«Fue mi primera misión coordinada con la Facción del Grajo. Naturalmente estaba nervioso, naturalmente estaba impaciente, naturalmente nacía el temor de ser insuficiente. De hecho… todavía creo que todo salió mal, al menos para mí.
Ciertamente, desde ese día, dejé de ver a los grajos como personas normales y encontré cierto refugio en esa idea»
El aire olía a sangre seca.
Cair se retorció sobre la cama para estirar su cuerpo, entonces se volteó para quedar boca arriba y observo las vigas del techo. Nunca en su vida había dormido tan bien, y aunque todavía sentía pegados los párpados, rápidamente se puso de pie y se acercó a las ventanas para mirar hacia el sitio en el que debía estar el cadáver del viajero que se suponía que él debía salvar.
Quizás alcanzaba a llegar o quizás nada habría cambiado y él igualmente hubiese llegado tarde, pero todavía le pesaba ligeramente el remordimiento y una leve sensación de culpa. Aunque siempre que seguía esa corriente de pensamiento no era la culpa lo que le abrumaba, de hecho, casi bordeaba la indiferencia, por más apático e irracional que le pareciera.
No le había dicho nada a sus compañeros sobre eso, pues temía que, en conjunto con lo demás, les resultara difícil digerirlo, pero él había vuelto atrás; las nubes, el cielo, el sol y las lunas, todo había retrocedido un par de minutos, exactamente la misma cantidad de tiempo que pasó dentro de los zarcillos y exactamente al lugar en el que estaba en ese momento en concreto ¿Sería lo mismo que ocurría en la barrera redundante? Pero, de ser el caso ¿Por qué él había vuelto atrás? ¿Qué había cambiado? Sentado al borde de la cama, Cair bajó la cabeza para pensar, y no tardó demasiado en encontrar una posible respuesta: El bronce. Pero había un problema.
Se levantó y se acercó a sus cosas, las que había tirado encima del tocador. Husmeó entre su ropa hasta encontrar su cinturón, momento en el que su teoría se fue al carajo. La hebilla era de bronce, por lo tanto el metal no tenía nada que ver «A no ser que exista una relación matemática entre el peso del bronce y el del cuerpo que se deseara mover… o no mover, como es en el caso de las pilas» Frunció el ceño y empezó a golpearse la frente con la hebilla ¿Con quién podría consultar todas sus dudas? Siempre que él tenía preguntas sobre cualquier tema, lo primero que intentaba, y prácticamente lo único, era buscar en libros relacionados al tema en cuestión, pero ¿dónde encontraría un libro sobre la relación entre el bronce y el movimiento temporal? Hasta sonaba estúpido, algo propio de esos ociosos que escribían historias sobre viajes en el tiempo. Se masajeó la sien con los dedos ¿paradoja o línea única? ¿Qué había sido del paladín? Cair no estaba seguro, pero creía haberlo visto quitándose las placas de armadura antes de mandarlo a él devuelta ¿Qué demonios había ocurrido? ¿Dónde habían ido? ¿Qué era la máquina que había encontrado en ese cobertizo? ¿Qué eran los seres sin rostro? ¿Quién era ese paladín? ¿De verdad era el Hijo de Orden? ¿Por qué él podía canalizar la Luz? ¿Qué importancia tenía esa espada con la que sería su historia? Cair ahogó un grito y lanzó su cinturón al suelo para después apoyar las manos en el tocador y mirarse a la cara, momento en el que abrió los ojos como platos. Hacía ya varios días que no tenía ninguno de sus sueños, incluso había amanecido sobre la cama y no a una distancia irracional de ella. Pateó su cinturón para retractarse en el acto, pues tendría que recogerlo de debajo del tocador. Apretó los dientes ¿Por qué siempre que uno estaba alterado ocurrían ese tipo de pequeñeces que emputecían aún más? Se maldijo a sí mismo y se agachó para recoger el cinturón.
En la mansión, las criadas ya habían empezado a llamarlo como «Maese Cair» después de unas cuantas pláticas sobre su trabajo… y ellas, naturalmente, por lo que lo saludaban casualmente cada vez que se lo topaban. Desde luego que no era algo del agrado de la maestra de criadas ni de la madre de Gyania; la primera porque las distraía de su labor y la segunda, ostentosa del título de la idea correcta, porque lo hacía para celar a su hija.
Tanto Gyania como su madre dormían todavía, por lo que después de la ronda de saludos pertinente, Cair se dispuso a salir de la residencia de los Escoldis para ir a husmear al mercado, pero al cruzar la puerta principal se encontró con el señor de la ciudad, Darío Escoldis.
— Buen día, sue… digo mi señor — Saludó Cair, hincando una rodilla, cosa que no había hecho en la primera oportunidad y que debía haber hecho.
— No hace falta que seas cortés aquí — Replicó él, divertido. Parecía de buen ánimo.
— Mi señora abuela me mataría si fuese descortés con un señor racial — Indicó él.
— Quien tienes frente a ti es Darío Escoldis, padre de tu amiga, no al señor de Rainlorei, así que levántate.
Cair le sonrió.
— Pues que así sea — Se irguió y enseguida dijo —: No hemos tenido la oportunidad de charlar.
— Para que veas lo difícil que es mi trabajo — Replicó él, con algunos signos de soberbia en su expresión facial y corporal —. Ahora que tengo la mañana libre… ¿Te gustaría practicar esgrima un rato?
— Si promete no enviarme a la horca por darle un bastonazo, claro.
El hombre soltó una carcajada.
— Depende.
— Pues no — Replicó él directamente.
El señor racial volvió a reír.
— Vamos, de cualquier forma, Gosiel se enojaría si mando a la horca al único amigo de mi hija.
Caminando silenciosamente por el costado de la mansión, el padre de Gyania lo llevó hasta una esquina del extenso jardín trasero, uno que tenía una hermosa vista panorámica libre y limpia hacia el bosque de Thrino, las montañas del Valle del Antisocial e incluso la zona de las Tierras Altas en la que estaba la antigua capital de Ampletiet. Allí había un pequeño círculo de arena para practicar esgrima, con un solitario muñeco de práctica y un mostrador con espadas de madera. Si bien la variedad no era tan extensa como la de ellos, resignándose a un par de espadas de tamaño estandarizado, si se evidenciaba una mano artesana profesional en su acabado, detalles que se hacían más notorios una vez que se tenían en la mano. Aún con ello, a Cair le hubiese gustado tener una lanza, ya que hacía un tiempo que no practicaba con ella y temía perder su habilidad.
— ¿Pasa algo con las espadas?
— Están muy bien hechas — Elogió él.
— Oh, sí, Gosiel las mandó a pedir con un artesano conocido suyo.
— Tendré que pedirle el contacto.
El señor Darío rio y, mientras realizaba algunos calentamientos absurdos y exagerados por igual, le preguntó:
— ¿Qué tal se te da la esgrima?
— Bien, supongo — Replicó él, aun sintiendo la madera de la espada sobre sus manos, blandiéndola hacia el aire para comprobar su resistencia.
— Pues, si obtuviste el segundo lugar en el torneo Goliar, malo no serás — Dijo el señor racial, terminando con sus calentamientos.
Realmente no parecía alguien desagradable. Un poco altanero quizás, pero ni de cerca a como se lo había imaginado después de los comentarios y la negativa de Gyania a hablar sobre él.
En el primer intercambio de estocadas, Cair pinchó varias veces seguidas al señor racial sin mucho esfuerzo, provocando en él una expresión de estupor y algunas excusas del tipo «Me has pillado desprevenido» o «Estaba calentando» hasta que ya se hizo evidente la diferencia de habilidad. Al fin y al cabo, él solo había sostenido una pluma durante prácticamente toda su vida, así que Cair evitó sentirse orgulloso de ello.
— Si mi abuela supiera de esto… — Murmuró Cair, sosteniendo la «hoja» de la espada con su otra mano después de haber mandado al suelo al señor racial de la ciudad.
— ¡Eres muy bueno! — Elogió entre jadeos el padre de Gyania —. ¿En qué escuela entrenaste? — Entornó los ojos —. ¿O eres un Ladvester?
— En orden, en ninguna y no — Replicó él.
Mirándolo de reojo con recelo mientras se levantaba.
— No te creo. No tuve ninguna oportunidad y una tercera parte de mi educación involucró la esgrima — Rio —. ¿Quién te enseñó?
— Mi abuelo.
— Sí… Al menos ahora sé que mi hija está bien protegida en Icaegos.
«Sí… en Icaegos…»
— Por supuesto que lo está. Ella sabe defenderse muy bien con su magia y astucia.
— Ya… — Cair entornó los ojos —. Me gustaría proponerte algo.
— Adelante.
— ¿Quieres ser el caballero de mi hija?
— ¿Su guardaespaldas? — El elfo asintió —. ¿Me está ofreciendo dinero por algo que ya llevo haciendo y que de lo que de todos modos siento la obligación?
— Así es. No creo que haya alguien en mejor posición ni mejor capacitado para protegerla — Dijo el señor Darío mientras miraba su espada.
— Cuente conmigo.
— Con permiso — Dijo el mayordomo de la familia, Gosiel, entrando al círculo —. Oh, estáis con el joven Cair, maese Darío.
— Sí, este muchacho es tan hábil como su contextura lo indica.
— Así veo ¿Quién te enseño, joven? — Preguntó Gosiel, tan firme, recto y correcto como desde el primer momento.
— El anciano decrépito de mi abuelo.
— Quien, si mal no escuché, es un granjero ¿Cuál habías dicho que era tu apellido?
— Rendaral.
La impasibilidad del mayordomo se vio repentinamente turbada por primera vez tras mencionar su apellido, arruinando su perfecto semblante con el arqueo de una ceja.
— Y vuestro abuelo se llama…
— Jael.
— ¿Eres su nieto adoptivo? — Preguntó.
— ¿Lo conoce? — No era muy cortés responder con una pregunta, pero no era relevante allí.
— Éramos compañeros de viaje de jóvenes.
— Nunca me habías dicho que fuiste viajero, Gos — Mencionó el padre de Gyania, apoyando la punta de su espada en el piso.
— Desde mi punto de vista y ante mi introspección, creo que pocas son las labores que se me dan bien aparte de ser vuestro orgulloso mayordomo. Una de ellas fue ser un espadachín.
El señor Darío levantó el mentón.
— Mira tú…
— Jael y un tal Alexander — Esbozó una melancólica sonrisa —. Fueron buenos tiempos…
Cair arqueó una ceja.
— ¿Por alguna casualidad, ese Alexander del que habláis se apellida Leiris? — Inquirió en base al aspecto de abuelito bonachón mortal que tenían los tres y el hecho de que parecían tener edades similares.
— ¿También lo conoces? — Preguntó Gosiel, otra vez con expresión de estupor.
— He parafraseado con él una vez.
— Tal parece que, curiosamente, el destino nos ha llevado a coincidir de varias maneras — Esa elocuencia y esas pausas tan consciente y perfectamente calzadas eran todo a lo que aspiraba Cair de viejo. El mayordomo sonrió.
Cair sonrió también.
— Así parece.
— Gos ¿Podrías crear un contrato para un caballero para Gyania?
— Usted sabe que sí, maese Darío — Dijo antes de despedirse con una reverencia pulcra y elegantemente ejecutada y alejarse de ellos.
— Es el estereotipo de mayordomo — Comentó Cair.
— Sí, es un hombre muy confiable e inteligente. Me ha asesorado muy sabiamente en un par de oca… — Frunció el ceño —. ¿Cuál habías dicho que era tu segundo apellido?
¿Nadie había prestado atención a sus apellidos?
— Cragnan — Replicó él, frunciendo el ceño.
— Y tu abuelo se llama Jael Rendaral ¿no? — Cair asintió, extrañado —. Entonces tu abuela debe llamarse Ela de Cragnan ¿no? — Dijo —. Teorinense.
— En efecto.
El señor racial abrió los ojos como platos y retrocedió unos pasos.
— ¡Eres ese niño inquieto del mechón rojo! — Se llevó la mano a la frente —. ¡¿Cómo se me pudo olvidar?!
— Sí, probablemente era yo — Confirmó él, divertido.
«¿Hasta qué punto fui desordenado e inquieto que todos me recuerdan por eso y no por los ojos blancos?» pensó, provocándole gracia la idea.
El padre de Gyania se echó a reír.
— Tu abuela solo te trajo una vez por lo desordenado que eras — Continuó riendo —. Te subiste al techo de la casa y le lanzabas piedras a tu abuelo y a ese niño ealeño que trajeron… — Se llevó la mano al estómago mientras reía —. El que después de comer sandía persiguió a mi hija mayor por todo el dominio arrojándole las pepitas… ¿Cómo te pude olvidar?
Cair se encogió de hombros, aún divertido.
— Nadie recuerda un dolor de cabeza.
— Después de eso Gyaldia y Gyania intentaron hacer lo mismo — Lo apuntó con el dedo con una sonrisa —. Por tu culpa tuvimos que llevar a ambas con un druida
Cair se llevó una mano a la cara, algo avergonzado.
— Por los celadores… era un desastre…
— ¿Qué fue de ese niño ealeño? — Preguntó, después de calmarse —. Porque al final lo adoptaron ¿no?
— Se quedó con nosotros hasta hace un par de años, pero nunca quiso aceptar el apellido — Replicó.
— ¿Y qué fue de él? — Preguntó nuevamente antes de que él respondiera.
— Quizás ahora lo conozca como Aram Risfitt heo Nuem.
— ¿El Hospiciano Ealeño? — Se llevó una mano a la frente —. ¡Pero claro! Por la sangre de mis ancestros, tu abuelo debería abrir una escuela de esgrima, de seguro le iría de maravilla.
» Uno se convierte en un héroe en su segundo año de servicio y el otro obtiene el segundo lugar en el torneo Goliar. Increíble.
— Es un viejo algo desinteresado, pero estricto con su adiestramiento.
— Así veo… — Suspiró para acabar de tranquilizarse —. En fin, debo irme al trabajo.
— A sido un placer — Dijo Cair, dedicándole una reverencia completa.
— Igualmente — Dejó la espada en el mostrador y se secó el cabello con la toalla —. Nos vemos.
Cair tenía las piernas apoyadas en la pared cuando Alísito se dio de pleno contra el vidrio de la ventana. Él se levantó de sobresalto y caminó hasta el balcón, donde encontró a Alísito tirado, inmóvil. Cair asumió que había muerto antes de reparar en la carta que traía en su mochilita, una con un curioso sello que debía pertenecer a alguna familia noble. Era una carta de Sian.
«Hemos conseguido la información que nos faltaba. Al medio día los esperaré en la entrada de la ciudad. No te atrevas a venir con la heredera» Probablemente era la incapacidad de la escritura para expresar correctamente la emoción de un tono de voz, pero Sian le sonó considerablemente más estricta y rotunda que cuando la tenía al frente.
Sin perder mucho tiempo, ya que faltaba poco para el medio día, Cair se puso las botas, colgó su faltriquera en su cinturón y se ajustó la espada en la espalda, entonces se dispuso a partir hacia el lugar acordado, no sin antes ir tras Hakmur.
— ¿Nervioso? — Preguntó Cair al gélidar.
— Por supuesto — Replicó Hakmur, caminando a su lado, gigante e imponente.
— Me alegra saber que no soy el único.
Hakmur soltó una risita que rompió uno de los jarrones de una de las casas cercanas… o así lo percibió él.
— Aunque es emocionante.
Sian los esperaba sentada junto a otro elfo de cabellos negros y un enano de cabello castaño. A ambos los reconoció al instante, pues eran un par de borrachos que participaron en el torneo Goliar ¿Quién no recordaría a un par de borrachos en uno de los torneos más importantes? Cair agradeció que en ese momento estuviesen borrachos y, por suerte, en ese momento parecían sobrios.
— Ah, han llegado… menos mal que la heredera no vino contigo, te habría despellejado vivo.
— Delicioso — Replicó él.
Sian negó con la cabeza.
— Vaya tarado — Cair se encogió de hombros —. Ellos son Yolgnir — Señaló al enano de forma despectiva —. Y Denian, mi hermano — Lo señaló de forma más despectiva —. Ambos son miembros plenos de la Facción del Grajo.
— Cuervo blanco — Dijo el enano, con un tono que intentaba parecer intrigante. Tenía el típico rostro amistoso de los enanos, oculto bajo su frondosa barba trenzada en tres partes que caían hasta su barrila, su cabello estaba cabello recortado de forma tosca y sus ojos eran de un marrón brillante—. Es un placer conocerte — Le dedicó una reverencia.
— Ya nos habíamos conocido antes — El enano frunció el ceño —. En el torneo.
— Ah — Bufó —. No me acuerdo.
— Yo tampoco me acuerdo de mucho — Aclaró el elfo. Objetivamente hablando, Denian debía ser un tipo llamativo por su atractivo. De facciones angulosas, cabello negro y sedoso y ojos de un brillante color verde, como los de Sian. Solo tenía barba en el mentón, lo que acentuaba aún más ese extremo de su cara.
Sian puso los ojos blancos.
— ¡Qué sorpresa! — Exclamó, histriónica —. ¡Estaban borrachos!
— Bueno… soy Cair Rendaral. El placer es mío — Le estrechó la mano a ambos. El enano tenía tanta fuerza que por un segundo pensó que le rompería la mano.
Hakmur también se presentó y le estrechó la mano a ambos.
— Deberíamos movernos de aquí — Propuso Sian, observando a su alrededor.
En su opinión, aquel lugar era el mejor, puesto que pasaban desapercibidos entre la masa de gente que se movía de lado a lado. De hecho, había varios grupos de viajeros aún más llamativos que ellos, incluso había suficiente distancia entre ellos y el flujo de gente como para no ser oídos, y de no ser el caso, el bullicio evitaba que el sonido escapara mucho más allá. Su filosofía era la de «El mejor lugar para esconder algo es a la vista de todos» Nunca le había funcionado.
— Falta Alexander, mi hermano competente y mi dichosa ayudante — Comentó Sian.
— ¿Vendrá Alexander? — Preguntó Cair.
Denian le golpeó el hombro a su hermana.
— Ahí viene… Ah, Zean viene con él.
Fácilmente se podía atribuir un lazo sanguíneo entre los tres hermanos, no solo por su aspecto, sino que por la similitud en sus nombres, algo típico en las familias élficas. En cuanto a aspecto físico, el otro hermano de Sian, Zean, era muy parecido a Denian, su otro hermano, con la ligera diferencia de que el primero no tenía barba, pero tenía el cabello más largo, cayendo como cascadas por los costados de su cara y los ojos de un brillante color púrpura; también era ligeramente más fornido y alto, además de poseer una carencia absoluta de expresiones. Cair creía que Gosiel mantenía una expresión neutral en todo momento, pero para Zean, neutral casi era demasiado expresivo. Aún con todo, el primer detalle que saltaba a la vista era que le faltaba un brazo.
— Veo que estás aquí, joven Cair — Saludó Alexander con la mano. El viejo llevaba ropas casuales y no portaba más equipo que su maza, al igual que el resto de los presentes, a excepción de Sian, que no parecía llevar nada, a excepción de un yoyó metálico.
Cair le dedicó una reverencia corta.
— Por supuesto.
Sian le apoyó una mano en el hombro.
— Para no haber recibido una recepción, nuestro novatín no decepcionó en su primera misión — Dio un cabeceo hacia Hakmur —. Incluso nos trajo un gélidar.
Alexander se presentó ante Hakmur y viceversa.
— El primer lugar del torneo Goliar ¿eh? — Lo examinó de arriba abajo —. Esperable.
Hakmur rio.
— Espero ser de utilidad.
— Desde luego que lo serás — Dijo el anciano con una sonrisa.
Zean hizo un gesto con la mano y, sin ninguna entonación, se presentó:
— Soy Zean, un placer.
— 'Soy Zean, un placer' — Repitió su hermana, burlándose de él. No pareció importarle mucho.
— El placer es mío — Dijo Cair, dedicándole una reverencia a él también.
Hakmur simplemente repitió la reverencia.
Era fácil notar que el gélidar se sentía algo incomodo, después de todo, al menos en ese momento era el único que no pertenecía a la Facción del Grajo directamente. Aunque existía la posibilidad de que solo estuviese proyectándose en el gélidar, siendo que era él quien se sentía fuera de lugar entre todos esos rostros nuevos que ya se conocían entre sí. Como un gesto para calmar su propia ansiedad, Cair le puso una mano en el hombro a Hakmur, para lo que tuvo que levantar el brazo completamente.
— Por cierto, Sian ¿Ese yoyó es el arma que utilizas? — Preguntó Cair, sarcástico, intentando apartar su nerviosismo hablando estupideces.
Sian lo miró, divertida.
— ¿Por qué usaría algo tan estúpido como esto para pelear? — Preguntó mientras movía el yoyó en círculos alrededor de su mano.
Cair se encogió de hombros.
— Porque usar un rifle sería ir a lo fácil.
La elfa soltó una carcajada.
— No, uso mandobles — Era algo extraño, ya que generalmente los elfos solían preferir armas más ligeras para aprovechar su agilidad —. Y magia de rayo, al igual que mis hermanos — Por sí el parecido físico o sus nombres no fuesen suficiente, esa era otra evidencia de que eran hermanos.
Después de unos minutos de charla, por fin llegó el ayudante de Sian, una gélidar de cabello rojizo, bastante pequeña y delgada para su raza. Su rostro era igualmente delgado y llevaba lápiz labial.
Cair frunció el ceño. Creía conocerla de algo.
— ¡Lo siento! — Exclamó, jadeando —. El cartógrafo había salido a no sé qué — Se excusó ante Sian, luego se irguió y realizó una reverencia completa para todos los presentes.
Si había algo que Cair siempre había odiado de su rostro, era el momento en el que una persona iba pasando de cabeza en cabeza y se detenía un segundo sobre la suya, clavándole fijamente la mirada en un intercambio que siempre resultaba incómodo. Aquella no fue la excepción. Solo una persona no se había detenido a evaluar su aspecto en toda su vida.
— Al menos conseguiste el mapa — Sian sonrió y apuntó hacia el bosque con el mapa enrollado —. Vamos.
— Me gustaría saber quién determinó que esta mierda debía ser el líder de esta misión — Espetó su hermano, Denian, cruzándose de brazos —. Menos estando Alexander aquí.
Alexander rio.
— Es ella quien ha preparado todo. En este momento, el resto somos simples peones — Replicó el anciano.
— Y cállate, mocoso. Aprende a respetar a tu hermana de una vez.
Cair dudó ¿De verdad esos eran los grajos a los que temía todo el mundo? ¿Eran los mismos o había acabado ahí por una confusión?
«Tal vez si fuera más estricta y seria la escucharían más» pensó Cair, bajando la cabeza mientras caminaban.
En medio del camino principal, a unos diez minutos de la ciudad de Rainlorei, Sian cortó por un sendero que se introducía en el bosque. La siguieron hasta llegar al mismo claro con el tocón de madera en el centro que cuando se vieron por primera vez.
— ¿Por qué no fuimos a una taberna…? — Murmuró Denian, a su lado.
— Bien — Todos se ubicaron alrededor de la mesa improvisada. Luego, Sian extendió el mapa en ella —. Atacarán en dos días, en cuanto empiece a caer la noche.
Cair se sobresaltó. Sucedería antes de lo que él había previsto en un inicio, lo que indicaba que sí era algo que se llevaba gestando durante mucho tiempo.
— Pronto — Comentó Alexander —. Muy pronto.
Sian asintió.
— Pero, gracias a Zean, hemos conseguido identificar las ubicaciones de la mayoría de los escondrijos que estas ratas tienen alrededor de la ciudad — Marcó con una tiza roja varios puntos en el mapa. Todos estaban cerca, a un par de horas, exceptuando uno que se encontraba cerca de Trei —. En mi opinión, el mejor momento para actuar será durante el ataque — Cair se tragó todas las palabras sobre la elfa. Ahora parecía una autentica líder de guerra gracias a su tono de voz, serio, frío y calculador, pero con la sutileza necesaria como para involucrar a sus compañeros en la planificación.
Alexander asintió.
— No sé si en todos los escondites hay rehenes — Añadió Zean.
— Y es por eso por lo que debemos atacarlos todos simultáneamente — Dijo Sian, apoyando los brazos a los lados del mapa, mirándolos a todos a los ojos.
«¡¿Todos?!» pensó Cair, dudoso sobre el realismo detrás del plan. Ellos eran solo ocho personas y había por lo menos cuatro asentamientos sin contar la propia ciudad.
— Es lo más lógico — Confirmó el enano, Yolgnir —. ¿Cómo andan de números?
— Suficiente para abrumar a la guardia de la ciudad — Replicó Zean.
— ¿Refuerzos? — Continuó Yolgnir.
— Antes llegarían desde los asentamientos. Tienen contactos entre la nobleza. Además, podrían atacar hoy si quisieran.
— ¿Por qué esperan entonces?
— Lei'deha(1) — Replicó el elfo, lacónico.
— Quieren capturar a la pacifista… no son tontos…
Cair había leído varios libros de esa mujer, captando su interés la forma directa de escribir de la enana trobondinense más que su contenido e ideas, pues le parecía alguien demasiado idealista e inconsecuente con sus propias afirmaciones sobre que la política era una ciencia, por lo que debía ser objetiva y sin ideales por parte de sus ejecutores. A pesar de que era conocida por ser una hipócrita, sus libros solían tener mucho impacto, instaurando los cimientos de una sistema político que ella llamaba «Democracia», donde eran las personas quienes elegían a sus representantes; no como monarcas, sino que como simples voceros de las masas. Ciertamente era curioso.
— Quieren tomar la ciudad y, con ello, a la escritora. Si no son ambas, se conforman con una. Cualquiera de las dos — Indicó nuevamente Zean, de pie, recto y firme, oculto bajo su capa negra.
— Por precaución, quienes designemos para atacar los asentamientos fuera de la ciudad deberán partir hoy mismo — Apuntó al punto más lejano —. Estran y Rotmog se encargarán de este y activarán la baliza del Aeinore.
Todos asintieron y Cair levantó la mano.
— ¿Qué es el Aeinore? — Preguntó.
— Un templo paladín — Replicó Sian —. Junto al lago Sombra del Mentiroso — Deslizó su dedo desde el lago hasta la parte superior, el Valle del Antisocial —. Si la ejecución del plan que armemos resulta bien, iremos aquí — Dibujó un castillo en la ubicación que había señalado —. Les presento el centro de mando del Cartel de Don.
Nadie dijo nada más, por lo que empezó la repartición de tareas.
Al ser el escondite más pequeño y al ser él un novato, se le asignó la tarea de infiltrarse en las cloacas de la ciudad junto a Denian, a pesar de que era el más importante de todos, pues allí tenían a la mayoría de los rehenes según Zean; mientras Hakmur, Yolgnir y Alexander serían los encargados de apoyar la defensa de la ciudad. En ese punto, Cair ya tenía bastantes dudas sobre la distribución, pues solo quedaban tres personas libres y los tres asentamientos fuera de la ciudad; aun así se mantuvo en silencio, limitándose a asentir en cuanto le explicaban parte de su trabajo. Zean fue asignado a el asentamiento más grande, al oeste de Rainlorei, Sian y su ayudante al del norte y otro miembro sobre el que no le quisieron hablar al asentamiento de las montañas al sur.
«Para dos de los asentamientos una sola persona encargada» era lógicamente imposible que pudiesen hacer algo si los números que mencionó Zean eran ciertos. Estaban enfrentando a dos hombres contra dos ejércitos prácticamente completos, pero entre todos, él parecía ser el único al que no le hacía sentido, por lo que mantuvo su silencio hasta que finalmente acabó la distribución de responsabilidades y Sian se acercó al grupo encargado de la ciudad para los detalles.
A pesar de lo absurdo de su plan en términos generales, la elfa parecía entendida en el tema, pues les explicó a él y a Denian varias rutas de acceso y escape, dándoles consejos sobre la pertinencia situacional de cada uno de ellos, además de las rutas de patrulla pertenecientes a los bandidos que quedarían en las cloacas y algunas nimiedades que podían dejar de serlo en determinadas circunstancias; trazó y repartió los caminos que deberían seguir ambos y explicó todos los demás puntos con lujo de detalle y escrito en un papel.
Hakmur estaba completamente absorto cuando empezaron a explicar su parte en el plan, pero lejos de aparentar tener miedo, el gélidar parecía emocionado y casi eufórico, como si quisiese saltar a la acción en el momento. No estarían juntos en ninguna de las fases del plan, ya que al gélidar se le asignó la defensa de la entrada nororiente junto a Yolgnir, mientras que él, una vez cumplida su labor en las cloacas, tendría que ir a apoyar la defensa de la entrada principal. De hecho, en las cloacas, él también estaría solo durante prácticamente todo el asalto, pues él y Denian atacarían áreas distintas para coincidir en un punto designado antes de salir de las cloacas. Cair se estremeció. Pensar en que una parte importante del plan sería plena responsabilidad de él lo ponía algo nervioso.
— Filtraremos la información ese mismo día a la guardia de la ciudad, para dar tiempo a organizar y evitar posibles retracciones por parte del cartel — Miró a Cair —. ¿Has matado alguna vez, chico? — Cair negó con la cabeza —. Pues pásate las dos noches que vienen mentalizándote. Tendrás que hacerlo, no puedes quedarte bloqueado en cuanto acabes con el primero de estos bastardos — Le entregó un pequeño cronometro —. Lo dejé programado — Lo miró directo a los ojos durante un instante —. Eventualmente te encontrarán y empezarán a avisarle a todo el mundo sobre los intrusos — Señaló el cronometro —. Procura que no ocurra antes que esa cosa suene.
Cair nuevamente se estremeció.
— ¿Algún punto al que deba prestar atención?
— Llevarán a todos los ciudadanos al consejo. Alexander estará ahí, pero igualmente lo dejaré claro: Si los enemigos llegan al consejo, hemos perdido.
» Denian, Cair, si ven que se complica la situación en la entrada nororiente, vayan allí. Es la única a la que se puede acceder por más de un punto y la más amplia; le entregaremos la tarea fácil a la guardia si conseguimos mantener esa entrada.
— Cuello de botella — Inquirió Cair. Zean, quien se había unido a ellos, asintió —. ¿Y si no conseguimos bloquear la entrada noroeste?
— Volaremos el puente de la entrada principal — Replicó el elfo —. De esa forma obligaremos a la guardia a olvidar esa entrada.
— ¿Hay alguna posibilidad de que vengan por las montañas? — Preguntó Alexander.
— Ninguna. He dinamitado el único paso — Indicó Zean. Alexander rio —. Aunque el fuego no es un problema y he saboteado varias de sus catapultas, ya que de alguna forma consiguieron muchas cargas de magia de rayo, por lo que lo primero que harán los que salgan de las cloacas será destrozar todo el sistema de recolección de humedad de la ciudad para usar la conducción a su favor.
— ¿Algo más?
— Los asaltantes no saldrán de todas las alcantarillas, solo de las más cercanas a las entrada — Se detuvo un segundo —. No logré averiguar por qué, pero sé que así será.
— ¿Algún otro detalle? — Continuó Alexander.
— Nada que os sea relevante.
Alexander asintió.
— Eso sería todo ¿Alguna duda? — Tras comprobar el silencio, todos se acomodaron en círculo, sacaron sus armas y las empuñaron hacia el cielo frente a sus cabezas —. A Orden.
— A Orden — Repitieron todos, a excepción de la ayudante de Sian, alzando sus armas.
— Es una tradición — Le dijo Yolgnir, luego le guiñó un ojo y agregó —: Para la próxima ya lo sabes.
Cair asintió. No es que le importara demasiado ser excluido, simplemente le pareció curiosa la tradición. Además, ya tenía bastantes cosas más relevantes para él sobre las que pensar.
Todos se dispersaron, y mientras caminaban devuelta, Cair levantó la cabeza para mirar las nubes calmas una vez más a través de las hojas de los árboles.
«El peón que empata el juego…»
Cair levantó subitamente la cabeza en cuanto oyó la voz de Gosiel dándole la bienvenida.
— Bienvenido devuelta, maese Cair — Le saludó Gosiel desde el otro lado del portón.
— Oh, gracias.
— ¿Qué tal te fue?
— Bien, creo — Durante un segundo examinó al viejo mayordomo —. Me encontré con Alexander.
— Oh ¿Está él en la ciudad?
— Sí.
— Supongo que tendré que ir a compartir una bebida con él — Dijo con una sonrisa.
— Deberías. Le sorprendió saber que ahora eras mayordomo.
— Fue algo que siempre quise hacer — Se estiró el bigote —. Aunque creo que se debía a la imagen que quería dar de mi persona — Confesó —. Además, agradezco que hayan sido los Escoldis. Siento que ellos necesitan mi ayuda más que cualquier otra familia noble.
Cair frunció el ceño y entornó los ojos.
— Sabía que había algo mal…
Gosiel negó con la cabeza.
— Solo puedo permitirme pediros un favor.
— Apoyar a Gyania — Se apresuró en decir.
Gosiel sonrió.
— ¿Tienes la costumbre de completar las frases del resto?
— Disculpa, digamos que es una forma indirecta y sin relación de vengarme.
— Qué desafortunado he sido — Juntó las manos en su espalda —. Sí, es eso.
» Puede aparentar ser una mujer fuerte, pero es una muchacha que ha tenido que lidiar con muchos problemas a lo largo de su vida.
— Es una persona muy insegura… — Comentó Cair, buscando la respuesta en el suelo —. O esa impresión me ha dado.
Gosiel asintió.
— Si eres nieto, independiente de ser adoptivo, de Jael, sé que eres y serás una buena persona — Dijo el mayordomo —. La he apoyado desde que vine a trabajar a este lugar, pero nunca conseguí que se dirigiera a mí de la misma forma que lo hace contigo.
Cair dudó.
— ¿Me permites confesarte algo?
— Por supuesto.
— No sé si pueda cumplir con lo que realmente buscas conseguir de esta charla.
Gosiel abrió los ojos como platos.
— Eres alguien perspicaz — Adoptó su semblante inexpresivo nuevamente —. ¿Por qué no?
Cair volvió a mirar hacia el piso.
— Porque no sé hasta qué punto soy capaz de llegar sin que se interponga el hecho de que está comprometida.
— Irrelevante.
— Yo… Yo no he zanjado todos mis dilemas… no creo ser quien pueda dar solución a los suyos.
— Discrepo — Dijo inmediatamente. Cair arqueó una ceja —. Si crees que algún día estarás libre de dilemas, es porque no has vivido lo suficiente — Volvió a sonreír —. Créeme — Él no podía refutar la experiencia de esos ojos ancianos —. Intenta enamorarte de ella, comprenderás muchas cosas en el proceso.
Cair volvió a fruncir el ceño.
— Realmente quieres a esta familia.
— Por supuesto.
— ¿Entonces por qué confías tanto en mí? No creo que ser el nieto de una persona en concreto signifique que mi personalidad o mi alineación moral sea afín con la de dicha persona.
— Y no era algo que tuviera claro, pero nadie que diga que es malvado lo es realmente — No supo responder —. Habla con la señorita Gyania, observa el brillo de sus ojos, deléitate con su curiosidad… — Dijo algo más, pero solo moviendo la boca, hablando sin palabras.
— Lo intentaré.
Antes de que Cair se alejara lo suficiente, Gosiel volvió a dirigirse a él.
— Otro consejo: Intenta buscar las respuestas en el cielo, no en el suelo.
Cair esbozó una sonrisa «Así que de él la sacó» El cielo… Orden… ¿Realmente significaría algún cambio?
Cair solo alcanzó a coger la aldaba cuando una de las sirvientas le abrió la puerta y le dedicó una sonrisa.
— Hola — Saludó Gyania, lacónica, mientras leía. Cair solo la miró durante unos segundos, directo a sus ojos verdes —. ¿Por qué me miras? — Preguntó sin dirigirle la mirada.
— Busco algo.
Ella frunció el ceño.
— ¿Ocurrió algo?
Cair cabeceo.
— Algo.
— Bueno… ¿Cuándo te tocará partir?
— En dos días.
— ¡¿Qué?! — Exclamó, levantándose de golpe —. ¿Tan pronto? — Preguntó, preocupada.
Su madre irrumpió en la sala. Traía una pila de libros entre los brazos que la hacía tambalearse de lado a lado. De un salto, Cair se le acercó y le recibió los libros.
— Ah, Cair ¿Qué tal te fue?
— No podría decir que bien ni mal. Solo me fue — Replicó él —. ¿A la biblioteca?
— Te lo agradecería.
Cair le hizo un gesto a Gyania para llamarla.
Una vez terminaron de ordenar los libros, Gyania se quedó de pie frente a él y se llevó los nudillos a la cintura.
— Explícame.
— Sian me mataría.
— No diré ni haré nada, solo dime qué ocurrirá.
Cair se compadeció, miró al piso y luego cogió una de sus manos.
— ¿Confías en mí?
— … Sí… — Bajó la cabeza —… más que en cualquier otro…
Cair sonrió con picardía.
— ¡No me mires con esa cara! — Exclamó ella, divertida, después de darle un golpe en el hombro.
Él apretó sus manos con las suyas.
— Entonces, en dos días, en el atardecer, ve al consejo y no salgas de allí por nada.
— Cair, sé cuál es la importancia de esto, puedo defender mi ciudad.
— Dijiste que confiabas en mí ¿no?
—… Sí, lo hice recién, pero…
— Entonces deja la ciudad en mis manos.
Gyania bajó la cabeza nuevamente.
— Eres solo un hombre…
— Lo sé, pero tengo detrás... o delante a un grupo de cuervos.
Ella tardó en hablar nuevamente.
— ¿La guardia lo sabe?
— Filtrarán la información ese mismo día.
— Sus motivos tendrán — Se dejó caer en el sofá y comenzó a jugar con los dedos.
Cair se puso en cuclillas y la miró fijamente. Al ver que ella no le devolvía la mirada, se acercó un poco más.
— ¿Hay alguna manera de tranquilizarte? — Preguntó.
— Es mi ciudad, Cair… — Dijo con los ojos vidriosos —. Mi familia…
— ¿Puedes ponerte de pie?
— Sí… supongo…
Aunque dudó un segundo, Cair la abrazó. Ella tardó un instante en dejarse llevar, pero finalmente acabó rodeándolo con sus brazos también, dejando que sus lágrimas empaparan su camisa.
Durante el pequeño periodo de su vida que comprendió ese viaje, y a pesar de lo que ella había tenido que presenciar, Cair nunca la había visto tan asustada. Siempre se había mostrado como una mujer resiliente, sin dejar que su temor sobrepasara su curiosidad, incluso solía ser indiferente a sus halagos, o al menos lo aparentaba. Cair sonrió y en cuanto se separaron, desenvainó su espada y se la ofreció a Gyania, entonces hincó una rodilla frente a ella.
— ¿Me brindaría el honor de ser vuestro caballero?
Gyania se secó la cara y apoyó la punta de la espada en el suelo frente a él.
— Por supuesto…
Cair levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa, entonces apretó el filo hasta que sus manos sangraron.
— Confía en mí… confía en tu cuervo blanco.
Gyania soltó una carcajada.
— ¿Sabes que necesitas un contrato de mi padre para eso?
Cair puso los ojos en blanco y rezongó.
— ¿Te das cuenta de que este momento hubiera sido mucho más emotivo si no lo hubieras interrumpido? — Rio y sacó de su bolsillo el contrato que había firmado con su padre —. ¿Y te referías a un contrato como este?
Apéndice
1.- Ariel Lei'deha Ie'm Denn: Famosa escritora trobondinense, autora de varios títulos sobre el idealismo político y teoría de relaciones externas.