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Chapter 17 - Ante la molesta brisa del centro

«Esa noche soñé que era una cazadora, una de cabellos dorados, alta y de expresión firme. El resto y la lealtad con la que sus acompañantes se dirigían hacia ella eran la evidencia de un liderazgo firme, pero justo.

Hubo dos aspectos que me llamaron la atención de ella en cuanto vi su reflejo en el borde de un lago. El primero, sus brillantes ojos dorados y su cabello meciéndose al compás de una brisa inexistente. El segundo, la hermosa espada azulada que portaba el joven soldado en mi mano.

¿Seré algún día capaz de guiar e infundir esa misma confianza en alguien? Porque desde luego que espero serlo»

Cair se desperezó y salió de su cuarto, intentando hacer más ruido del necesario en su camino hasta la habitación de su hermana.

La joven dormía plácidamente, arrebujada en su manta hasta las mejillas. Cair sonrió maliciosamente antes de coger el colchón por el borde y levantarlo abruptamente, mandando todo al suelo, incluyendo, por supuesto, a su hermana.

— Confirmado. Es la mejor forma.

— Imbécil.

Acto seguido, Cair se dispuso a bajar hasta el comedor con la intención de picotear algo antes de partir, pero para su sorpresa, allí solo estaba su abuela, metiendo una cantidad absolutamente innecesaria de cosas en el bolso de Adaia. Incluso creyó ver un martillo entre cosas.

— Hola, abuela ¿Gyania no se ha levantado todavía? — Preguntó él, sobajeándose los ojos.

— No, hijo. Ayer se quedaron hasta tarde junto a tu hermana.

— Vale… vale… — Antes de bajar por las escaleras, Cair golpeó suavemente con los meniscos la puerta de la antigua habitación de Aram, en la que en ese momento dormía Gyania. No hubo respuesta, así que abrió lentamente la puerta para comprobar si es que ella dormía realmente. Lo hacía.

— ¡Cair! — Exclamó su abuela, dejando caer las cosas que tenía en las manos y corriendo hacia él.

Él se apuró en entrar.

Como si ellas fuesen las hermanas, Gyania estaba hundida en la cama hasta la nariz. Cair negó con la cabeza, luego volvió a sonreír con malicia, canalizó un poco de magia y provocó un estruendoso sonido con una pequeña explosión. Por supuesto, Gyania se sobresaltó tanto que mandó lejos todas las mantas, momento en el que Cair cogió el colchón por el borde y lo volteó.

— Esta está mejor.

— Huelo algo de rencor por ahí… — Dijo Adaia, asomada por el rabillo de la puerta.

— Eres un verdadero imbécil — Espetó Gyania, lanzándole una almohada, obviamente furibunda.

Cair sonrió.

— Te ves muy linda ahí escondida, pero deberías vestirte.

Ella se cubrió con las manos y volvió a asestarle una mirada rencorosa.

Esta vez sí que se dirigió hacia el comedor. Su abuela lo esperaba con los nudillos en la cintura y una gruesa cuchara de palo en una de sus manos. El tamaño de esa cuchara era absurdo, por lo que el motivo de su lugar en la cocina no era precisamente para cocinar. Cair tuvo el placer de conocer ese motivo de primera mano.

— Se merece otro, dale otro — Incitó el abuelo Jael, sentado en el sofá. De paso, él también comprendió el motivo.

— Cair Rendaral heo Cragnan — «Oh… el nombre completo…» — ¿Eres consciente de lo que podría llegar a pasar si alguien se entera de la forma en la que tratas a esa muchacha?

En un gesto muy exagerado, Cair levantó el pulgar.

— No.

La abuela Ela suspiró.

— Menos mal que te tiene simpatía.

— ¿No le vas a dar otro, abuela? — Preguntó Adaia —. Usó magia dentro de la casa.

Rápidamente su piel perdió tonalidad e intentó esbozar una sonrisa.

— Adaia, creo que tenías razón, debería peinarme más seguido — Y corrió a encerrarse en el baño, donde se tomó el tiempo para tragar saliva y rezar un par de versos a los celadores.

Al salir, los encontró a todos formados uno al lado del otro, esperándole. Incluso Alísito y el abuelo Jael estaban allí. «¡Todos traidores!»

— ¿… Qué haces ahí tú? — Preguntó Cair a su abuelo, quitando los maceteros del marco de la ventana a su lado.

Este se encogió de hombros.

— Supervivencia, Cair. Creí que te lo había enseñado.

— Cair, aléjate de esa ventana — Ordenó, severa, la abuela.

Él siguió moviendo las cosas.

— Abuela ¿Recuerdas cuando se quemó la mesa anterior?

El abuelo Jael abrió los ojos con estupor, retrocedió unos pasos y cogió su chaqueta con celeridad.

— ¡Él rompió los platos que compraste en Rainlo…! — Su voz se perdió junto con el portazo.

Cair maldijo y aprovechó el momento de distracción para lanzarse por la ventana.

— ¿Queda algo en el cobertizo? — Preguntó Cair a su abuelo mientras este se incorporaba a su paso.

— Sí, un par de jamones que ahumé el otro día ¿Quieres huevos? Creo que dejé un sartén allí la última vez.

— Vamos.

¿Por qué los amplietanos tienen una obsesión con el cielo y los trobondinenses con el suelo? La mirada de Gyania pasó de lado a lado frente a la entrada del pueblo, observando uno de los pueblos más viejos de Ampletiet y probablemente el único que jamás había sido asediado. Había poca gente dada la hora de la mañana, pero todos se movían tan tranquilamente sumidos en sus labores que la calma se volvía pegadiza.

— ¿Nunca habías venido a Ceis? — Le preguntó Adaia, con ambas manos sobre las correas de su mochila, demasiado grande desde donde se le mirara, aunque probablemente ella llevaba más cosas.

Gyania negó con la cabeza.

— No hay ninguna familia noble aquí, así que nunca he tenido que venir.

— ¿Ni por cuenta propia?

«Como si pudiera…»

Ella volvió a negar.

— Pueden ir ustedes dos — Indicó Cair —. Voy a alquilar los caballos mientras.

Adaia lo miró y entornó los ojos. Luego se dirigió hacia ella:

— ¿Vamos? Digo, tampoco es que haya mucho que ver, así que un breve paseo debería bastar para mostrarte todo lo que tiene para ofrecer.

— Está bien.

Cair se despidió con una mano mientras ellas se alejaban. Gyania creyó verlo suspirar de alivio en cuanto estuvieron lo suficientemente lejos, lo que la hizo fruncir el ceño ¿Tenía algo que ocultar?

— ¿Por qué estás ceñuda? — Le preguntó Adaia.

— Solo pensaba… No, no es nada…

— ¿Es mi hermano? — Inquirió con una sonrisa pícara. Sí que se parecían.

— Sí, de hecho, sí — Replicó ella —. Pensaba en lo mucho que se parecen ustedes dos.

La joven dio un paso a un lado.

— Siempre nos lo dicen… y eso que no somos hermanos de sangre.

— Justamente sobre eso pensaba — Mintió —. ¿Tú sabes algo sobre él? ¿Sobre su procedencia?

— Solo sé que lo trajo un tipo llamado Labán y un viejo lento se lo entregó a los abuelos.

— ¿Un viejo lento?

— Así le dice el abuelo, según él, dejaba un segundo entre frases y se demoraba la vida en responder a cualquier cosa.

— Ya veo — Se llevó el dedo a la mejilla durante un instante y después levantó la cabeza para mirar el pueblo —. Qué lugar más tranquilo.

La convivencia que tenía el pueblo con la vegetación era equiparable a la que tenía su ciudad natal con el agua. Las plantas crecían sin limitación por las paredes de las casas y entre ellas, frondosas y floreadas con una generosa paleta de colores, pero jamás interrumpiendo los caminos trazados por sus habitantes, era como si hubiese una tregua entre la naturaleza y las personas.

— Sí, aunque le vendría bien una biblioteca.

— Ciertamente… ¿A ti te gustaría vivir en otro sitio?

— En Icaegos — Replicó al instante, sin duda alguna en sus palabras —. A diferencia de Cair o la abuela, yo no puedo canalizar, pero me gustaría convertirme en una erudita, así podría acceder a los documentos de la biblioteca superior y eso.

» … Y en realidad es solo por eso. Me gustaría estar más cerca del conocimiento.

— Al igual que yo — Replicó Gyania con una sonrisa, viendo la personificación de sus anhelos —. ¿Y qué dicen tus abuelos?

— Me apoyan, por supuesto. Además, ya hablé con el archimago Erodis sobre mi inscripción — Sonrió —. Sé que me aceptó por mis méritos, pero es inevitable pensar que fue gracias a mi hermano — Bajó la cabeza y pateó una piedra —. Siempre me han dicho que soy una niña inteligente, pero mi conocimiento nace desde el estudio. Él es más… intuitivo, es como si supiera las cosas porque lleva creyéndolo así desde que tiene memoria.

— ¿En serio? Yo creía que él era alguien muy estudioso. Al fin y al cabo, habla como alguien muy culto y versado.

— Apenas toca los libros, y si lo hace, es para buscar cosas puntuales, a diferencia mía, que me paso todo el bendito día con uno en la mano — Rio y sacó un pequeño tomo de bolsillo de su riñonera —. ¿Ves?

Gyania rio también.

— ¿Puede hacerte una pregunta?

Adaia asintió con la cabeza.

— ¿Por qué lo mencionas tanto en nuestras conversaciones?

— ¿A Cair?

— Sí.

Adaia dudó un instante, sonrió para sí y dijo:

— Es que eres la que me ha caído mejor — Gyania ladeó la cabeza —. A los abuelos les caes bien. La abuela siempre habla de lo educada y refinada que eres, el abuelo siempre dice que ustedes dos son tal para cual… y estás interesada en los paladines, así que por mi parte estás al otro lado — Gyania sintió algo de ansiedad ante lo directa que era la muchacha —. ¿Qué piensas de él?

— Este… supongo que, además de lo que ya he dicho… que es muy atractivo y eso.

La joven sonrió.

— ¿Escuchaste, Cair?

— Siempre dicen eso — Replicó él, amarrando sus pertenencias al almacenaje del caballo.

«¿Es que todos en esa familia estaban confabulados?»

— Porque es objetivamente cierto — Dijo ella, intentando mantener la compostura mientras miraba hacia atrás, pensando en lo pequeño que era el pueblo. Sus orejas ardían como si las tuviese al lado del fuego. El oportunista de Cair obviamente se percató de eso, por lo que se acercó a ella y le tocó una oreja.

— Sí… — Adaia emitió un chillido detrás —. Y bien ¿van ustedes dos juntas? — Sonrió con picardía —. ¿O quieres venir conmigo?

— ¿No sabes montar?

— No… y prefiero ir contigo, Adaia. Si no te importa.

— A mi no me importa — Se apresuró en decir Cair.

Gyania le asestó una mirada rotunda.

— A ti no te hablo.

Cair hizo un gesto de desinterés con la mano y montó uno de los caballos.

— Vamos.

El Prado de la Gloria era una simple extensión de tierra y césped que representaba la mitad de la Extensión Central de Ampletiet y una parte de la Extensión Septentrional. Era sencillo y rápido viajar por sus caminos, pero lo que más se agradecía, era la seguridad, ya que, al ser el trecho más importante para el comercio terrestre que conectaba los Campos de Trigo con la capital y las demás ciudades, siempre estaba bien vigilado y no había un segmento de este en el que no se pudiese ver una torre de vigilancia desde otra; y era normal, ya se rumoreaba que los grupos delictuales proliferantes en el reino, el Cartel de Don y Alba Carne, estaban muy activos en ese Demiserio, así que la guardia estaba más pendiente del flujo que se movía en sus carreteras. Gracias a ese factor de seguridad, fue que el viaje solo tomó casi dos días.

La imponente capital de Ampletiet se alzaba, gloriosa, frente a sus ojos, abarcando prácticamente todo cuanto era capaz de entrar en su campo de visión, extendiéndose más allá de la colina coronada por el palacio real. Blanca y majestuosa, el umbral de la sociedad amplietana. Cair llevaba las riendas de ambos caballos para entregarlos en la posta, pero le era imposible concentrarse en su tarea con tal maravilla arquitectónica frente a él.

— ¿Han añadido más torres al palacio real? — Preguntó Cair, recordando que la última vez que la había visto solo había tres torres rodeando el palacio. Ahora había cinco.

— Sí — Replicó Gyania —. Dos más.

— Es curiosa la forma en la que despilfarran dinero los de la realeza — Comentó Adaia, con la boca llena de pan.

Ni siquiera habían entrado a la ciudad aún, pero el bullicio de la urbe ya se hacía presente, incluso allí, a una distancia considerable de la entrada e incluso a pesar de que ya caía la tarde. A su alrededor había varios carruajes de mercaderes, soldados, viajeros y personas comunes y corrientes que iban allí a abastecerse de productos por un precio ligeramente reducido, una tendencia común cuando se tenían que comprar muchas cosas. Algunos de ellos estaban ocupados regateando y otros simplemente conversando entre ellos. Incluso había una docena esos flojos de jinetes de grifos que nunca se despertaban antes del mediodía, patrullando por ahí y alrededor de toda la ciudad, nunca demasiado alto, pero siempre lejos del alcance de las flechas.

¿Andaría Aram por ahí? Después de todo, la hacienda de los Risfitt estaba a solo unos veinte minutos hacia el este.

Cair se colgó su bolso del cinturón y cargó con la mochila de Adaia.

— ¿Qué traes aquí? ¿Tú estúpida colección de piedras o algo así?

— Son minerales, imbécil. Y no, llevo mis apuntes, planeo ir a la biblioteca.

— Vaya troncho de mierda tienes… pobre la espalda de tu hermanito… — Dijo Cair, victimizándose.

— Sí, pobrecito… — Le dio una palmada en la espalda —. Camina, burro.

Cair esbozó la mueca de una sonrisa ante la ironía, entonces le hizo una zancadilla a su hermana, haciéndola trastabillar hasta casi provocar su caída. En respuesta, ella le pateó las rodillas.

— ¿Y tú que miras? — Increpó a Gyania, quien intentaba esconder su risa —. ¿Quieres ayudarme acaso?

— No, para nada — Replicó ella, divertida.

— Deja de exagerar, Cair — Reprendió su hermana —. Siempre estás arrastrando sacos más pesados que eso y por más tiempo, además, no llevo tantas cosas.

— ¿No tantas? Adaia. Vamos a una ciudad. Y ni siquiera vamos a comprar.

— Ya, pero uno nunca sabe.

Cair puso los ojos blancos y luego la escrutó con la mirada.

— ¿Has estado pasando mucho tiempo con la abuela?

— La abuela piensa. Cosa que ni tú ni el abuelo suelen hacer.

— Yo si lo hago.

— Para ligar.

Cair abrió la boca para objetar, pero no dijo nada. Realmente no tenía nada con lo que defenderse.

— Tómala — Dijo Gyania, riendo.

— No… bah.

Adaia hizo una mueca.

Tras unos minutos más de caminata, en la que fácilmente se cruzaron con una centena de carruajes, tanto yendo como viniendo por la carretera, llegaron hasta la entrada de la ciudad.

En medio de una extensa muralla, un gigantesco portón de piedra separaba la urbe del exterior, con dos esculturas de piedra, una a cada lado, recibiendo a los viajeros con sus serios semblantes que parecían juzgarlos a cada uno de ellos. Había dos guardias a cada lado, custodiando la entrada, apostados con sus lanzas y sus escudos, acorazados completamente en una brillante armadura plateada y un tabardo verde con el emblema del Nos'Erieth, el símbolo de Ampletiet como reino. Tras el primer portón, llegaron a un amplio puente que conectaba con un segundo portón en un extenso tramo que no tenía otra finalidad más que la de obligar a posibles enemigos a entrar a la ciudad formando un cuello de botella. Este portón era un tanto más pequeño, pero hecho de materiales más robustos, lo que lo volvía incluso más importante que el anterior para la defensa de la ciudad. De él salían y entraban cientos de personas y aún más carruajes simultáneamente.

— Gyania ¿conoces alguna posada?

— Sí, mi padre financia una posada en la parte alta de la ciudad.

— ¿En la parte alta? — Cair consultó a su hermana con una mirada.

— Sí, estoy segura de que les gustará.

Cair retrocedió unos pasos, dejando a Gyania caminar por delante.

— ¿Cuánto traes? — Preguntó Cair a su hermana.

— Suficiente — Replicó ella, lacónica.

La expresión de Cair decayó. En un inicio, él solo se había llevado un par de monedas. Esas ya las había gastado y solo le quedaban unas pocas que había cogido de su tocador cuando partió de nuevo.

— Pero es la parte alta — Recordó por si no había quedado claro.

Su hermana le puso una mano en el hombro.

— Dijo que su padre financiaba la cosa, así que algún descuentillo podremos sacar.

— Ya… ojalá.

Al cruzar el segundo umbral, fue como si, de repente, toda la armonía y tranquilidad a la que, como pueblerinos, estaban acostumbrados, fuese una nostálgica vivencia de un pasado distante, pues ahora, con mucha suerte, Cair era capaz de oír sus pensamientos.

Caminaron por los costados de la calle, evitando interponerse entre los rieles de apoyo que iban hasta lo más alto de la ciudad. Los motivos del Demiserio adornaban prácticamente cualquier estructura de la entrada, desde guirnaldas hasta globos con las formas de los celadores, Goliaris y Desleris y las flores que simbolizaban la abundancia.

En el ruidoso y abultado mercadillo, a Cair le llamó la atención una planta de color celeste muy brillante, su forma se asemejaba a la del trigo, pero con hojas redondas. El gélidar que atendía el puesto no tardó en hablarle.

— Espéculas, jovencito. Uno de los condimentos típicos de Aureum — Dijo con entusiasmo.

Cair las olió.

— Tienen un aroma dulce ¿a qué saben?

— Son muy picantes — Replicó Gyania, deteniéndose junto a él —. De pequeña mordí una y me bebí casi dos litros de leche de un trago.

Cair la examinó.

— ¿Puedo?

— No se lo recomiendo, ya que suelen cocinarse para extraer el sabor y mitigar un poco…

Igualmente le dio un mordisco.

— Oh, sí que es picante.

— ¿Solo eso? — Preguntó Gyania. Incluso el gélidar pareció sorprenderse.

— Oh, mierda, sí pica… ¡Oh, mierda!

— Eres tonto — Le dijo Gyania, negando con la cabeza.

Con los ojos rojos y vidriosos, Cair sonrió:

— Es maravilloso. Deme un racimo.

El gélidar sonrió y enseguida envolvió un ramo con una hoja de papel y una cinta y se lo entregó.

— El abuelo se va a cagar.

Adaia se llevó la mano a la frente e interpuso una mano entre él y Gyania.

— Cuidado, es contagioso — Indicó.

Gyania se encogió de hombros.

Tras pagar, lo primero que hizo Cair fue buscar una lechería.

Inmediatamente después de beberse dos bidones de leche y sentir las náuseas pertinentes, Gyania los guio hasta la parte alta de la ciudad, la residencia de la nobleza, fácilmente diferenciable del resto de la urbe, no solo por estar más alto y, por ende, tener mejor panorámica, sino que también por la disposición más abierta de las calles y la abundancia de áreas verdes con árboles florales adornando cada esquina. No era mucho más amplio ni arquitectónicamente distinto del resto de la ciudad, pero sí había algo en la decoración que denotaba el estatus de la alta sociedad amplietana y sus excentricidades. Al final, llegaron a una gigantesca posada llamada La Soberbia del León, fácilmente más ostentosa y opulenta que cualquier otra en la que Cair se hubiera hospedado en toda su vida.

— ¿Es aquí? — Preguntó. Aunque sabía la respuesta, aún mantenía una mortecina luz de esperanza de que esa no fuera la posada en la que se quedarían.

— Es aquí — Confirmó Gyania, apagando la lucecilla.

— Como que me empiezan a doler los bolsillos…

Sin prestarle atención, Gyania se cubrió con una capucha y entró en la posada. Tras ver que no había nadie más en la recepción, se quitó la capucha y caminó hasta el mesón con una sonrisa. Adaia se distrajo con unas piedras en un mostrador junto a la entrada, así que Cair prefirió quedarse con ella, esperando que fuese la señorita noble la que pagara la estancia. Se sintió como un patán, lo justo hubiese sido pagar su tarifa, pero tenía la impresión de que no traía suficiente dinero.

— ¡Cistine! — Exclamó Gyania, antes de saludar con los modales del Demiserio.

Cair aprestó un oído en cuanto oyó el nombre. Adaia se separó de él y se fue al mostrador del lado opuesto a ver unos fragmentos de algo expuestos.

— … No, vengo con él — Dijo Gyania, dando un cabeceo en su dirección.

Cistine le dio unos codazos a Gyania.

— Jamás lo esperé de ti — Espetó con una sonrisa pícara.

La conocía, así que se dio media vuelta y caminó con una sonrisa amistosa.

— Buenas.

— ¡Cair! — Exclamó Cistine, sorprendida.

Cair chasqueó los dedos.

— Ese mismo.

— ¿Se conocen?

— No es difícil recordar a las personas particularmente estúpidas — Espetó Cair.

Ella le dio un puñetazo amistoso.

— No mientas… profe.

Cair apostó en su mente a que Gyania repetiría eso último.

— ¿Profe? — Cair sonrió para sí.

— Sí — Replicó, divertida —. Él dio clases en su propio salón un tiempo, por más ilógico que suene.

— ¿Qué?

— Fueron un par de semanas, nada más. En reemplazo a uno de los profesores — Añadió Cair.

— Que recuerdos… — Apoyó ambos codos sobre el mesón y la cara sobre sus manos, relajándose y sumiéndose en su memoria.

— ¿Siendo tan joven?

— Sí…

— ¿Y le prestaban atención?

— Uf, las mayoría de las chicas evidentemente sí, pero también supo ganarse a sus compañeros. Y como no, si se la pasaba peleando, así que la autoridad la tenía.

Gyania lo increpó con la mirada.

— Tendrás que contarme esa historia algún día.

— Lo que usted ordene, mi dama ¿Y ustedes?

— Nuestro padres son amigos, además, cuando éramos niñas solíamos estudiar juntas.

— Ah, ya veo, así que sí tuviste amigos.

Gyania hizo puchero.

— Ella fue la única.

— Perdón.

— ¿Y ustedes dos…? — Juntó los dedos.

Cair miró, asqueado, a Gyania.

— ¿Con ella? — Encogió la cabeza para sacar papada —. Los celadores me guarden.

— ¡Oye! No me mires así.

— Oh, ya veo ¿Entonces sigues con Nenmia… o con Dalia?

Cair se mantuvo firme. Si demostraba arrepentimiento se lo refregarían en la cara.

— No, eso fue hace ya un tiempo.

Cistine miró a Gyania.

— Ah… — Sonrió nuevamente.

Antes de poder entrar en su habitación, Cair fue obligado por su hermana a partir en busca de unos cuantos libros a la biblioteca central, aprovechando la ocasión para ir a inscribirse al torneo Goliar.

Él simplemente paseaba por las calles oscuras con la pesada bolsa colgando a su lado, algo deprimido, pues no había podido encontrar nada sobre Isaac Eil'Meriel fuera de las aventuras de sus discípulos ni siquiera preguntándole a los bibliotecarios; una pésima noticia si se tenía en consideración que la biblioteca de la capital era la segunda más grande del reino.

Pasando por una de las calles de la avenida principal, Cair oyó un armonioso sonido proveniente del interior de una posada. Decidió acercarse, por lo que se las arregló para meter los libros en su bolso y se acercó a escuchar. El Descanso de Iadenor, le pareció curioso que justo, de entre todas las tabernas, eligiera la que tenía el nombre del hermano del personaje que había decidido representar en el torneo Goliar, Darenor, hermano de Iadenor y quien le dio muerte al elogiado espadachín. Quien recitaba aquella melodía era un enano que, dadas sus características físicas, cabello rojo, piel clara y ojos azules, debía de ser teorinense. Algo que le llamó la atención del enano fue que vestía una armadura de placas bien lustrada y un tabardo rojo con el emblema de la neutralidad grabado en él. Habría de ser uno de los escoltas del emisario de ese reino que había llegado el mes anterior.

Cair recordó su paso por Ohir'Dan, pues fue en una posada de allí donde una de las encargadas le había soltado que ese enano había recitado una canción titulada El Joven de Bondadosa Mirada, que hablaba justamente sobre alguien como él, de ojos blancos.

Cuando el enano terminó la canción, enseguida comenzó a relatar la siguiente:

— Este relato es el de un niño que desapareció junto a la vieja Trobondir, un niño cuyo encanto quedó grabado en las mentes de todo quien tuviese la dicha de ver sus ojos blancos como la nieve… — Hablaba muy bien el amplietano.

Cair había decidido quedarse en la penumbra de la entrada a la posada y, evidentemente, comenzó a sentirse más y más ansioso cuanto más escuchaba sobre aquel relato, pero el morbo de escuchar esa letra en referencia a alguien similar a él, le hizo quedarse ahí, hasta que finalmente el enano levantó su mirada y sus ojos se dirigieron instintivamente hacia él. Su expresión cambió drásticamente en cuanto se cruzaron sus miradas. Era imposible que sus brillantes ojos blancos pasaran desapercibidos en la oscuridad.

— ¡Ey, chico! — Llamó, dejando caer su guitarra a un lado para correr hacia él, apartando a todos en su camino desesperadamente.

Cair maldijo e impulsivamente huyó de la taberna tan rápido como sus botas sobre la madera encerada le permitieron. Sin estar plenamente consciente de su ruta, se detuvo en un callejón creyendo que había dejado atrás a aquel enano loco. No fue así. Pronto, el enano volvió a aparecer en la calle que daba a ese callejón, refrenando en cuanto lo vio.

La persecución duró unas pocas calles más, hasta el momento en el que Cair se encontró con un callejón sin salida, rodeado por inmensas casas de tres pisos y una gigantesca muralla que se alzaba varios metros por encima de sus tejados. Antes siquiera de darle la oportunidad de titubear, el enano volvió a aparecer, gritándole e implorándole que por favor lo escuchara. Atemorizado, Cair hizo caso omiso de sus ruegos, y, cogiendo impulso, inició su escalada por la muralla, aferrándose al espacio entre los ladrillos con la punta de los dedos. De esa forma llegó hasta un jardín de césped muy bien cuidado y una gran variedad de plantas floreadas, árboles dejados crecer al natural y senderos de piedra bien arreglados y demarcados. Aquel sitio le pareció conocido, estaba seguro que lo conocía de algo, pero, desorientado debido a la adrenalina y la confusión, Cair fue incapaz de extraer de sus recuerdos alguna referencia a aquel sitio al no poder ver más allá de los árboles. No le dio importancia, al menos había logrado escapar, por lo que se dejó caer sobre una banca de piedra, jadeando, no por el esfuerzo físico, sino que por el nerviosismo.

¿Por qué había huido? Tardó un rato en darse cuenta de que se había quedado pasmado.

— ¡Espera, muchacho! — Siguió el enano, aupándose en los adarves para subir hasta aquel jardín.

Cair volvió a maldecir, esta vez al enano, y siguió corriendo hasta otra muralla que se alzaba cerca de allí, más alta y lisa. No quería saber nada de él ni de nadie.

— ¡Por ahí no, oye…!

Nunca en su vida había escalado con tanta destreza como en esa ocasión, dando varios saltos para apurar su ascenso e incluso tras un pequeño error fue capaz de reafirmarse lo suficientemente rápido como para no caer y así lograr llegar hasta lo alto de la muralla, desde donde se lanzó varios metros y rodó hasta otra terraza, luego retrocedió y apoyó la espalda contra la muralla con la intención de despistar al enano si este insistía en seguirle. No fue así.

Una sensación extraña invadió su cuerpo.

Pasados varios minutos, Cair silbó para llamar a Alísito, sacó un papel y un lápiz, escribió una carta de auxilio para su hermana y le encargó al pequeño la tarea de llevar la carta. Una vez hecho aquello, apoyó la nuca sobre la muralla y suspiró.

— Eh… joven… — Dijo una voz que, aunque femenina y apacible, logró sobresaltarlo.

Si hubiese un solo amplietano en todo el reino que no pudiese reconocer aquel rostro, desde luego que no era él, y eso que no le importaba la política en lo más mínimo.

De tes pálida amplietana, cabellos dorados con toques rojizos en las puntas, de ojos azules como el mismísimo cielo y pequeños labios rosados enmarcados en un rostro redondo. La heredera de la corona de Ampletiet, Eldiria Ai Horegeol heo Nefrelem. En ese momento vestía un casual vestido de una pieza, contrastante con los lujosos vestidos falda de campana con los que se la retrataba en las ilustraciones de los libros de política. Ella estaba tanto o más impactada que él ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Por qué la Percepción del Combatiente no le había avisado?

Cair levantó ambos brazos y golpeó el suelo «¡¿Cómo acabaste aquí, Rendaral?!» se gritó a si mismo en su cabeza. Inmediatamente después, se desabrochó el cinturón que sostenía la vaina con su espada rápidamente y la lanzó a los pies de la princesa.

— Esto no es ni de cerca lo que parece.

— ¿Quién eres? — Preguntó la princesa con una mano en el pecho.

— Mi nombre es Cair Rendaral, soy un humilde servidor del reino, estaba escapando de un enano loco que, creo, vino con el emisario de Teorim que debe estarse hospedando en este mismo palacio — Replicó, intentando parecer calmado, aun cuando las palabras salían de su boca sin control alguno.

— ¿Sir Nalem?

— No sé su nombre, él solo comenzó a perseguirme.

— ¿Elde? ¿Qué ocurre? — El joven príncipe desenvainó su espada en el acto.

«Oh, perfecto…» pensó Cair mientras señalaba su espada con el dedo.

— ¡¿Quién eres?! — Gritó el príncipe, interponiéndose entre él y su hermana.

El joven Ellen era un chico delgado, aunque su postura y su rápido desenvaine indicaban años de adiestramiento, probablemente por los mejores maestros de la capital. En esencia, era una versión masculina de su hermana. Naturalmente, pues eran gemelos.

— Cair Rendaral… — Repitió Cair.

— Hermano, tiene los ojos blancos… — Susurró a su hermano la princesa al mismo tiempo que Cair balbuceaba nuevamente su presentación.

El príncipe levantó una ceja sin dejar de fruncir el ceño.

— ¿Conoces a Aram Risfitt?

— Aram Risfitt, un chico de dieciséis años, de cabello castaño enmarañado y tes ligeramente bronceada, hace poco fue adoptado por la familia Risfitt. Le gusta remojar las galletas en el té y jamás le quita las pepas a la sandía, me crie con él y me debe algo de dinero — Bajó la cabeza —. Pero no debería usar mi relación con él para excusar mi falta

El príncipe envainó la espada. Cair dejó escapar un suspiro que le quitó un par de años de vida.

— De verdad existes.

— Sí, por algo estoy aquí. Porque sería extraño necesitar un documento que valide mi nacimiento para estar seguros de que existo… — Espetó, dejándose llevar por la inercia lingüística que su abuelo había tenido la desfachatez de heredarle.

Ambos príncipes rieron.

— No puedo creer que de verdad exista alguien con los ojos blancos ¿No es algún tipo de magia?

— Si existe, lo desconozco.

El príncipe miró a su hermana, comprobando la respuesta. Ella negó con la cabeza.

— Ya veo… — Silencio —. No sé qué más decir.

— No hace falta decir nada, solo me gustaría recuperar mi espada y marcharme de aquí. Cuanto antes pueda, mejor.

El joven príncipe miró la espada, la cogió y sonrió con maldad.

— Decías que estabas huyendo de Nalem.

— Así es.

— Pues se la entregaré a él.

— ¡Príncipe! — Exclamó una voz proveniente del interior de la habitación. Era el enano.

— Mierda.

— ¡Adelante! — Gritó el príncipe.

Cair se acercó al príncipe lo más rápido que pudo. La princesa dejó escapar un gritito y enseguida lo atacó con un estilete. En un acto de reflejó, el muchacho levantó su espada para atacarlo, pero Cair bloqueó su mano, le empujó una pierna para hacerlo caer y le dio un golpe con la punta de los dedos en la muñeca de la mano con la que el príncipe sostenía su arma, la recuperó, bloqueó la mano de la princesa, le guiñó un ojo y corrió de vuelta a la muralla.

— ¡Aaah, maldita sea! — Fue lo último que oyó por parte del enano antes de lanzarse.

«Ahora sí que la cagué»

— ¡Mis disculpas, majestades! — Atinó a gritar mientras se alejaba.