«Un par de druidas cuidando y salvaguardando el correcto funcionamiento del bosque, impidiendo que las esporas consuman los árboles, impidiendo que las zarzas se extiendan por sobre los inmensos champiñones, impidiendo que la ancestral bestia guardiana lleve a cabo su cometido. Es casi contradictorio… No, es contradictorio.
Pero no fui capaz de juzgar ni criticar los actos en ese momento, pues ni siquiera fui capaz de detenerme a validar lo que se me había dicho»
Cair suspiró y tomó asiento sobre un tocón de madera con una almohada hecha de fibras vegetales y algodón e intentó descansar con las hadas molestándolo, quitándole cosas de sus bolsillos y su bolso y jugando con su cabello.
Como se lo había esperado, la razón por la que la druida se las había arreglado para guiarlos hasta allí era la búsqueda de ayuda frente a la amenaza que se cernía sobre el Bosque Fatuo. En cuanto al motivo de las druidas para estar allí; se debía principalmente a que el Bosque Fatuo era una de las zonas bajo el alero de protección del Círculo Druídico de Ampletiet, algo que Cair había intuido hasta cierto punto, pero sin tener ninguna evidencia que validara sus pensamientos. Namiele era la druida sucesora de Iibeldia y la actual druida a cargo. Básicamente una relación de maestra-alumna que ya había trascendido.
Cair levantó el cuello y miró las vigas del techo, que no eran otra cosa que las raíces del árbol que tenía encima, formando una especie de cúpula en la que se había construido una habitación bastante rústica.
¿Es que todas las druidas eran igual de hermosas?
— ¿Qué piensas? — Le preguntó Gyania, a quien no parecía importarle el que las hadas estuviesen trenzando su cabello.
— Un poco de todo. Aunque intento averiguar cuál es la parte de esta historia que mi cerebro no logra procesar — Era una forma demasiado indirecta de decirlo, pero no podía decirle qué realmente estaba pensando. Espantó a una hada que intentó meterse en su oreja.
— Dímelo a mí. Desde que estoy contigo ha habido muchas cosas que todavía no consigo procesar.
— Aun así, no quieres separarte de mí — Ella arqueó una ceja —. Y ya lo dices tú, tengo una suerte de mierda.
— ¿Te ocurre algo? — Preguntó ella tras un segundo de silencio.
— Supongo que aún estoy alerta; me había acostumbrado a estar pendiente.
— Se te nota.
— Sí… creo que debería descansar. Me duele un poco la cabeza, pero antes quiero ir a hablar con esa druida.
— Eso también se te nota.
Cair ladeó la cabeza.
— Sí, ella tiene bonitas piernas — Espetó —. Supongo que por eso quiero ir a hablar con ella — Le dedicó una sonrisa a su compañera y salió de la pequeña cabaña.
En medio del bosque, rodeados por hadas, estaban Hakmur y Galnok conversando. El orco movía las manos exageradamente mientras el gélidar asentía con la cabeza, de brazos cruzados, ignorando a las insoportables hadas que flotaban junto a él y se movían al ritmo de su cabeza. Cair se acercó a ellos.
— Oh, maese Cair, buen día — Saludó el orco.
Hakmur simplemente le levantó el mentón.
— Buenas. Y por favor, solo Cair, agregar el maese lo vuelve algo formalmente incómodo.
— Mis disculpas.
— No pasa nada. Cosas mías.
» ¿Algún plan?
— Nada en concreto — Replicó Hakmur.
— Las druidas ya tienen mapeado el terreno adyacente a este lugar, además de algunas rutas por las que usualmente se mueve Tiltalbaal. Queremos enfocar nuestro plan desde ahí, pero creímos que era mejor esperarlos a ustedes — Dijo Galnok.
— ¿Y ellas?
— Vuelven enseguida.
Cair se sentó también, con dos hadas a sus lados sentadas en unos pequeños champiñones.
— Entonces quieren interceptar a Tiltalbaal.
Hakmur asintió.
— El gran problema son los carnítidos menores — Comentó el gélidar.
— Ya, lo de enfrentar tres guardias no me parece una buena idea del todo.
— ¿Tres? — Repuso Galnok, masajeándose la barba.
— Hakmur ha acabado con uno y entre los tres dimos de baja a otro.
— Igualmente tuve la oportunidad de acabar con uno de ellos.
— Entonces solo quedan dos — Arguyó Cair.
— Si es que no existen más — Añadió Hakmur.
— Ya…
— ¿No sería una mejor idea atraerla? — Propuso Namiele, acercándose a ellos dando pequeños saltitos con una sonrisa boba en el rostro, con un pelotón de dolores de cabeza siguiéndola.
Cair intuyó que, si las hadas tuviesen forma humanoide, serían idénticas a la druida. Se puso de pie y le dedicó una reverencia corta a modo de saludo. Ella hizo lo mismo.
— Tengo una pregunta que hacerte.
— Dime.
— ¿Todo esto es el Bosque Fatuo? — Ella asintió con la cabeza —. Entonces ¿Qué es lo que tenemos que defender? Vimos carnítidos en el bosque, eso quiere decir que destruir el bosque como tal no es su objetivo.
Namiele bajó la cabeza y sus expresiones decayeron anímicamente.
— No lo tenemos claro…
Cair se cruzó de brazos.
— No creo que acabar con todas las hadas sea una opción. Ellas simplemente migrarían a otro sitio — Dijo Galnok. También se había puesto de pie, pero solo por respeto, ya que no saludó a la druida.
— Podríamos — Replicaron al unísono las hadas a su alrededor —. Esa araña mala busca a Germinación.
— ¿Germinación? — Repitió Namiele —. ¡Qué idiota soy! — «Lo sabemos» murmuraron las hadas —. ¡Claro que busca Germinación! ¿Por qué no me lo dijeron antes?
— Nunca lo preguntaste — Respondieron al unísono.
— ¿Qué es eso? ¿El origen del bosque o algo así? — Inquirió Cair.
— Es la semilla del Bosque Fatuo. No está lejos de aquí, vamos a verla.
— ¿La semilla?
— ¡Vamos! — Apuró.
Gyania se incorporó a ellos. Al parecer había estado revisando los suministros que le quedaban en su abismo de bolsillo; tarea que por culpa de las hadas demandaba muchísimo más tiempo allí.
Namiele los guio en el ascenso por un sendero oscuro que rodeaba aquel pueblecillo, hasta algo que parecía ser un árbol gigante, aunque solo por el hecho de que estaba conformado por hojas, ramas, raíces y madera, ya que, por donde se le viera, aquello no tenía la forma de un árbol; era más bien una especie de bulto gigantesco y nudoso con una suerte de cuesco enorme en su base, rodeado por cientos y cientos de hadas y cubierto por una frondosa capa de vegetación, en su mayor parte, conformada por flores de distintos colores. Las aguas cristalinas de un lago rodeaban la parte trasera del árbol, en el que se hundían un centenar de ramas que parecían árboles que nacían del mismo.
— Que empalagoso es el maná aquí… — Confesó Cair, cegado ante la presencia de tantos nudos de maná y el brillo de estos.
— ¿Sabíais que el Bosque Fatuo es en realidad un solo árbol? — Les preguntó Namiele.
— ¿Solo uno? — Repitió Gyania.
— Sí, todos los árboles que veis no son más que… ramas que han echado raíz en el suelo.
— Es… asombroso…
Namiele se llevó los nudillos a la cintura y sonrió.
— Las hadas lo han dicho. Esa cosa en la base es lo que llaman Germinación, lo que, según ellas, quiere destruir Tiltalbaal.
— Básicamente una semilla — Espetó Cair, algo decepcionado, a pesar de que era un sitio precioso —. ¿Por qué?
— Ni idea.
— Bueno, al menos tenemos una base ¿no? — Cair dirigió su mirada hacia Germinación —. ¿Aquí hay una barrera?
— Alrededor de todo este sitio… ¿Cómo lo sabes?
— Me sentía encerrado.
— Eres alguien realmente curioso, Cair Rendaral — Gyania lo miró bajando la cabeza súbitamente, insinuando «¿Ves? No soy la única que lo cree» con su mirada —. Sí… Eh, bueno, ese lago de ahí no está formado por agua; es sabia, así que ni se os ocurra lanzaros.
» A donde voy, es que con algunos trucos podemos mantener una barrera hecha de esa misma sabia alrededor de este sitio que nos permite protegerlo y esconderlo. Por eso tiene que haber al menos un druida dentro, vigilando este lugar.
— El motivo de vuestra estancia aquí — Namiele asintió —. ¿Y de quién debíais proteger este sitio antes de Tiltalbaal?
— Incluso antes del Aenein o el valle Auremma, la Hojarasca posee la aglomeración de maná más importante del reino, así que de cualquier mago desquiciado que quiera venir aquí a hincharse de maná para reventar como una bomba.
Cair dio un cabeceo con una mueca.
— Naturalmente — Cruzó los brazos y bajó la cabeza, pensativo —. No creo que sea prudente bajar la barrera para atraer a Tiltalbaal.
Namiele comenzó a jugar con los dedos.
— Podríamos usarlo para separarla de sus guardias — Dijo ella.
— ¿Cuánto se tarda en abrir y cerrar la barrera? — Galnok se había agachado cerca de la orilla del «lago» a tocar la sabia.
— Diez minutos — Replicó al instante.
— Es demasiado lento — Objetó Hakmur —. ¿Hay algo que la atraiga?
Namiele sonrió y le clavó la mirada.
— A las hadas les gusta tu olor, Cair Rendaral — Comentó la vieja Iibeldia, levantándose. La anciana había estado sentada silenciosamente sobre una rama, tejiendo una especie de almohada únicamente con los dedos —. Incluso más que el de maese Galnok.
— Seré un cebo — Inquirió.
— Vosotros dos, Cair y Galnok, en ambos casos Tiltalbaal se ha separado de su grupo para atacaros.
Cair se estremeció.
— ¿Me atacó a mí? — Preguntó con estupor y algo de ansiedad.
Gyania le asestó un puñetazo en el hombro.
— Si es que atraes la desgracia, Cair.
— No, no, si así lo veo.
» Entonces, usted cree que ambos atraemos a Tiltalbaal.
La anciana asintió.
— De ser correcta vuestra teoría…
— No es una teoría, orco. Las hadas así lo han dicho. Se regocijan en vuestra presencia.
Galnok se aclaró la garganta.
— ¿Y si aquello no funciona?
— Esa maldita araña lleva semanas intentando entrar aquí. No desaprovechará la más mínima oportunidad de atacar, más ahora que incluso parece capaz de razonar.
— Entonces deberemos preparar dos planes, uno si es Tiltalbaal quien va a por nosotros y otro si es que son sus guardias.
Iibeldia asintió.
— Bueno, entiendo que es la única alternativa — Galnok junto las palmas a la altura del pecho —. Entonces solo quedaría planificar la ejecución.
Después de un día completo de pruebas para comprobar su efectividad como cebo, Cair observó como el vial con el repelente se vaciaba sin prisa, pero sin descanso, mientras Galnok permanecía alerta a cada mínimo detalle que pudiese advertir de algún peligro no planificado. Un ser muy meticuloso para ser considerado parte de una raza semi-racional.
— ¿Quién crees que vendrá? — Le preguntó.
— Hmmm… Podría apostar a que lo hará Tiltalbaal — Replicó el orco con cierta certeza en su mirada.
— ¿Crees que alcancemos a estar devuelta?
— Puedo parecer corpulento, maese Cair, pero soy bastante ágil — Replicó el orco.
— No pongo en duda tus capacidades, por algo estás en la facción digo.
Galnok intentó esbozar, sin éxito, una sonrisa.
A pesar de que Cair todavía era capaz de leer las expresiones de Galnok, si era cierto que le resultaba algo más difícil comprenderlas para entenderlo, en comparación con cualquier otra persona común y corriente. Además, el orco no poseía una capacidad de expresión muy destacable, cosa que no ayudaba mucho a la fluidez de interacción entre ambos, lo que le hacía perder su sensación de control y lo ponía un tanto incómodo. Igualmente parecía una persona muy dedicada a su trabajo, ya que en ningún momento había replicado sobre el peligro que ellos correrían allí; simplemente acataba y proponía ideas para hacer del plan uno más efectivo y realista.
— Me encomiendo a los celadores para que todo salga bien — Cair jamás pensó que el orco fuese una persona religiosa.
Cair desenvainó su espada. Mientras el filo de su espada rozaba la boquilla de la vaina, las últimas gotas de repelente se dispersaron en el aire.
Hubo un inquietante silencio que duró varios minutos, hasta que una forma cuya silueta sobresalía por sobre la copa de los árboles emergió de entre la densidad del bosque, con grandes patas acorazadas tan gruesas como cinco placas de armadura convencionales, pero flexibles como las de un reptil, con una cabeza pequeña, pero similar en apariencia a un yelmo de caballería pesada amplietana. Tiltalbaal se asomó con sus ojos diabólicos fijos en ellos antes de emitir un estrepitoso sonido que retumbó hasta en las piedras. La bestia estaba más encolerizada que en su primer encuentro. Normal, ya que se habían pasado todo el día anterior provocándola.
— Parece que somos más importantes que la pepita.
— Así parece.
— ¿Crees que podamos acabar con ella aquí? — Preguntó Cair, tras comprobar que tan solo un puñado de súbditos rodeaban a la reina.
— Será mejor ceñirnos al plan, maese Cair — La tranquilidad en la voz del orco era algo que todavía le parecía extraño de parte de alguien que, al menos en la teoría, pertenecía a una raza semi-racional —. Improvisar nunca acarrea nada bueno.
Al momento de estructurar el plan, tuvieron muy en consideración y estima la magia de Cair. Un terreno abierto, rodeado por algunas rocas en su parte trasera que servirían para sacarle distancia al gran carnítido cuando llegara el momento de correr, sin hierba ni obstáculos para ellos. Era un plan perfecto del cuál Cair se enorgullecía de formar parte.
Cair observó con sus ojos blancos la figura de Tiltalbaal. Un ser recientemente conocido por su nobleza al mantener el equilibrio en la Hojarasca y, con ello, el de gran parte de los bosques amplietanos del oeste, referenciada en los libros como un ser tranquilo y apocado. Más no ahora, aquellas características no se adecuaban bajo ningún contexto a lo que tenía frente a él. Sus extremidades tiritaban sutil y frenéticamente, como si, aún en ese cuerpo tan grande, no hubiese espacio para toda su rabia. Aunque al ver su rostro, no fue nostalgia lo que sintió. Por el contrario, su corazón se inundó de dudas e inseguridades, las mismas que llevaba cultivando desde su partida ¿Qué había en él y en aquel orco que fuese lo suficientemente importante como para restarle importancia a su objetivo inicial? Bajó la cabeza y sintió como sus manos temblaban ante el peso de su espada ¿Por qué no podía volver a ser aquel niño amplietano que soñaba con ser un héroe? ¿Por qué cuando lo necesitaba, su espíritu había decidido esfumarse? Sacudió su cabeza y se dio unas palmadas en los cachetes. Aquel no era momento para dudar, por lo que serenó su mente y alzó su espada.
Un grupo de carnítidos inició el ataque contra ellos. La mayoría acabaron incinerados por las trampas que había puesto Galnok, quien permanecía de pie, atento al actuar de su trabajo, sin perder el foco ni por medio segundo mientras las arañas se carbonizaban frente a él.
Por supuesto, Tiltalbaal no se quedaría quieta.
Encabezando el ataque, la reina de la colmena se abalanzó sobre ellos, reptando entre el bosque con una agilidad superior a la que él había previsto en una primera instancia, por lo que antes de lo esperado, el combate empezó.
Apoyándose en las rocas que sobresalían del suelo, Galnok sorteó el camino hasta Tiltalbaal, donde esquivó con los movimientos justos todos y cada uno de los embates perforantes de la bestia. Una explosión en el cielo era el indicativo de que, por lo menos la otra parte del plan también había salido bien. Ahora, los dos guardias se encontraban dentro del área de la barrera de sabia de las druidas. A partir de ahí, tendrían cinco minutos para volver a entrar a la barrera. De no ser el caso, tendrían que enfrentar a los miles de carnítidos rezagados que intentarían alcanzarlos después, además de la furiosa bestia que en esos momentos contenía Galnok. Una muerte segura. Cair canalizó el abundante maná de sus alrededores, permitiendo que entrara a su cuerpo como un torrente, incesante y volátil, sin restricción ni contención alguna, a la espera de ser liberado en su manifestación ardiente. Convocó el estilo más simple de la magia ígnea, manteniendo una flama densa en la palma de su mano, como un fluido lo suficientemente denso como para no caer de ella. La mayor parte de los insectos fueron cayendo bajo el poder de aquella flama, pues en ese momento, era más efectivo que la espada que empuñaba en su mano dominante, pero, a pesar de que todavía era capaz de mantener el ritmo después de varios minutos de constante movimiento que traía de antes, ya se dejaba caer sobre su cuerpo el peso de ese cansancio y la sobrecarga del fuego en su sangre. Pero su cansancio fue absorbido por la adrenalina en el momento en el que sintió una pizca de nerviosismo proveniente de su compañero. Al voltearse, Cair pudo darse cuenta de que Tiltalbaal evitaba con astucia el punto en el que debía estar para que la trampa funcionara, por lo que dio dos pasos atrás y corrió a ayudar. Se detuvo en seco un par de segundos para pensar en algo, pasando sus ojos de lado a lado rápidamente, hasta que su mente se organizó para formular un plan medianamente realista.
— ¡El gancho! — Gritó.
Sin detenerse a objetar y asumiendo que lo que sea que se le había ocurrido funcionaría, Galnok cogió el gancho que colgaba de su cinturón y se lo lanzó. Cair lo agarró al vuelo y, tras darle un par de vueltas, logró anudar la parte superior de un árbol bastante alto. «Por favor que el infrarroble sea tan resistente como dicen» pensó, aludiendo al material de la cuerda. Luego corrió hacia el otro lado del árbol que se alzaba en paralelo a ese, lo rodeó con la cuerda, la pasó sobre su hombro y comenzó a jalar con una mano mientras se defendía a duras penas de los demás carnítidos con su espada, doblando el árbol hasta que la copa casi pudo tocar su cabeza. Una perla de sudor corrió por su rostro cuando el árbol se astilló ligeramente.
— ¡Galnok! — Gritó con la voz apretada debido al esfuerzo.
Galnok atrajo a Tiltalbaal hasta el frente del árbol. Entendiendo perfectamente el plan sin que él tuviese que decir algo.
Cair bendijo su suerte de todas las formas posibles cuando Tiltalbaal recibió de lleno el azote del árbol, aturdiéndola.
Antes de que Cair tuviese la oportunidad de actuar, Galnok corrió por sobre una piedra y embistió a la bestia saltando de ella, empujándola hasta la trampa mientras él caía en seco al suelo. Dos árboles se enderezaron de golpe, conectados por dos cuerdas de acero que aprisionaron a Tiltalbaal contra un peñasco.
Cair sonrió, miró a su compañero, cerciorándose de su integridad. Galnok asintió, por lo que comenzó su carrera devuelta a la barrera, justo a tiempo.
Hakmur retrocedió un par de pasos.
Recorriendo el filo de su hacha, la sangre fría y viscosa de uno de los dos guardias goteaba hasta el piso, mezclada con la suya propia que escurría por sus antebrazos hasta sus manos, formando una posa junto a sus pies. No le dolía, él había sido entrenado para que el dolor jamás fuese la razón de su derrota.
Justo frente a sus ojos yacía el cuerpo moribundo de uno de ellos, flagelado y con una docena de esquirlas de hielo como lanzas enterradas en el caparazón, mientras otro le observaba desde la copa de un árbol y un tercero, más grande e imponente, preparaba sus mandíbulas chorreantes de veneno. A su lado estaba la joven Gyania, jadeando mientras sostenía el vial vacío de una poción de maná y otros cuantos a sus pies; unos pasos atrás, la joven Namiele cubría sus heridas con hierbas que reptaban desde el piso hasta sus cuerpos, mitigando el dolor y otorgando energías renovadas. Mientras, la vieja Iibeldia mantenía los brazos en alto sobre una especie de palo con una gema azulada en la punta ubicada en el centro del lugar, murmurando palabras en lo que Hakmur, en su ignorancia en los temas relacionados a la magia, entendió como un conjuro.
Ya no quedaba ninguno de los incontables carnítidos pequeños, las trampas y la magia de la joven Gyania habían hecho su trabajo de forma excepcional. Sin embargo, la aparición de un tercer guardia no fue algo que le permitiera prever un buen desenlace, no mientras aquella mole de armadura estuviese preparada para atacarlos en cualquier momento.
Hakmur maldijo el momento en el que considero que un arco con una cuerda tan gruesa sería práctico fuera del combate sigiloso, pues sus brazos estaban entumecidos después de tensar la cuerda las suficientes veces como para vaciar las cinco aljabas que traía al hilo, siendo apenas capaz de tensarlo para volver a disparar las flechas que estaban en el piso.
De pronto, el guardia más pequeño dejó de observarlos a ellos y dirigió su mirada hacia la copa del árbol que tenía al lado antes de soltar un chillido.
El joven Cair saltó sobre el carnítido con decisión, entonces, aferrándose únicamente al borde de la coraza de la bestia, comenzó a descargar una seguidilla de fogonazos, uno tras otro sobre su cabeza, hasta que, en un movimiento desesperado, el guardia se lanzó al piso con la intensión de aplastar a Cair con el cuerpo. Pero el joven, ágilmente, saltó hacia un lado, rodando para amortiguar el impacto de la caída. Casi como un ataque meticulosamente planeado y ejecutado, Galnok emergió de entre los arbustos y blandió su hacha, trazando una media luna en el aire, decapitando al guardia con la misma fluidez que se cortaba el aire.
Cair se puso de pie, con la espada en una mano y la otra aún en llamas; su ropa embarrada no hacía más que destacar sus fulgurantes ojos blancos rebosantes de confianza. Les guiñó un ojo con una sutil sonrisa en el rostro en confirmación del éxito de su plan. Galnok, en su entretanto, se palmoteaba el cuerpo para quitarse las hojas que traía pegadas, sin alterar su expresión ni mostrar signo alguno de cansancio o desesperación. Si bien, los grajos no eran como los apáticos personajes que él creía que eran, la imagen de sus capacidades eran tal y como se las esperaba.
El joven cuervo blanco alternó su mirada entre los dos guardias que tenía frente a él y el grande que todavía los observaba inmóvil entre los árboles.
— … ¿Y ese?
— Hubo algunas sorpresas — Replicó Hakmur, secándose la sangre de las manos.
— Así lo veo.
Una estruendosa trompeta resonó en el cielo, sacudiendo todo el bosque en su estrepitoso sonido. Ningún animal fue ajeno al ruido, pues enseguida los pájaros emprendieron su vuelo y los animales del bosque empezaron a huir en la dirección contraria a la que ellos habían venido.
— ¡Oh, no! — Chillaron las hadas, huyendo en la misma dirección.
El piso comenzó a temblar, la sonajera del crujir de los árboles no era algo de lo que se pudiese ser ajeno y los chillidos tampoco. La barrera ya estaba cerrada, la capa de sabia ya había creado un domo alrededor de ellos, y aunque ya era el momento de dejar entrar a la protagonista, nadie permaneció tranquilo cuando Tiltalbaal escaló la barrera e hizo un agujero en la parte superior, dejándose caer al interior con sus patas moviéndose frenéticamente.
Todos se dispersaron en el pequeño pueblo después de que la tierra se levantara y arrojara a todos en direcciones opuestas cuando Tiltalbaal tocó el suelo. Los ignoró a todos, simplemente se levantó y corrió hacia Germinación, siendo Hakmur el único que se interponía entre el carnítido y su objetivo.
Sin titubear, Hakmur lanzó su hacha a un lado y abrazó una de las patas de Tiltalbaal. Al principio sus pies resbalaron en la tierra, pero en cuanto encontraron una piedra firme sobre la que apoyarse, Hakmur afirmó su agarre y retuvo a la criatura. La joven Gyania creó una barrera de hielo entre los dos árboles que conformaban el portal que llevaba hasta Germinación y ambas druidas enraizaron toda la estructura para soportarla. En una espiral de fuego, el joven Cair saltó desde un árbol y golpeó a Tiltalbaal con toda la inercia del giro para luego aferrarse a su cabeza. Intentó canalizar su magia nuevamente, pero tras un alarido de dolor, el fuego se dispersó de su mano y él fue arrojado hacia atrás. Tiltalbaal logró arañar superficialmente la muralla de hielo, pero Hakmur, ahora bien parado, comenzó a arrastrarla hasta el interior del pueblo. Una vez allí, tensó todos los músculos de su cuerpo y la azotó contra el suelo. El esfuerzo lo hizo retroceder unos pasos, pero no tardó demasiado en estabilizarse e ir en busca de su hacha. Mientras tanto, el joven Cair se había subido a su tórax e intentaba perforar el corazón de Tiltalbaal con su espada, pero el incesante y agresivo pataleo del carnítido lo obligó a actuar defensivamente para evitar ser empalado. Con la fuerza de sus brazos, Galnok bajó una de las patas de la criatura y la cortó con su hacha sin mayor esfuerzo. Intentó repetir el acto con una segunda, pero Tiltalbaal se dio vuelta de forma tan agresiva que el orco se vio obligado a retroceder. Cair alcanzó a saltar de su abdomen, por lo que ahora estaba junto al guardia que simplemente se había limitado a observar todo el encuentro.
Cair le sostuvo la mirada durante unos segundos, desafiante, pero la criatura solo lo miró directamente a los ojos, sin moverse ni actuar.
Tiltalbaal volvió a intentar arremeter contra Germinación, pero esta vez fue Galnok quien la detuvo y Cair quien le cercenó otra de sus patas. El carnítido rugió tan fuerte que todos fueron obligados a taparse los oídos, momento en el que pasó de centrarse en el árbol al otro lado de la muralla de hielo a centrarse plenamente en ellos, arremetiendo de una forma salvaje tan errática e impropia de cualquier criatura a la que Hakmur hubiese enfrentado. El foco de sus ataques alternó entre el joven Cair y Galnok, quienes solo pudieron evitar los ataques de la criatura gracias a la ayuda de las raíces que las dos druidas canalizaron, las que entorpecieron los ataques y lograron enredar algunas de sus patas, ligándolas al suelo durante un par de milésimas de segundos antes de que lograra zafarse, pero otorgando tiempo suficiente como para que ambos cuervos pudieran moverse.
Hakmur intentó unirse al combate, pero de un momento a otro, perdió todo contacto visual con la criatura y lo último que oyó fue el sonido de su hacha al caer al suelo.
No tardó en recobrar el conocimiento, o al menos así lo percibió; y al abrir los ojos lo primero que vio fue al joven Cair danzando entre los ataques del carnítido, utilizando una postura de esgrima que él jamás había visto. Un cambio en la posición de los pies y las manos que parecía hacer magia en su habilidad ya destacable de por sí.
Hakmur sacudió la cabeza. Se sentía ido y fuera de sí. Le dolía la cabeza y su cerebro tardaba en procesar incluso el peligro. Examinando a su alrededor, cayó en cuenta de que todos estaban en la misma situación que él, intentando mantenerse de pie y entender qué era lo que estaba ocurriendo, que era de lo único que era consciente, y que el único al que no le había afectado ese repentino sacudón había sido el joven Cair. Volvió a sacudir la cabeza. Estaba en un combate, pero era incapaz de retomar el sentido del peligro y su cuerpo parecía simplemente demasiado exhausto como para mover la más pequeña fibra muscular. Siguió observando el combate completamente fuera de sí, tardando unos varios segundos en reparar en lo que era evidente.
El carnítido acorazado que había estado mirándolos desde el interior del bosque, ahora estaba sobre Tiltalbaal, atacándola con sus mandíbulas y sus patas, perforando su cuerpo por entre las aberturas de su armadura.
¿Estaba peleando contra Tiltalbaal o la estaba ayudando? Hakmur se sentía demasiado perdido como para analizarlo y asombrarse o no al respecto. Miró su hacha, pero incluso la acción de agacharse a recogerla se le antojó imposible.
Hakmur volvió a sacudir la cabeza.
Justo cuando empezaba a recuperar sus sentidos, el carnítido acorazado fue lanzado contra un árbol y el joven Cair desarmado, pero lejos de alejarse, el chico de ojos blancos esperó un nuevo ataque, se deslizó por debajo de la cabeza de Tiltalbaal y descargó una contundente explosión que empujó a la criatura hacia atrás.
En interrupción a cualquier acción proveniente de cualquiera de los presentes que intentara aprovechar esa abertura, una enorme estaca de hielo emergió del piso y perforó el tórax del carnítido, empalándola contra un árbol, y que, tras patalear errática y desesperadamente durante otro par de segundos, logró escapar, pero solo logró avanzar unos metros hasta que cayó al piso y dejó escapar todo el aire que contenía su cuerpo.
El joven Cair, despeinado, malherido y con un brazo rojo, se volteó súbitamente hacia la joven Gyania, quien estaba jadeando con su varita en alto.
— ¡¿Qué?! — Exclamó el joven Cair.
Una sonrisa se esbozó lentamente en el rostro de la joven Gyania.
— ¡Ja!
— Me cago… — Levantó el cuello y se llevó una mano a la frente —. Qué cabrona…