«Reconozco que, además de algunas peleas que tuve con mis compañeros, fuimos aislados de los problemas por mis abuelos durante prácticamente toda nuestra vida, he de ahí que reconozca fácilmente los problemas en otras familias, pero de ahí también nace mi incapacidad para lidiar con ellos, para afrontar mis propios problemas.
Quizá la que siempre consideré como una familia perfecta no era más que la más imperfecta de ellas. Pero me enorgullezco de que así haya sido»
Aram abrió los ojos justo cuando su cuerpo estaba en el aire. Frente a él vio pasar su escritorio, su estantería y todas las cosas de un lado de la habitación en su trayecto hasta el suelo «¿Cómo es posible saltar tanto mientras se duerme?» Fue lo último que pasó por su cabeza antes de darse contra el suelo de madera y rodar hasta chocar con la puerta de la que fue, era y sería su habitación.
— Ese infeliz… — Murmuró Aram, divertido —. Me pegó todo lo malo…
Irónicamente, a pesar de sentir algo de dolor en la espalda producto del golpe y de estar en una posición que, vista desde fuera, pasaría por incomoda, Aram encontró algo de conforte en esa postura tan extraña, por lo que allí se quedó durante varios minutos, casi esperando que alguien fuese a ver qué le había ocurrido, pero ante la costumbre de esa gente a los golpes secos en la madera, era imposible que alguno se dignara en abrir su puerta para comprobar el estado de quien consideraban un hijo. Después de darse tiempo para cavilar sobre su vida, Aram se impulsó con las manos y se puso de pie, obteniendo una vista general de su habitación, casi exactamente igual que cómo la había dejado. Aram sonrió para sí, se acercó a su armario y cogió las prendas más simples que encontró, pues una parte de él aún ansiaba la simpleza en la vestimenta, puesto que llevaba mucho tiempo usando unas prendas que, si se veían por el lado de la practicidad y comodidad, eran, lisa y llanamente, una mierda. Una vez listo, Aram se acercó a su escritorio y en una de las cajoneras empezó a buscar los documentos que lo acreditaban como miembro de la nobleza, su emblema de la orden de Agmhere y un cuchillo sin filo que los nobles utilizaban como un accesorio. Una vez tuvo todo entre sus manos, frunció el ceño y las dejó en el mismo lugar, ya que allí no necesitaría nada de eso. Simplemente se ajustó el cinturón y salió de su habitación, encontrándose de frente con el abuelo Jael, quien llevaba un delantal con bordados de gatitos. El anciano levantó subitamente la cabeza y lo miró con expresión de estupor en su rostro aguerrido para luego dejar escapar una larga bocanada de aire.
— Qué nostalgia… — Se quitó el delantal y lo dejó sobre el barandal junto a la escalera.
— Jael, deja eso donde corresponde — Le dijo inmediatamente la abuela Ela.
El abuelo Jael levantó la cabeza, puso los ojos en blanco y rezongó.
— ¿Podrías despertar a Adaia?
Aram rio.
— Veo que algunas cosas no cambian.
— Soy más viejo que los árboles de afuera ¿qué te esperabas? — Volvió a rezongar y bajó por las escaleras.
La abuela Ela le dedicó un gesto con la mano a modo de saludo y le dio un guantazo con el guante de cocina al abuelo Jael, quien se encogió, amedrentado. Un experto en el combate cuerpo a cuerpo, fuerte como el más grande de los ielidar y ágil como un joven a pesar de su edad; un sujeto que se las había arreglado para tumbar a dos jóvenes estrictamente entrenados por él mismo durante todo su adiestramiento, alguien digno de admiración que se encogía como un cachorro frente a un lobo ante la que era su esposa. Simplemente impresionante.
Aram abrió lentamente la puerta de la habitación de Adaia, intentando hacer el menor ruido posible para no despertarla de un sobresalto si es que seguía durmiendo. Al verla cubierta hasta las mejillas con su gruesa manta de algodón, Aram dejó caer los hombros, sintiendo la tranquilidad tan propia de los días que había pasado allí. Luego de observarla un rato y de recordar varias de esas pequeñas historias que se quedaban grabadas en la memoria, él se acercó a la cama, se puso en cuclillas y le pinchó las mejillas con un dedo hasta que ella abrió los ojos.
¿Habría influido en su decisión el que Anye se pareciera tanto a Adaia? Porque ahora que se detenía a analizarlo, ambas eran casi idénticas,
— Aram… buenos días…
Aram se levantó y le abrió las cortinas mientras ella se desperezaba.
— ¿Cómo puedes dormir tanto? — Preguntó él —. Pensé que una manía tuya de pequeña, pero veo que sigues durmiendo como un oso.
Ella hizo puchero.
— Si me durmiera más temprano podría levantarme más temprano… la relación es obvia — Se sentó en la cama y lo miró —. ¿Sabes? Cada vez que mandan a ese imbécil de Cair a despertarme, él lo hace de la forma más salvaje que se le viene a la cabeza… pero bueno, siempre fuiste más amable y considerado.
Aram soltó una risita.
— Sí, él siempre ha sido un bruto — Abrió ligeramente la ventana para dejar entrar la brisa mañanera —. ¿Entrenarás hoy?
Adaia asintió con la cabeza.
— Creo que empieza a gustarme la esgrima.
— Porque el abuelo suele decir que tienes más talento que yo y Cair.
Adaia cabeceo de lado a lado.
— Puede ser — Sonrió y, sin preocuparse de cambiarse de ropa, salió de su habitación.
Aram la siguió hasta el comedor, ella pasando a sentarse al sofá y él a la mesa, junto al abuelo, quien estaba sorbiendo de su sopa con la cabeza baja, casi como si se estuviera escondiendo. Aram observó como los ojos de su abuelo seguían a la abuela hasta que esta desapareció por la puerta principal, momento en el que empezó a sorber de la cuchara con fuerza, provocando un ruido infernal. Aram tuvo que reconocer que un escalofrío recorrió todo su cuerpo en cuanto la cabeza de la abuela se asomó repentinamente por la ventana de la cocina, justo detrás de donde estaba sentado el abuelo, solo para lanzarle una cuchara.
El abuelo pegó un sobresalto que casi mandó la mesa abajo.
— ¡Aprende a comer! — Exclamó —. ¡Por los celadores… ya no eres un niño! — Se alejó refunfuñando.
Aram intentaba contener la risa cuando el abuelo se volteó hacia él.
— ¿Qué miras tú? — Dijo rápidamente, momento en el que Aram prorrumpió en carcajadas. El abuelo Jael también soltó una —. Esa vieja de mierda… para que veas que me tiene manía.
— Sí… claro.
— ¡Es la verdad! — Exclamó él, volviendo a sentarse en la mesa.
— Se lo merece — Dijo Adaia, indiferente, sentada en el sofá con un libro en una mano y un tazón de té en la otra —. Mejor dicho, se lo busca.
— Así funciona el mundo, hija. Si nadie lleva la contraria, no se progresa.
— ¿Enserio? Porque yo no he visto mucho progreso en ti.
El abuelo hizo un gesto con la mano.
— Bah. Siempre estás del lado de tu abuela — Miró a Aram —. ¿Y tú? ¿Seguirás siendo el neutral o te unirás por fin a la rebelión?
— Ya empezó con sus tonteras este viejo decrépito — Sorbió de su tazón —. Sabes que no tienes que hacerle caso, Aram.
Aram se encogió de hombros y miró a su abuelo.
— Supervivencia, abuelo. Creí que tú nos lo habías enseñado.
El abuelo frunció el ceño.
— Qué… — Sacudió la cabeza y, exageradamente, extendió ambos brazos hacia Adaia — ¡Pero mira cómo me trata! ¡Y se supone que soy su abuelo!
Mientras alegaba, la puerta principal se abrió ligeramente y la abuela Ela asomó su cabeza para averiguar el porqué de tanto alboroto, sobresaltando al pobre abuelo, quien volvió a sentarse a comer en silencio. La abuela lo apuntó con el dedo.
— Tú. Acompáñame a comprar azúcar — Le ordenó. El abuelo Jael golpeó la mesa con ambas manos para expresar su molestia, pero antes de que dijera nada, la abuela lo interrumpió —. Jael Rendaral. Apúrate.
El viejo se levantó, cogió una bolsa con monedas que estaba encima de la mesa de arribo y salió de la cabaña refunfuñando.
— Volveremos en un rato — Avisó la abuela, cerrando la puerta.
Aram se volteó hacia Adaia.
— ¿Quieres ir a practicar?
Adaia arqueó una ceja.
— Te estás tomando muy en serio tu entrenamiento ¿Es porque Cair te ganó? — Inquirió la joven.
Aram se apretó el pecho con las manos.
— ¡Agh!
Ella ladeó la cabeza.
— Pero ahora están empatados ¿no?
— Sí… pero ya viste su pelea contra el gélidar. Está claro que me sacó mucha ventaja de alguna forma… ¿Cómo entrenaba últimamente?
— Tirándose las pelotas. El muy vago con suerte salía de su habitación para ir a trabajar.
Aram se cruzó de brazos y se llevó la mano a la barbilla, pensativo.
— Ahora que lo dices, él dijo que lo único que había hecho era estirar su escroto hasta el fondo de su habitación para observar cómo se recogía…
— ¡Aram! No hace falta que repitas las estupideces que se le ocurren…
— Perdón…
— Sí, sí. Vamos a practicar mientras llegan los abuelos.
Durante el par de semanas que llevaba allí, Aram ya había intercambiado unas cuantas estocadas con su hermana de crianza, corroborando empíricamente las inusuales palabras de su abuelo. Adaia era una chica delgada, con los únicos músculos que había ganado a través de las tareas diarias y alguno que otro adiestramiento sin constancia; sin embargo, había algo en su juego de pies y su forma de desviar los ataques que suplían eficazmente la carencia de fuerza física de la muchacha. Además, el ritmo al que avanzaba era espeluznante, ya que había pasado de prácticamente no saber nada de esgrima a ser capaz de contener los ataques del abuelo a un ritmo medio-bajo en poco más de un mes, cosa que él y Cair no consiguieron hasta después de cinco años entrenado con él. Aunque Adaia todavía no era capaz de combatir ofensivamente, limitándose en la mayoría de las ocasiones a desviar los ataques hasta que torpemente intentaba aprovechar una apertura y recibía un buen golpe que la mandaba al suelo, pero Aram tenía la sensación de que se debía a la duda generada por tener a un ser querido como oponente; duda de la que Aram nunca fue capaz de librarse en los entrenamientos, pero que el bruto de Cair jamás había mostrado.
Estuvieron intercambiando golpes hasta que, después de casi una hora, el abuelo apareció de la nada con dos saquitos de azúcar en las manos y empezó a arrojarle puñados a Adaia al grito de «¡Arrepiéntete de tus pecados, hija de la bruja!» hasta que ella le advirtió de que, si seguía, le diría a la abuela, momento en el que corrió al interior de la casa y vació todos los sacos que traía en el frasco del azúcar para que pasara desapercibida la que él había desperdiciado.
— Adivina que pasó — Le dijo mientras continuaba vaciando el azúcar.
Aram se encogió de hombros.
— Ni que fuese mentalista.
El abuelo Jael hizo puchero.
— Qué pesado…
— ¿Qué pasó?
— Dijeron que Cair iba a ir a Rainlorei ¿no? — Dijo la abuela, entrando a la casa con un tercer saquito de azúcar en las manos.
Aram frunció el ceño.
— ¿Qué pasó? — Preguntó él.
— El cartel de Don intentó replicar la Toma de Eyilar (1) en Rainlorei — Dijo la abuela, dejando el saco de azúcar sobre la mesa y permaneciendo con la mirada pérdida en la nada —. Por los celadores…
— No te preocupes, vieja — Le dijo Jael, cogiendo el saco que ella había dejado sobre la mesa —. Parece que no quisiste escuchar cuando dijeron que no lo habían logrado.
— Como también escuché que murieron muchos soldados — Entornó los ojos y miró al abuelo —. ¿Tú crees que con lo irresponsable que es Cair no se iba a meter de cabeza en la refriega?
— Cair es un miembro de la Facción del Grajo, Ela — Replicó el abuelo, ahora mirando fijamente a la abuela —. Y si no escuché mal, fue gracias a ellos que la ciudad se salvó.
— Pero…
— ¿Confías en él? ¿Crees que pasó toda su vida entrenando para morir contra un puñado de malnacidos? — Se cruzó de brazos —. Aram pasó por lo mismo hace un año y aquí está.
— ¡Pero casi muere! — Exclamó la abuela —. Ya viste su cicatriz. Sobrevivió por suerte — Masculló.
Aram bajó la cabeza.
El abuelo apretó la mandíbula.
— ¿Murió?
— No…
— Y se enfrentó a una horda de zalashanos él solo — Dijo el abuelo —. Una horda de los que el mundo considera los mejores guerreros, no una horda de imbéciles que buscan una forma fácil de vivir porque no fueron lo suficientemente dedicados como para anhelar algo ¿Crees que Cair moriría ahí?
La abuela se mantuvo en silencio y Adaia se acercó a ella para abrazarla.
— Deberíamos esperar a que llegue un comunicado oficial o un periódico de lo que ocurrió — Dijo Aram —. Si hay fallecidos, en cualquiera de los dos casos sabremos los nombres — Se acercó a la abuela Ela —. Abuela.
Ella dejó escapar un profundo suspiro mientras el abuelo se dejaba caer sobre el sofá.
— Sabes lo que aprendió del archimago. Sabes de lo que es capaz si las circunstancias se dan.
— Una capacidad que bien podría matarlo.
El abuelo soltó una única carcajada.
— Volverá. Si estuviera muerto, ya habría sido capaz de sentir su presencia.
Aram le tomó una mano a la abuela.
— Odio ese nuevo trabajo suyo.
Antes de que pudiesen dejar de lado el tema y volver a las tareas cotidianas, un suave golpeteo llamó a su puerta. Todos se miraron entre sí con los ceños fruncidos. Rara vez alguien se aparecía por allí, menos en los fines de semana y aún menos en el Demiserio, cuando prácticamente todos estaban de vacaciones. Aram se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
— ¡Señora Ela, soy Dann! — Gritó una voz joven desde el otro lado. Aram le abrió la puerta —. ¡¿Aram?! — Exclamó, sorprendido.
Dann era uno de los compañeros de Adaia en la escuela que trabajaba como cartero de vez en cuando. Era un chico de cabello negro, cejas pobladas, rostro afilado, ojos verdes y algo delgado. Alguna que otra vez se les unió cuando salían a vagar por el bosque junto a Cair; era un tipo agradable, aunque Aram siempre había sospechado que lo que buscaba era acercarse a su hermana de crianza.
— El mismo — Dijo Aram con una sonrisa, levantando la palma a modo de saludo —. Hola, Dann.
El chico no ocultó su sonrisa.
— ¡Hace tanto que no te veía! — Lo miró de arriba abajo —. Estás más grande…
Aram soltó una risita nerviosa. Siempre se ponía así cuando le lanzaban algún halago.
— Tú también — Comentó Aram, pues la última vez que lo vio debía medir unos diez centímetros menos —. ¿Qué te trae aquí? ¿Por qué vienes tan urgido?
— Ehm… — Apuntó con la mano al interior de la casa —… ¿Puedo pasar?
— Oh, claro, adelante — Invitó Aram.
El chico entró y le dedicó una muy cortés reverencia a todos, en especial a Adaia, quien se cruzó de brazos y le dedicó un áspero cabeceo.
— ¿Qué te trae? — Preguntó la abuela Ela, sirviéndole un vaso con jugo —. Pensé que te habías ido con tu familia a Cleinlorim.
— Ah, sí… esa era la idea, pero mis padres prefirieron quedarse aquí… en cuanto a lo otro… — Miró hacia todos lados, buscando algo —. ¿Está Cair?
Aram negó con la cabeza.
— Está en Rainlorei — Replicó.
Dann abrió los ojos como platos.
— ¡Entonces es él! — Exclamó, emocionado. Por segunda vez desde la llegada del chico, todos fruncieron el ceño, y él, al verlo, comenzó a hurgar en su bolso —. ¿Recuerdan cuando fue a entrenar con el archimago?
— Fue muchas veces — Dijo la abuela —. ¿Por qué?
— Una vez estuve con él, fueron a una cascada a practicar su magia…
— ¿A una cascada? ¿La humedad no es contraria a la magia de fuego? — Preguntó Aram.
— Sí, sí, pero estaban allí porque estaban practicando un hechizo peligroso… Miren — Sacó un periódico que extendió sobre la mesa.
El titular decía «El Demonio de la Niebla»
Al ver la portada, el abuelo Jael soltó una única carcajada y, manteniendo la sonrisa, dijo:
— Te dije que estaba bien.
Un par de semanas antes…
Hakmur dejó que el aire puro de los bosques de Thrino embriagara sus pulmones con su sutil y fresca fragancia, recordando su juventud y sus primeras cacerías. La tensión del arco, acorde con su tensión corporal, el silencio únicamente perturbado por la suave brisa y el flujo de las abundantes vertientes, la sensación del colchón de tréboles que cubría el piso y las hojas secas al quebrarse, el olor a carne recién asada a la luz de las constelaciones, ocultos bajo un bosque de árboles de tronco blanco y verdes hojas traslúcidas. Le encantaba toda esa zona, pues a diferencia de su tierra natal, seguía exactamente igual que en sus nostálgicos recuerdos.
— … ¿Y Miniscar? Dijiste que eras de allí — Siguió preguntando Gyania, quien desde luego parecía ser una persona extremadamente curiosa. Ella no había cesado su interrogatorio durante todo el viaje, sin descanso ni tregua, deteniéndose únicamente para comer y beber.
Hakmur lo disfrutaba, al fin y al cabo, llevaba una buena temporada trabajando en solitario, y no era algo con lo que se sintiese cómodo, pues de esa forma solo podía hundirse en sus pensamientos. El joven Cair era particularmente sarcástico, sobre todo para llevar cualquier frase de la señorita Gyania al doble sentido, lo que lo hacía reír a carcajadas.
— Miniscar es un agujero… así que nos dio tiempo para prepararnos — Replicó él.
— Hmmm… Nunca he visitado Miniscar — Comentó ella, con un dedo en la mejilla. Salvajemente le dio una colleja al joven Cair y le preguntó —: ¿Y tú?
Cair le dio un golpe al caballo con los pies, provocando que pegara una patada con sus patas traseras, casi lanzando a Gyania del asiento.
— N…
— ¡Imbécil! — Gritó Gyania, aferrándose a él —. ¡Casi me lanzas del caballo!
Cair chasqueó la lengua.
— Casi… Y no, nunca he ido a Aureum.
Hakmur soltó una carcajada, luego levantó la cabeza y dijo:
— Aureum era mucho más precioso antes — Confesó —. Pero bueno, los ielidar amplietanos somos de sangre fuerte, nos adaptamos y nos levantamos.
— No solo de sangre… — Murmuró el joven Cair, encorvándose —. Gyania, podrías dejar de manosearme el abdomen.
— ¿Acaso quieres que me caiga?
Cair bufó.
— Pues sí. Pero no es necesario que me manosees para no caer. Es incómodo.
— ¿Ahora te incomoda?
— Sí… Volviendo al tema ¿Es muy difícil atravesar esa cortina tormentosa(2) de la que tanto hablan? — Preguntó, ahora irguiéndose —. Digo ¿Cómo le hacen los barcos?
— La cortina no llega hasta el mar… o sí, lo hace, pero es una simple llovizna.
— Ah — Miró hacia su costado y le susurró algo a la joven Gyania —. Tendré que ir en algún momento — Levantó la cabeza y miró la copa de los árboles —. ¿Cómo puede ser algo tan distinto y a la vez tan similar a otra cosa?
— ¿Te refieres al bosque? — Preguntó Gyania.
— Síp.
— Hay quienes dicen que Ampletiet no es realmente la tierra verde, sino que un intermedio, ya ves a Aureum y toda la Extensión alta. Pero si nos vamos a lo específico, será por las vertientes y los minerales que traen. Al fin y al cabo, esta agua viene directo del Aenein — Concluyó ella.
Cair le dio una palmada a un champiñón cuya cabeza llegaba hasta la suya.
— Más que por los minerales, yo creo que es por el maná. Por eso los hongos crecen tan grandes(3)… Aunque tampoco es mucho mayor la concentración…
» ¿Cómo lidian con los espóreos(4) en Rainlorei?
— No suelen ser agresivos.
— ¿No? — Discrepó Hakmur —. En mis primeros años pasábamos más tiempo peleando contra espóreos que contra animales o semi-racionales.
Gyania se llevó un dedo a la mejilla.
— Porque los elfos se los llevan a las cazuelas — Espetó Cair.
— Tú cállate — Se aclaró la garganta —. En Rainlorei no es raro ver pequeños en las calles.
— ¿Sí? De todas las veces que he visitado Rainlorei, jamás he visto uno en las calles.
— Yo tampoco — Confirmó Hakmur.
— Tampoco es como si cruzaran la calle caminando, pero en los callejones o en los pequeños escondrijos… — Cair la escrutó con la mirada —. ¡Es cierto!
— Ya, ya — Cair se rascó la barbilla —. ¿A qué sabrán?
— A champiñones, por supuesto — Replicó Hakmur.
— ¿Comer espóreos no los vuelve carnívoros a ustedes los elfos?
— Pero… son técnicamente champiñones… — Dijo ella, dudosa.
— Pero son animales ¿no? Los compendios de fauna ya los clasifican como tal.
— Se supone.
— Entonces es carne… ¿O no? Vaya dilema de mierda, hablemos sobre otra cosa.
Hakmur rio.
— A todo esto ¿Qué edad tienes, Hakmur? — Preguntó Gyania.
— Tengo setenta y tres años.
— Pensé que eras más viejo — Confesó Cair, bajándose del caballo, probablemente para estirar las piernas, ya que siguió caminando con las riendas en la mano —. Para un gélidar no es tanto.
— Es casi lo que vive un enano en promedio — Añadió Gyania.
— Te faltaron veintitrés años, geniecilla — Espetó Cair. Se llevó una mano a la barbilla —. Mmmm… ¿Será el tamaño promedio de la raza…? Espera, tiene sentido.
— Los enanos son los que viven más que los orcos y son más pequeños.
— Pero si los enanos son humanos hormonados aplastados — Dijo Cair, frunciendo el ceño como si estuviese plenamente convencido de que lo que decía tenía sentido.
Hakmur ahogó una risita y Gyania suspiró mientras negaba con la cabeza.
Después de un rato, Hakmur también decidió bajarse del caballo. Nunca le habían gustado mucho las sillas de montar; de hecho, no le gustaban demasiado los caballos.
Al rato, la joven Gyania también se bajó del caballo y comenzar a caminar en medio de los árboles, observando, descartando y guardando hasta las plantas que Hakmur había considerado maleza durante toda su vida. Ella había mencionado que se le daba bien la alquimia, aunque probablemente era solo una forma de excusarse, ya que la mayoría de las plantas que metía en su bolso se marchitarían antes de llegar a ser usadas. Ni siquiera era especialmente generosa con sus pociones: Una sola poción al día era todo lo que les había ofrecido; y con él era algo tacaña, pero con el joven Cair era directamente egoísta, he ahí el motivo por el cual él, al ver que ella se acercaba a una planta, aceleraba el paso y la cogía antes que ella; una situación que fue escalando en rencor hasta que ambos acabaron usando magia para obstaculizar al otro.
Hakmur sonrió. Desde luego que esa pareja no iba a tono con la que había sido su vida hasta el momento.
Ya habían cruzado a la meseta intermediaria entre el primer puente y el segundo, que ya daba hacia la ciudad de Rainlorei propiamente tal, por lo que ya comenzaban a oírse las cascadas y la húmedad que rodeaba a la ciudad élfica y, en casi una hora más, ya podía verse el tronco de Amhde'ia, el gigantesco árbol que cumplía la labor de receptor en la ciudad y el punto inicial del puente que conectaba con la ciudad.
Gyania se levantó la capucha.
Era normal que a los pies del gran árbol se reunieran los mercaderes a comerciar, puesto que todavía no había rieles de apoyo que permitieran que los carruajes pudieran llegar hasta el centro de la ciudad. Con todo, tenían su encanto las docenas de carruajes con tejados de distintos colores apostados en fila, cuyos propietarios anunciaban a viva voz sus productos en medio del incesante vaivén de gente.
Hakmur se quedó de pie, observando las incontables hojas que parecían suspendidas a merced del viento, escuchando el molesto bullicio de las personas y los gritos de los mercaderes, sintiendo la humedad pegándose en su piel. Nada había cambiado ahí.
— ¿No dirás nada sobre el hogar o algo así? — Preguntó Cair, mientras subían las escaleras que rodeaban el árbol.
— ¿Por qué debería hacerlo? — Preguntó Gyania, frunciendo el ceño.
— Para honrar el cliché.
— Qué idiota.
— Ah, la niña del otro día — Dijo una elfa de cabello blanquecino, ataviada con una armadura de cuero simple —. Y tú debes ser el famoso 'ejem' blanco.
— ¿Podría saber que tengo de famoso?
— No me sorprendería que lo fueras con ese rostro.
— Supongo.
Ella lo examinó mientras murmuraba cosas para si misma, se cruzó de brazos y asintió varias veces.
— Sí, eres más o menos como te imaginaba — Se volteó hacia él, encontrándose con su pecho, por lo que lentamente fue levantando la cabeza hasta encontrar su rostro —. Veo que te gusta hacer grupos.
— Soy Hakmur Dreos, es un placer.
— Igualmente, Hakmur… — Volvió a dirigirse hacia Cair —. Veo que te gustan grandes.
— Y gruesas — Agregó Cair, indiferente a lo soez de su comentario.
Hakmur simplemente dejó escapar su risa y la elfa se llevó las manos a la cara y empezó a negar con la cabeza.
— Por los celadores… — Murmuró.
— ¿Y bien?
— Oh, sí, perdona, es solo que me descolocó ese comentario — Se aclaró la garganta —. Sé que recién llegáis, pero ¿les importa que vayamos al bosque a hablar?
Cair les dirigió una mirada a ambos y, tras confirmarlo con ellos, asintió con la cabeza y el grupo partió devuelta al bosque. Llegaron a un claro con un enorme tocón de madera en el centro.
— ¿Es tan preocupante la situación? — Preguntó Cair, balanceando su espada con la mano —. Gyania mencionó que habías dicho algo sobre un «Bajo Arrabal» o algo así.
— No recuerdo haberlo mencionado… Esa te la soltó Jael ¿no?
Gyania increpó a Cair con la mirada, haciendo puchero.
— … Algo me dijo… también mencionó al cartel de Don y alguna que otra cosilla.
— Ya, Jael solía ser bastante intruso — Se llevó la mano a la barbilla —. Realmente la información que tengo ahora es algo hipotética. Mientras no llegue mi hermano, habrá pocas cosas claras — Se sentó sobre el tocón y empezó a mover las piernas —. El caso, es que sí tengo la certeza de que hay una especie de mercado ilegal y una toma de rehenes en Rainlorei.
— Pues deberíamos avisarle a mi padre y ya está — Comentó Gyania.
— ¿Tú padre? — Repitió Sian.
— Es la heredera de este señorío — Replicó Cair.
Sian mostró signos de sorpresa durante una milésima de segundo, neutralizando su semblante al instante.
— Señorita, probablemente vuestro padre ya sabe sobre esto.
— ¡¿Qué?! — Exclamó Gyania.
— No es algo nuevo. Se lleva gestando en la ciudad durante muchísimo tiempo, por lo que estos bandidos ya dominan una parte importante del mercado de la ciudad y tienen tropas reunidas alrededor de la ciudad… específicamente dónde y cuántos, no lo sé, esa es la información que está recopilando mi hermano.
Gyania pareció querer gritar algo, pero mantuvo la compostura y preguntó con calma:
— ¿La capital lo sabe?
— Señorita, este es un asunto del reino entero — Replicó Sian.
— ¿Y qué tan importante es ese Bajo Arrabal que mencionó Cair? ¿Qué hacen?
— Comercio de drogas y tráfico de esclavos, principalmente rehenes.
— ¡¿Qué?! — Exclamaron Hakmur y Gyania —. ¡Se suponía que la corona lo mantenía controlado! — Continuó Gyania.
— ¿Cómo escalaron tanto? — Preguntó Cair.
— Ocultándose, y mientras sigan ahí abajo, son prácticamente invencibles, a menos de que les tiren la ciudad encima, y no creo que eso sea factible.
— Por eso lo de 'Bajo' Arrabal — Sian asintió —. El abuelo dijo que llevan bastante tiempo intentando asediar sus sitios, pero ni pista de sus escondites, exceptuando el de la ciudad, claro.
— ¿Y los Agmhere? — Preguntó Gyania —. ¿Ni siquiera ellos pueden hacer algo?
— En cuanto se muevan los Agmhere, los de Horegeol o los de la Verde Salvaguardia, asesinaran a todos los rehenes, esa es la amenaza. Sé que hay varios nobles entre ellos e incluso algunos forasteros. Así que piensen en la que se armaría si esto acaba mal.
— ¿Y cómo es que nadie de la población sabe de esto? — Continuó Gyania.
— Solo se trata en reuniones cerradas entre los generales y los líderes de las ciudades.
— Pero ¿Cómo os enterasteis? — Miró a Cair, quien se encogió de hombros.
— Cierto sujeto es muy bueno descubriendo secretos — Replicó Sian de forma ambigua —. Pero no todo es malo, señorita — Añadió Sian —. Tenemos motivos para creer que intentarán repetir la Toma de Eyilar.
Gyania se puso roja.
— ¡¿Qué tiene eso de bueno!? — Gritó.
— Ahora mismo, están en un punto muerto: La corona, obviamente, no les dará la ciudad, por lo que ellos no liberan a los rehenes, y si matan a los rehenes — Deslizó su dedo por su garganta —. Fuera ese problema… aunque los que vienen después serán peores.
» Si se mueven, tendremos una oportunidad.
Hubo unos segundos de silencio.
— Sin paladines — Cair cabeceó —. Claro que podría repetirse.
— No tendremos paladines, pero tenemos cuervos — Refutó Sian, con determinación en su mirada —. Niño, lo único que hacía la Luz por ellos era potenciar sus habilidades físicas y mágicas, lejos de eso, lo único que podían hacer con su dichosa Luz era un hechizo tremendamente básico que ellos llamaban «Punición». No los necesitamos.
Cair levantó ambas palmas para calmarla.
— Bien, entiendo — Se cruzó de brazos —. ¿Cuál es el plan entonces?
— No hay plan todavía. Esperaba tenerlo para cuando llegarais, pero llegasteis bastante antes de lo que preví — Era curioso cómo se movía entre la cordialidad y la informalidad, como si de pronto se diera cuenta de que había caído en lo segundo.
— ¿Algo en particular con lo que podamos ayudar?
— De momento, no. Destacas demasiado como para infiltrarte, al igual que el gélidar. La princesa, ni lo digas.
» Simplemente esperen.
Por alguna razón, el joven Cair miró hacia el bosque y luego trazó una línea imaginaria en dirección a las ruinas de Nio'Orbite. Finalmente, a cuento de nada, silbó y el pequeño hasís del joven acudió a él desde su bolso.
— ¿Podrías silbar, Sian? — Sian dudó, pero obedeció —. Ella podría llamarte — Le dio una bolita de hierbas y le acarició la cabeza.
— Vaya ser más útil… ¿Entonces puedo llamarlo? — Alísito asintió —... ¿Acaba de asentir? — Sacudió la cabeza —. En fin, no perdamos más tiempo. Cualquier cosa llamaré a…
— Alísito.
— … Alísito… No, hay una última cosa.
— Gyania — Se apresuró Cair.
Sian frunció el ceño, pero asintió.
— Sí… desde luego que mi objetivo no es ofenderos, pero creo que deberíais manteneros al margen de esta misión, aunque seáis compañera de este sujeto.
— No pondré trabas, lo sé de sobra.
— Me alegro de que lo entendáis — Tal y como eran los elfos, era normal que tuviesen mucho más tacto y cortesía a la hora de tratar con uno de sus superiores, aun así, a Hakmur le sorprendió el repentino cambio de tono de la elfa —. Ahora sí, me largo — Les dedicó un cabeceo a él y al joven Cair, guardándose la reverencia exclusivamente para la joven Gyania.
— Pues solo queda esperar — Dijo el joven Cair.
— Ya…
— ¿Qué haremos mientras? — Preguntó Hakmur, cruzándose de brazos.
— Buscar una posada, en primera instancia.
— Tengo un conocido que administra una posada aquí, eso no será un problema.
— O pueden quedarse en mi casa — Dijo la señorita Gyania.
— Oh, lo lamento, te lo agradezco, pero no estaría tranquilo con esta ropa en la mansión de un señor racial — Replicó Hakmur.
Cair se llevó la mano a la barbilla.
— Supongo que sí — Miró a Gyania.
— No debería haber problema… no… o… espera… tal vez… no…
— Igual podrías terminar tus ideas — Espetó Cair, con las manos en la cintura.
— Mi mentira era que tú eras mi compañero de clases y que salimos a realizar una investigación por aquí.
— Ya… Creíble por donde se le mira.
— Hakmur podría ser nuestro escolta. Eso tranquilizaría a mi padre y nos permitiría quedarnos en la casa.
— La verdad… sigo sin querer pasar la noche en la casa de un noble — Insistió Hakmur. Gyania hizo puchero —. Yo me quedaré en la posada de mi conocido, vosotros podéis ir sin problema.
Gyania se llevó un dedo a la mejilla.
— Bueno, pues diré que no quisiste quedarte allá, pero manteniendo la mentira del escolta ¿Te molesta?
— En lo absoluto.
— Claro, porque si no, su familia dudaría de su castidad — Gyania le asestó una mirada que lo hizo encogerse. Se irguió y se cruzó de brazos —. ¿Y a mí no me preguntas si quiero quedarme…?
Gyania lo silenció.
— Ya… bueno… — Aceptó, sumiso.
— Bien, vamos — Ordenó la joven Gyania.
Cascadas, un empalagoso aroma a jabón y sales de baño, el calmo sonido del agua fluyendo, proveniente de todas las direcciones, abundante vegetación mohosa que crecía, versátil, entre cada grieta de las baldosas del suelo y en las paredes, en comunión con una amplia amalgama de especies de hongos que le otorgaban un abanico de colores único a una ciudad de arquitectura colorida, acorde y bien acabada, con calles completamente cubiertas por senderos peatonales transparentes que guiaban el agua absorbida por las pilas de maná a lo largo de toda la ciudad hacia los desagües de la ciudad y así evitar que cada transeúnte quedara empapado por solo caminar en la ciudad; todo aquello era la ciudad de Rainlorei, una ciudad que desde lejos daba la impresión de estar cubierta por un manto transparente, la llamada «Ciudad de las cascadas», el punto turístico más confluido de Ampletiet por los viajeros que buscaban un momento de descanso y relajación y que honraba su título mediante la inteligente armonía entre la ciudad y su entorno.
El motivo por el que a Cair le gustaba tanto Rainlorei, a pesar de que en sus calles no se pudiese ver el cielo directamente y además de la ausencia de viento, no era por ninguno de los que saltaban a primera vista, si lo era, en cambio, el tránsito de las calles, que, a diferencia del imparable comercio de Cleinlorim y Ohir'Dan, la aglomeración centralizada de Orherem o el movimiento de estudiantes y eruditos en Icaegos, allí era escaso.
El primer cruce, justo después de cruzar la muralla de la ciudad, dividía la urbe en cinco enormes calles que se proyectaban como rayos en direcciones distintas y, más que una simple intersección, era la plazoleta principal de la ciudad, decorada con jardines bien cuidados, ostentosos de los mismos colores que los del bosque en el que residía la ciudad y unos arbustos pomposos podados en forma de esferas, además de una serie pilares con esculturas de los héroes más importantes del reino en lo alto, alrededor de un anfiteatro ubicado en pleno centro de la plazoleta, en el que tenían lugar las conferencias y anuncios oficiales del señorío y/o eventos artísticos.
Ciertamente su belleza atraía a los más emocionales, pero la ingeniería detrás de la ciudad atraía también a los más intelectuales. Directa y objetivamente era el mejor lugar para vivir en todo Ampletiet.
Mientras Cair observaba la obra de teatro que se actuaba en el anfiteatro, Hakmur se despidió de ellos y partió en la primera de las cinco calles. Gyania lo miró durante un rato antes de empezar la caminata hasta el que era su hogar.
En el trayecto, Cair miró a cada esquina en busca de los espóreos de los que hablaba Gyania, y, efectivamente, si se observaba con detenimiento, se podía ver a los pequeños champiñones animados intruseando las cajas, los barriles o tomando una siesta a la sombra, siempre entre los callejones, jamás en medio de la calle, aun cuando no caminaba mucha gente por ahí.
En cuanto llegaron a la residencia de los Escoldis, una inmensa y ostentosa mansión de paredes anaranjadas con tallados de lo que parecían ser corrientes de viento, amplios ventanales con marcos plateados y esquinas que no ocultaban sus ladrillos blancos perfectamente lisos y encajados, edificada en medio de un exótico y espacioso jardín con un centenar de pequeños árboles podados con formas de animales y una fuente en el centro que enaltecía en un pedestal al emblema de la familia: tres círculos de distintos tamaños uno dentro del otro en la parte superior del anterior. Las cuatro pilas de maná que atraían el agua del ambiente, que era la misma que usaban para regar mediante unos goteros, parecían formar una especie de carpa sobre el terreno.
Cair tuvo que acomodarse la mandíbula antes de seguir caminando, pero no porque le impresionara el dominio como tal, sino que por lo absurdamente presuntuoso para una familia que, hasta donde Cair tenía entendido, solo poseía cinco miembros.
En la entrada había un hombre anciano, delgado y alto, vestido con un traje negro y guantes blancos, de cabello corto y bigotillo tan elegante como su porte, que al ver a Gyania abrió los ojos como platos y dejó su puesto para correr hacia ellos. Lo ignoró y corrió directo a abrazar a Gyania, casi llorando.
— Hola, Gos — Saludó Gyania, apretada en el abrazo del que debía de ser su mayordomo.
— No se hace una idea de cuanto nos hemos preocupado por usted — Dijo con un ritmo tranquilo calcado al que él se imaginaba que tendrían los mayordomos, extremadamente formal y claro. La cogió por los hombros y la observó durante un rato —. Benditos sean los celadores por traeros sana y salva.
— Al menos me acordé de enviar una carta — Comentó ella —. Me alegro mucho de volver a verte después de tanto tiempo — Dijo Gyania, sonriente —. Veo que no has cambiado en lo absoluto.
— A mi edad, los cambios solo son pequeños matices imperceptibles, señorita — Sonrió y luego relajó el semblante —. Temíamos que se os acabara la medicina, pero tal parece que fue suficiente.
Gyania se volteó hacia él y Cair arqueó lentamente una ceja «Ella no ha tomado una sola medicina, señor» quiso decir, pero ante los gestos disimulados de la medio elfa, decidió mantenerse en silencio «Me acusa de ocultarle cosas cuando ella no me ha dicho nada» sintió algo de rabia porque quizás ella había sido más irresponsable de lo que él ya creía.
— Sí, fue suficiente… — Dijo, aun mirándolo hasta que el mayordomo se percató de él, momento en el que entornó los ojos como si él fuese una ilusión.
— Veo que venís acompañada.
Cair intentó repetir la mejor de las reverencias que había practicado junto a la abuela, de esas que solo le nacían cuando había una cuchara de palo en la mano de la señora. Aunque la ejecutó correctamente, se sintió algo patético, pero inmediatamente corrigió esos pensamientos, pues él sí había tenido una estricta formación en cortesía amplietana; que decidiera interactuar de la forma tan vulgar e informal que le había inculcado su abuelo por llevarle la contraria a su abuela era otra cosa, pero de que había practicado sus modales no había duda.
— Mi nombre es Cair, es un placer.
— Gosiel Donric a'me Lann — Trobondinense. Cair frunció el ceño ¿Era el mismo apellido de ese personaje que tanto idolatraba Aram? —. El placer es mayoritariamente mío, maese Cair. Es gratificante conocer al amigo de alguien que había preferido vivir su vida en solitario… ¿O es que no sois amigos y he aquí un pretendiente personalmente seleccionado al fin?
Gyania hizo puchero y sus orejas se pusieron algo rojas, a lo que Gosiel respondió riendo sutilmente.
— Sabes que ya estoy comprometida, Gos.
— Y usted sabe perfectamente cuál es mi opinión al respecto — Se aclaró la garganta y los invitó a pasar —. A vuestra madre le encantará veros bien — Dijo antes de llamar a la puerta con la aldaba. Era de oro.
Un niño pequeño, mestizo, de cabello castaño y rostro redondo abrió la puerta con esfuerzo. Curiosamente, al primero que miró fue a Cair y no a su hermana, a la que ignoró de tajo. Ese debía ser Gyonn, su hermano menor.
— ¡Mamá! — Gritó hacia el interior — ¡Gyania trajo al príncipe de Trobondir! — Ahora sí, se dirigió a su hermana —. Hola, ana — Saludó como si nada.
Gyania saltó hacia él, lo abrazó y frotó su cara contra el pequeño.
— ¡Gyonn, que gusto me da verte!
Ella siguió frotándose empalagosamente contra él mientras el pequeño intentaba apartarse de ella con los brazos. A Cair le llamó la atención la carencia de expresiones del niño.
— Cómo me encantaría ser tu hermano en estos momentos — Murmuró Cair, lo suficientemente fuerte como para que solo lo oyera Gyania.
— ¿De qué diablos hablas, Gyonn? — Preguntó una voz femenina desde el interior. La madre de Gyania, físicamente era lo que se podía esperar de una Gyania más madura, de cabello castaño y completamente humana —. ¡Gyania! — Exclamó la señora, saltando sobre su hija, aprisionando aún más al pequeño y desgraciado Gyonn.
— Mamá… — Murmuró Gyania, abrazando a su madre.
— Me alegro tanto de verte — Le dijo con una sonrisa y ojos vidriosos. Sosteniéndole por los hombros, de la misma forma que Gosiel —. ¿Y este muchacho tan apuesto…?
Como un verdadero charlatán de tomo y lomo, Cair estrujó su cerebro para extraer hasta la más mínima gota de aquel conocimiento en cortesía del que había renegado, vaciándolo todo en una de las mejores reverencias que debió haber dado en toda su vida.
— Cair Rendaral heo Cragnan, mi señora — Le besó la mano —. Me alegro de conoceros al fin, señora Leila.
— Vaya, vaya, jamás me lo habría esperado de alguien tan borde y malhumorada como mi hija ermitaña — Espetó —. Dime Leila. No estamos en una reunión formal, así que puedes actuar con naturalidad — Cair sonrió —. Antes de seguir, dime una cosa jovencito ¿Esos ojos son naturales?
— Han tenido ese tono desde que tengo memoria, así que puedo deducir que sí.
— Sorprendente… ¡Pasen por favor, no se queden ahí fuera!
Cuando entraban, Cair encontró a varias criadas en fila, mirándolos y murmurando sobre el buen gusto de la señorita, además de alguna que otra cosa sobre su aspecto.
— He visto muchas caras a lo largo de mi vida, pero nunca alguna que tuviera los ojos blancos — Comentó la señora Leila mientras les guiaba hasta la sala de estar.
El interior de la mansión era el típico de corte noble, incluso los guardapolvos tenían tallados intrincados diseños sorprendentemente inútiles, pero igualmente vistosos. Dentro había muchas plantas, y de una gran variedad, además, obviamente, de cuadros, vasijas, escultura y cuánta basura más cara e innecesaria que la anterior.
— Ni yo — Dijo él.
— Tienes suerte, es algo que te identifica inmediatamente.
— Lamentablemente.
La madre de Gyania soltó una risita.
— Hay muchos a los que les gustaría destacar de esa forma — Comentó antes de invitarlo a tomar asiento en medio de una sala de estar del tamaño de su casa.
Aunque la disposición de las cosas era prácticamente la misma; tres sofás ubicados alrededor de una mesa de centro, era increíble la diferencia que había entre ambas familias. No solo eran los sofás, de una tela que Cair jamás había visto, o la mesa de centro de cristal con gemas en el marco de madera que la rodeaba, o la alfombra como un colchón bajo sus pies; también lo eran las paredes, recubiertas por un tapiz verde aterciopelado, el amplio ventanal que estaba tan limpio que casi lo deja ciego, el piso hecho de un material parecido al mármol que tampoco supo reconocer, las columnas, las vigas, los arcos de las entradas… era impresionante, al menos para él; no como algo que codiciar, sino que como algo a lo que detenerse a observar.
Cair agradeció y se sentó en el mullido sofá, intentando parecer respetuoso en todo momento, aún cuando creía que su sofá era más cómodo. Al rato, un pequeño gato blanco de manchas negras se acercó ronroneando y se acurrucó en sus piernas, al mismo tiempo que otro amarillo más grande se frotaba contra las botas de Gyania, quien se inclinó, cogió al gato y lo frotó con su nariz.
El pequeño Gyonn se acercó a la sala de estar, se paró frente a él, hincó una rodilla, solemne, y después siguió corriendo.
Cair frunció el ceño con una sonrisa de duda.
— ¿Por qué haces eso, Gyonn? — Le preguntó Gyania, divertida.
— Porque hay que ser respetuoso con la realeza — Replicó el joven.
Gyania se puso de pie y cogió en brazos al chico para seguir frotándose contra él.
— Él no es de la realeza, tontito.
— Es el príncipe de Trobondir 'nodeste'.
— ¿Por qué dices eso, hijo? — Preguntó la señora Leila, acercándose a ellos con una bandeja de bocadillos. Detrás de ella, una criada llevaba una jarra con un zumo ligeramente amarillo y un par de vasos.
«!Bien! Jugo de manzana» pensó Cair, salivando.
— Porque él es el príncipe de Trobondir 'nodeste' — Insistió, luego pidió que lo bajaran y se fue corriendo.
— Quizás que idea se le metió en la cabeza… Y bien, Cair ¿Quién eres? — Era un don de las madres el generar situaciones incómodas inconscientemente.
Cair miró a Gyania.
— Soy un compañero de Gyania, en Icaegos — Replicó.
— Tuvimos que ir al Bosque occidental a realizar una investigación y él quiso acompañarme — Agregó ella.
Con una cantidad absurda de esfuerzo, Cair contuvo su sonrisa y le clavó la mirada a la medio elfa «!Qué cabrona más mentirosa!»
— ¿Ya les piden salir solos?
— Venimos con un escolta, pero no quiso venir aquí.
— Ya veo… ¿Y qué tal te ha ido, hija?
— Sabes que muy bien, mamá — Replicó ella.
¿Cuánto tiempo pasaba Gyania en Icaegos? ¿No volvía en los recesos mensuales? Después de todo, desde Icaegos, en zepelín no era más de un día de viaje.
Su madre sonrió.
— Es porque es lo que te gusta.
Ella cometió el grave error de mirarlo después de que su madre dijera eso, y aunque ella no la vio, su madre sonrió con picardía.
— Espero que mi papá lo acepte algún día…
«Ah, así que ahora empieza a soltar cosas»
— Lo hará, tendrá que hacerlo… ¿Y tus medicamentos? Temíamos que te quedaras sin ellos.
De su bolso, Gyania sacó una pequeña bolsita.
— Está casi lleno — Replicó ella.
Su madre frunció el ceño, pero no indagó más. Ese gesto hizo que Cair sintiera más curiosidad por saber qué enfermedad tenía Gyania, aunque ya se hacía una idea basada en pura probabilidad.
— ¿Y tú, Cair? — Preguntó —. A decir verdad, nunca esperé que mi hija tuviese el valor para hacer amigos, menos cuando… me imagino que ya lo sabes.
Cair sonrió maliciosamente.
— La hubiese visto.
— ¡Cair! — Exclamó ella.
— ¡Hija! Me esperaba que fueses un poco más tímida.
— ¡Mamá! — Volvió a exclamar.
— Pido perdón por entrometerme, pero la señorita Gyania siempre ha sido una joven un tanto solitaria. Ha pasado la mayor parte de su vida escondida — Terció una de las criadas, dejando más comida en la mesa de centro.
— ¡Alía ¿Por qué todos me atacan?! — Le preguntó a la criada, haciendo puchero.
Ambas mujeres rieron.
— Es la verdad, además, Cair es un chico inusualmente apuesto, y usted ni siquiera quiso hablar con su prometido cuando le conoció — Continuó la criada.
— Eso fue porque no me interesaba.
— ¿O sea que él sí le interesa? — Espetó otra sirvienta.
— ¿Tú también me vas a atacar?
— ¿Qué parte de mí te interesa? — Se apresuró en preguntar él.
— Imbécil — Murmuró.
— ¡¿Y eso?! Es la primera vez que te oigo hablar así — Comentó la señora Leila con estupor.
— Y puede ser peor — Volvió a arremeter Cair.
— Mamá, mira — Llamó el pequeño Gyonn, cortando el momento de molestar a Gyania, con un libro infantil entre los brazos.
— ¿Ya lees? — Preguntó Cair.
El niño asintió.
— Desde los cuatro años lee — Replicó su madre, cogiendo el libro —. En dos idiomas, trobondinense y amplietano — Comentó la madre, evidentemente orgullosa.
— ¿A esta edad?
La señora Leila se encogió de hombros.
— A los seis, Gyania ya dominaba los cuatro idiomas principales — Agregó.
«Una familia de genios, básicamente»
El pequeño Gyonn le volvió a dedicar una reverencia, le pidió permiso para subirse al reposabrazos del sofá y cambió la hoja del libro titulado, justamente, como «El príncipe de Trobondir»
— Es él — Indicó el niño.
— Pues si que se parece — Comentó la madre de Gyania, estupefacta, mostrándoles una ilustración clásica de un joven, en términos generales, parecido a él, tocando una flauta al borde de un acantilado, de cuyos ojos emanaba una estela blanca que se fundía con las líneas que representaban al viento.
— Es el príncipe de Trobondir 'nodeste' — Repitió una vez más.
— A ver… — Dijo Gyania, recibiendo el libro de su madre —. Es verdad, sí que se parece.
— No vayas a ser ese príncipe, porque cancelamos el compromiso de Gyania y cerramos otro ahora mismo — Dijo rápidamente la madre de Gyania —. Ni tu padre se opondría.
— Eso es imposible — Cair se rascó la nuca «No, en realidad no lo es»
— Mamá…
— ¿Aceptarías, Cair?
Él observó a Gyania, quien hundió su rostro en el cuerpo maleable del gato amarillo, mirándole por encima del lomo de este.
— No lo descarto — Negó con la cabeza —. Pero ese debe ser un personaje ficticio.
— Pues la historia dice que esa historia se escribió para honrar a la familia real de esa parte de Trobondir — Apuntó a su cintura con el dedo —. Cambiando de tema… por casualidad ¿Esa es una navaja de tanterita(6)?
Era parte del premio por obtener el segundo lugar en el torneo Goliar. Al ser de un material tan raro, solían ser muy costosas.
— Lo es — Replicó él, desenvainándola y entregándosela a la señora Leila.
— ¿Cómo conseguiste una? Ni siquiera Darío ha podido conseguir una.
— La obtuvo por conseguir el segundo lugar en el torneo Goliar — Replicó Gyania, más orgullosa que él mismo.
Casi le saltaron los ojos de las cuencas a su madre.
— ¿Es verdad? — Cair asintió —. ¿Este año? — Cair volvió a asentir —. Sangre de mis ancestros… ¿O sea que venís de allá? — Cair asintió por tercera vez al hilo.
— Te sorprenderá más saber que nuestro escolta es quien obtuvo el primer lugar — Añadió Gyania.
— Vaya grupito se armaron ¿no? Supongo que no tengo que preocuparme por la integridad física de mi hija.
— Podría valerme por mi misma si fuese necesario — Objetó ella, orgullosa.
Cair solo sonrió, más que nada para ocultar sus pensamientos. Él no creía ser capaz de defender a nadie. Incluso después de obtener un lugar alto en el torneo más importante del año, seguía sintiéndose extraño, casi ajeno a ello, pues había crecido escuchando historias sobre la increíble habilidad de todos quienes se alzaron en lo más alto en dicho torneo, y, ahora que él formaba parte de ellos, no podía evitar sentirse insatisfecho y decepcionado ¿Era él alguien realmente hábil y poderoso o el resultado no era más que suerte? Tampoco era como si tuviese muchas referencias, los únicos combates que había librado fuera del torneo habían sido contra su abuelo, Aram, un borracho y varios compañeros de clases ¿O es que acaso su abuelo era tan hábil que después de entrenar contra él todos los demás se sentían inferiores a lo que realmente eran?
— ¿Qué piensas? — Preguntó Gyania, oculta, nuevamente, tras su voluminoso gato.
— Nada en particular.
— Debéis tener hambre, pediré al cocinero que os prepare algo.
«Pero por favor... si hasta cocinero tienen...»
— Se lo agradecería.
La mesa principal, ubicada en una habitación un tanto más grande que la sala de estar, tenía capacidad para alrededor de un regimiento entero de personas sentadas cómodamente a una distancia considerable las unas de las otras. Cair se sintió pequeño sentando en uno de los extremos, con la madre de Gyania a la cabecera y Gyania frente a él. A pesar de ser abundante la comida, los platos no alcanzaban a cubrir ni una quinta parte de la mesa.
Almorzaban y dialogaban tranquilamente cuando las sirvientas corrieron hacia la entrada y recibieron a alguien. Debido al alboroto, Cair intuyó que se trataba del padre de la familia, o mejor dicho, el señor de Rainlorei.
Tal y como lo había intuido, pasados unos segundos, un elfo alto, de rostro afilado, cabello negro y una barba de candado con el bigote respingado, luciendo el aspecto formal tradicional amplietano. A pesar de que se le veía algo frustrado, el hombre no tenía un rostro desagradable.
— Provecho… Oh, tenemos invitados — Frunció el ceño y ladeó la cabeza —. ¿Quién eres, joven?
Cair se limpió la boca con una servilleta, un gesto de cortesía más que cualquier otra cosa, se puso de pie y le dedicó una reverencia completa al señor racial élfico.
— Mi nombre es Cair Rendaral heo Cragnan, un compañero y amigo de vuestra hija — Se irguió y le extendió la mano —. Es un verdadero placer conocerle, señor Darío Escoldis.
El señor racial le dio la mano.
— El placer es mío — Cair creyó ver cierta duda en el hombre, por lo que su apretón fue un poco más fuerte de lo habitual —. Espera… ¿Tienes los ojos blancos? — Cair asintió —. ¿No es una especie de magia o algo?
— Son de nacimiento.
— Impresionante — Dijo el hombre, examinándolo —. Dijiste que eras compañero de mi hija ¿A qué se dedica tu familia?
— Solo somos simples granjeros.
— ¿Y esa navaja de tanterita? — Arqueó una ceja —. No creo que un granjero pueda permitirse una.
— Nos va muy bien, pero esta navaja la obtuve en el torneo Goliar este año.
Obviamente, aquello despertó el estupor del hombre.
— Entonces, al menos tú, no eres un simple granjero — Sonrió.
— Es el príncipe de Trobondir 'nodeste', papá — Insistió Gyonn, con la boca sucia.
— Todavía sigues con eso — Dijo la madre de Gyania, divertida.
El señor Darío subió al niño a sus brazos y luego miró a su hija.
— Hola, papá.
Cair olió algo extraño ahí, aunque podría ser una conclusión apresurada, sacada de los comentarios aislados Gyania sobre su padre.
— Hola, hija.
Cair lo confirmó, lo que provocó que arqueara una ceja.
— Le diré a las sirvientas que te sirvan comida.
— Bien, no he comido nada en todo el día.
La comida siguió como había transcurrido hasta ese momento, con un ligero matiz casi imperceptible en el Cair reparó. Hasta ese momento, las bromas y los insultos entre madre e hija eran constantes, pero en cuanto el señor racial tomó asiento en la mesa, aquello pasó a ser un diálogo entre él y Cair, dejando de lado a las otras dos mujeres; la madre interviniendo de vez en cuando para soltar algún comentario, pero dejando a Gyania completamente apartada de la conversación, aunque ni siquiera ella parecía tener intenciones de participar, de hecho, su mirada permaneció pegada en su plato durante toda la jornada, como cuando recién la había conocido, aunque no se veía más decaída, sino que más apática y silenciosa. Algo iba mal en esa familia, alguien que había vivido en una familia que casi podía considerarse perfecta podía darse cuenta fácilmente de eso.
Una vez todos terminaron, el señor Darío le pidió a Cair que los dejara solos un momento. Evidentemente él se fue con un amargo sabor de boca que se llevó a la cama.
Aunque estuvo paseándose todo el día por la mansión, no volvió a ver a Gyania hasta el día siguiente.
Apéndice
1.- La Toma de Eyilar: Eyilar es una ciudad al sur de Teorim, cerca de la frontera. Después de la Guerra de los Cuatro Colores, debido a la caída de una fracción importante de la milicia teorinense, un importante grupo de bandidos autodenominados como «A'Elia per Hie's» (Hijos de ella en ortanense original) inicio un ataque sobre la ciudad de Eyilar, haciéndose con el control de ella al expulsar o asesinar a los pocos soldados que había allí.
La toma duró cerca de 60 años, cuando tres paladines aparecieron en la ciudad y masacraron a todos los cabecillas del grupo, devolviendo el control de la ciudad al reino rojo.
Si bien la mayor parte de la población civil fue tomada como rehén y obligada a vivir en la ciudad con las leyes impuestas por «A'Elia per Hie's» y solo una fracción ínfima de la población era descendiente de los miembros del grupo, el prejuicio de «bandidos», «ladrones» y «usurpadores» todavía pesa sobre todos los oriundos de la ciudad.
2.- La cortina tormentosa de Aureum: Cómo su nombre lo indica, es una zona en los límites de Aureum caracterizada por ser una tormenta que no ha cesado desde que apareció, cuando la tierra se volvió blanca y fría.
3.- Absorción natural de maná: En la naturaleza, prácticamente todo absorbe maná de forma pasiva, sin embargo, hay algunos elementos que son capaces de retener muchísimo más maná, tales como las plantas, los hongos, los que suelen crecer en sobremedida, y, en especial, el agua en todas sus formas. La atracción de maná generada por grandes acumulaciones de estos elementos facilita mucho la animación, por lo que no es raro encontrar seres animados en bosques, lagos o el mar.
Bajo este principio es que se fabrican las pociones de maná(4).
4.- Tipos de poción de maná: Existen dos tipos de pociones de maná que, aunque usan métodos distintos, el objetivo es el mismo.
· Poción asfáxica: A base de manzanilla y otros calmantes naturales, disminuye la inflamación del asfaxis para canalizar más maná. Suelen ser más costosas.
· Poción de maná convencional: A base de hongos y agua de manantial, ingresa maná al cuerpo sin la necesidad de usar el asfaxis.
El asfaxis no solo permite canalizar el maná, sino que también lo trata, por lo que, a nivel de efectividad, la poción asfáxica es mejor, ya que con la poción de maná convencional, el maná es tratado por el intestino delgado, resultando en un maná «de menor calidad» y, por ende, menos volátil.
5.- Espóreos: Hongos animados. Tienen un nombre propio por ser tan comunes.
6.- Tanterita: De color plateado veteado de negro, es un mineral más considerablemente más resistente que el acero y que en ocasiones cae desde Tantor(7).
7.- La ruta de Tantor: Al sur; específicamente en el océano Austral, entre el Borde Termina y la isla este del Borde Aisla; y al noroeste del océano Boreal, Tantor pasa muy cerca de Ortande, atrayendo el agua de esas zonas, levantándola como si fuese una montaña.
Aunque es tremendamente peligroso, suele haber barcos cerca esperando a que caigan esquirlas de tanterita durante su paso.