«Aquello a lo que llaman nostalgia no es más que una sensación desagradable. Mirar tus manos, el broche de tus botas, los viejos tejados o los densos bosques cuyo follaje fue el principal espectador de tus caídas y llantos… y no encontrar nada familiar en aquello.
He de admitir que había dejado que el temor guiara mis pensamientos desde que había salido de casa, por lo que ese día, frente al espejo, juré que empuñaría mi arma con la escasa determinación que era capaz de reunir.
Por el conocido y el desconocido, aunque me negara a aceptarlo»
Aram observó las vigas del techo. Esta vez sí le resultaron familiares. Los grabados en amplietano que había leído una y otra vez solo por el hecho de tenerlos encima eran la primera señal de que, ahora sí, estaba despierto, incluso cuando las sensaciones del mundo real parecían simples ecos de aquel vívido tumulto de emociones del que acababa de salir. Seguía sintiendo el sudor perlar su frente y sus manos y pies seguían entumecidos a pesar del calor. Pero la luz filtrada a través de las delgadas cortinas rojas era la otra evidencia de que aquella pesadilla realmente había acabado. Aun así evitó observarlas por demasiado tiempo.
Aram relajó las manos y se las pasó por la cara. Por primera vez en toda su vida, realmente creía entender a Cair.
Luego de vestirse, Aram salió de su cuarto, caminando sin prisa por los extensos y opulentos pasillos de la mansión de los Risfitt. A él siempre le había parecido que unas alfombras tan suaves eran una exageración tratándose simplemente de un pasillo, pero a pesar de ser de los nobles más «modestos», los Risfitt tampoco escatimaban en gastos. En cada esquina había al menos una artesanía extrajera que por simple apariencia debía de costar su buen par de bolsas bien llenitas de oro. No había pared alguna que dejara espacio a la simplicidad, pues si no colgaban pinturas o retratos de los ancestros de la familia con intrincados marcos dorados, había alfombras o banderas que parecían de telas igual de costosas que los demás adornos.
En su entrenamiento junto al abuelo Jael, Aram había aprendido sobre la importancia de realizar algunos ejercicios matutinos que ayudaban a activar el cerebro y los músculos, por lo que el primer lugar que visitó, incluso antes del desayuno, fue el patio de prácticas, un círculo de arena con todo tipo de instrumentos de práctica a disposición, similar al del que disponía en su hogar anterior, con la única diferencia en el profesionalismo del tallado de esas armas de práctica. Aram cogió dos espadas y comenzó a lanzar tajos al aire repetidamente.
Hacía cosa de un año, antes de accidentarse, Aram se había entusiasmado con la idea de adaptar la esgrima de su abuelo a un estilo de combate que fuese más afín con su contextura y porte, por lo que llevaba en ello desde entonces, ayudándose de algunos libros escritos por varios espadachines y algunos relatos sobre el arte de Algriram Filumnis, el «monarca» zalashano, puesto que él utilizaba dos espadas para combatir, que era el estilo que más le llamaba la atención.
Tras su protagonismo en la escaramuza en la frontera oriental el año pasado, El Séquito del Monarca veía a Aram como la esperanza del nacimiento de un nuevo héroe amplietano, al nivel de lo que fue Sialnir Agmhere durante la Guerra de los Cuatro Colores. Frente a eso, como miembro de la casa Risfitt, era su obligación participar en el torneo Goliar que tendría lugar en poco más de una semana. Aram se sentía algo presionado por ello, siendo ese el motivo por el que era incapaz de mantenerse en la cama una vez que recuperaba la consciencia.
— Deberías usar armas más cortas y ligeras, amplietano — Dijo una voz femenina, hablando en lengua común.
Aram dio dos vueltas sobre sí hasta encontrar, apoyada en uno de los tantos pilares y oculta en la penumbra, a una mujer de cabello blanquecino y de tes ligeramente más clara que la suya, vestida con unos ropajes acolchonados que le hacían ver bastante más corpulenta de lo que debía ser, basándose en su cara y sus piernas. Las cintas doradas que le cruzaban de hombro a hombro y rodeaban su cintura eran quizá el signo más evidente de su procedencia. Una zalashana.
Él tenía constancia de que irían allí un grupo de exploradores zalashanos en algún momento, su padre les había hecho una mención al respecto, pero Aram en ningún momento se imaginó que su encuentro sería tan informal, por lo que todas sus conversaciones premeditadas se acababan de ir al carajo.
— Espadas cortas, amplietano. Aunque un par de dagas quizá serían mejores — Siguió.
Aram se consideraba a sí mismo algo tímido, y aunque Cair intentó ayudarlo con ello en su día, nunca fue capaz de sobrellevarlo de buena manera. El hecho de que la mujer se quedara mirándolo fijamente no lo ayudó en lo absoluto.
— Gracias. Lo intentaré — Replicó. Usó frases cortas para no tartamudear.
Para no llevar la contraria y generar una situación aún más incómoda, Aram hizo caso a la sugerencia de la zalashana, por lo que cambió sus dos espadas por un par de dagas. Al terminar, volvió a mirar hacia el lugar donde estaba la zalashana, esperando que ya no estuviera allí, pero para su sorpresa, y jugando con sus nervios, ella seguía allí, exactamente en la misma posición.
— ¿Quieres practicar?
«¿Qué diría Cair…? Maldita sea, él es un mal ejemplo… Eh… ¿Qué diría mi yo ideal?» Entre sus pensamientos, sintió que su respuesta estaba tardando demasiado, por lo que asintió con la cabeza, así tendría un poco más de tiempo para pensar en algo que decir. La respuesta que encontró en su cabeza resultó ser curiosa incluso para él: Pensar en Naeve, la druida que acompañaba a Cair, pues ella era por lejos la chica más hermosa que había conocido y él todavía se jactaba en su mente por la forma en la que se había despedido de ella. Aunque por dentro se sintió podrido por recurrir a ese método tan despectivo para la mujer que tenía al frente, siguió adelante.
Mientras tanto, la mujer se quitó la gruesa cota acolchada que traía puesta, quedando únicamente con un peto de cuero y un camisón, además de su falta, botas largas y muñequeras de cuero. El sonido que hicieron sus cosas al caer al piso fue similar al que haría dejar caer una piedra de más o menos el tamaño de su cabeza.
— Soy Lanna — Se presentó, lacónica, juntando ambas manos a la altura del regazo.
— Aram Risfitt heo Nuem — Siguió él. No repitió el gesto. Aunque fuese una forma zalashana de presentar respeto, para ellos era una falta aún más grave hacerlo siendo un extranjero que no hacerlo —. Siéntete libre de escoger la que quieras — Incluso él se sorprendió de lo bien que lo había modulado.
— Tú eres el hijo del jefe de tu familia ¿Eres el adoptivo o el de sangre? — Preguntó. Por supuesto, cogió una lanza de entre todas las armas de práctica que había a disposición.
— Adoptivo.
— Ya veo — Hubo un silencio mientras la mujer calentaba. Seguramente ya había oído de él. Solo esperaba que la mujer no fuera rencorosa — Esa esgrima que practicabas antes ¿Es propia?
— Solo una parte, la mayoría está basada en lo que mi abuelo me enseñó.
— ¿Él pertenecía a algún grupo?
— No que yo sepa.
— He visto a gente moverse de forma parecida, es eso lo que me llamó la atención — La mujer parecía haberse dado cuenta de algo. No hacía falta tener la intuición de Cair para darse cuenta de ello —. Bien. Ponte en guardia, amplietano. Demuéstrame de lo que tu pueblo es capaz.
Aram dio un suspiro.
— Pero yo soy ealeño.
El resto fue simplemente silencio incómodo.
En cuanto Cair sacó un pie del barco y lo posó sobre las oscuras planchas de madera del muelle de Cleinlorim, sin tanta sorpresa, se percató de que traía su espada sin la vaina, por lo que mecánicamente se dio la vuelta y volvió al barco a por ella. Al regresar, Gyania se llevó la palma de la mano a la cara y negó con la cabeza, pues antes de salir, ella le había advertido de que la perdería.
A punta de regaños y «Te lo dije», ambos caminaron por la calle del Triemblema, una construida hacia relativamente poco con el objetivo de agilizar el creciente y demandante movimiento de la ciudad, conectando la entrada de esta y el muelle en un único tramo bien designado. Como era de esperarse, rápidamente se volvió la calle más importante de la ciudad, transitado por cientos y cientos de personas que siempre traían algo sobre los hombros, carretones, carruajes, caballos con sus jinetes y algunos transeúntes simultáneamente, siendo probablemente uno de los lugares con mayor concentración de gente en todo Ampletiet, y, por ende, también uno de los más habituados por los carteristas, por lo que Cair se mantuvo cerca de Gyania en todo momento, ya que la muchacha de cuna de oro era bastante ingenua en ese aspecto.
Aun considerando molesto el bullicio que allí abundaba, Cair creía que aquella calle era uno de los lugares más preciosos de la ciudad, con el mar a un lado y el imponente portón de la ciudad al otro, adornado de lado a lado con guirnaldas e ídolos con motivo del Demiserio, contorneado por plantas cuyas hojas, diminutas aún, parecían pequeñas motas flotantes al pasar desapercibidas las ramas entre los tonos de los bordes de madera de las casas de tejados verdes.
Una vez en la entrada de la ciudad, ambos se dirigieron a la posta para alquilar un par de caballos para el viaje.
Aunque todavía no estaba desocupado de sus labores como grajo, Cair sentía que había vuelto bastante antes de lo que presupuestaba en un inicio, y, dejando de lado la constante sensación de peligro en el aire, que solo había desaparecido hacia algunos días, el viaje le resultó bastante divertido y algo emocionante.
Gyania parecía bastante más entusiasmada con la idea de viajar de aquí a allá. Sus ojos verdes titilaban en contraste a su largo cabello negro, emocionada solo con la idea de montar a caballo, aún sin saber hacerlo.
— ¿Estás seguro de que no te molesta? — Volvió a preguntar Gyania, viendo como Cair pagaba un único caballo.
Tras hacerlo, él la miró unos segundos.
— Yo creo que lo voy a disfrutar — Sonrió.
— ¡Oye ¿En qué estás pensando?!
— Nada en especial — Replicó él, divertido.
Gyania entornó los ojos.
— En fin, es la única opción que tenemos de todos modos.
Un detalle que llamó su atención es que, en la primera noche, descansaron en el mismo sitio que cuando iba rumbo a Icaegos junto con Naeve, y aunque la ruta era la misma, pero en sentido contrario, las sensaciones que atenazaban sus sentidos eran radicalmente distintas. El calor era mucho más sofocante, y era obvio, ya que ahora estaban entrando al Demiserio, y eso le permitía viajar más cómodos, sin tantas prendas encima. Pero la comodidad no era el eje principal de esa distinción. Lo era la ausencia de la sensación de peligro. Fue como si el derrotar a aquel jinete hubiese repercutido en todo Ampletiet, o al menos, en su inseguridad.
Cair tuvo que reconocer una cosa, y es que, a pesar de no sentir demasiado afecto por Gyania, sí le era satisfactorio el sentir su cabeza sobre su espalda o sus brazos rodeando su torso con fuerza; en general, era el hecho de que estuviera tan cerca, comportándose como una niña indefensa, sobre todo, porque ella parecía ser indiferente a sus halagos y a su picardía. Aunque en el fondo seguía temiendo que ella acabara por violarlo.
— Oye — Llamó Cair mientras llevaba las riendas del caballo.
— ¿Sí?
— ¿Te parece si tomamos un atajo?
— ¿Cuál es la desventaja? — Preguntó —. Siempre hay una — Añadió rápidamente.
— Bueno, técnicamente no hay camino, pero hay gente que suele tomarlo, así que los caballos accederán a ir por ahí sin muchos problemas.
— ¿Hay insectos?
Cair frunció el ceño.
— Es un bosque, Gyania. Claro que hay insectos. Y aunque no te gusten, creo que el sendero será de tu agrado.
Ella cabeceo de lado a lado.
— ¿Cuánto tiempo nos ahorraremos?
— Una hora y quizás un poco más.
Volvió a cabecear.
— Está bien — Cedió.
El camino que conectaba Cleinlorim con Ceis era de hecho el mismo que conectaba la ciudad racial humana con el Prado de la Gloria y con la capital, por lo que, con el fin de ahorrar en los costos de construcción del camino, el trecho bordeaba todo el Bosque de Citriciérnagas, alargando el tramo entre el pueblo y la ciudad en un par de horas. Pero ese camino había sido construido tan solo un par de años atrás, por lo que algunos de los pueblerinos y quienes los suministraban seguían tomando la ruta antigua, a pesar de no estar adocrinada. El problema era que, dada la disminución del tránsito, el bosque poco a poco fue recuperando el terreno profanado por las personas, lo que inevitablemente trajo devuelta a los carnítidos, y si no se sabía cómo lidiar con aquellos arácnidos con complejo de tamaño, una picadura sería segura, y contraer una insoportable debilidad por culpa del veneno no era algo precisamente agradable; tampoco lo sería la enorme cicatriz. Pero, a excepción, justamente, de la Hojarasca, Cair había crecido en aquellas arboledas, por lo que su confianza no era poca a la hora de transitar bajo las hojas. Así que, utilizando únicamente su orientación como referencia, Cair guio las riendas del caballo entre los árboles.
— ¿Por qué es que decías que me gustaría este sitio? Por ahora parece bastante normal — Comentó Gyania tras unos minutos.
— Es un poco más adelante.
— Este es el Bosque de ciri… citiri… citrici… ah, mierda.
Cair intentó aguantar la risa.
— Citriciérnagas.
— Ci-tri-ciér-na-gas. Eso ¿Pero por qué se llama así? ¿Son una especie de luciérnagas?
— Son parecidas. La diferencia es que las citriciérnagas solo brillan cuando están muertas y algo se mueve cerca de sus cuerpos… generalmente sus restos se pegan a las hojas.
— ¿Qué? Yo pensaba que el nombre era un juego de palabras.
— Bueno, técnicamente lo hace, ya que su origen etimológico viene de las palabras «Citrino» y «Luciérnaga». Y supongo que es normal que se preste a confusión, ya que son muy parecidas a las libélulas cuando están vivas, y pues se creía que la luz era una cualidad de los árboles de este bosque, similar a lo que ocurre con las bluciérnagas y el infrarroble.
— ¿Y cómo lo descubrieron?
— Hay un tipo, un erudito de Icaegos, que vino a estudiar a los insectos de los bosques de la Extensión Occidental hace un tiempo. Los descubrió al ver que una niña maldadosa los aplastaba y los usaba para pintar, así que los nombró con el nombre que esa misma niña les había dado.
» Y… llegamos — Todavía estaba el mecanismo que dejó la niña maldadosa para asustar a los visitantes.
Por supuesto, al primer vistazo parecía un bosque común y corriente, como el de Thrino que seguramente Gyania conocía de sobra, ya que la débil corriente de viento que había era incapaz de agitar el follaje, por lo que Cair cortó la rama de un árbol y luego comenzó a sacudirla a su alrededor, iluminando toda el área a su alrededor con pequeños puntitos amarillos y uno que otro de color rosado.
— Guau… ¡¿Cómo es que nadie conoce este sitio?! — Exclamó.
— Por la misma razón que, aunque teniendo un cielo tan hermoso, pasamos la mayor parte del tiempo mirando al piso.
Gyania se apoyó sobre sus hombros y se asomó por un costado con el ceño fruncido.
— ¿Ocurre algo?
— Nada en especial. Simplemente hablé por inercia.
» ¿Caminamos un rato?
— ¿No llevamos prisa?
— Tengo dos argumentos: El primero, es que de todos modos tendremos que detenernos en mi granja. Y el segundo, es que no nos moveríamos mucho más rápido montando.
— Entonces está bien.
Cair se bajó del caballo y ayudó a Gyania a hacerlo también. Enseguida cogió una piedra del suelo y la lanzó con fuerza en medio del ramaje, iluminando toda el área circundante en la trayectoria que siguió la piedra.
— Así que esto es básicamente un cementerio — Dijo Gyania, zarandeando una delgada rama que había cogido del suelo.
— Es una forma un tanto triste de verlo, pero sí.
— ¿De verdad estás bien? — Volvió a preguntar, mientras movía la rama frente a su rostro.
Cair levantó una ceja.
— ¿No puedo simplemente estar tranquilo?
— No, es raro. Se siente raro — Confesó ella.
Cair rio.
— O sea que estás acostumbrada a que esté constantemente hablando y molestándote.
— Supongo que sí.
— Pues yo ahora te noto algo más energética, así que estamos en las mismas ¿no?
— Estoy igual que siempre, tú eres el que está raro.
— No estoy raro, solo un poco más callado que de costumbre. A veces me pasa… que va, a todo el mundo le ocurre de vez en cuando.
— Y eso es raro.
— No lo es. Tú sueles hacer muchas preguntas, pero cuando dejas de hacerlas no es que estés rara ¿O sí?
— Mmmm, supongo que no.
Cair se encogió de hombros.
— Es técnicamente lo mismo — Gyania le observó durante unos segundos. Cair volvió a arquear una ceja al verla —. ¿En qué momento cambiamos los roles?
— Solo pensaba que eres interesante.
— Pues gracias.
— ¿Ves que estás raro?
Cair ladeó la cabeza.
— ¿Qué hice ahora?
— No soltaste ningún piropo o broma. Sueles hacerlo para no perder el dominio de las conversaciones cuando hablas conmigo.
— ¿Qué estás diciendo? — Preguntó Cair, divertido —. ¿Acaso estabas esperando un piropo?
— Supongo que una parte de mí, sí.
— Me alegro — Replicó él instantáneamente, lacónico e ignorándola.
— ¿Eso es todo? — Cair asintió —. Oye. Creo que usaré una de mis dos preguntas.
— ¿Sigues con eso? Ya te dije que podías preguntarme lo que sea.
— Tómalo como preguntas que debes responder con total sinceridad. Sin ambigüedades, claro y… no conciso… directo.
— Vale, vale. Está bien, adelante.
Le puso una mano en el hombro.
— ¿Hay algo que me estás ocultando?
— No — Replicó Cair. «Claro y conciso, como ella quería» Al ver la expresión de disgusto que se dibujaba en el rostro de la medio elfa, Cair suspiró y siguió —: Lo único que he intentado ocultarte fue mi relación con la Facción del Grajo… y básicamente todo lo relacionado con eso.
Gyania entornó los ojos y apartó la mirada rápidamente para seguir blandiendo su rama.
— Vale.
Cair hizo una mueca.
— No suenas convencida en lo absoluto.
— Créeme que lo estoy.
— Bueno, ahora realmente creo…
— Oye — Lo interrumpió —. ¿Transita mucha gente por aquí?
— No ¿Por qué? — Cair levantó la cabeza y vio como el bosque a unos metros por delante de ellos comenzaba a iluminarse, avanzando en su dirección.
— ¿Habías dicho que no te gustaban mucho los insectos?
— Un poco.
— Pues empieza a canalizar tu magia.
— ¿Por qué?
— Unas arañitas quieren interrumpir a un par de tortolitos.
— ¿Qué…?
Antes de que Gyania tuviese la oportunidad de formular más de sus preguntas, un carnítido se lanzó sobre ellos con dos de sus seis patas extendidas hacia él y las otras cuatro cubriendo su tórax. A Cair no le daría tiempo para desenvainar su arma, y tampoco era una buena idea utilizar su magia de fuego en un bosque, por lo que giró el torso para que la inercia del movimiento se sumara a la del codazo que lanzó contra la criatura, manteniendo sujetas las riendas del caballo que empezaba a agitarse.
Los carnítidos eran duros, proporcional a como debían de ser las corazas de los insectos más pequeños si fuesen grandes. Sus patas eran afiladas y robustas, a pesar de ser delgadas, y sus colmillos estaban bañados en un veneno paralizante. Pero el lugar más peligroso de esos animales era su parte trasera, cubierta con un montón de pequeñas púas terminadas en garfio, capaces de inyectar el doble de veneno que sus colmillos por nacer justo en la zona donde estos insectos almacenaban su veneno. Esta dosis era varias veces más abundante cuando utilizaban el gran aguijón que coronaba dicha parte de sus cuerpos. Una gota de ese veneno serviría para adormecer a una persona pequeña, algo generalmente llevadero bajo los efectos de la adrenalina. El doble de esa cantidad volvería a una persona incapaz de defenderse; el triple, directamente la mandaría al suelo. Si bien su veneno no era especialmente potente en comparación a otras criaturas, aquel perjuicio era contrarrestado por su gran tamaño, habiendo algunos ejemplares de casi tres veces su tamaño que solo se movían cerca de la reina de la colmena, Tiltalbaal, quien, según los textos, medía más de cuarenta metros con las patas extendidas.
Ahora, teniendo la oportunidad de hacerlo, Cair desenvainó su espada y la apuntó contra la criatura, manteniendo un ojo a su alrededor en todo momento, pues era inusual que atacaran solas, a pesar de ser consideradas arácnidas.
Sorprendentemente, la esgrima de su abuelo resultaba ser mucho más efectiva contra criaturas erráticas como la que tenía frente a él, como si ese hubiese sido el motivo de su creación.
Cair trazó un arco con su espada en el momento en el que el carnítido se volvió a lanzar sobre él, pero sorpresivamente, su hoja cortó el aire, pues un proyectil de hielo perforó el tórax de la criatura, rompiendo la férrea defensa que suponían sus patas, empujándola hacia atrás, sin vida. Cair se dio media vuelta para felicitar a Gyania, pero ella estaba con las piernas ligeramente curvadas hacia adentro mientras tiritaba.
— Mmmm… Más bien me parece que les tienes fobia.
Ella dejó escapar una bocanada de aire.
— Sí… — Confesó —. A las arañas en especial… ¡Y maldita sea, Cair! ¡Esa cosa no puede considerarse una «arañita»!
Él se encogió de hombros.
Más citriciérnagas comenzaron a iluminarse.
Cair rezongó.
— No, no ¡No! — Se aferró a él con sus dos brazos.
— ¡Quítate! ¡Así no me puedo mover! — Exclamó Cair, intentando apartarla.
El carnítido se abalanzó sobre ellos.
Probablemente les hubiera mordido, pero, instintivamente, Cair se movió a un lado, dándole tiempo a Gyania para lanzar otra estaca de hielo que dio exactamente en el mismo punto que la anterior.
Cair frunció el ceño.
— Al final resulta que eres buena en esto.
— ¡Cállate!
Cair la ayudó a volver a subir al caballo y enseguida lo hizo él también. En cuanto cogió las riendas, Gyania le asestó un cabezazo.
— ¡Au! ¡¿Qué te pasa?!
Ella se estaba sobajeando con la mano mientras murmuraba «Desgraciado cabeza dura».
— Por si no te habías dado cuenta ¡Odio las arañas!
— Pero no son…
— ¡Son peores!
Cair negó con la cabeza y espoleó al caballo.
Tras un par de horas, por fin llegaron al sendero que conectaba la granja de los Rendaral con Ceis.
Gyania había manifestado su intención de visitar el pueblo, ya que nunca lo había hecho. Reacio, Cair había logrado aplazar esa visita jugando con el hambre que ambos traían, así que le prometió que la visitarían una vez acabaran con su misión actual, pues tampoco quería ser quien se lo impidiera mediante mentiras, siendo que realmente les convendría pasar allí a reabastecerse antes de dirigirse a la capital.
— Hay bonitas vistas desde aquí — Comentó Gyania, mirando hacia el peñasco en el que él habitualmente tomaba el desayuno —. Si no fuera por esas cosas…
Cair sonrió.
— Muy buenas, la verdad… y bueno, si te vas a pegar a mí como lo hiciste hace un rato cada vez que veas una… pues yo sería bastante feliz.
Ella le dio un puñetazo en el hombro.
— Abusador.
Unos minutos más y por fin entraron en el terreno de la granja.
Producto de los deshielos, el riachuelo que pasaba presentaba un caudal un tanto más abundante, por lo que toda la vegetación estaba mucho más frondosa de lo habitual y con todas sus tonalidades de verde más vivas que a los tonos oscuros a los que había acabado por acostumbrarse. Cair dejó escapar un suspiro de alivio, pues era gratificante estar de vuelta en casa.
— Así que esta es tu granja… Oye, no soy experta en plantas, pero eso no debería crecer en esta época ¿no? — Señaló unos arbustos de dudrías, un tipo de baya rosada similar a los arándanos, común en el verano.
— Por eso es que decía que era una granja atemporal, aquí no importan demasiado las estaciones del año. Crece de todo y ya.
— ¿Qué? Lo asumes con demasiada facilidad, Cair. Te creía de mente más erudita.
— Puede ser, pero intenté averiguarlo durante mucho tiempo sin éxito, así que me rendí.
Antes de llamar a la puerta, Cair escuchó un golpe seco y se dio media vuelta para ver a su hermana con la mano en la frente mientras sostenía un canasto con ropa en la otra. En el suelo estaba la otra canasta. La había dejado caer solo para hacer ese gesto.
— ¡¿Otra más?! — Exclamó Adaia.
Gyania levantó una ceja, Cair se llevó la palma a la cara.
— ¿Esas son maneras de recibir a tu querido hermanito? — Espetó.
Ella le miró con repudio.
— Niña… eh… señorita ¡Aléjese de ese energúmeno mientras le sea posible! — Siguió Adaia, apuntándolo con el dedo en una postura demasiado exagerada —. ¡Y tú! ¡¿No crees que es un poco pronto?! ¡¿Qué paso con Naeve?!
— ¡¿Qué demonios…?! ¡Que traiga a alguien a casa no quiere decir que sea mi pareja!
— ¿Qué? — Preguntó Gyania.
— ¡¿Cómo qué no?! ¡Así ha sido en todas las ocasiones!
— ¡¿Por qué tanto escán…?! — Interrumpió su abuelo de un portazo —. ¡Vaya cabrón! — Exclamó con una sonrisa y le asestó soberana palmada en la espalda.
Cair se quedó en blanco.
La gruesa mano de la abuela Ela cogió al abuelo Jael por la cara y lo arrastró dentro de la casa. Llegaba el jefe final.
— ¿Qué significa esto, Cair Rendaral heo Cragnan? — Preguntó con frívola tranquilidad. El nombre completo era lo peor.
Cair jaló de su cara hacia abajo.
— ¡Eh! ¿Ella no es Gyania? La de los Escoldis — Mencionó su hermana.
Cair frunció el ceño mientras Adaia se acercaba un poco más a examinar el rostro de Gyania.
— Sí, ese es su nombre ¿La conocen?
Le llegó un coscorrón por parte de la abuela Ela. Probablemente le quedaría un agujero en la mollera.
— Si es que eres un pelotudo, Cair Rendaral. Igual que tu abuelo — Mientras el abuelo Jael preguntaba qué tenía que ver él, la abuela siguió —: Es la hija del señor racial de Rainlorei, espabilado.
Cair chasqueó los dedos.
— Ya decía yo que me parecía familiar.
Adaia se llevó la palma de la mano a la cara nuevamente. Su rostro todavía tenía la marca roja de sus manos por el golpe anterior.
— O sea que no te habías dado cuenta antes.
Él miró a Adaia, sonrió y, acompañado de un cabeceo, le guiñó un ojo.
— No.
La abuela suspiró.
— Por los celadores.
Cair miró a Gyania.
— Y tú ¿Por qué no me dijiste nada? — Recibió otro coscorrón. Tuvo la sensación de que ese había tocado su cerebro —. ¡¿Y esa por qué?!
— ¡Esa no es la forma de dirigirse hacia alguien de la realeza!
El abuelo Jael refunfuñó por detrás, ganándose un coscorrón él también. Aunque siempre lo hacía para llevarle la contraria a la abuela.
— Bueno. No me importa — Otro más. Como antigua asesora de la nobleza teorinense, la abuela Ela le daba mucha importancia a los temas relacionados a la etiqueta y los modales.
Gyania prorrumpió en carcajadas.
— Así que de verdad no lo sabías — Dijo —. Parece que ya me conocéis, pero me presentaré de todos modos: Soy Gyania Ei Escoldis heo Gyza, heredera del señorío de la ciudad racial de Rainlorei. Es un verdadero placer conocerlos al fin.
— Y recién ahora se presenta como corresponde la muy… — Cair levantó sus manos para cubrirse por reflejo en el momento en el que la abuela levantó las suyas para darle otro coscorrón.
— ¡Oye! Tú tampoco dijiste tu posición cuando nos presentamos.
— Además, Cair, tú deberías saber quienes son los miembros de la realeza — Espetó Adaia, refiriéndose al trabajo de la abuela Ela como consejera a tiempo parcial de varias familias nobles y reales amplietanas. Alguna que otra vez trabajó para los Escoldis, de hecho, en uno de esos trabajos conocieron a Aram.
Cair bufó.
— Mis disculpas por la falta de respeto de mi marido y mi nieto, lady Gyania.
— No se preocupe — Miró a Cair de reojo —. Aquí solo soy una amiga de su nieto.
— Y por ende eres más que bienvenida. Por favor, pasa — Invitó la abuela, abriendo la puerta de la cabaña —. Puedes llamarme Ela, hija.
— Yo soy Adaia, hermana de ese… sujeto — Señaló despectivamente a Cair —. Así que de verdad eres la heredera del señorío de Rainlorei — Comentó mientras caminaba, aunque seguramente lo que quería era averiguar si podía sacarle información sobre los libros a los que solo podían acceder los de la nobleza.
Cair no alcanzó a oír el resto de la conversación, pues se quedó junto a su abuelo, fuera.
— Y bien ¿Cómo te fue?
— Al menos alguien se preocupa por mi — Sacó su moneda de la Facción del Grajo.
— Así que finalmente cediste.
» Bonita moneda, por cierto. Te queda como anillo al dedo.
— Sí… bueno, hasta el momento, lo único que he hecho es viajar de aquí a allá y pelear contra otra cosa similar a las que me encontré aquí.
— ¿Y ella es tú acompañante?
— Tozuda como una mula, pero sí.
— Vaya, vaya… extraña elección. Pero bueno, así es la vida de un Grajo.
— ¿Y tú como lo sabes?
Su abuelo le lanzó una moneda mientras caminaba en dirección a la cabaña.
Cair examinó la moneda. Una con bordes plateados y superficie negra, con un cuervo del mismo color grabado en ella.
— Luego me cuentas todo, ahora quiero conocer a esa amiga tuya.
Cair frunció el ceño.
— ¿Por qué caminas tan dramáticamente?
— Porque se ve de puta madre. Siempre lo quise hacer, pero ya lo arruinaste.
Cair negó con la cabeza y luego sonrió. Nada había cambiado.
¿Por qué no huele a granja?
Gyania tomó asiento en el ancho sofá de la sala de estar mientras la señora Ela troceaba un bizcocho y la hermana de Cair llenaba un vaso con zumo. Casi se va de espaldas en cuanto su cuerpo se hundió casi completamente en la suavidad de aquel sofá. La única risa que oyó fue una contenida por parte de quién más se burlaría de ella.
— Buena — Espetó Cair, divertido, mientras dejaba sus cosas en un colgador junto a la puerta.
— ¡Es demasiado blando!
La señora Ela rio.
— Sí, la verdad es que lo es — Dejó un plato con los trozos de bizcocho en la mesa de centro —. Deben tener hambre ¿Les preparo algo?
— Te lo agradecería — Replicó Cair.
— Bien. Jael, ven a ayudarme — El anciano ya se había sentado, por lo que puso los ojos en blanco y se levantó.
Adaia le ofreció un vaso con zumo y luego se sentó en uno de los sofás de los costados. Cair se sentó en el otro, dejándola a ella sola hundida en aquellas nubes terrenales.
— ¿Y cómo es que se conocieron? — Preguntó el señor Jael.
Cair dio un cabeceo, incitándola a ella a responder.
— Eh… La primera vez que nos vimos… fue en la biblioteca de la sede, pero no fue hasta después, cuando él se estrelló contra una pared, que nos presentamos.
— ¿Cómo funciona eso?
— El profesor Anterion me empujó con una ráfaga de viento, y ya sabes, Icaegos está bastante alto — Mencionó él.
— Sí… este… cuando le vi, pensé «Se ha roto algo seguro», pero estaba bien.
Cair se dio unas buenas palmadas en el pecho, orgulloso.
— Duelen más los golpes de la abuela — Espetó, ganándose una mirada por parte de su abuela —. Para que vean que dureza de la po…
— Cair, si sales con uno de esos chistes tuyos, te voy a ir a golpear — Interrumpió la señora Ela, apuntándolo con una cuchara. Él se encogió en el sofá, haciendo puchero — Disculpa… Así que estudias en Icaegos.
— … Sí.
— ¿Y tú padre lo llevó bien?
De repente, Gyania sintió un bajón de ánimo.
— ¿Tú padre? — Repitió Cair.
— Bueno… él quería que me preparase para heredar el señorío…
— Y ahora es compañera de un grajo — Comentó Cair, quien le miró y sonrió ligeramente. A veces, la perspicacia de aquel tipo era algo digno de temer, pero en aquel momento, ella agradeció su interrupción, a pesar de que sus fulgurantes ojos blancos parecían decir «Luego me lo cuentas».
— ¡¿Te uniste a la Facción del Grajo?! — Exclamó la hermana de Cair, quien simplemente había estado sentada, observando, burlándose de su hermano y picoteando un trozo de bizcocho.
— Sí.
— Es cierto… ¿Y cómo te fue? ¿Obtuviste alguna información sobre lo que te pasó?
— Nada importante realmente… y básicamente, lo único que hemos hecho ha sido caminar de aquí a allá — Adaia se dio media vuelta para vigilar a Alísito, momento que Cair aprovechó para dedicarle un gesto de silencio con la mano. Probablemente no quería preocupar a su abuela.
— Ya veo… me alegra. Sé que estás en buenas manos con el archimago.
— Sí… bueno, probablemente no te guste tanto saber que vamos a participar en una cacería.
— ¿Por qué? Siempre vas a cazar con tu abuelo y tu hermana.
— Porque la presa es Tiltalbaal.
Hubo un silencio incómodo.
— ¡¿Qué?! Oh, no ¡Cair, eso es demasiado peligroso, y más ahora con la actividad de la colmena!
— Es por lo que vamos allí.
— ¡Es peligroso! Y, por si fuera poco, arrastras a esta niña contigo.
— De hecho, fue ella la que se pegó a mí.
— Cair, no es solo porque sea prácticamente una princesa, aunque te manejes en el bosque y sepas pelear contra los carnítidos, nada asegura que salgan de allí ilesos.
Cair puso los ojos en blanco. Una expresión que probablemente había adoptado de su abuelo.
— No me echaré para atrás, abuela. Elegí este camino a sabiendas de los peligros.
Gyania se encogió y sorbió de su zumo, sosteniendo el vaso con ambas manos. El señor Jael puso una mano en el hombro de la señora Ela y esta suspiró.
— Pero…
— Abuela… — Interrumpió la hermana de Cair —. Eh… ¿Puedo llamarte solo Gyania?
— Sí, por supuesto.
Cair se puso de pie y fue a tranquilizar a su abuela.
— Eh… ¿Hay algún tema que te interese en especial?... Digo, tú nombre significa «La helada segunda flor de la curiosidad».
— ¿Sabes lo que significa? — Ella sacó pecho, orgullosa. Encontró un parecido con los gestos y las expresiones faciales de Cair —. Pues si tuviera que decir un tema… — Miró a Cair.
— ¿Por qué lo miras? — Preguntó con una sonrisa pícara.
Aunque sintió su rostro teñido de rubor, mantuvo perfectamente la compostura y la mente completamente fría.
— Por nada en especial… Eh… Los paladines, de pequeña pasaba mucho tiempo hurgando en libros y relatos sobre ellos.
Sus ojos marrones pegaron un chispazo y enseguida subió corriendo por las escaleras.
— Parece que se van a llevar muy bien — Comentó el señor Jael, tomando asiento en el sofá que Cair había estado ocupando, adoptando una postura muy similar —. Así que te volviste la compañera de ese bribón.
— Eh… pues sí, pero de verdad fui yo quien insistió.
— Suele tener ese efecto — Gyania lo miró, extrañada —. Oh, nada. Pero me alegra que tenga a alguien que le acompañe — Levantó la cabeza, revelando unas cuantas cicatrices que se perdían debajo de su camisa —. Probablemente Cair ya te lo dijo, pero él tuvo un casi hermano.
— ¿Aram?
— Sí — Miró a Cair —. Él fue la primera persona fuera de nuestro círculo en la que realmente confió.
» Es un buen chico, pero que no te pase a llevar si le cuesta cogerte confianza.
Ella frunció el ceño.
— Pues yo lo he visto bastante confianzudo, si le soy sincera.
— Oh, sí. Es así con todo el mundo — Se rascó la nuca —. Eso es en parte culpa mía. Pero me refiero a verdadera confianza… Si han combatido, te habrás dado cuenta de que no es bueno siguiendo tus ideas, y tampoco arma las suyas confiando en ti; si no lo han hecho, en algún momento te darás cuenta.
— Ah… lo tendré en cuenta — Calló un momento y luego preguntó —: ¿Y por qué es tan desconfiando? ¿Le ocurrió algo?
— Nada, por simple naturaleza. Es del tipo que solo confía cuando le dan una excusa para hacerlo. Nada más que eso.
— Ya veo.
El señor Jael se inclinó y pinchó un trozo de bizcocho.
Incluyendo lo inmaduro que se había mostrado en una primera instancia, la fluidez de sus palabras, su tono y su vocabulario le acababan de dejar en claro una cosa, y es que Cair había heredado gran parte de la personalidad de su abuelo, casi como un calco. Desde luego que su hermana también reflejaba una actitud similar, pero aquella era mucho más acentuada entre ambos. Gyania intuyó que había un fuerte vínculo entre ambos, probablemente más que con cualquier otro miembro de aquella familia tan risueña.
— ¿Y qué te parece?
— ¿Cair?
— Sí. Entre dos personas sale a relucir la verdadera personalidad de ambas. Y por lo que intuyo, ustedes han tenido bastante tiempo para conocerse.
— Pues… — Se dio media vuelta para asegurarse de que Cair no estaba oyendo —. Creo que la mejor forma de describir mi impresión, sería decir que la razón por la que no quería que él supiese quien era, es para que no cambiara su forma de dirigirse hacia mí, o que se alejara.
» Su nieto es… es una persona agradable… agradable y única, y no lo digo solo por sus ojos.
El señor Jael se dio unas palmadas en el pecho y levantó su brazo ligeramente por sobre ella, un par de manos ásperas se posaron sobre sus hombros. Ella levantó su cabeza para encontrarse cara a cara con Cair, mirándole directamente a los ojos mientras sonreía.
«¡Viejo de mierda deliavélico(1)!» pensó ella. Cambiando drásticamente su percepción de él. Sus mejillas se arrebolaron súbitamente, por lo que ella se inclinó hacia adelante para apartarse del calor de sus manos y esconder su rostro.
— Curioso — Fue lo único que dijo antes de volver a la cocina.
En ese momento, la hermana de Cair bajó por las escaleras con un gigantesco tomo maltrecho lleno de papeles sueltos entre sus brazos, contoneándose de lado a lado por el peso. Lo dejó caer sobre la mesa con tal fuerza que el extremo opuesto de esta se levantó ligeramente. Y eso que parecía ser un tocón macizo.
— ¿Y eso? — Preguntó ella, sorprendida.
— Su tema de interés son también los paladines. Dedica casi todas sus noches a investigar sobre ellos — Replicó Cair desde la cocina, sin siquiera voltearse a ver qué fue lo que su hermana había llevado.
— ¡¿De verdad?! — Exclamó Gyania, comparando aquel «diario» con uno que ella tenía en su dormitorio en Rainlorei.
— Y este es el resumen de mis hallazgos — Confesó, orgullosa.
— ¡Por eso sabes algo de ortanense original! — Inquirió.
— Eh… en realidad no sé tanto, solo dio la coincidencia de que conocía las palabras que conformaban tu nombre… pues porque me gustó su significado y eso… de una vez que acompañé a la abuela a asesorar a tu padre… Pero a lo que voy: Este es el momento de jactarme de mis investigaciones.
— ¿Y qué es?
— Hace unos días, entre una pila de tomos desechados, encontré unas cuantas páginas que creo que pertenecen a los libros del Confedium de la segunda orden, y con ello, creo estar casi segura de que he completado el primer volumen.
Los Confedium eran una serie de libros escritos por la orden de paladines, cuya temática era desconocida en su gran mayoría, pues estaban escritos en ortanense original y esa era una lengua que prácticamente había desaparecido del conocimiento general hacía medio milenio ya, por lo que sus tomos solían pasar desapercibidos entre otros tomos escritos en el mismo idioma, generalmente olvidados e incompletos en los sitios más recónditos de las bibliotecas más grandes, pues había pocos eruditos trabajando en su traducción, y esos pocos eran generalmente aficionados, ya que los verdaderos eruditos estaban plenamente centrados en revivir la lengua primeramente. A pesar de todo, sí se sabía que los tomos estaban divididos en «órdenes», aunque no se acababa de aclarar el significado de aquella división, pues solo se tenía constancia de una orden paladín a lo largo de la historia.
— Así que por eso te demoraste tanto — Comentó el señor Jael. Adaia sonrió.
— ¿Y cómo estás tan segura de ello?
— Es simple — Le hizo un gesto con la mano —. Ven, mira.
» ¿Ves esa cosa que parecen unas ramas? — Gyania asintió —. Siguen patrones distintos que solo coinciden en la línea con los de la página que les sigue… — Sacó una hoja suelta y la ubicó junto a otra. Utilizando su dedo, siguió una de las «ramas» hasta llegar al final para continuar en la siguiente —. ¿Ves?
— Es cierto… — Exclamó Gyania, intrigada.
— A ver… — Incluso el señor Jael se acercó para verlo de cerca —. Oh, es cierto — Aplaudió —. Sorprendente… si todos son distintos, verdaderamente es una hazaña impresionante.
— También pude traducir el primer verso.
— ¡¿Y qué dice?! — Preguntó Gyania, impaciente.
Ella sonrió.
— Creo que sé por qué los tomos están divididos en órdenes.
Cair se acercó, secándose las manos con un trapo. Una vez terminó, le dio una colleja a su hermana.
— Estás peor que el abuelo, dilo de una vez.
— Solo quería añadir algo de misticismo… — Haciendo puchero, se sobajeó la cabeza y enseguida siguió —: Hubo más de una orden de paladines… Oh, suena hasta obvio.
— ¿Estás segura? Todos los tomos que existen se refieren a una única orden… de lo que se sabe…
— Pues… bueno, en realidad sí, es solo una orden, pero es una orden que va y viene, creo que se separa por generaciones si mi traducción no estuvo mal — Gyania frunció el entrecejo —. No sé específicamente por qué es así, pero intuyo que los paladines siempre aparecían cuando se les necesitaba para algo en específico… eh, para que se entienda: El primer tomo de la primera orden, se refiere a los paladines como diplomáticos ¿no? — Gyania asintió —. El de la tercera orden se refiere a ellos como… bueno, no sé si como indulgentes o como altruistas, pero va por ahí. El de la segunda se refiere a ellos como guerreros — Sacó unos papeles y los leyó. Realmente debía tener muchas cosas en la cabeza en esos momentos —. De los terceros no se me ocurre ningún evento en especial que les pudiese necesitar, pero de los primeros y los segundos… Creo que los primeros estaban relacionados con la fundación de los reinos, de ahí que fuesen considerados diplomáticos.
— Entonces los segundos podrían estar relacionados con la Guerra de los Cuatro Colores — Inquirió Gyania.
Adaia chasqueó los dedos.
— Exacto.
— Deberías vender esa investigación — Comentó Cair.
— ¿Por qué? — Preguntó su hermana.
— Porque eso que acabas de descubrir, podría ayudar muchísimo a entender a la orden de paladines como tal. Podrías sacar un buen dinero y una buena reputación.
— No me hables de dinero, mira que tú no quisiste entrar a la Facción del Grajo por ese motivo.
Cair se rascó la nuca.
— Bueno, sí. Soy un hipócrita.
— Yo creo lo mismo — Dijo Gyania —. Digo, si resulta ser correcta tu teoría, querría decir que los paladines realmente fueron algo más que una simple orden.
— Es evidente que siempre fueron más que una orden… eso lo vuelve más fascinante. Digo, no por nada el heredero al trono de Ampletiet dejó su brillante futuro para unirse a la orden.
— Lo que más rabia me da… — Declaró Gyania tras unos segundos —… es que a pesar de haber desaparecido hace tan poco, apenas hay registros de sus actividades.
— ¡Sí! — Exclamó Adaia, con una expresión que gritaba a viva voz que ella sentía lo mismo —. Es realmente frustrante.
Ambas pasaron un buen rato intercambiando conocimientos y métodos sobre el tema, dándose cuenta Gyania que, en una primera instancia, realmente parecía que se llevarían bien. ¿Acaso esa era la primera oportunidad que tendría de conseguir un novio? Ella sentía que si pensaba mucho en ello, acabaría respirando igual que un búfalo, si es que no empezaba a babear. No fue por ese motivo, pero apartó rápidamente sus pensamientos.
La señora Ela sirvió dos platos de comida bien contundentes en la mesa e invitó a ambos a tomar asiento allí, donde hablaron sobre sus experiencias y compararon la vida en el campo con la de la nobleza, tanto amplietana como teorinense, hasta que cayó la tarde sin siquiera percatarse de ello.
Cair entraba y salía junto a su abuelo cada cierto rato mientras ella permanecía sentada junto a Adaia. Pensando en las veces que entró y salió, Gyania se dio cuenta de que realmente no percibió el paso del tiempo.
— Está lista la habitación — Le dijo Cair, asomándose por la habitación del centro entre las tres que había en el piso superior.
— Después seguimos — Dijo Gyania, dejando unos papeles sobre la mesa. Adaia asintió.
Era una habitación simple y bien ordenada, con un gran ventanal en el fondo que debía dar hacia el bosque, ya que en ese momento las delgadas cortinas rojas estaban cerradas por completo. Allí había un armario, un pequeño tocador con un espejo de marco de madera, un escritorio y una cama bastante grande.
— Esta era la habitación de Aram — Comentó Cair, observando las cortinas rojas y el espejo alternadamente —. La abuela se ofreció a lavar tu ropa, por si tienes algo del viaje.
— Se lo agradecería.
— Dudo que te vayas a la cama ahora… de hecho, dudo que… — Señaló en la dirección en la que estaba la sala de estar —… te deje, así que ve a dejársela en cuanto te cambies… y pues eso. Yo iré a darme un baño y luego a la cama.
Gyania esperó un segundo antes de volver a hablar.
— ¿Puedo ver tu cuarto?
— ¿Por qué quieres ver mi cuarto?
— Porque dicen que puedes saber mucho sobre alguien viendo su cuarto.
— Supongo… — Silencio —. Está bien, está bien, ven.
Ella sonrió.
Como se esperaba de él, su cuarto estaba muy bien ordenado, todos los colores de su habitación iban a juego y tenía un par de estanterías repletas de libros y toda clase de herramientas, realmente muchas. Pero lo que le provocó gracia, fue ver la cantidad de almohadas que había sobre su cama. Por lo menos cinco.
— ¿Por qué tienes tantas almohadas? — Preguntó, divertida.
Cair las miró durante un instante.
— Ahora que lo dices… no sé.
Ella dejó escapar una risita.
— ¿Y cuáles realmente usas?
— Eh… cuando quiero sentarme, estas — Levantó dos almohadas, una regordeta y otra más o menos plana —. Para dormir… — Metió su mano entre la torre de almohadas y sacó una sexta cosa que más se asemejaba a un trapo —. Esta.
No pudo contener la risa que le provocó ver esa cosa.
— ¿Esa? — Preguntó entre carcajadas.
— Sí… ¿Por qué te interesa saber de mis almohadas?
— Curiosidad.
Cair se sentó al revés en la silla de su escritorio, con ambos brazos apoyados sobre el respaldo. Ella se acercó a su cama y se sentó en el borde.
— Que fresca.
— Lo dice quien metió todas sus cosas en mi bolso.
— Sí, no sabes cómo de gratificante fue dejar de cargar con ese peso.
— Ya…
» Oye. Me gusta tu familia.
— Si quieres formar parte de ella, podrías haber sido un poco más directa — Dijo sin pudor, con la cabeza apoyada en los brazos.
— ¡¿Qué?!
— ¿No lo decías por eso?
— ¡Por supuesto que no!
— Igual me pareces atractiva, pero creo que es muy pronto.
— ¡Cair! — Le lanzó una almohada.
— ¡Ya, ya! ¡Hey! ¡Esas son mis almohadas! — Exclamó, luego lanzó la almohada a su lado y habló con tranquilidad —: Me alegro de que te hayan caído bien.
— Son agradables — Cair no dijo nada, solo permaneció observándole con una sonrisa. En cuanto sus miradas se encontraron, su sonrisa se ensanchó y ella tampoco pudo evitar esbozar la suya, bajando la cabeza para perder ese contacto visual —. Ya sé lo que vas a decir. No lo digas — Añadió ella, divertida.
— No lo haré.
— En fin… buenas noches.
— Buenas noches… Eh, sé que va a ser difícil, pero intenta irte a la cama temprano. No creo que sea una muy buena idea ir adormilada a la Hojarasca.
— Está bien.
Gyania bajó tranquilamente por las escaleras hasta la sala de estar, donde aún estaba sentada Adaia, moviendo y ordenando papeles. La miró como alguien que acababa de salir de un profundo trance.
— ¿Qué haces?
— Nada, solo intentaba intuir algunos significados jugando con las palabras que me enseñaste.
Gyania se sentó en el sofá y siguió con lo que estaba haciendo.
— Oye — Llamó Adaia.
— ¿Sí?
— ¿Qué te hizo ese mandril…? Vienes roja como un tomate.
Apéndice
1.- Deliavélico: Directamente, el símil de «Maquiavélico» en Ortande.