«Sé y sabré. Porque siempre he sido un ignorante y hasta que la Luz consuma mi carne»
El Hijo de Orden.
Naeve corría presurosa por los pasillos llenos de verde del arrabal druídico en dirección al Consejo de los Signos, el lugar sagrado donde se reunían todos los druidas del noveno signo y donde recibían su signo llegado el momento. Ella sintió como lentamente sus piernas languidecían al pensar en una posibilidad que rondaba en su cabeza desde hacía un tiempo.
La persona que podía ayudarle a confirmar sus pensamientos, justa y repentinamente, había decidido partir hacia la Onceava Meseta1 para reunirse con los líderes de Ortande el día después de que Naeve emprendiese su propio viaje.
Tropezó un par de veces en el camino producto de la prisa, pero finalmente logró presentarse ante la matriarca del Círculo Druídico amplietano, la única druida del décimo signo en Ampletiet, Laineve Aldre'an a'me Donric, su madre.
Naeve era considerada una belleza dentro y fuera del círculo, pero era su madre de quién había heredado todos sus atributos físicos, a excepción de la expresión de madurez y un tono de cabello que, aunque usual entre los trobondinenses, provocaba que incluso a la distancia se pudiese sentir su sedoso tacto. Por otro lado, el círculo era una edificación redondeada con una cúpula de cristal que comprendía toda su extensión y que dejaba entrar la luz libremente por las partes que no estaban cubiertas de enredaderas, las que abundaban en toda la habitación, escondiendo las paredes y casi todos los pilares e incluso algunos de los asientos de los consejeros que estaban a los lados de un gigantesco trono de piedra al fondo de la sala, que era donde estaría su madre.
Tras abrir de par en par las puertas del consejo y levantar la cabeza, no fue su madre con quien cruzó miradas.
Frente a ella había tres personas, además de su madre. Una de ellas era un hombre pálido, alto, joven y cabello grisáceo, como el de un anciano; su tabardo gris y su armadura que parecía fabricada a partir de placas de piedra atribuían su representatividad a Los Dispersos2, concretamente a la orden de los Caballeros del Polvo2. Una segunda probablemente era una emisaria de Trobondir, el emblema del ojo y el círculo de la neutralidad en su capa así lo evidenciaban.
El tercer personaje de pie frente a ella era un hombre de unos cuarenta años, muy alto, mucho más que el sujeto de Los Dispersos, de tes bronceada y visiblemente musculoso, ya que incluso a través de la capa que cubría prácticamente todo su cuerpo se podía ver la redondez de sus hombros. Sus ojos anaranjados le conferían un aspecto más similar al de un animal que al de un ser humano. Traía la parte superior de su cabello negro recogido en una coleta mientras el resto caía por su espalda hasta la altura de los trapecios, y, a pesar de que ella no estuviese muy familiarizada con la cultura zalashana, todo el mundo era capaz de identificar el par de brillantes citrinos y el diamante amarillo que colgaban en la punta de su barba, unos que indicaban su estatus en la desordenada jerarquía zalashana, un par de joyas única y exclusivamente obtenibles mediante la fuerza. Algriram Filumnis, señor del clan del cual recibía su apellido. Desde que tenía memoria y desde que su madre se había convertido en la matriarca del círculo, Naeve recordaba haber visto allí a algunos personajes que, por un motivo u otro, no deberían poder entrar al reino, aunque de alguna forma siempre se las arreglaba para conseguir los permisos y salirse con la suya. Pero ella dudaba que su madre tuviese los permisos necesarios para dejar entrar a ese sujeto en concreto; considerado el representante de Zalasha y el guerrero más fuerte y diestro de todo Ortande, Algriram era un hombre que, tal y como se apreciaba, ni siquiera necesitaba una escolta en un reino enemigo.
Se rumoreaba que el zalashano era incapaz de usar magia, pero Naeve sintió en él una especie de aura opresiva que solo había sentido la primera que ves que vio canalizar al archimago Erodis. El par de espadas negras de filo anaranjado que colgaban de su cinto también emanaban una tenue aura mágica, casi como un residuo, pero contrario a su color, parecían imbuidas en electricidad, al igual que el diamante amarillo de su barba.
Naeve se ruborizó por su patética entrada, por lo que luego de alisarse el vestido y ordenarse un poco el cabello, dedicó solemnes reverencias a todos los presentes y pidió disculpas de una forma impropia de ella.
— ¿Vuestra hija? — Preguntó Algriram a Laineve, hablando en lengua común3. El tono de voz del «monarca» zalashano era tan grave que el mismísimo suelo parecía temblar junto a sus cuerdas vocales. Su madre asintió, por lo que el zalashano agregó —: Una mujer hermosa al igual que vos.
— ¿Lo dejamos hasta aquí por hoy? — Preguntó el hombre de Los Dispersos, también hablando en lengua común.
Todos asintieron, por lo que, tras una típica despedida de cortesía, se encaminaron hacia la salida, dedicándole media reverencia a Naeve al pasar a su lado. Cuando fue el turno del zalashano, Naeve tuvo que dar dos pasos atrás para poder mirarlo a la cara. «Sorprendentemente educado para ser un zalashano, aunque lo suficientemente alto como para parecer un ielidar en vez de un humano» pensó.
Apenas se retiraron, su madre le dedicó una mirada curiosa.
— ¿Qué ocurrió, hija? ¿Por qué la prisa? — Preguntó en amplietano.
— 'Hola, hija ¿Qué tal ha estado tú viaje? ¿Has encontrado lo que buscabas?'
Su madre ladeó la cabeza, sonrió y le acarició la mejilla.
— Te extrañé.
— Yo igual — La abrazó — Perdóname, es que ya llevo un tiempo esperándote porque hay algo que quiero comprobar en Alma.
— No te preocupes, los trobondinenses ponemos la familia por sobre todo, a los del polvo parece importarles más bien poco la cortesía y lord Algriram es bastante más amable de lo que aparenta.
«No aparenta nada porque no tiene expresiones» pensó Naeve.
— ¿Qué hacían aquí?
— Diplomacia, hija. Tratábamos temas relacionados con todo lo que está pasando… forjando alianzas momentáneas básicamente.
— ¿Y Teorim no participa?
— La alianza temporal con Teorim ya se ha firmado, hija.
— Oh.
— Sí, solo fue necesario un invierno largo y la aparición de un poco de hollín para que los reinos finalmente cedieran.
— Al menos algo bueno se puede sacar de esto.
— Sí… ¿Y bien?
— El diario de El Hijo de Orden ¿Está todavía aquí?
— Por supuesto ¿Por qué?
— Luego te cuento ¿Podrías abrirme el Alma?
«Alma» era el nombre que recibía la habitación trasera del consejo. Era un lugar en el que, supuestamente, los druidas del décimo signo podían hablar con Ortande mediante una especie de gema verde gigante que había en el piso al centro de la habitación, si es que se le podía llamar como tal, ya que tenía más apariencia de cueva que de cualquier otra cosa. Pero aquello era una invención de leyendas; no había constancia o registro alguno de algún druida logrando interactuar con el mundo, y era obvio, ya que, al fin y al cabo, Ortande no era un ser vivo, o al menos no se había demostrado. El caso es que, al igual que la sede de Icaegos, los druidas también guardaban algunos documentos importantes, principalmente los que se relacionan de alguna manera con personajes importantes para la historia del mundo. La única persona que tenía acceso a todo ese conocimiento era justamente la druida que tenía frente a ella, por lo que solo se podía acceder a Alma con su consentimiento.
— Sí, por supuesto.
Mientras hablaba sobre la reunión en la Onceava Meseta, la madre de Naeve se dirigió a uno de los costados del consejo, donde una pared hecha de agua negaba el acceso a quienes intentasen profanar el lugar.
De pequeña, Naeve pasaba mucho tiempo allí, sentada sobre la piedra verde mientras observaba los dibujos de los libros que allí había. Solo observaba, y solo los dibujos, ya que era muy pequeña para saber leer. De ahí que recordara haber visto algo en esos documentos.
Apenas Laineve se acercó a la pared, esta cayó como si fuese una cascada que de un momento a otro cesó su flujo, dándoles paso a una instancia cavernosa en la que crecían un centenar distinto de plantas de todos los colores y formas, algunas de ellas iluminaban tenuemente la piedra negra, otras dejaban escapar un polen que en la oscuridad se veía como simples puntitos de colores que circundaban sobre la gema del centro. Casi todo el tiempo la habitación estaba oscura, pero en contadas ocasiones, la luz conseguía entrar en la habitación por unas grietas en sus paredes. Lo curioso de todo ello, es que no importa de dónde viniera la luz, era lógicamente imposible que pudiera llegar hasta allí. Pero lo hacía. La última vez que ocurrió, la madre de Naeve ni siquiera estaba comprometida con su padre, cuando recién ascendía hasta el décimo signo tras la muerte del anterior patriarca, que por lo demás era su abuelo.
Su madre bajó por los escalones de piedra y se dirigió hasta el polo opuesto, donde había tan solo un par de estanterías que revisó hasta encontrar el andrajoso diario que le había pedido Naeve, uno escrito por la mano del mismísimo Hijo de Orden4, y aunque estuviese escrito en ortanense original y en una lengua extraña en algunas partes, las notas del inicio ya habían sido traducidas, pero estas solo hablaban sobre quién las había escrito, ni el por qué, ni el dónde, ni el cuándo. Sin embargo, el sujeto se había dado la lata de dibujar unos cuantos rostros.
Naeve cogió el tomo y tras prender una vela, comenzó a buscar aquellos retratos.
— ¿Cuál es el único de estos del cual se sabe a quién pertenece?
Su madre cogió el libro y lo ojeó hasta casi el cuarto final del diario, página donde estaba retratado el rostro de un hombre similar en apariencia a Algriram.
— Darenor5, hermano de Iadenor5 — Dijo ella.
Iadenor había escrito una docena de libros hablando sobre la esgrima y su teoría, proponiendo posturas y cosas que a Naeve poco le interesaban. Al fin y al cabo, tanto conocimiento no le había servido de nada para defenderse de su hermano. A pesar de que se supiera más bien poco acerca de aquellos hermanos, sí se sabía que provenían de uno de los pueblos ealeños que fueron conquistados por los zalashanos durante la tercera mitad de la guerra de los cuatro colores.
— ¿Es el único?
Once rostros en general, de los cuales solo uno se conocía y de los cuales algunos parecían de mendigos, otros de soldados, otros de princesas y algunos de los cuales ni parecían rostros de razas conocidas. Naeve encontró algo familiar en todo ello, pero lo ignoró y retomó desde el inicio, repasando todos los rostros uno por uno.
Sonrió para sí al recordar el nombre del primer chico de los retratos, un joven de cabello enmarañado y un rostro que parecía más bien el de un niño tímido que el de un «Héroe» que era como se refería a él en el diario. Su nombre era Aedan. De pequeña, Naeve había dado con el nombre sin querer mientras jugaba con los símbolos del amplietano y los del texto, descubriendo que, aunque fuese un idioma olvidado, era similar en esencia a los léxicos actuales. Los eruditos que lo estudiaban casi se fueron de cabeza en aquel momento, pero a pesar de ello, seguían sin mostrar muchos avances en el redescubrimiento de aquella lengua, más que nada porque nunca se le había dado la importancia que ameritaba.
Tranquilamente, siguió ojeando el diario hasta que finalmente llegó al último retrato.
Naeve parpadeó un par de veces, intentando atribuir un significado a lo que sus ojos estaban captando en aquella fina hoja de vetusto papel. A medida que su mente descartaba posibilidades, su respiración fue tornándose más y más agitada, sentía como si su corazón fuese a estallar mientras un sudor frío escurría por todo su cuerpo, acompañado de un odioso hormigueo que provocó que se le entumecieran los brazos.
Se dejó caer hacia atrás mientras tiritaba. Aunque no sabía si de temor o de emoción.
— ¡¿Qué ocurre, hija?! — Preguntó su madre, corriendo hacia ella, asustada.
— ¡Él! — Exclamó ella.
Su madre cogió el libro y observó el retrato, ceñuda.
— ¡Naeve, por los celadores ¿Quién es él?!
Naeve intentó controlar su respiración.
— ¡Lo conocí hace un par de días, mamá! — Entre jadeos siguió —: ¡Se llama Cair Rendaral!
A su madre casi se le cayó el rostro.
— ¡¿Qué?!
— ¡Te lo prometo, mamá! — Señaló los ojos de Cair —. ¡Tiene los ojos blancos! ¡Es el único que tiene los ojos blancos!
— ¡Cálmate un poco, Naeve! Baja la voz.
Naeve dio un suspiro; le sirvió para calmarse mentalmente, pero no a su corazón agitado.
— Mamá, lo prometo, él es Cair Rendaral, no recuerdo su segundo apellido, pero le conocí ¡Tiene los ojos blancos! — Volvió a respirar entrecortado —. Madre, el Hijo de Orden desapareció antes que los paladines, y este chico tiene apenas diecisiete ¡Es imposible que se hayan conocido!
Su madre enfocó su mirada en el diario, pero no dijo nada hasta pasados unos segundos.
— Pondré a todos los historiadores y eruditos de todo Ortande a traducir ese bendito libro.
» ¿El niño parecía saber algo?
Naeve pensó un momento y volvió a repasar los rostros del diario. A medida que avanzaba, nuevamente su respiración se agitó.
— ¿Qué?
— ¡Estos personajes… él habló de ellos! — Su madre le pidió que bajara la voz nuevamente —. Los mencionó ¡A varios de ellos! Dijo que eran sueños.
Su madre apoyó ambas manos en la mesa.
— Quiero que no digas nada sobre esto — Naeve asintió. Su madre apuntó hacia la salida —. Ve a buscar a ese chico y tráelo, leeré sus sueños.
Naeve volvió a asentir.
— Me voy enseguida.
Su madre husmeó en las cajoneras junto a ella, sacó una abultada bolsa con oro y se la entregó.
— Suerte — Le dio un abrazo —. Lamento que tengas que salir de nuevo…
Enseguida, Naeve se fue corriendo de la habitación lo más rápido que pudo, pensando en todas las posibilidades que podían significar que el rostro de alguien fuese retratado por otro que jamás conoció. No sabía si reír o llorar, pero se sentía ansiosa por encontrar a Cair, tanto que, inconscientemente, aceleró el paso.
— Por los celadores ¿Dónde te fuiste?
Apéndice
1.- Onceava meseta: Ubicada en el borde de Seuris, entre Ampletiet y Zalasha, es una zona neutral, en la que los líderes del mundo tratan los temas referentes a Ortande, actuando como mediadores los caballeros sin patria de Los Dispersos2.
2.- Los Dispersos: Los dispersos son el único grupo que, a pesar de la diferencia geo-racial, funciona unificado, haciendo de mediadores para temas políticos, incentivando el trabajo en conjunto y tratando los problemas ligados al mundo. Se dividen en cinco ordenes de acuerdo con la zona en la que operan:
· Caballeros Carmesí: Operan en Teorim.
· Caballeros Radiantes: Operan en Zalasha.
· Caballeros de Clorofila: Operan en Ampletiet.
· Caballeros Fatuos: Operan en Trobondir.
· Caballeros del Polvo: Operan en los Bordes.
Su sede principal se encuentra en la costa del borde de Osen, entre Teorim y Ampletiet. El requisito principal para entrar es renunciar a los intereses de su patria en un juramento.
3.- Lengua común: Idioma sencillo que se utiliza para comunicarse entre personas de distintos reinos. Es poco probable encontrar a alguien que no sepa comunicarse en este idioma.
4.- El Hijo de Orden: Paladín solitario que solía aparecer cuando la tarea en cuestión poseía mayor complejidad. No hay retratos de su rostro, sin embargo, quienes lo conocieron a menudo lo describían como un hombre extraño. Desapareció tres años antes que el resto de los paladines.
5.- Darenor e Iadenor: Dos hermanos, maestros del combate cuerpo a cuerpo, que crearon varios estilos de esgrima, siendo la más reconocida la de Iadenor, principalmente enfocada al uso de espadas, sin escudos u otras armas, contrario a su hermano, Darenor, quien demandaba el uso de escudos para su estilo.
Aunque hay documentos que apuntarían su existencia a la Era de los Colores, todavía se desconoce a qué era concreta pertenecieron, sin embargo, si se sabe que su historia culminó con el asesinato de Iadenor a manos de su hermano, quien desapareció tras completar su trabajo.