirando, recelosa, el resto de la porción.
— Claro que lo es, te acabo de decir que no me gusta mentir — Replicó él, casi riendo al ver su reacción.
— ¿Cómo puede saber tan… tan bien? — Cair comenzó a reírse mientras desenvolvía su parte —. Es que, enserio ¿Cómo puede saber tan bien la crana? — La sonrisa que se formó en su rostro fue producto de lo absurda que le resultaba aquella situación — La señora Ela debe ser una maestra de la cocina si pudo lograr esto — Comentó, esperando no sonar despectiva.
— Sí, desde luego que lo es. Pero estas las hice yo — Dijo mientras daba golpecitos a la ración con la falange de su dedo —. Y fue el abuelo quien me enseñó a hacerlas… aunque es prácticamente lo único que sabe preparar.
Naeve arqueó una ceja.
— Diría «¿Enserio?», pero acabas de decir que no mientes.
— Y no lo hago. La abuela nos obligó a aprender algunas recetas… y el abuelo, bueno, siempre decía que los pelotudos ocupaban su cabeza con recetas.
Naeve aplaudió.
— Muy bien, es bastante más de lo que podemos decir la mayoría de nuestra edad.
— Sí, creo que sí — Cair bajó un momento la mirada y luego levantó la cabeza como si se hubiese acordado de algo —. ¿Qué edad tienes?
— Quince.
— Ah…
— ¿Qué edad me echabas, a ver? — Dijo ella, inclinándose ligeramente hacia él.
— La misma edad que yo.
— ¿Y tú tienes…?
— Diecisiete — Naeve hizo puchero —. Sin ofender, es que nunca había visto a alguien tan joven y atractiva al mismo tiempo.
— Solucionas tus insultos con halagos, Cair Rendaral.
— Al menos es un parche — Dijo encogiéndose de hombros. Se llevó la boquilla de su cantimplora a la boca y luego maldijo —. ¿Te queda agua? — Naeve cogió la suya propia y la agitó. No sintió nada moviéndose dentro, por lo que negó con la cabeza —. Iré a buscar un arroyo por aquí. El Adanlor pasa muy lejos.
— Iremos — Corrigió ella.
— Alguien debe quedarse cuidado los caballos… y tengo ganas de estirar las piernas.
Ella dirigió su mirada hacia el fuego y luego se arrebujó en su capa.
— … Bien.
Cair ladeó la cabeza y le dedicó una sonrisa.
— Vuelvo en unos minutos.
— Oy…
— Dime.
— No, te iba a decir en qué dirección había un arroyo, pero parece que ya lo sabías.
Cair frunció el ceño.
— No lo sabía, pero gracias por la información — Y se adentró en el bosque.
En ese momento, acabó por convencerse de que aquello que el archimago buscaba de él era su intuición, tanto o más afín que la de un animal salvaje.
Naeve simplemente dejó que su mirada se perdiera en el brillo del fuego mientras esperaba.
De todas las rutas existentes, Cair estaba seguro de que había tomado la más extensa y dificultosa. No solo el terreno era irregular, lleno de grandes piedras y raíces; el follaje era particularmente denso y los senderos demarcados por el paso de los animales eran estrechos y fangosos, tanto que constaba despegar las botas del suelo. Aunque esto último era una señal evidente de la presencia cercana de alguna fuente de agua, ya que no llovía hacía más o menos una semana en la zona y la humedad que, si bien era lo suficientemente alta en la zona como para generar pozas, no lo era lo suficiente como para generar aquel barrial.
Finalmente llegó al dichoso arroyo, donde llenó ambas cantimploras con agua fresca, tan fresca que se le entumecieron las manos al tocarla.
Antes de darse media vuelta y partir, un susurro llegó a sus oídos con unas palabras familiares que todavía daban vueltas en su cabeza.
«Los ojos blancos son buena señal»
Se dio media vuelta, pero allí no había nada. El bosque solitario de pronto comenzó a tornarse abrumador y desesperante, la situación comenzó a tornarse terroríficamente familiar, por lo que Cair se dio media vuelta y apuró el paso para llegar lo antes posible con Naeve.
Una vez allí, Naeve seguía sentada en el mismo sitio. Su hermoso rostro lucía unas grandes ojeras y sus ojos se entrecerraban mientras daba cabezazos de lado a lado intentando mantenerse despierta. Suspiro de alivio.
— Tardaste bastante — Espetó nada más reparar en su presencia.
— El dichoso arroyo estaba bastante más lejos y no era precisamente fácil llegar hasta él.
Había un detalle en el que no había pensado hasta llegar allí, y es que en ningún momento su intuición le advirtió sobre algún peligro.
Naeve sonrió.
— Espero que no pienses que soy una perezosa por estar así — Comentó, señalándose ambas ojeras con los dedos —. Pero soy una persona que necesita dormir bastante.
— Para nada, si tienes sueño, descansa. Yo haré la primera guardia.
— Está bien, despiértame cuando tengas sueño.
Cair asintió y volvió a sentarse a su lado. Ladeó la cabeza para observar de reojo a Naeve. Luego de cerciorarse de que ella dormía, Cair levantó la mirada y observó el cielo entre la enramada. Entonces suspiró profundamente.
Tras una noche de placentera tranquilidad, unos suaves golpecitos en sus mejillas le hicieron despertar. Cair abrió los ojos y se quedó mirando fijamente a Naeve unos segundos.
— Me encantaría despertar así todos los días de mi vida — Dijo bajo los efectos de su inercia lingüística.
Naeve soltó una de sus características risitas y le tendió una mano.
— Vamos, si nos apresuramos, alcanzaremos a tomar el zepelín de las diez.
Cair asintió.
Luego de lavarse la cara y enjuagarse la boca con el agua de su cantimplora, se puso de pie y cubrió las brasas restantes con tierra. Acto seguido, ayudó a Naeve a montar su caballo para luego él montar el suyo. Enseguida reemprendieron el rumbo.
— ¿Qué tal dormiste? — Preguntó a Naeve.
Esa noche no logró conciliar el sueño y le ayudaba muchísimo hablar sobre de algo para no caer de la silla de montar.
Ya que el sol de la mañana pegaba de frente, Cair no pudo ver más que la silueta de Naeve.
— Dormir bajo el seno de la naturaleza siempre nos brinda agradables sueños a nosotros los druidas — Replicó ella, con un tono cordial que contrastó radicalmente con el tono casual con el que hasta el momento se había dirigido a él —. Aunque los sobresaltos que pegas en la noche y por las mañanas me pusieron los pelos de punta. Y producto de eso es que te pregunto ¿Qué tal estás durmiendo tú?
— Ah, eso… No le des mucha importancia — ¿O sí había que dársela? —. Por lo general despierto así.
— Es extraño.
— Ni tanto, a la abuela le pasaba en ocasiones. Supongo que al igual que ella, estará relacionado con los sueños que suelo tener — Esa noche había soñado que era un caballero, por lo que relacionó los sobresaltos de los que hablaba Naeve a las encarnizadas trifulcas en las que había sido protagonista.
— ¿Y con qué sueñas?
— Con una hermosa druida tantoriana de pelo verde, evidentemente — «¡Uy! Qué suelta andas hoy, lengüita»
Naeve rio, aminorando el paso para ubicarse junto a Cair, cosa que él obviamente agradeció. La ceguera no era algo que anhelara demasiado.
— A ver… por lo general sueño que soy otra persona — La druida enarcó una ceja —. A veces soy un erudito, otras un granjero, un ladrón, la más reciente, un caballero… ¡Incluso una princesa! Lo curioso es que me llamaban marimacho por ello — Esa parte siempre le producía gracia —. Después de todo, era extraño no sentir el balanceo de mis pelotas.
— ¡Oye! — Una mezcla entre risa y vergüenza se apoderó del rostro de la druida. En cuanto se calmó dijo —: Hasta donde sé, esos sueños pueden tener relación con anhelos frustrados o incluso traumas — Cogió su cantimplora y le dio un sorbo. «… o premoniciones» agregó él en sus pensamientos —. Lo del caballero puede estar relacionado con tu adiestramiento como espadachín; el erudito por tus estudios en Icaegos; el ladrón… no lo sé, pero seguro que tiene un significado. Si bien no son las cosas que más anhelas en tu vida, en algún momento debiste desearlas con fuerza y aquello quedó grabado en tu subconsciente, aunque tú consciente ya las haya desechado — Su rostro reflejó estupor, como si le sorprendiera oír lo que acababa de oír.
— ¿Ocurre algo?
— No, es solo que me sorprendió recordarlo — Soltó otra risita —. Es que nunca me interesó mucho el tema.
— Como cualquier cosa dada a la subjetividad, debe ser un tedio — Naeve asintió.
— Un tejesueños podría ayudarte.
— Si conoces alguno, cuando lleguemos a Icaegos me lo presentas.
— Mi padre es tejesueños.
Pifió.
— Pues perfecto — «Asistiré doblemente encantado» pensó.
Un detalle al que no le había prestado mucha atención a lo largo de su viaje, al menos hasta ese punto, fue la alta presencia de carruajes, patrullas y gente en general que transitaba por aquellos caminos, todos cargados con productos provenientes de otros reinos o manufacturados en la propia ciudad. Cair sabía de sobra que tras la partición de Cleinlorim en facciones, luego de que Lanar Glamaris ascendiera como señor racial(2), la ciudad había alcanzado una suerte de cúspide en el desarrollo comercial que no solo abarcaba a Ampletiet, sino que sus exportaciones tanto de materia prima, como de manufactura se extendían más allá de las fronteras del reino, teniendo tratados de libre comercio con Trobondir y parte de las ciudades al norte de Teorim bajo el Acuerdo de Tremorial. Aun sabiendo aquello, resultaba impresionante, no solo el movimiento que había en las rutas, sino que también el ánimo que traían quienes las transitaban. Varias veces habían recibido sonrisas y saludos por parte de personas a las que Cair jamás había visto en su vida, y según Naeve, ella tampoco.
Pasados unos minutos, el humo proveniente de las chimeneas de la ciudad se hizo presente en la distancia. La segunda indicación de su llegada a la urbe fueron las campanadas del puerto resonando en toda la bahía. Tan solo unos pasos más adelante, se mostró ante ellos Cleinlorim, la ciudad racial de los humanos amplietanos. De entre todas las ciudades raciales, Cleinlorim siempre había sido la más pequeña, y no por ello, menos hermosa que sus hermanas de otras razas.
Cair recordó el día en el que la noticia de los cambios llegó a Ceis. Ese día, muchos en el pueblo manifestaron su nula fe en el nuevo sistema impuesto por el señor Lanar. Aunque en ese momento, los problemas ya se estaban dando en la ciudad, ya que el consejo se había dividido en dos, producto de la nueva disposición de la ciudad: Los opositores, afirmando que aquello provocaría una división irreversible entre el poder que acabaría inevitablemente en una guerra civil, y quienes avalaban las decisiones de su señor. Luego de varios días de reuniones, la oposición cedió el plazo de un año para que se demostrara la solidez de su sistema.
No pudo evitar sonreír, pues era casi fantasioso lo que había ocurrido. Algo solo gestado en la cabeza de alguien tan idealista como lo era Lanar.
El señor Lanar Glamaris no dio un comunicado del estado de la ciudad a la población ni a sus consejeros hasta pasados varios meses, la gente ya empezaba a acostumbrarse al nuevo modelo, pero con bastantes dudas. Fue entonces cuando subió al estrado, en la plaza principal de la ciudad junto a sus cuatro hermanos, quienes eran los líderes de las facciones, los ministros comerciales de Trobondir y un representante de las ciudades norteñas de Teorim. Entonces, sin decir una sola palabra hasta el momento, levantó los tratados y los mostró ante toda la ciudad, incluidos los miembros del consejo, solo entonces dijo en voz alta «Yo confío en mis hermanos, y quien no confíe en los suyos, lo invito a irse de esta ciudad» Esta muestra de fría tranquilidad y confianza en su sistema bastó para que incluso el monarca de Ampletiet elogiara sus méritos, ya que no solo logró entablar un sistema que aceleró el crecimiento de la ciudad, sino que trazó una de las primeras relaciones con otros reinos tras siglos de enemistad.
Cair saboreó el aroma del mar. No podía decirse que el viviese lejos de él, sin embargo, su embriagadora presencia resultaba aún más cautivadora cuanto más cerca se encontraba de él. Aunque le hubiese gustado vagar unas horas por la ciudad, la altura del sol indicaba que ya debían ser cerca de las diez. Ellos no entrarían a la ciudad en sí, ya que por un decreto del rey, producto de su desconfianza ante un invento reciente, las rutas de los zepelín jamás pasaban por encima de las ciudad, por lo que las torres de arribo estaban en las afueras de estas. Aun así, desde lo alto de la colina sobre la que se encontraban, Cair fue capaz de ver una docena de barcos anclados, saliendo o entrando a la ciudad, además de cientos de carruajes que iban de lado a lado y miles de personas que abarrotaban las calles.
En cosa de un par de minutos llegaron hasta la gigantesca torre de arribo, una edificación de piedra con dos muelles como alas para que la gente abordara aquellos barcos voladores. Como si lo hubiesen hecho apropósito, el zepelín que debían abordar ya estaba anclado al muelle correspondiente a la ruta que debían tomar.
Cair se acercó a la boletería y mostró la moneda del capitán Agehelmar a la encargada, quien luego de examinar la moneda con detenimiento y asestarle una mirada curiosa, los guio a ambos hasta lo alto de la torre.
El viento sacudió el cabello de Cair, helando su frente ahora descubierta.
Una docena de hombres cargaban y descargaban cajas y barriles, desde y hacia el zepelín anclado. Aparte de ellos, había un par de llamativos nobles a bordo, dialogando con un grupo de guardias que Cair supo reconocer como guardaespaldas, debido principalmente a los emblemas que adornaban sus tabardos: Un león dorado cuya melena rodeaba su propio cuerpo, la familia Risfitt(3). Sus atuendos le resultaron tan absurdamente llamativos que cualquier palurdo podría haber reconocido su rango a kilómetros de distancia, y eso que los Risfitt era conocidos por ser los más mesurados en lo que a moda respecta. En ese preciso momento, Cair recordó que ellos eran un chico de ojos plateados y una hermosa druida de cabello verde, por lo que acalló sus pensamientos hipócritas.
La mujer que los acompañaba le mostró el papel al grueso guardia apostado en el borde del muelle y enseguida le devolvió la moneda. El guardia les dedicó una solemne reverencia, acompañada de un cortés «Bienvenidos» en un tono amigable que daba a entender su buen humor aún con aquel semblante inexpresivo. Enseguida llamó a un miembro de la tripulación y le indicó que los guiara hasta su habitación.
Cruzaron por la cubierta hacia una escalera que pasaba por el área de carga hasta las habitaciones, las que se encontraban en la planta inferior. Desde allí caminaron por varios pasillos adornados por cuadros de paisajes retratados con estilos curiosos y una alfombra que los recorría en toda su extensión. La única diferencia con una posada cualquiera, eran las tuberías apegadas en algunas paredes, generalmente en las esquinas. Pasaron por una docena de habitaciones hasta llegar a la suya.
Era una habitación grande, mucho para tratarse de la habitación de un zepelín. Había dos camas separadas por un extenso tocador de delicadas terminaciones en cuya pared colindante destacaba un hermoso cuadro de la capital; una gruesa alfombra verde en el centro de la habitación y un gran cofre a los pies de cada cama, una mesita con dos taburetes acolchados en una de las esquinas y un brasero en la esquina opuesta.
— Es más amplia que las demás en las que he viajado — Comentó Cair apenas entró.
— Es por eso por lo que te insistí en que abordáramos este. Es más grande en todos los aspectos, ya que usualmente es usado por la nobleza. Aunque es más caro también — Dijo ella con ambos nudillos en las caderas, en una postura que demostraba algo de orgullo por sus conocimientos.
— Y ya que viajamos gratis… que pilla… — Naeve sonrió —. Entonces por eso estaban los Risfitt arriba.
— Aunque me sorprende que solo hayan abordado ellos en Cleinlorim. Con el movimiento que hay en la ciudad últimamente, casi siempre está lleno — Estiró ambos brazos hacia arriba, provocando que su vestido se estirara de tal manera que hizo que resaltara su silueta.
«Qué hermosa es…» pensó Cair.
Naeve sacó una cartera de su bolso, el cual dejó sobre el tocador, y luego se sentó en la cama.
— Bueno, supongo que es para mejor ¿no?
— Sí, bueno, el caso es que, si se nos ocurre ir al comedor, cosa que tendremos que hacer en algún momento si no queremos morir de hambre, vamos a desentonar y no precisamente por no ser nobles — Cair lanzó su bolso sobre el cofre de la cama, arrepintiéndose en el acto, pues recordó que llevaba unas cuantas pociones rojas que le había dejado la abuela… y a Alísito —. Perdón — Le dijo, pero el hasís no dijo nada, así que Cair asumió que había muerto —. Vamos a pasar desapercibidos seguro — Continuó, con evidente sarcasmo.
Naeve rio.
— Es lo que tenemos los tantorianos.
Cair le sonrió mientras se ajustaba el cinturón.
— ¿Tendrán algo que comer?
— Segurísimo.
— Bien, iré a ver a que puedo hincarle el diente — Se desató completamente la correa de la espada y la dejó caer sobre la cama.
— Yo intentaré dormir un poco más — Le miró con ojos grandes. Tenía la cabeza apoyada sobre la almohada, producto de eso, su voz sonó algo chistosa.
— Que descanses, con permiso — Antes de retirarse, Cair creyó ver a la druida haciendo puchero.
Si bien iba a ir al comedor, antes de hacerlo quiso dar un paseo, conocer el zepelín de los nobles para intentar adivinar el porqué era más costoso que el resto. No obstante, no quiso subir, le molestaba la idea de que el viento meciese su cabello, por lo que luego de dar una vuelta al piso de las habitaciones, se dirigió hacia el comedor, ubicado en el mismo piso. Cair ya conocía de apariencia a los Risfitt, y tras ver que ellos estaban dentro del comedor, dio media vuelta y reconsideró la idea de subir a la cubierta. Finalmente, eso hizo.
Lo primero que hizo al llegar arriba fue maldecir. Dos jóvenes, un chico y una chica fijaron rápidamente su atención en él, ambos pertenecientes a la familia Risfitt por los colgantes que llevaban en el pecho. La chica tenía el cabello dorado y los ojos de un color celeste muy bonito que hacían tono con su rostro amplietano, pálido y pecoso. Pero quien llamó su atención fue el chico.
Cair entornó los ojos. Era un joven de más o menos su edad, de tes ligeramente bronceada, amistosos ojos marrones y un cabello enmarañado del mismo color. Esos ojos grandes y su rostro redondo hicieron clic en su cabeza. Sus facciones eran difícilmente irreconocibles para él.
— ¿Cair? — Inquirió él nada más verlo, luego soltó una carcajada.
— Aram… — Espetó Cair, con una sonrisa en su rostro. Ambos se dieron un fuerte y palmoteado abrazo —. Ya te dábamos por muerto, cabrón…
— Pues casi — Levantó su tabardo y mostró una cicatriz que le recorría la parte lateral del torso. Luego sonrió —. ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
— Casi un año completo — Dijo Cair, con una mano apoyada en el hombro de Aram —. ¿Qué ha sido de ti? ¿Por qué no has escrito?
Aram frunció el ceño.
— Pero si son ustedes los que jamás me respondieron.
— ¿Qué? Dejaste de escribir hace un año ¿no?
— ¿Qué? — Realmente parecía sorprendido. No desconfiaba de él, pero en esa situación, cualquiera inventaría una excusa para evadir un poco la culpa. Ese no era el caso.
— Va, da igual.
— Ya, que extraño… — Se rascó la barbilla —. Mmmm… bueno ¿Qué haces aquí?... No me digas que vas devuelta a Icaegos.
Cair se encogió de hombros.
— Es lo que hay.
— ¿Y qué tal los abuelos? ¿Y Adaia?
— Igual que siempre, que quieres que te diga… ¿Y tú? No sé si me sorprende más el hecho de que yo estoy aquí o el que tú estés aquí.
Él sonrió.
— Tengo una noticia.
— A juzgar por la manera en la que lo planteas…
— Me han adoptado — Replicó él, feliz.
Cair abrió los ojos como platos.
— ¿Los Risfitt? — Aram sonrió y luego asintió con la cabeza.
— Desde ahora soy Aram Risfitt heo Nuem — Dijo, orgulloso.
— Un momento, déjame procesarlo… ¡¿Qué?!
En su día, los abuelos le habían propuesto a Aram ser sus padres adoptivos. Sin embargo, y para sorpresa de todos tras haber vivido con él durante una gran parte de su infancia, declinó la oferta, y siempre lo hacía cuando se lo proponían, pero nunca entregó sus motivos.
— Sí, sé que es raro… espera un segundo… ¡Anye, ven un momentito! — La chica que estaba con él se acercó con una timidez disimulada que Cair supo reconocer en la tensión de sus movimientos.
— Oh, creo que ya entiendo.
— Estoy seguro de que no. Anye…
— Ah… lo siento… mi nombre es Anye Risfitt heo Nuem, es un placer.
Cair le dedicó una reverencia completa, al igual que ella, curiosamente.
— Soy Cair Rendaral heo Cragnan, el placer es mío — Había algo de rubor en las orejas de la muchacha que dio cuenta de su crianza amplietana.
— ¿Él es el chico del que nos hablaste? — Preguntó a Aram entre susurros.
— Mírale a los ojos si no me crees — Indicó este.
Eso hizo la muchacha y, al igual que Cair con la noticia de Aram, abrió los ojos de par en par.
— Es… ¡Es verdad! — Exclamó.
— Es el único sujeto en todo Ortande que tiene los ojos de ese color — Añadió Aram tras sonreír, siendo él quien estaba realmente orgulloso de aquello.
— Eso no lo sabemos a ciencia cierto — Refutó Cair.
— Ya, pero de momento, eres el único.
— S… si lo hubiese, seguro que en el pasado también, y… y que yo sepa, no hay registros de eso — Comentó la joven rubia. Ahora que la miraba, se parecía muchísimo a Adaia si se le miraba de reojo.
— Bueno, eso es cierto — Cair se cruzó de brazos y los señaló con el dedo índice y el anular —. Ustedes son…
— Hermanos — Replicaron al mismo tiempo.
— Celadores… ¿O sea que de verdad te adoptaron los Risfitt?
Aram asintió, rio y le puso una mano en el hombro.
— Vamos a comer algo y te cuento todo.
— Me parece bien, pero sigo sin procesarlo… además…
— A comer — Insistió.
Cair se dejó caer sobre la cama y se quedó mirando fijamente al techo. Naeve se sentó en la suya y le miró.
— ¿Ocurre algo?
— Nada importante.
Naeve frunció los labios y se quitó las botas.
— Ya… que tengas buenas noches.
— Igualmente — Respondió Cair, sin prestarle atención.
Durante un rato, Cair permaneció tumbado sobre la cama, contemplando indirectamente las vigas de acero del techo. Le tomaría un tiempo digerir lo que acababa de escuchar. Miró a Naeve, a quien también sorprendió mirándole desde su cama.
— Ya sabía que pensabas en algo — Dijo con una sonrisa en su rostro.
Cair sonrió también.
Inmediatamente después de cenar, Anye se despidió de Cair y se escurrió por los pasillos hasta su habitación.
Aram frunció el entrecejo y la siguió después de un rato, ya que la muchacha se mostraba algo extraña y él creía saber el por qué, así que no desaprovecharía esa oportunidad para burlarse un poco.
Su hermanastra estaba tirada boca abajo sobre la cama, con la cabeza hundida en las suaves almohadas.
— ¿Pasa algo, hermana?
Anye solo asomó un ojo y luego levantó la cabeza de golpe.
— ¡Sentí como si sus ojos horadaran mi alma! — Exclamó.
Aram prorrumpió en carcajadas y se tumbó en su cama.
— Te dije que era guapo.
— Es indudablemente atractivo… pero sus ojos… ese color plateado tan puro y brillante — Chilló y volvió a hundir la cabeza en la almohada. «Pubertad» pensó Aram —. Sí, es probablemente el hombre más guapo que he visto en mi vida — Aram siguió riendo a carcajadas. Anye le lanzó su almohada a la cara.
— Si quieres puedo hablarle. Te aseguro que es un buen chico.
— Cállate — Silenció —… Además, todavía no cumplo los quince.
Aram se acomodó y observó las vigas del techo, que se le antojaron similares a las que recordaba de la cabaña de la familia Rendaral, aun cuando eran de un material distinto. Exhaló una bocanada de aire. Las cosas habían cambiado tanto desde aquella época tan entrañable. Saber que todos a quienes consideraba familia estaban bien, desde luego que fue un alivio para todo lo que estaba ocurriendo en Ortande y para todo lo que ocurría había ocurrido en su vida en tan poco tiempo.
Apéndice
1.- Crana: Planta rojiza de flor amarilla y redonda, en su interior contiene un puñado de pequeñas semillas, estas últimas comestibles y caracterizadas por su alto valor nutritivo. El problema es su sabor soso, insípido y que encima seca la boca.
2.- Señor racial: Concepto ligado a la distribución geográfica amplietana. Tal y como puede indicarlo, un señor racial es quien dirige una ciudad racial, así como todos los pueblos y territorios cercanos.
3.- Los Risfitt: Familia noble cuyo negocio consiste en el comercio de mercenarios para la escolta de las caravanas de comercio, tanto dentro del reino como fuera de ellos, aunque mayoritariamente fuera. También administran una parte de las fuerzas de El Séquito del Monarca, por lo que son una de las cuatro familias amplietanas más poderosas.