«Soy tonto, nada más que decir… Aunque debes admitir que tenía razón»
Después de tanto tiempo sin resultados, era lógico que incluso el más ferviente de los creyentes dudara de sus verdades, y él, con su particular tendencia a dudar de todo gracias a su increíble capacidad de fantasear, no era la excepción. Sobre todo cuando esas verdades habían sido cantadas por un pastor carente de cordura. Sin embargo, cuando Dios se mostraba ante el ojo del hombre era difícil no confiar ciegamente en la benevolente palabra del hombre que ahora parecía omnisciente y sentir un incómodo vacío en el estómago como una proyección distante de la ansiedad de la mente «¿Por qué siempre los problemas de la mente se materializaban en el estómago?» fue la pregunta que surgió en la cabeza de Nalem en medio de la marabunta de incoherencias que era su cabeza, inentendible para cualquiera, incluso para él.
No era la primera vez que Nalem estaba allí por el mismo motivo y tampoco era la primera vez que se valía de la misma excusa para visitar el reino verde, tan lejos de su tierra natal; pero es que ahora difícilmente podría arrepentirse de haber escuchado la palabra de ese hombre de ojos negros.
Nalem tenía la mirada perdida en el piso mientras permanecía sumido en sus pensamientos. Lo había perdido, pero realmente lo había encontrado, un chico de ojos blancos y brillantes, igual que el de los cuentos que él mismo se había encargado de divulgar.
— Sí, nos dijo su nombre, pero os he dicho que no os lo diremos. Él no hizo nada — Explicó el príncipe Ellen a los guardias que habían acudido a la alcoba de la princesa debido al alboroto.
— Sir Nalem — Consultó con él un tipo alto y corpulento. Erion Agehelmar era su nombre, capitán de la primera división de caballería amplietana. Ambos habían parafraseado en alguna ocasión, pero nada distante de una conversación de pasillo —. ¿Eso es cierto?
— Sí, él no ha hecho nada… Fui yo quien le persiguió y de alguna forma acabó aquí.
El capitán Erion no dijo nada. Aunque llevaba yelmo, era evidente que estaba frunciendo el ceño. Normal, pues un extranjero estaba asumiendo la culpa por perseguir a alguien de su reino sin ningún motivo aparente y encima lamentándose en la habitación de quien pronto sería su reina.
— Conozco a ese chico — Indicó el capitán —. No creo que haya otro sujeto con los ojos blancos, así que asumiré que estamos hablando de la misma persona.
La princesa abrió los ojos con estupor.
— No le haga nada, él no hizo nada — Imploró.
— No lo haré. He tratado algunos asuntos con él y parece ser buen chico. Además, si lo confirmáis vosotros… — Se asomó por el balcón —. Parece que tendremos que hacer algo con esa muralla.
— Sí…
Los otros tres guardias que estaban allí les dedicaron solemnes reverencias a los tres y luego se retiraron de la habitación, expulsando también a los intrusos criados que observaban, curiosos, desde la entrada. Erion se despidió y procedió a retirarse también.
— ¡Qué frustración! — Exclamó el joven príncipe, dando pisoteadas.
— Ya somos dos, majestad — Replicó Nalem, ahora levantándose del taburete en el que estaba sentado para retirarse. Aun cuando se quedaría unos segundos más para intentar sonsacar algo de las quejas de los príncipes.
— ¡En el tiempo que yo sacaba mi arma, él nos bloqueó a los dos, me pateó la pierna y me quitó la espada!
— Jamás había visto a alguien tan rápido… — Añadió la princesa —. Y buen mozo… — Ella se ruborizó un poco al decirlo. Al fin y al cabo, ella solo tenía catorce años, la edad de la calentura.
— Encima guapo… ¡Lo tenía todo para ser un personaje de leyenda! — Nalem aprestó un oído, pero no fue necesario fingir demora, pues el príncipe lo miró con interés —. ¿Quién era él, sir Nalem?
— Es cierto ¿Por qué le perseguía? — Dijo la princesa, uniéndose a la pregunta de su hermano.
Nalem suspiró.
— ¿Recordáis que os dije que soy de Hierolicia?
Ambos asintieron.
— Vosotros los teorinenses usáis vuestro lugar de nacimiento como apellido, así que es evidente el lugar de vuestra procedencia, sir Nalem — Explicó la princesa.
— Bueno, primero debéis saber que Hierolicia se encuentra cerca de la frontera con Trobondir, que nos llevó a formar lazos comerciales y diplomáticos con el tiempo, específicamente con la Trobondir noroeste.
» Durante la insurrección del norte, esa parte del reino resultó muy afectada, por que recibimos una carta de auxilio proveniente de Tremorial, la capital de esa parte del reino. En resumen, logramos recuperar la ciudad, pero la familia real y todo el consejo había sido asesinado.
— ¿Estuvisteis allí?
Nalem asintió.
— Años después, incluso después de que paladines desaparecieran, ese hombre… Hiel d'Orden… El Hijo de Orden. Él tenía un estrecho lazo con él, en aquel entonces… eh… ¿Alcalde? No, el regente de Hierolicia.
— Se decía que iba mucho a Teorim… ¡¿Eso quiere decir que todavía puede haber paladines vivos?! — Exclamó la princesa.
— Supongo que debe haberlos… el caso es que nos imploró que buscáramos al «Príncipe de la Trobondir noroeste» Y la única pista que nos dio era que tenía los ojos blancos y que, probablemente, había acabado aquí, en este reino.
— Cair.
Nalem movió la cabeza de lado a lado, intentando buscar la respuesta correcta.
— Puede ser, como puede ser que no. El mundo es extenso, perfectamente podría haber otro con los ojos blancos en algún pueblo ealeño… el que haya referencias a alguien de ojos blancos en otros reinos es una prueba de que la duda está fundada.
— ¿Y qué os asegura que ese hombre no os estaba tomando el pelo?
Nalem se encogió de hombros.
— Es un paladín. Además, él… Hasta donde recuerdo, él era un tipo raro. Siempre murmurando, a veces en un idioma extraño, siempre moviéndose lo justo… era como si siempre supiera qué ibas a hacer antes siquiera de que tú mismo tuvieses la idea de hacerlo… como si pudiese ver el futuro o algo así.
— También se menciona eso de él en los libros.
Nalem miró su escudo.
— ¿Qué harás cuando des con él?
— No lo sé… Realmente no lo sé.
— ¿Quieres que liberemos una orden de búsqueda?
Nalem barajó seriamente la posibilidad de aceptar el ofrecimiento del príncipe, pero aquellos no eran los ideales de un caballero.
— No. He de buscarlo yo mismo.
— ¿Quieres que te ayudemos?
— Oh, no hace falta, jovencitos — Levantó la cabeza —… Bueno, dejo de daros la lata… ¿Se dice así? — Ambos asintieron.
— Aunque nadie dice eso — Dijo el príncipe, divertido.
— Oh, bueno… eso. Que tengáis una buena noche.
¿Qué más tendría para curiosear ese hombre?
Gyania se cruzó de piernas.
— Así que trabajó como profesor — Le dijo a Adaia, intentando poner un tema sobre la mesa.
— Sí — Respondió ella, husmeando los bocadillos que había en la alacena de la habitación —. Dos semanas, más o menos.
— Curioso.
— Sí, es realmente curioso que él fuese profesor de la misma clase a la que pertenecía.
— Me refería a que es el único que usa bien la palabra par. Aunque eso también es curioso… — Cabeceó —. Naturalmente.
— Durante esas dos semanas se pasaron por casa la mayoría de sus compañeras-alumnas para «Consultar algunas cosillas» aunque era evidente que lo único que querían era verlo. Fue realmente molesto.
— No me sorprende.
— Ya… oh, este se ve bueno — Sacó un trozo de tarta de una fuente de vidrio —. ¿Quieres?
— Está bien.
— ¿Y tú? No has hablado mucho de tu pasado.
— Es que no pasaron muchas cosas interesantes…
— ¿Y tú compromiso? ¿Cómo fue eso?
Gyania se sorprendió de que ella lo supiera, dado que nunca lo habían oficializado ni divulgado. Luego resolvió que era normal, puesto que su abuela había trabajado como asesora de su padre.
— Solo será formalizado cuando cumpla veintitrés.
— ¿Por qué ese número tan aleatorio?
— Es cuando mi prometido vuelve de Trobondir. Él está estudiando política allí.
— ¿Y qué tal es?
— Lo conozco más bien poco, pero si tuviera que apresurarme en decir algo, diría que intenta ser buena persona, pero obviamente, y al igual que todos nosotros, encerrado en su burbuja de nobleza.
— Hmmm… ¿Entre mi hermano y él?
Gyania sonrió.
— Tú hermano, por supuesto.
Adaia sonrió también.
— Si él fuese alguien importante ¿Crees que te permitan anular ese compromiso?
— Siempre existe la posibilidad… No, miento, en realidad no lo sé. El compromiso es con un fin económico particular de nuestra familia.
— Ya veo… que triste que las cosas funcionen así en la nobleza.
— Tú lo dices, pero la verdad es que tampoco me importa demasiado.
La joven se cruzó de brazos.
— Pues debería.
Gyania se puso de pie y se llevó los nudillos a la cintura.
— ¿No eres muy joven para hablar de estos temas?
Ella se llevó un gran trozo de tarda a la boca, dejó escapar una risita y sonrió.
— Es que me gustaría verlos juntos — Dijo con la boca llena.
Tantor ya se asomaba en el horizonte cuando un llamado desesperado a su puerta las hizo a ambas saltar del sofá.
Al otro lado, sudoroso y muy agitado, estaba Cair, quien se apresuró en entrar cuando le abrieron la puerta y una vez dentro la cerró con brusquedad.
— ¿Les llegó mi mensaje? — Preguntó, urgido, hablando muy rápido mientras estaba con la espalda apoyada en la puerta.
Gyania frunció el ceño.
— ¿Qué mensaje?
— Maldito Alísito — Murmuró.
— ¿Y tú? — Preguntó Adaia, apuntándolo con el dedo.
— ¡Un enano loco salió persiguiéndome! — Exclamó, moviendo los brazos.
— ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué hiciste?
— ¿Por qué crees que hice algo malo? — Adaia se encogió de hombros —. Mocosa…
— Pero por algo debió perseguirte ese enano — Inquirió Gyania.
Cair suspiró profundo un par de veces, pasó junto a ellas y se sirvió un vaso de agua que se bebió de un trago mientras ellas lo seguían con la mirada.
— No lo sé… pero de alguna forma acabé conociendo a los príncipes.
— ¿Eldiria y Ellen? — Inquirió nuevamente Gyania, sorprendida —. ¿Cómo sucedió aquello?
— Bueno… — Cair se tomó su tiempo para explicar toda su «Aventura», que fue como la llamó él, ganándose miradas de decepción por parte de ambas.
Gyania lo tenía por alguien de mente fría; y así parecía ser la mayor parte del tiempo. Era raro verlo tan alterado como para no ser consciente de lo que hacía. Con una excepción, y es que siempre que se tocaba el tema de sus ojos, él se mostraba algo inquieto y cortante, como si fuesen una sentencia de la que se avergonzaba más que una gracia de la que se enorgullecía ¿Sería el egocentrismo de creer que sus ojos le entregarían el protagonismo de alguna épica de la que no quería formar parte o la decepción de que fuesen por lo que la gente lo recordaba lo que lo hacía rechazar esa parte tan cautivadora de su aspecto? Era difícil decirlo, pues ciertamente, y como lo había dicho él, no era alguien muy dado a expresar sus verdaderas emociones y Gyania tenía la sensación de que su actitud tan perfecta no era más que una máscara ¿O era ella tan narcisista que creía que todo el mundo sufría de las mismas trabas emocionales que ella? Estaba segura de que tampoco encontraría la respuesta a esa pregunta.
Gyania ladeó la cabeza «Y eso que según su abuela de pequeño era tanto o más lindo…»
En cierto punto del relato, Gyania interrumpió sus pensamientos y levantó la cabeza súbitamente para mirar a Cair directo a los ojos.
— ¡¿Golpeaste a los príncipes?! — Riñó Gyania, pensando en el sinfín de consecuencias que podía traer para ella, él y toda su familia.
— Fue en defensa propia… técnicamente — Remarcó Cair, restándole importancia.
— ¡Pero, Cair!
— Si es que verdaderamente eres idiota — Espetó su hermana, cruzada de brazos.
Gyania suspiró.
— En fin, nada que hacerle.
— Cair, debemos irnos de la ciudad — Indicó Gyania.
— No, todavía tenemos dos cosas que hacer aquí. Además, si no me presento al torneo Goliar, será peor.
— Tienes razón… — Ella volvió a suspirar.
— Ese enano te siguió… ¿Dices que llegó hasta la habitación de los príncipes?
— Sí, era teorinense, sus rasgos y su tabardo eran representativos de allí.
— ¿Cómo era el tabardo?
— Rojo con el emblema de la neutralidad, era un escolta del emisario teorinense.
— Eso empeora las cosas… aunque… — Gyania se llevó el dedo a la mejilla —. Existe la posibilidad de que diga la verdad… ¿Decías que te advirtió antes de subir?
— Creo, pero no estoy completamente seguro porque estaba nervioso.
Ella negó con la cabeza.
— Podemos apelar a su naturaleza teorinense, pero, aun así, no creo que debas caminar por las calles con el rostro descubierto… aunque yo tampoco debería.
Adaia soltó una risita.
— Si es que eres verdaderamente tonto, hermano.
— Cállate tú — Cair se pasó la mano por el cabello —. No hay nada que pueda hacer al respecto — Sacó su moneda de la facción del Grajo y se la lanzó a Gyania —. ¿Podrías ir a reunirte con Sian mañana? Creo que será mejor que me quede aquí, al menos por hoy.
— Si lanzas la moneda antes de preguntar, asumiré que me estás obligando.
— Jamás. Es una petición cuya respuesta sabía de antemano.
Gyania suspiró.
— Sí, déjamelo a mí.
Cair le guiñó un ojo.
— Bueno, me voy a mi habitación — Hizo un gesto con la mano —. Buenas noches — Y se fue sin más.
— Ese idiota… — Espetó Adaia, entornando los ojos.
Gyania se llevó la palma de la mano a la cara.
— Aunque me encantaría saber qué motivos tenía el enano para seguirlo.
«Igualmente serás alguien importante… Sería chistoso que fuese un rey, un príncipe o algo así»
Aram puso los ojos blancos.
— Ya te dije que no necesito que me sigas a todos lados, Lanna — Señaló Aram, subiendo los escalones hasta llegar a la entrada del palacio real.
Los guardias, al verlo, le dedicaron reverencias cortas y le abrieron las puertas del palacio.
— Y yo ya te dije que deberías agradecerme por tener el honor de que te escolte — Repitió la lancera zalashana, orgullosa —. Además, expeles una presencia agradable.
— Sí, sí, pero solo vine a dejar un encargo de padre… ¿Qué fue eso último?
— Eso, amplietano.
Había una sensación extraña en el palacio, parecía que habían cambiado el perfume ambiental.
— Aram, si te vas a pasar todo el día siguiéndome, dime Aram.
Lanna cabeceó, como si lo que le estaba pidiendo fuese demasiado complejo.
— … Ya, ya… Y sobre tu presencia, todos mis compañeros se han percatado de eso.
— ¿De qué tengo una presencia agradable?
— ¿De qué más, amplietano?
— Y dale… — Luego dijo en amplietano —: Si es que eres una tozuda.
— ¡¿Qué?! — Exclamó de golpe —. ¿Eso es un insulto?
— No, solo he dicho una cualidad tuya.
— Pues gracias, amplietano.
Aram levantó la cabeza para ver si podía entrar a la sala del trono. No era el caso, pues frente a la puerta había dos guardias sobre la alfombra que iba hasta ella; una forma sutil de avisar que el rey estaba ocupado. No es que fuera a verlo a él de todos modos, pero cruzar por la sala del trono era un atajo hasta donde él quería ir.
En ese momento estaban en el vestíbulo del palacio, una habitación hexagonal con dos ventanales en las caras adyacentes a la entrada que llenaban de luz natural toda la habitación. Justo frente a la entrada, siguiendo la alfombra verde de corte fino, se llegaba hasta la sala del trono tras unas largas escaleras. Había dos pasillos a los lados, Aram tomó el de la derecha, hacia la oficina de la Orden de Horegeol(1).
A Aram le evocaba algo de tristeza el caminar por allí, pues había decidido dejar la orden de Horegeol y acoger la invitación a la orden de Agmhere. «La orden de Horegeol sirve al rey y al pueblo de Ampletiet, pero esencialmente al rey. La orden de Agmhere se debe única y exclusivamente al pueblo» le había dicho su padre, intentando aclarar su decisión, y aunque la decisión era obvia para él, le había costado aceptar la invitación más de lo que hubiera creído, pues fue ahí donde se forjaron todas sus oportunidades, por lo que se había encariñado con la orden y su gente.
Apenas llegó a la estancia al final del pasillo, la joven Isolde, la secretaria de la orden, lo recibió con una sonrisa.
— Ah, Aram, bienvenido.
— Hola, Isolde.
— ¿Vienes con tu pareja?
— Oh, no, ella es mi escolta temporal — ¿Tan joven se veía Lanna?
— ¿Ahora tienes escolta? — Volvió a dedicarle una sonrisa —. Como te ha cambiado la vida ¿no?
Él se rascó la nuca.
— Ya lo dices tú — Sacó el fajo que su padre le había encargado entregar —. Padre debería estar aquí mañana, dijo que si había alguna duda, que se pasaría por aquí en la tarde.
Ella ojeó superficialmente el contenido y luego asintió.
— Vale ¿Eso es todo?
— Eso es todo — Confirmó él, asintiendo con la cabeza.
— ¿Vas a participar en el torneo Goliar? — Preguntó, apoyando los codos sobre el mesón luego de ordenar el fajo de papeles y dejarlo bajo su escritorio.
— Sí.
— ¿Puedo saber con qué nombre irás?
— Eh… — Miró a Lanna, como si ella fuese a darle la respuesta —. Sí, supongo… Eh, Sandiam Lann.
— Sabía que lo elegirías a él.
Aram dejó escapar una risita nerviosa, más que nada porque siempre le había costado hablar con la chica que tenía al frente, pues, en su momento, ella fue la mujer de sus ojos, aún cuando era ligeramente mayor que él y antes de sentir que estaba traicionando a alguien.
— Sí… no soy muy discreto.
— Iré a verte, de hecho, todos lo haremos.
— ¡No les digas quien soy! — Exclamó con estupor —. Se me caería la cara de vergüenza si me va mal.
— Te irá bien, hombre.
— Ojalá… Bueno, debo irme, todavía tengo que ir a la Verde Salvaguardia a dejar otro fajo.
Isolde movió su mano para despedirse de él y luego volvió a sus quehaceres.
— ¿Lanna?
— ¿Sí?
— ¡Aram! — Exclamó el joven príncipe Ellen, trotando hacia él. Detrás, serena, digna y, como era de esperarse, venía la princesa.
— Hola, Ellen.
— ¿Quiénes son ellos? — Preguntó Lanna, en zalashano.
— Eh ¿ella es una de los zalashanos que vinieron al renio? — Preguntó el príncipe, hablando en zalashano.
Lanna abrió los ojos como platos en cuanto le oyó hablar. Por supuesto, ella no sabía que gran parte de la nobleza sabía hablar en los cuatro idiomas, además de la lengua común.
— Sí, ella es Lanna.
— Hola — Saludó ella, sin ninguna clase de respeto, aunque eso poco le importo al príncipe. Él era alguien más bien… atarantado.
— Ellen — Replicó con la misma falta de cortesía, probablemente sin intención —. Oye, tú habías dicho que tenías un amigo de ojos blancos ¿no? — Volvió a hablar en amplietano.
— Cair… Podría decirse que es mi hermano ¿Qué pasa con él?
Ellen le mostró la muñeca, donde tenía un feo moratón. Esta vez, fue Aram a quien casi se le salieron los ojos de las cuencas.
— ¿Eso lo hizo él? — Inquirió.
— También a Elde.
La princesa se acercó y le dio un coscorrón.
— Di la historia completa, tonto.
El príncipe sonrió.
— ¿Qué ocurrió? — Preguntó Aram, preocupado.
— Uno de los escoltas del emisario de Teorim comenzó a perseguirlo. Sin querer llegó a mi alcoba… — Dijo en lengua común la princesa —… Me parece una falta de respeto que habléis entre ustedes habiendo más personas cerca… — Se aclaró la garganta —. Ellen le había quitado su espada, pretendía entregársela al emisario para que tuviese la oportunidad de atraparlo…
— Espera, espera, espera… ¿Dices que un tipo de Teorim lo estaba persiguiendo? ¿Por qué? — ¿En qué embrollo se había metido Cair ahora?
«Algunas cosas no cambian» pensó Aram, contando con los dedos la cantidad de veces en las que Cair se había metido en problemas y había tenido que ser él quien lo ayudara a solucionarlo o, la mayoría de las veces, solucionándolos completamente él. Varias fueron las peleas que inició Cair y él, por defenderlo, se llevaba más de un moratón ¿Pero cómo podía negárselo si gracias a él había encontrado un techo bajo el que vivir? Esa no era una deuda que se solucionara con una acción puntual y él no pretendía olvidarla jamás. De igual forma, siempre se lo pasaba bien, aunque, obviamente, le faltaron dedos para contar todas las veces que lo salvó.
La princesa se encogió de hombros, pero respondió:
— Porque cree que es un príncipe.
— ¿Qué?... Ese cabrón… siempre metiéndose en problemas… discúlpame, sigue por favor.
— Sí… este… él se la pidió de vuelta, pero Ellen se reusó y en eso llegó el enano. Él rápidamente intentó recuperar su espada… — «Apuesto lo que sea a que era la espada del abuelo, si no ni se hubiese preocupado de recuperarla» —… Entonces nosotros lo atacamos, pero él nos bloqueó las manos y golpeó a Ellen en la muñeca para quitarle la espada. Básicamente eso.
— ¿Una espada de acero con una empuñadura negra maltrecha?
— Sí… creo que sí ¿Con una vaina marrón con puntas grises?
— No, no podría decirlo con certeza. Él siempre perdía las vainas… ¿Pero estáis seguros de que era él?
— ¿Un chico alto, fornido, de cabello negro largo, tes muy clara, muy guapo y de ojos blancos? — Inquirió la princesa.
— Podría haber avisado que vendría… — Murmuró Aram, cruzándose de brazos.
— Eldiria hubiera agradecido que se lo presentaras.
— Cállate — Ordenó la princesa con el ímpetu de un rey.
— A lo mejor ni siquiera está aquí ya — Comentó el príncipe Ellen, encogiéndose de hombros —. Después de lo que pasó, sería un poco raro que siguiese aquí.
— Si no hizo nada malo… — No, era poco probable que creyera que no lo acusarían después de todo eso; el abuelo siempre hablaba peste de la nobleza... de hecho, el abuelo solía hablar pestes de todo el que estuviera fuera de la familia.
— Aun así.
— Pero… si está aquí… si me disculpáis.
Aram se despidió y caminó hacia el exterior, donde silbó para llamar al pequeño Alísito.
— ¿Por qué silbas? — Preguntó Lanna.
— Para llamar a un amigo.
— ¿El de los ojos blancos?
Aram frunció el ceño y rio.
— Por supuesto que no — Replicó, divertido.
— ¿Te puedo decir algo? — Preguntó Lanna.
— ¿Cortesía en la señorita zalashana? Qué extraño…
Lanna levantó una ceja.
— Sí puedo ser cortés, amplietano. Pero una relación tan formal generaría distancia… Lo que quería decir, es que en Zalasha tenemos un canto que habla sobre un chico de ojos blancos… y ahora que lo recuerdo, creo haber cantado esa canción junto con un enano teorinense en una posada al norte de aquí… Aunque no entendí su letra, sabía que era la misma canción.
— ¿De verdad? — Lanna asintió —. ¿No será que el cabrón es una especie de mesías?
— Ahora que lo recuerdo…
— ¡Oh, Alísito! — Exclamó Aram, tras ver que el pequeño hasís volaba hacia él —. ¡Sigues igual de chiquito que la última vez! ¿Cuándo vas a crecer? — Le preguntó mientras lo acariciaba.
Alísito desvió la mirada.
— ¿Y ese pájaro?
— Es la… mascota del chico de ojos blancos… siempre viaja con él, es su mensajero — Dijo —. Me sorprende que me haya oído, Cair debe estar cerca.
— Así que tenéis una forma de comunicaros — Dijo el príncipe, acercándose nuevamente. Aram ladeó la cabeza —. Sí, nos interesa saber por qué tanto revuelo con ese chico.
La princesa Eldiria corroboró las palabras de su hermano asintiendo con la cabeza.
— ¿Y cómo sabes que le llegará tu mensaje? Porque ese pajarito tiene que llegar a una cetrería ¿no?
— No realmente… siempre es capaz de volver con Cair… Siempre sabe dónde está.
— Tan raro como el dueño — Espetó Ellen.
Aram rio, pero era cierto. Cair era el único imbécil capaz de invadir el palacio sin darse cuenta.
— Supongo.
— ¿Qué le escribirás? — Preguntó Lanna, intrigada.
— Que venga a saludarme — Replicó Aram, lacónico.
Lanna se llevó la palma de la mano a la frente. Aram escribió la nota y se la dejó en la pequeña mochila de Alísito. Las buenas costumbres de la abuela Ela siempre salvaban la ocasión; de ahí que siempre trajera consigo papel y un lápiz, además de otras cosas que podían llegar a ser de utilidad... bastantes otras cosas... demasiadas cosas, pero cosas útiles.
— A Cair — Indicó Aram. Alísito hizo un gesto con la cabeza y emprendió vuelo.
— ¿Y si lo seguimos? — Propuso Ellen.
— No creo que quieras lanzarte hasta el barrio alto… — Espetó Aram. La plataforma del palacio estaba varios metros por sobre el aro del barrio alto.
Pasaron unos minutos y volvió Alísito.
— ¡Vaya pajarraco eficiente! — Exclamó Lanna.
Alísito le dedicó una mirada furibunda que, por supuesto, Lanna no percibió.
— ¿Qué dice? — Preguntó la princesa, acercándose —. Qué bonita letra tiene…
El príncipe bufó.
— Hasta eso.
— … Me llamó soldadito noble… — Siguió leyendo la carta —. Sí, él cree que lo están buscando — Comentó Aram.
— ¿En qué posada se está quedando?
— En la… — Aram chasqueó los dedos en la cara del príncipe —. Te la creíste. No lo diré.
— ¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! — Exclamó el príncipe, intentando quitarle la carta de las manos.
— Porque podéis decírselo a ese enano.
— ¡No lo haremos! — Insistió, moviendo los brazos exageradamente.
— P… prefiero cuidar su privacidad.
— Dile que no lo hemos acusado, que nadie lo busca — Dijo la princesa.
— Sí, debería — Escribió detrás de la hoja y se la entregó a Alísito —. Luego te compraré unas galletas.
— ¿Irás a reunirte con él?
— No lo sé… ¿Por qué os interesa tanto?
Ellen miró a su hermana.
— Curiosidad, supongo… Y porque Elde al fin encontró al próximo rey de Ampletiet.
— ¡Cállate, imbécil!... D… disculpad mi lenguaje.
Aram suspiró.
— Bueno… eh… eso es todo, supongo.
— Nalem de verdad quería dar con él… Tal vez debería intentar averiguar qué es lo que quiere en vez de simplemente huir — Comentó la princesa.
— Nalem es el enano ¿cierto? — Eldiria asintió —. Hmmm… tal vez, pero eso lo decide él.
— ¿No tenías que ir a dejar eso, amplietano? — Interrumpió Lanna.
— ¡Es cierto! — Le dedicó una reverencia presurosa a los príncipes —. Nos vemos, Eldiria, Ellen.
Ambos también le dedicaron una reverencia en respuesta.
— Espero que algún día nos lo presentes.
— Tal vez.
Apéndice
1.- Orden de Horegeol: Una de las dos órdenes de El Séquito del Monarca, el grupo de élite de la milicia amplietana. La orden de Horegeol es la encargada de velar por la seguridad de la nobleza y de la realeza. Como una muestra de devoción hacia el pueblo, los miembros más prometedores de esta orden suelen ser trasladados a la orden de Agmhere.